El texto que sigue está dividido en tres bloques de contenido
independiente aunque complementario, en el sentido de que son partes integrantes
de un mismo sistema. En primer lugar, trataré rápida y globalmente
el aspecto etnográfico del uso de ayahuasca; en segundo lugar hablaré
de los efectos que induce el consumo de este complejo enteógeno
(2); y en tercer lugar propondré una teoría cognitiva general
que nos permita pensar el uso del ayahuasca en términos de nuestras
actuales culturas occidentales.
La tendencia a estudiar el sistema como una entidad única, más
que como un conglomerado de partes, es la tendencia de todo trabajo científico
actual. No se pueden aislar los fenómenos en contextos restringidos
y estrechos sino que, una vez estudiados los elementos componentes de un
determinado fenómeno (en nuestro caso la cultura en su totalidad
y dentro de ella ciertos procesos mentales alternativos), hay que trabajar
para entender las interacciones que se dan entre los fragmentos, cada vez
más amplios, de la naturaleza. Este principio del orden sistémico
de la realidad dinámica podría anunciarse hoy con las mismas
palabras de Pico della Mirándola (1557:40) cuando anunciaba: «Primero
tenemos la unidad de las cosas a través de la cual cada cosa es
una consigo misma, consiste en ella misma y se cohesíona con ella
misma; segundo, tenemos la unidad a través de la cual una criatura
está unida con las demás y todas las partes del mundo constituyen
un único mundo».
Etnografía de la ayahuasca
El sustantivo «ayahuasca» es de origen Quichua, aunque desde
la época colonial ya fue castellanizado dado que el Quichua era
la lengua franca hablada en todo el territorio andino y en una buena parte
de la Amazonia occidental (3). Por este término se conoce, en primer
lugar, una mixtura vegetal de poderosos efectos enteógenos, y al
mismo tiempo es también el nombre popular de uno de los componentes
vegetales que entran en la composición de la pócima, la conocida
liana Banisteriopsis caapi. Suele darse un error bastante generalizado
que consiste en que, al haber un único término para referirse
a uno de los componentes y al resultado de la ebullición, muchas
personas creen que el ayahuasca enteógena es el líquido resultante
de hervir directamente la liana, pero no es así. La Banisteríopsis
caapi sola no produce ningún efecto enteógeno. Habitualmente
la pócima se realiza a base de la citada liana, que contiene un
potente IMAO (inhibidor de la monoaminooxidasa), y otro espécimen
vegetal que ha de contener DMT (dimetiltriptamina) en cantidades suficientes
para que dé el resultado psicoactivo buscado.
No hablaré de los diversos especímenes vegetales que
contienen DMT (hay extensos estudios etnobotánicos sobre ello: OTT,
1996), pero sí quiero apuntar que actualmente se conocen más
de 90 especies vegetales diferentes repartidas en 38 familias (de las que
una cuarta parte son plantas por sí mismas enteógena), utilizadas
como aditivo a la Banisteriopsis caapi para producir el ayahuasca. Algunos
de los vegetales añadidos causan sensación de frío
u otros efectos físicos o psíquicos complementarios también
buscados para apoyar de alguna forma el efecto visionario.
Así por ejemplo, entre los shuar y achuara amazónicos
-más conocidos entre nosotros como «jíbaros»,
aunque para ellos es un término peyorativo- la liana del ayahuasca
se mezcla con Diplopterys Cabrerana (en shuar yágr) que aporta la
DMT visionaria a la mixtura, con Rinorea Víridiflora (en shuar parapra)
para hacer las visiones más duraderas, con zumo de tabaco silvestre
para potenciar el efecto enteógeno y con el arbusto chiriquiásip
(Brunfelsia grandiflora) para que produzca frío y ayude a combatir
el entumecimiento físico («con esto da temblor y aleja a los
espíritus»).
