«La tradición védica explica que lo disperso
son los miembros de Purusha primordial (principio primordial: el
espíritu), que fue dividido en el primer sacrificio realizado al
principio por los devas (seres angélicos que primeramente fueron
hombres: los seres brillantes), dando origen a todos los seres manifestados.
Es evidente que se trata de una descripción simbólica del
paso de la unidad a la multiplicidad, sin el cual, efectivamente, no podría
haber manifestación alguna. Puede intuirse ya que la «reunión
de lo disperso» o la reconstitución del Purusha tal como era
antes del comienzo, si cabe expresarse así, o sea, el estado de
no manifestación, no es otra cosa que el retorno a la unidad primordial»
Podemos hacer aquí una nueva analogía similar a la
anterior. La multiplicidad del uno vuelve a repetirse, pero quienes sacrifican
a ese uno para hacerlo múltiple son los Devas, Seres brillantes
que, en definitiva, son los «Portadores de la Luz» (Lucifer).
La separación está dada por lo que el mismo Guénon
nombra de esta manera:
«El hecho que se diga que es sacrificado por los Devas, no constituye en realidad ninguna diferencia, pues los Devas no son, en suma, sino las «potencias» que porta en sí mismo»
Podemos ver aquí que la simbología vuelve a repetirse:
Una unidad disgregada por componentes de sí misma.
Por su parte, dentro de la teología católica, los ángeles,
a quienes podemos equiparar con los Devas hindúes, son seres que
forman parte de Dios, pero al mismo tiempo son sus cualidades.
Los ángeles llevan nombres de cualidades y de acciones (lo que
son y lo que pueden hacer), y de virtudes. Por tanto, podemos decir que
de todas las cualidades que representan a la multiplicidad, y luego, a
la unidad, Satanás es la de la separatividad (no olvidemos que satanás,
o Lucifer, son ángeles caídos), por tanto son el principio
activo, y la caída en sí misma es el conjunto de las cualidades
que acompañan a la separatividad. Obviamente no puede haber separación
si no hay primero unidad, por tanto no puede haber un creador sin un diablo
que lo represente.
¿Qué sucede con la conciencia?
Decíamos que la multiplicidad, vista en el microcosmos representa
al proceso de individuación, es decir, al desarrollo del ego humano.
También decíamos en el número anterior, que esta
conciencia también parte de una separación inicial, que es
la separación del bebé de su propia madre, en la que deja
de sentirse uno con el otro para, con el desarrollo, pasar a ser uno con
sí mismo.
También las cualidades tienen su implicancia dentro de esta
evolución si tenemos en cuenta las distintas personas que uno va
siendo a lo largo de su vida y todos los yoes que uno va distribuyendo
por el mundo en igual período de tiempo.
Imaginemos que cada uno de los roles que nosotros asumimos en los distintos
estratos de nuestra vida ( la casa, el trabajo, los amigos, y uno con uno
mismo), son pequeñas partes, pequeños yoes que en definitiva
son los que componen al propio Yo, más todos los yoes adquiridos
a lo largo de nuestra vida ( la parte de papá, la de mamá,
la del maestro, la de la hermana, la del amigo, la del libro que leímos,
la de nuestro pensamiento político, y miles de etcéteras
que en definitiva forman a nuestro yo).
Cada uno de estos pequeños yoes son en realidad esas potencias
a las que se refería Guénon en párrafos anteriores.
La suma de estos yoes son los que van a dar forma a nuestro ego, y
son los receptores y responsables de que cada uno de nosotros vea a la
vida como la ve: desde un lugar que elige entre múltiples lugares,
pero siempre a partir de una dualidad.
Cada ser humano es único e irrepetible porque es imposible que
coincidan las partes que conforman la personalidad de cada ser humano.
Al mismo tiempo, lo que cada uno de nosotros «es por sí
mismo», queda sepultado bajo esta basta pila de yoes adquiridos,
que se alejan aceleradamente de lo que es la esencia de cada uno.
