PEREGRINA DEL SIGLO
Viajera sin retorno a la
deriva, peregrina doliente llevo conmigo fardo ingrato: violencia, soledad,
desesperanza y desolación, sin encontrar la ruta que me conduzca
hacia la plenitud, y a la inmortalidad.
Incierta mi ruta deambulo
en las tinieblas de mi siglo, incierto es mi camino no se a dónde
voy tampoco se quién soy ¿soberbia? ¿vanidad? ¿fatuosidad?
y sin definición vivo enmedio de un torbellino humano, lleno de
gritos y de ruidos, donde nadie me escucha y extiendo inutilmente mis manos
para encontrar otro roce emotivo, mas no lo encuentro, solo gravito enmedio
de la soledad.
Soy pues solitaria caminante
de un siglo que fallece, siglo de cumbres, siglo de abismos, sus hombres
son viajeros del cosmos y han atrapado con sus manos el fulgor de las estrellas
para conformar su aureola de potestades y erguidos como magna deidad han
dado vida a corazones y multiplicado la especie en la probeta conquistando
cumbres de gloria, y en paradoja lamentable también los moradores
de mi tiempo han descendido al averno siendo deidad satanizada o Satán
idealizado que como mortífera deidad han desatado la furia destructora
de las bombas quienes con un solo estallido han aniquilado miles y miles
de seres humanos, convirtiéndolas en teas humanas que iluminan la
estupidez del hombre y al elevar su flama al cielo exigen ¡Redención!
Sufro al ver mi estirpe
decadente grávida de poder, de locura y de ambición que en
aras de sus intereses han despertado en él, el lobo de la estepa
quien diezma sin piedad a su rebaño matando su cuerpo, mutilando
los sueños y desterrando las ilusiones.
Llevo pues sobre mis hombros
la angustia existencial que me carcome, misma que se intensifica cuando
escucho: el llanto de los niños, el clamor de los parias, el furor
de las turbas reclamando un mendrugo y me enfurece la falta de justicia
de los tiranos, el poder insolente de los sátrapas y el desatino
y desconcierto de mi generación.
Por eso yo trémula,
viandante, suelo volver hacia atrás la mirada y la congoja me invade
al no mirar la huella de mis pasos, entonces me pregunto:
¿Quedará un
vestigio de mi existencia? ¿se perderá en la nada mi vivir?
Nada, ni nadie me contesta
solo el clamor de un viento lúgubre se escucha y ese clamor desdibuja
mi silueta y las huellas de mis pasos que se pierden en las densas tinieblas
de mi siglo.
Nada quedará de mí,
más allá de mis tristezas, más allá de mi agonía,
esta certidumbre me hiere, sin embargo hay algo que me consuela: Me sé
la hechura de un soplo divino, por lo que soy la luz y soy destello, no
solo obscuridad, pero... ¡habré de tramontar al más
allá para alcanzar la inmortalidad? no, estoy aquí para hacer
algo ya que nada de lo creado fue hecho para lo vano y lo sutil, si hasta
el cardo sublimado por la espina y ennoblecido por sus flores tiene como
penosa tarea ponernos en contacto con el dolor y el sufrimiento dados como
heredad en el destino de los hombres.
Pues debo redoblar esfuerzos
y en ardua travesía encontrar el puerto en donde se sanen mis ansias
de plenitud y mis anhelos de inmortalidad, viajaré, viajaré.
En el inicio de mi recorrido
me sorprendió la magnificencia, el brillo alucinante del poder,
quien con sus destellos me deslumbró, cegando mi razón y
mi cordura y miré a mi alrededor lacayas e histéricas multitudes,
quienes me brindaban estrepitosas ovaciones, doblando sus espaldas e inclinando
servilmente su frente, mientras me rendían abyecta pleitesía
y yo desde mi omnipotente y falaz trono me permití pisotear dignidades,
corromper honras, sumergir en el lodo, perturbar dichas y suprimir enemigos,
mientras las lisonjas con adulación servil glorificaban mis crímenes,
embellecía mis defectos y aplaudía mis errores; mas en la
cúspide del poder miré la dimensión del abismo, tuve
miedo de perecer luego me dije: este no es mi camino y proseguí
adelante.
Busqué la fama y
me entronicé fugazmente en su fatuo reino de estériles aplausos,
de sonrisas vanas y lágrimas fingidas, lecho de vanaglorias, nido
de vanidades con destellos y luces voraces de estrepitoso incendio que
todo lo devora a su paso, tuve miedo de extinguirme entre sus llamas, por
eso me alejé buscando nuevos derroteros.
¡Magno! ¡Bello!
¡Maravilloso! ¡Sublime! me atrajo el espejismo del amor, navegué
entre sus olas de ensueño, me mecí en sus redes de anhelos
y fantasía, inmersa en este sentimiento atrapé estrellas,
tuve de lecho a la nube, tramonté soles, fui crisálida, fui
mariposa, fui verso y sinfonía, fui llanto y alegría, he
aquí la dicha, he aquí la plenitud, he encontrado la inmortalidad,
pero... fue solo un espejismo y con el alma marchita y el corazón
desolado hube de continuar sin la ilusión y mustia la esperanza.
Fracasado el amor ya nada
me quedó, y osé mirar altiva, rebelde, retadora al cielo,
mientras el llanto como lava ardiente recorría mi rostro, entonces
mi eco desgarrador llegó a los cielos y sacudió los avernos.
¿Dios impasible,
dónde escondes la dicha? ¿Solo tú tienes derecho a
la inmortalidad?
La respuesta llegó
con un estruendo aterrador que sacudió los confines mientras rayos
fulgurantes iluminaban los montes y una regia y soberana voz impregnada
a la vez de dulzura se escuchó:
Loca soberbia la de tu especie,
lloran el pretender ser dioses sin haber aprendido a ser hombres, fatuos
buscan la gloria en las alturas y no osan posar su mirada en la tierra,
ahí se encuentra la dulzura de los niños, las voces emotivas
del amor, el mundo desolado del anciano medroso ante el misterio de la
muerte, han dejado de sembrar en la tierra la simiente de la fe y de la
concordia, sin ellas todo está perdido, no han permitido vislumbrar
la esperanza, sin ella no hay futuro, la paz y la fraternidad se han acabado,
por eso sucumben en el odio y exterminio, se han saturado de un materialismo
que les vulnera y les mata porque han asesinado el poder de los sentimientos.
Lleva mi mensaje a los que
lloran; yo les he amado desde el comienzo de los siglos, diles que es el
amor lo que dará la dicha a los que sufren, que es necesario conjugar
el verbo amar en todos los tiempos, en todas las personas y en todas las
latitudes, que se extiendan los brazos como puentes fraternos y entonen
todos los himnos de paz y alegría, esa es la ruta de la inmortalidad,
esa es la huella majestuosa, imborrable de todo el que quiera ser imperecedero,
lleva la buena nueva, esa sea tu misión que lleve los lauros a tu
frente, enseña la senda a la estirpe decadente, sea tu consigna
redimir al hombre flagelado que mira perecer el siglo XX. |