Desde el punto de vista etnográfico se puede decir que tenemos
documentados más de 72 grupos culturales amazónicos que consumen
esta mixtura vegetal siguiendo sus ancestrales tradicìones, la mayor
parte de ellos situados en la parte occidental de la selva Amazónica,
tanto de la Alta como de la Baja Amazonia (LUNA 1986; 57).
La experiencia visionaria es tan importante y fundamental en las cosmovisiones
de las etnias amazónicas (en sus formas de arte, su concepto de
salud, sus sistemas de toma de decisiones...) que es impensable un estudio
riguroso de antropología, etnopsiquiatría o medicina de tales
pueblos sin tener en cuenta su consumo consensuado de enteógenos,
en especial -aunque no únicamente- el de ayahuasca. En este sentido,
es tal el peso que tiene en su mundo cultural que, hasta ahora, el consumo
de ayahuasca ha sobrevivido a cualquier proceso de aculturación,
por intenso que haya sido. Una ilustración etnográfica la
constituyen de nuevo los shuar y achuaras, etnias de carácter guerrero
que a menudo se enrolan en el ejército ecuatoriano como estrategia
para salir de la vida selvátìca y buscar un camino de integración
al mundo Occidental. Este radical cambio de vida -del interior de la selva
a los cuarteles militares- prácticamente implica la pérdida
de todas sus tradiciones excepto una: el consumo de ayahuasca o de otras
substancias enteógenas. Por tanto y en cierta forma, podríamos
considerar que esta práctica constituye uno de los puntales del
sistema de valores del mundo cultural jivaroano, afirmación extensible
a otras muchas etnias amazónicas. Por ello, a pesar de que está
prohibido el comercio de alguno de los componentes activos del ayahuasca
en estado puro o sintético, la forma natural de este enteógeno
panamazónico no está prohibida -ni probablemente podría
estarlo- en ningún país iberoamericano.
Por otro lado, esta preparación psicoactiva recibe más
de 40 nombres vernáculos distintos, lo que permite hacerse una idea
de la gran profundidad histórica de su uso: yajé en Colombia,
kamarampi entre los Ashaninca, natema entre los shuar y achuara, ayahuasca,
daime, etc. Distintas pruebas provenientes de Ecuador y aportadas por la
arqueología permiten afirmar que los pueblos indígenas amazónicos
consumen ayahuasca desde hace, como mínimo, 5.000 años (NARANJO,
Plutarco, 1986; SCHULTES, 1972; 38-39).
Además del consumo indígena de ayahuasca, cabe citar
también su uso central en las prácticas de muchos curanderos
mestizos sudamericanos, tanto del territorio amazónico como del
andino. En diversos países iberoamericanos, se acepta hasta tal
punto la importancia cultural del ayahuasca que estos curanderos son conocidos
como ayahuasqueros, en forma de sustantivo genérico. Así,
los ayahuasqueros son los especialistas en usar esta mixtura enteógena
en sus prácticas religiosas, de curanderismo, como estrategia adaptativa
o como forma de resolución de problemas. Hay ya alguna iniciativa
experimental al estilo occidental del uso terapéutico del ayahuasca.
Un ejemplo es el Centro de Rehabilitación de Toxicomanías
de Takiwasi, en Perú. También podría hacerse una larga
lista de la bibliografia actual, especializada y divulgativa, referida
al tema de la ayahuasca, en especial en el mundo anglosajón.
Lo he Ilamado «enteógeno panamazónico», como
ya ha hecho algún otro autor, porque actualmente también
es el enteógeno más popular entre expertos y turistas occidentales:
desde los años 1980 que en EE.UU. se ofrecen viajes organizados
con destino a Ecuador, Perú y Brasil con el casi único objetivo
de consumir esta substancia visionaria de manos de algún pretendido
chamán indígena al servicio de una agencia de viajes.