Las banderas de la racionalidad
Una de las pruebas de que nuestra verdadera esencia queda atrapada en
los roles que jugamos a lo largo de nuestra vida, es precisamente lo que
llamamos racionalidad.
Nos creemos y sabemos seres racionales, sin embargo, muy poca de esa
racionalidad es razonada por nosotros. Nuestra razón es más
bien un acto reflejo.
Un pensador de la tradición llamado Ouspensky lo describe de
una forma clara y concisa:
«por acto racional se entiende aquel que es conocido por el sujeto
actuante antes de su ejecución; aquel al que el sujeto actuante
puede dar un nombre, definir, explicar, puede decir su causa antes de su
ejecución.
Actos automáticos son los actos que han sido racionales para
un sujeto determinado, pero que por razón de frecuentes repeticiones
se han hecho habituales y son efectuados inconcientemente.
Los actos automáticos adquiridos de animales entrenados fueron
previamente racionales no en el animal pero sí en el entrenador.
Estos actos, con frecuencia, parecen racionales, pero es una completa ilusión.
El animal recuerda la sucesión de los actos y por ello los actos
parecen racionales y oportunos. Y realmente fueron razonados, pero no por
él.»
Esto habla de que estamos tan ocupados (repletos) por los dichos y
haceres de los otros, que si nos sacamos de encima aquello que el otro
dijo, creemos que adentro no va a haber nadie, sin embargo siempre vamos
a estar nosotros, nuestra esencia.
Partiendo del punto de que venimos de una evolución contínua
a lo largo del tiempo (llámese encarnaciones o herencia genética),
esta esencia tendría una particularidad como existencia única
y personal.
Sin embargo, me atrevería a decir que es precisamente la experiencia
que hacemos a través de esos yoes la que va formando y fortaleciendo
el ego, haciéndolo madurar, alimentándolo pero también
guiándolo hacia su propia destrucción.
Más cerca de casa
Si tuviéramos que aplicar estos conceptos a los comportamientos
sociales, diríamos que precisamente, lo que crea a las sociedades,
las alimenta y las hace crecer, es precisamente el desarrollo y la suma
de esas individualidades. De hecho las sociedades, y sobre todo las más
modernas, no se basan en la sustancia (cualidad) sino en su manifestación
que es el número (cantidad). La sustancia de una sociedad
da lugar a la creación de su arquetipo, en cambio el número
se manifiesta como la suma de individualidades.
Sin embargo, como cada sistema lleva implícito el germen de
su propia destrucción, podemos ver que cuando éstas individualidades
se alejan tanto de su esencia que no pueden ni siquiera recordar quienes
son, perdiendo su identidad como seres y como humanos, se hace necesaria
la aparición del concepto contrario, esto es, el de la unidad. Hoy
por hoy, los protagonistas de la historia son apenas una suma de individualidades
sobre una masa amorfa que va a la saga de la historia y solo reponden a
lo trazado por los otros. En cierta medida, ésto también
se relaciona con lo que Mircea Eliade nombraba como la historicidad que
es cíclica, contrapuesta a la sacralidad, que es intemporal.
Podemos hacer aquí una analogía basándonos en
lo dicho en el artículo anterior.Cada una de estas fuerzas a las
que personalizamos a través de figuras míticas, son en verdad
arquetipos que representan a determinadas fuerzas de la naturaleza, Hablamos
de las fuerzas de la unidad, o fuerzas pasivas y las fuerzas activas de
la separatividad, que dan dinámica a la manifestación. Las
fuerzas pasivas representadas en la etapa anterior a la creación
y las fuerzas dinámicas que nacen a partir de la creación.
La primera fuerza creadora y conceptualmente benévola, y la segunda
disgregadora y conceptualmente maléfica en los libros sagrados pero
que en el simbolismo son en realidad parte de una misma fuerza de manifestación
que popularmente fueron traducidas como Dios y Satanás
Estas dos fuerzas arquetípicas, funcionales y opuestas, no pueden
estar en conflicto permanente porque no habría evolución,
sino que requieren de una síntesis que armonice los opuestos, y
aquí aparece un tercer arquetipo, que es la fuerza crística
o de síntesis.
