Durante nuestros números ante riores vimos distintos aspectos
del camino del ego, la disolución del yo y algunos de los significados
posibles de disciplinas como el taoísmo, y las formas en las que
nos acercan precisamente a la concreción de ese estado al que llamamos
iluminación.
También implicamos, de alguna manera a la serpiente bíblica,
al significado de esta historia con la evolución y disolución
del ego y como fuerza motora del desarrollo humano.
En este número, veremos como no solamente nos marca el
mito de la serpiente el camino del desarrollo, evolución y
disolución del ego, sino que además nos indica como entrar
en el tiempo sagrado.
Decíamos que, según las doctrinas antiguas, la creación
se producía precisamente por entrar en juego las polaridades en
el universo, es decir, la fuente primigenia de la creación carece
de dualidades, no es ni buena ni mala, ni blanca ni negra, ni materia ni
energía, simplemente es, como lo enuncia el Tao.
Cuando el Tao entra en movimiento precisamente comienzan a jugar los
opuestos en todos los aspectos de la creación. Desde la materia
propiamente dicha, hasta los géneros humanos, que generan la realidad
que conocemos precisamente a partir de la generación de opuestos,
de la bipolaridad o sea de la dualidad.
De la misma manera, el desarrollo interior del hombre, empezando por
el pensamiento, pasando por los procesos de racionalidad y de lógica,
se basan en el juego de los opuestos, es decir, nuevamente, en la dualidad.
Las grandes doctrinas plantean precisamente, la ruptura de esa dualidad
para entrar en la esencia, en el no ser, en el conocimiento silencioso.
Temporalidad y atemporalidad
Según veíamos en nuestro artículo anterior (Mithos
Nº 3), y basándonos en la Teoría de la Temporalidad
de Alfredo Moffatt, la estructura yoica de un sujeto está dada por
su paso a través del tiempo, es decir, en tanto el hombre tiene
un pasado y en base a ese pasado genera un proyecto, es decir, se ve así
mismo en el futuro, la trama yoica está completa.
Esta trama yoica, a su vez, está dada por la secuencia de contínuos
presentes que el hombre tiene a lo largo de su vida. El presente es un
estado de transición entre el pasado y el futuro, en el cual el
hombre construye su experiencia, pero al mismo tiempo, la existencia misma
del hombre es un estado de transición, algo así como una
proyección holográfica de la verdadera existencia del hombre
que no es ésta, sino una más profunda, que está en
su interior, proyección que se refleja en el nacimiento, que es
de adentro hacia afuera.
Según Mircea Eliade, historiador de las religiones, hay dos
tipos posibles, dos existencias posibles en todas las culturas primitivas
( y no tanto), que aparecen reflejadas en sus ritos. Estas dos existencias
posibles tienen que ver con una visión del mundo histórica
y una ahistórica o atemporal.
La concepción histórica de la existencia se basa en un
mundo finito, que empieza y acaba, y en el cual los hechos pueden repetirse
solamente dentro de un mismo ciclo.
La concepción ahistórica en cambio, se apoya en la regeneración
cíclica, es decir, en la repetición eterna de los ciclos
del hombre.
Esta concepción se basa fundamentalmente en que en algún
momento en el origen, los actos del hombre fueron realizados por primera
vez, dando origen al arquetipo, y que repitiendo los actos de ese arquetipo
se vuelve siempre al acto sagrado.
Hay una visión sagrada y una visión profana de los actos
del hombre.
Los actos sagrados, en su mayoría rituales, son actos que repiten
exactamente los actos arquetípicos, realizados ab origen por algún
dios, colocando al que los realiza automáticamente en un espacio
sagrado, aboliendo de esta manera al tiempo, y por lo tanto a la historia.
Los actos profanos, en cambio, son los actos sin sentido, actos generalmente
espontáneos, y se toma por profano a cualquier acto que hay entre
dos actos sagrados.
Eliade lo explica de esta manera:
“...un acto ( o un objeto) adquiere cierta realidad por la repetición
de los gestos paradigmáticos, y solamente por eso hay abolición
implícita del tiempo profano, de la duración, de la “historia”,
y el que reproduce el hecho ejemplar se ve así transportado a la
época mítica en que sobrevino la revelación de esa
acción ejemplar.
La abolición del tiempo profano y la proyección del hombre
en el tiempo mítico no se reproducen, naturalmente, sino en los
intervalos esenciales, es decir, aquellos en que el hombre es verdaderamente
él mismo en el momento de los rituales o de los actos importantes
( alimentación, generación, ceremonias, caza , pesca, guerra,
trabajo). El resto de su vida se pasa en el tiempo profano y es desprovisto
de significación: en el “devenir”...”
Según Eliade:
...“la realidad se adquiere exclusivamente por repetición o
participación; todo lo que no tiene un modelo ejemplar está
“desprovisto de sentido”, es decir, carece de realidad.
Esta tendencia puede parecer paradójica, en el sentido de que
el hombre de las culturas tradicionales no se reconoce como real sino en
la medida en que deja de ser él mismo (para un observador
moderno) y se contenta con imitar y repetir los actos de otro”.