Por otro lado, se están extendiendo por diversos países
europeos una serie de modernos sincretismos religiosos de origen brasileño
conocidos como Iglesias del Santo Daime (Daimistas, Uniao do Vegetal, A
Barquiña, Francisca Gabriel, Maestro Daniel). Se trata de interesantes
agrupaciones abiertas y de carácter religioso, nacidas en la década
de los años 1930 en Brasil, y cuyo sacramento es el Daime, una de
las formas conocidas de preparar el ayahuasca. El consumo del enteógeno
se realiza dentro de un ritual fuertemente estructurado y con un sentido
sacro y terapéutico al mismo tiempo. Entre todas las iglesias daimistas
deben sumar actualmente entre 10.000 y 13.000 adeptos, más una cifra
de seguidores irregulares que tal vez sumen 4.000 ó 5.000 personas
más. Finalmente, en California y desde hace una década hay
diversas plantaciones de los especímenes componentes del ayahuasca,
y diversos terapeutas ofrecen excursiones psíquicas de forma segura.
En este sentido, pues, puede afirmarse que actualmente es el enteógeno
más apreciado entre los aficionados de los EE.UU. y de otros países
occidentales.
Todas estas formas culturales referidas al consumo de ayahuasca tienen
una gran importancia etnohistórica, dado que las formas clásicas
del uso de enteógenos fueron borradas de forma radical en los últimos
100 años en Occidente (entre pueblos primitivos y culturas agrícolas
asiáticas y africanas se mantiene, aunque también esté
en cierto retroceso), pero en el último tercio de siglo se reinició
su consumo con el descubrimiento de la experiencia psicodélica,
y el uso sacramental de enteógenos aparece de nuevo bajo formas
ritualizadas altamente formalizadas y con claras posibilidades de aplicación
para la investigación de la mente humana y para otros fines aplicados
que analizaré más adelante.
Aunque solo sea de pasada, vale el esfuerzo de recordar aquí
que nuestros bioquímicos han puesto de relieve que el cuerpo humano
segrega componentes (triptaminas metiladas y betacarbolinas) cuya regulación
tiene relación a la vez con algunas patologías mentales y
con los llamados estados de elevación espiritual, y que se trata
de las mismas substancias que contienen la mayoría de productos
enteógenos. En la mayor parte de los casos se sabe muy poco de como
actúan tales substancias psicoactivas en personas normales, aunque
sí se sabe que están relacionadas con el sueño y con
la onirogénesis.
Entre los shuar y achuara, lo que uno ve, siente y percibe bajo los
efectos del ayahuasca se torna resoluto, y, al igual que los sueños
nocturnos, enmarca decisivamente su comportamiento posterior (FERICGLA,
1994). En la interpretación de los pasajes oníricos y de
la imaginería del ayahuasca, cuando un shuar no los entiende por
sí mismo recurre a los ancianos, depositarios de su sabiduría
oral tradicional. Hasta tal punto dan importancia los shuar a sus ancianos,
que cuando un individuo que no es de la familia quiere hablar a solas con
uno de ellos debe pedir permiso al resto del grupo familiar, el cual se
reúne para decidir si lo permite. El temor suele estar en que el
forastero -aunque sea conocido- trate de provocar algún mal en el
anciano, con lo que dejaría al resto del clan sin la posibilidad
de entender algunas de las visiones tenidas a raíz del consumo de
ayahuasca y, con ello, quedarían faltos de recursos para tomar decisiones,
a menudo vitales. A causa del proceso de aculturación, los chamanes
de hoy día han perdido muchos de sus conocimientos y ya no saben
interpretar la imaginería como hasta hace unas décadas. Antiguamente
-en esta etnia jivaroana, podríamos situarlo en la década
de los años 1950- había maestros en la decodificación
y explicación psicológica de los sueños y las visiones.
Así, los indígenas amazónicos toman ayahuasca
y tabaco para curarse por medio de la imaginería. Además,
visiones y sueños les indican cómo vengarse, cómo
actuar en caso de conflicto o de indecisión, etc. y en este sentido,
cabe realizar una distinción entre las finalidades explícitas
del uso de ayahuasca entre los adultos, los niños, los jóvenes
y los chamanes.