Carl G. Jung en su ensayo sobre la Trinidad*, lo nombra de esta
manera paralela a las ideas de Guénon ( ver recuadro):
"El uno tiene un lugar privilegiado, que reaparece en la filosofía
natural de la Edad Media. Para ésta, el uno no es todavía
una cifra, sólo el dos. Dos es el primer número debido a
que con él se establece una separación y un aumento, sólo
a base de los cuales se empieza a contar, Con el dos aparece, al lado del
uno, un otro, lo cual es tan significativo que, en muchos idiomas, "otro"
quiere decir directamente "segundo"...".
".....El dos se refiere a un uno que se distingue de lo uno incontable, Con el dos se destaca de lo uno el uno, que no significa otra cosa que el resultado de la disminución por escición y transforma a aquel uno en "número". El "uno" y el "otro"constituyen una antítesis, lo que no sucede con uno y dos, que son simples números, que sólo se distinguen por su valor aritmético y no por otra cosa. Pero el "uno" trata de conservar su calidad de uno y único, en tanto que el "otro" aspira a ser precisamente un otro frente al uno. El uno no quiere liberar al otro, porque de esa manera pierde su carácter, y el otro trata de desprenderse del uno para existir. De esta manera se establece entre el uno y el otro una tensión de antítesis. Toda tensión de esta índole busca una salida de la cual resulta el tercero. En el tercero desaparece la tensión y de nuevo aparece el uno perdido. El uno absoluto es incontable, indeterminado e irreconocible; solo cuando aparece en la cifra uno se lo puede reconocer, ya que en el primer estado falta el "otro", que es imprescindible para tal percepción. La tríada es un paso adelante del uno hacia su percepción. Tres es el "uno" vuelto perceptible, que sin la aparición de la antítesis del "uno"y el "otro" hubiera permanecido en un simple estado de determinabilidad. *Ënsayo para una interpretación psicológica del dogma de la Trinidad (1940)-La simbología del espíritu.C.G.Jung-Fondo de Cultura Económica |
Crear para destruir, destruir para crear
Crear un universo a partir de la destrucción y destruirlo para
volver a crear parece ser el comportamiento y la dinámica
de las fuerzas de la naturaleza. Al decir ésto digo también
que el hombre, al formar parte de ésta no ha de tener un proceso
distinto. Siendo que al hombre lo diferencia su conciencia de ser, esta
conciencia ha de tener los mismos mecanismos. En principio, porque no hay
posibilidad de manifestación psíquica que no esté
sentada en la dualidad, de hecho, los sistemas lógicos se apoyan
en el dualismo. El dualismo fue precisamente, como vimos en el número
anterior, uno de los aportes de la serpiente bíblica al dotar al
hombre de libre albedrío. No puede haber albedrío, es decir,
elección, si no hay como mínimo dos cosas entre las cuales
elegir.
En el nivel humano, la creación del yo para volver a disolverlo
es un aspecto del aprendizaje y de la obtención del conocimiento.Desestructurar
y volverse a estructurar es la dinámica del cambio. Por tanto el
camino del ego es precisamente el mismo: éste puede acrecentarse
a partir de su formación, disolución y reestructuración.
Sin embargo, esta nueva estructuración aparecerá con elementos
distintos, con nuevas pautas de conocimiento y de aceptación, que
es lo que marca la obtención del conocimiento y del aprendizaje.
La desestructuración sin motivos que la sustenten y sin elementos
nuevos que la rearmen se transforma en locura, porque es el vacío.
Sin embargo, no siempre es el vacío cuando la elección se
dirige no a la dualidad sino al principio inicial de la conciencia.
Y ésto también está planteado en los mitos cosmogónicos
universales, como por ejemplo en el Tao (ver recuadro).
El Tao que puede recorrerse
No es el Tao eterno El nombre que puede ser pronunciado No es el Nombre inmutable Sin nombre, es el No,Ser
En el perpetuo No-Deseo
Lao-Tse
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