Aquí podemos ver que cuando el hombre se ubica en su espacio
sagrado, sale de su propio tiempo para entrar in illo tempore, que es un
espacio esencial.
Actuar los actos de otros, en este caso, no significa de otro común,
sino de sí mismos, porque en ese espacio sagrado, no hay ego, es
decir, no hay individualidad.
Volviendo a la Línea Temporal Yoica, el momento de transición,
el presente real, es la puerta de entrada al espacio sagrado, y en tanto
no se sacraliza ese espacio, se transforma en profano.
No casualmente, vivimos en una época en la cual se intenta romper
con lo sagrado y en cierta forma, hacer del presente un espacio profano.
Actualmente, vivir el momento tiene una significación distinta
a la que puede tener para un monje zen ese vivir el momento. El monje lo
vive como acceso a lo sagrado, en tanto el hombre común lo utiliza
para profanarlo (hacerlo profano).
El vivir el momento actual, también tiene que ver con aceptar
el momento histórico como un inexorable, como algo inevitable, sobre
lo que ni siquiera podemos tener opinión.
Precisamente la abolición del tiempo, nos permite ver que en
realidad ese inexorable es parte de un ciclo que, tarde o temprano va a
volver a repetirse.
La historia propiamente dicha, nos encierra en un callejón sin
salida hacia el que nos conducen sus protagonistas, que jamás somos
nosotros. Los hombres comunes no hacemos historia, somos parte de la masa
y vivimos las historias que otros producen al tiempo que nos dicen que
no podemos modificar lo que el momento histórico produce.
La regeneración cíclica nos permite, en cambio, saber
que esa historicidad es solamente una falacia, y que esos actos, de la
misma manera, ocurren millones de veces en la eternidad.
La entrada a lo sagrado
Decíamos al principio de esta nota, que de alguna manera, la
serpiente bíblica tiene una relación con el espacio sagrado,
y que al mismo tiempo, el camino del ego que ella nos marca también
tiene que ver con ese espacio.
Hablamos de una ruptura de la temporalidad como medio de alcanzar ciertos
estados que van más allá del ego, y que incluso superan a
aquellos que hoy denominamos transpersonales.
Precisamente esta ruptura de lo temporal está marcada por el
árbol del bien y del mal a través del cual se desliza la
serpiente, que precisamente marca la dualidad, y por lo tanto, lo temporal.
Es precisamente el ritual , como espacio sagrado y por lo tanto espacio
original o real el que permite, durante su realización, permitir
la entrada en nuestro propio origen.
La mayor parte de las doctrinas nombradas, conocen esta entrada y cómo
se produce la ruptura con el espacio temporal.
Los simbolismos en los cuales se muestra esta entrada en lo sagrado,
giran alrededor de un árbol, una escala, un mástil o un templo
que marcan el centro del mundo a través del cual, como en la escala
de Jacob bíblica, suben y bajan los ángeles o cualidades.
Nuestra conciencia tiene la capacidad de limitarse, o visto desde otro
aspecto, expandirse hacia el espacio sagrado, en el cual podemos tener
la certeza de nuestro origen, o como mínimo, de que esta realidad
es solamente una proyección de ese origen, y de que hay un lugar,
más allá del inconciente, más allá del ego,
en el que podemos encontrarnos con aspectos inimaginables de nuestra propia
conciencia.
La escala de Jacob se encuentra en nuestra propia conciencia, el árbol
del conocimiento del bien y del mal también. Pero tanto una cosa
como la otra no son simplemente figurativas o simbólicas, sino que
esa puerta hacia lo sagrado existe, es tangible y uno puede reconocerce
de una manera distinta en ese espacio.
Se tiene por un lado la certeza, y por el otro la sensación
de que aquello que consideramos realidad es solamente un aspecto holográfico
de la existencia, es la "maya" o ilusión como la llamaban los hindúes.
Conocer ese espacio sagrado, cosa que pareciera ser solo una abstracción,
en realidad es la semilla que permitiría transformar lentamente
los aspectos profanos de la realidad humana.
René Guénon nos hablaba del reino de la cantidad, y a
través de ésto nos decía que el hombre está
viviendo los tiempos de la cantidad y no de la calidad, es decir,
de numérico o manifestado, y no de lo esencial.
Las civilizaciones modernas se alejan cada vez más del
reino de la cualidad, que equiparado con lo que decíamos anteriormente,
es el tiempo cíclico, en contraposición con el tiempo histórico
que es el de la cantidad.
La velocidad con que se vive en las sociedades actuales, tiene
precisamente que ver con la cuantificación y la multiplicidad, que
cada vez se aleja más de la cualificación y la unidad.
Esta es la dualidad que viven las sociedades actuales y
que a medida que el tiempo se siga contrayendo, precisamente por la velocidad
con la que viven, se profundizará más, logrando una polarización
extrema, y una exacerbación de las distintas visiones,
que llevarán a un colapso quizás irreversible, porque precisamente,
a lo que se está llegando, es al final de un ciclo dando la posibilidad
de una nueva regeneración, y no estamos hablando del fin del mundo,
sino de la manifestación concreta de las dos fuerzas opuestas.
Pero ese ya es otro tema.