Entre los adultos shuar y achuara, el consumo del enteógeno
actúa como mecanismo de desfogue social: se usa para buscar soluciones
mediatas (para soluciones inmediatas se usa la chicha, el ají o
el tabaco) desde un estado de lasitud consciente. Consumen ayahuasca para
resolver sus problemas, para reafirmar su cosmovisión y para entrar
en contacto con su mundo mítico. Lo toman para hablar de su Anítam,
para que les dé poder y para establecer normas y procedimientos
sociales, para condicionarse, para reforzar ideas referidas a soluciones
y para canalizar procesos mentales en un sentido que podríamos llamar
de oniromanáa abierta a interpretaciones (lo que ven es parte de
lo que tienen que hacer).
Por su lado, entre los niños jivaroanos se usa la mixtura enteógena
para codificar y condicionar conductas. Por ejemplo, se les administra
para que los niños pequeños devengan robustos y rápidos,
para que sean valientes o para que crezcan siendo buenos cazadores. Respecto
de los jóvenes, se usa el enteógeno durante la pubertad para
reafirmar su identidad ya que, según los shuar y achuara, da seguridad
en los mecanismos que regulan el comportamiento.
Los chamanes o brujos afirman consumir ayahuasca para tener premoniciones:
al margen de la aceptación científica o no, los chamanes
ayunan y se preparan para ver, elucubrar e interpretar situaciones presentes
o futuras. Además de los usos específicos por grupos de edad,
los shuar beben ayahuasca para vomitar ritualmente, y en esta ocasión
tan solo hierven la liana Banisteriopsis caapi, sin el segundo componente
que aporta la DMT4. Todo ello podría concretarse diciendo, pues,
que el ayahuasca es una para activar mecanismos compensatorios de la conducta,
aplicados al autoanálisis y a la búsqueda de resoluciones
a los conflictos presentes, tanto de carácter emocional como de
carácter adaptativo general.
NOTAS DE PIE DE PÁGINA
1) 2)Enteógeno: neologismo que libremente traducido viene a significar
«dios dentro de nosotros» (acuñado a partir de la raíz
griega teus, dios. Se utiliza en medios especializados desde hace tres
décadas para referirse a aquellas substancias de uso milenario,
y casi siempre de proveniencia vegetal, que el ser humano ha consumido
desde los orígenes de la prehistoria conocida para ponerse en contacto
con su concepto de divinidad, sea el que fuere. Hasta hace unas décadas
se usaba el término «alucinógenos» para referirse
a tales substancias, categoría lingüística absolutamente
errónea dado su sentido literal y porque se trata de una palabra
que ha sido cargada con un contenido negativo totalmente alejado del sentido
con que los humanos han consumido tales substancias psicoactivas durante
milenios.
3) Ayahuasca: proviene de los términos Quichuas sya, «cuerpo
muerto» o simplemente «muerto», y huasca que significa
«cordel gordo» y «soga». Según el Diccionario
de Lengua Quichua del P. Diego Gonçalvez, publicado en 1952 por
el Instituto de Historia de Lima (Perú), la expresión literal
«cuerpo muerto» en Quichua es Aya huañuk vccu, y «muerte»
es Nuañuy, por lo que Aya Huasca, viene a significar «la soga
(liana) que permite ir al lugar de los muertos».
4) En referencia a este uso de la liana sola, cabe mencionar que en
el año 1929 K. Beringer y K. Williams usaron la harmina -el principal
alcaloide de la liana- para combatir el parkinson. En la década
de los años 40 A.G. Beer estudió los efectos farmacológicos
en gatos demostrando que posee efectos estimulantes en el SNC. En la década
de los 60 se verificó que la harmina es un potente inibidor de la
MAO. Y en el 59, Pletscher propuso que la harmala debía su actividad
psicoactiva justamente a su acción de IMAO {OTT, 1996):
Este texto es un capítulo de un trabajo más extenso de
J. Fericgla titulado : Chamanismo, Ayahuasca y Oniromancia, que forma parte
del listado de artículos y documentos de nuestra revista y se encuentra
a disposición de los lectores de Mithos.