EL TIEMPO Y LOS RITUALES


Creencias, rituales y preceptos de carácter moral, en estrecha relación como aspectos de una misma realidad, están en el meollo de toda religión. Las creencias pertenecen al ámbito del pensamiento y en muchas culturas en función de ellas se ha desarrollado la propia visión del mundo. Los rituales -de adoración, petición, sacrificios y ofrecimientos a los seres divinos-, son acciones que se practican en determinados tiempos y lugares. Los preceptos o mandamientos se dirigen a establecer un orden moral y asimismo a normar los actos rituales.
Las creencias pueden considerarse como sistemas conceptuales, estructurados en distintos grados según las religiones. Son asimismo objeto de la especulación de sacerdotes y sabios, responsables en última instancia de su transmisión y enseñanza a la comunidad. Los rituales, aunque también ostentan estructuras y ordenamientos que deben aprenderse y atenderse, rebasan lo meramente conceptual y constituyen manifestaciones de la religiosidad. Las formas más íntimas de esas manifestaciones pueden identificarse en los actos personales de oración, sacrificio y adoración practicados en el hogar o en otros lugares, incluyendo las escuelas y los templos. Desprovistos en general tales actos de solemnidad, muchos de ellos se producen de acuerdo con ciertas normas y en determinados momentos. Como ejemplo pueden aducirse las oraciones y ofrecimientos que en el seno de la familia se hacen al levantarse, al tomar los alimentos y al acostarse.
A diferencia de tales prácticas, las manifestaciones de la religiosidad asumen con frecuencia un carácter público y solemne. Integran entonces los rituales sagrados que, siempre en tiempos y ubicaciones determinadas y en cumplimiento de lo prescrito, se celebran con la participación de muchos. Su carácter comunitario puede abarcar en determinados contextos desde la familia extensa -en rituales como los de la imposición del nombre al recién nacido, el matrimonio, la consagración de la casa, las exequias- hasta gran parte del pueblo precedido por el sacerdocio y los otros dignatarios del gobierno. Ello ocurre en las fiestas que se celebran con la liturgia que, en concordancia con determinados preceptos, corresponde a los distintos tiempos en función de los cómputos calendáricos.
A la luz de esto se comprenderá mejor por qué, al estudiar los rituales de una religión, debe atenderse a la ubicación de estos en el tiempo, acompañado siempre de una coordenada espacial.
 
LOS RITUALES DE LOS MEXICAS: RIQUEZA Y COMPLEJIDAD

Se ha dicho y repetido que la religión permeaba la vida entera de los mexicas y de los otros pueblos de Mesoamérica. Son ciertamente muchos los testimonios al alcance que nos lo hacen ver. En sus creencias, ritos y ceremonias encontraban los mesoamericanos el sentido de su existencia en todo momento, a lo largo de sus varios ciclos calendáricos.
Los invasores españoles y después los frailes misioneros, a partir de sus primeros contactos con los mesoamericanos, quedaron profundamente impresionados por lo que fueron percibiendo de las que llamaron "idolatrías de los indios". Sobre todo al enterarse de la práctica de los sacrificios humanos, tuvieron por evidente la influencia en ellos del Demonio. Como evangelizadores que eran, varios se propusieron inquirir acerca de esas creencias, preceptos y sangrientos rituales para que, debidamente identificados, pudieran ser extirpados.
Investigaron así algunos de esos frailes y nos dejaron copiosa información, en particular acerca de las creencias y prácticas de los mexicas y otras gentes de lengua y cultura nahuas. Lo reunido por ellos ha sido y sigue siendo objeto de muy variadas formas de apreciación, sobre todo desde puntos de vista críticos dirigidos a valorar su autenticidad como testimonios de la antigua cultura.
Ofrecer una visión de conjunto de lo más sobresaliente en los rituales de la religión, tal como la practicaban los mexicas, es tarea en extremo difícil por varias razones. Una es la inexplicable relación entre creencias, rituales y preceptos, que puede volver arbitraria y riesgosa cualquiera separación entre los que son aspectos o elementos de una misma realidad. Otra proviene de la complejidad y abundancia de los rituales. Comprenden éstos prácticas o formas ceremoniales sumamente variadas en distintos momentos y circunstancias en el transcurrir de la vida personal, familiar y social de los mexicas.
Una razón más añadiré, para poner de relieve la enorme dificultad que conlleva ofrecer una visión de conjunto de los rituales. Tiene que ver con las fuentes o testimonios al alcance para acercarse a ellos. Por una parte, tales fuentes, si bien son bastante copiosas, presentan muchas oscuridades e interrogantes. Sobresalen en el conjunto de fuentes varios códices o antiguos libros con pinturas y signos glíficos. Algunos, entre ellos el conocido como Borbónico, pueden identificarse como mexicas o muy cercanos a la cultura de éstos. Otros, en número de cinco, que integran el grupo denominado Borgia -en razón de uno que perteneció al cardenal Stefano Borgia-, no siendo de origen mexica, guardan no obstante considerable relación con sus creencias y rituales. Mucho es lo que en estos y otros códices puede investigarse sobre el tema que nos ocupa. Pero hay que reconocer que el estudio de lo que uno solo de esos códices incluye en relación con los rituales sagrados, requeriría no poco tiempo y espacio.
Otro tanto puede decirse de la significación religiosa, y en particular ritual, del gran número de monumentos -conjuntos ceremoniales, templos piramidales, altares, esculturas, pinturas-, y otros muchos objetos que deberían ser tomados en consideración para dar adecuado fundamento a una exposición sobre el tema que aquí interesa. Y, puesto que en las obras de los frailes y otros cronistas españoles e indígenas, así como en sus compilaciones de textos en náhuatl, hay asimismo incontables referencias a los rituales, también habría que dirigir la mirada con enfoque crítico sobre ellos.
Lo expuesto justificaría, según creo, abstenerse de cualquier intento de abarcar en apretada síntesis tema tan rico y complejo. He aceptado, sin embargo, la invitación porque se me hizo ver que no podía estar ausente aquí una consideración sobre los rituales sagrados de los mexicas. Como opción, la menos temeraria, he adoptado la de formular un elenco de señalamientos a los principales géneros de rituales, indicando a la vez los contextos espacio-temporales en que se celebraban, así como algunas de las fuentes para acercarse a ellos.
Lejos de pretender describir los distintos rituales, lo que requeriría centenares de páginas, busco poner de relieve la riqueza del tema que rebasa con creces el de los sacrificios humanos, tantas veces obsesivamente aducidos.
 

