El
Danzante
Monótono el ritmo
del tamborcillo mezclado con el lánguido y triste sonido de la flauta,
ahí enmedio del escenario improvisado en la banqueta ante un apático
torbellino humano estaba el danzante, su ropa decolorada, su capa raída,
sus sandalias rotas, todo en él inspiraba compasión, acorde
a su indumentaria estaba el rostro, ajado, curtido por el sol y más
por el infortunio, las profundas arrugas salidas más por la amargura
que por el paso de los años
El marco para su danza era
la desolación y la melancolía, sus ojos en el rostro estoico
reflejaban la injusticia de los siglos de total abandono y en el vértigo
de su ritmo trataba de ver en los pocos espectadores que no lo esquivaban
un poco de hermandad, un poco de piedad; vana ilusión la mayoría
de sus hermanos no reparaban en él, los más ignorantes se
detenían para expresar algunos ¡qué payaso el indio!
y la palabra indio iba acompañada de un ofensivo desprecio por esa
turba de ignorantes porque desconocen la magnificencia de nuestros antepasados,
la grandeza de nuestras raíces. Los abuelos del danzante, abuelos
nuestros lo reconozcamos o no, fueron una raza de titanes, flechadores
de estrellas, indómitos en el combate: caballeros tigres, caballeros
águilas y artífices del fulgor de imperios como el Azteca
y Maya, sensitivos poetas, sabios de la herbolaria, doctos astrónomos,
diestros artesanos y un sinnúmero de cualidades, y nosotros pobres
mestizos ignorando su soberbia grandeza plena hasta la llegada del conquistador
que trae consigo crueldad, barbarie y ambición ilimitada que aquellos
a quien venía a civilizar, y con la fuerza de sus armas hirieron
y mutilaron sus cuerpos, y con la filosofía del vencedor vulneraron
su espíritu, derrocaron y pisotearon sus deidades, impusieron su
lenguaje que sustituyó al rítmico y cadencioso dialecto indígena
y se les dejó como heredad una red de agujeros y siglos de sufrimiento,
de ignominia y de esclavitud para que en este período el indio asimilara
el doloroso parto de la aculturación.
Tres siglos duró
el calvario y el látigo marcó la noble carne del indio, hasta
que hartos del escarnio hicieron repiquetear la campana de Dolores quien
con su pregón libertario hizo se rompieran las cadenas de la esclavitud,
concluyó la epopeya de la independencia, siguió le gesta
revolucionaria, pero ninguna dio la reivindicación al paria y éste
llega a nuestros días de gobiernos revolucionarios, modernistas
y neoliberales en la más completa orfandad; subsiste en agrestes
selvas, en recónditas serranías, hambriento y sediento de
pan y de justicia, llorando el abandono de sus Dioses que lo dejaron en
un total desamparo trocando su fulgida grandeza por mendicidad, escarnio
y olvido.
Los que llegan a la civilización
como "el danzante" llegan a implorar el pan que les ha negado el sistema,
teniendo como comparsa en su danza niños famélicos y a su
compañera "La María" perseguida y ultrajada por la injusticia,
infamada dentro de la cárcel que llora en la celda por su chilpayate
que quedó a merced del tráfico humano en la ciudad, vendiendo
chicles en los camellones, con la angustia y pavor de un niño de
cinco años.
Hoy los danzantes cansados
de sufrir, cansados de morir a diario por el hambre, salidos de la nada
toman rostro y toman la dimensión del héroe y cambian la
flauta por el fusil, retoman el camino de la historia ahí en Chiapas
para decir a los tiranos ¡basta! y exigir su dignidad de mexicanos,
sus fusiles pueden ser de madera pero su temple es de acero, revive el
caballero águila para arribar a las cumbres, revive el caballero
tigre para devorar la injusticia, surge el indio en el marco de la historia
para ofrendar en generoso sacrificio su sangre; con ella se escribirá
la epopeya. |