LOS RITUALES ACOMPAÑANTES DEL CICLO VITAL

Comenzaré por los que suelen llamar los antropólogos "ritos de pasaje". Son los que se practican al ocurrir aconteceres como el nacimiento, imposición del nombre, ofrecimiento o ingreso a la escuela, llegada de la pubertad, matrimonio, embarazo, enfermedad grave, muerte y exequias.
Consta que entre los mexicas existían rituales para cada unos de esos y otros momentos tenidos como muy importantes en la vida. Aunque no se ha conservado códice alguno mexica de origen prehispánico que ilustre estos rituales, existen otros testimonios que pueden arrojar considerable luz al respecto. Entre ellos hay varios incluidos en códices del grupo Borgia y de la región mixteca, portadores de tradiciones culturales del período posclásico, que guardan considerable semejanza con los de los mexicas.
Así, por ejemplo, en la página 19 del Códice Nuttall (prehispánico de origen mixteco), se representan varios rituales que, de acuerdo a arraigados preceptos y costumbres, acompañan al matrimonio. Entre ellos sobresale el del baño en un temazcal, que tenía lugar al quinto día del matrimonio, práctica a la que hace también referencia fray Toribio de Benavente Motolinía en sus Memoriales (segunda parte, capítulo V), escritos hacia 1541. Ilustraciones parecidas a las del Nuttall pueden verse también en la página 61 r. del Códice Mendoza, mexica de la temprana época colonial. Allí se representan asimismo escenas como la del nacimiento, ofrecimiento del niño en el templo, educación en el hogar y en la escuela y otras muchas más.
Hay asimismo algunos textos en náhuatl procedentes del altiplano central en los que se describen puntualmente "los casamientos de estos naturales". Buena muestra la proporciona el capítulo XXIII del libro IV del Códice Florentino. Es éste un huehuehtlahtolli, "antigua palabra" que, junto con otros, hizo copiar fray Bernardino de Sahagún hacia 1547. En él, además de describirse puntualmente los rituales del matrimonio, se conservan las palabras ceremoniales que se dirigían a los novios. Además en ese mismo libro del Códice Florentino hay otros huehuehtlahtolli referentes a buen número de momentos de gran trascendencia en el ciclo vital de los mexicas.
De la autenticidad de estos textos, respondiendo a algunos "émulos" que la habían puesto en tela de juicio, notó Sahagún que "todos los indios entendidos, si fueran preguntados, afirmarían que este lenguaje es propio de sus antepasados y obras que ellos hacían".
Otra muestra de este género de rituales, plenamente documentables, es el relativo a la muerte y las exequias. En varios códices del grupo Borgia se representa la forma como se envolvía a los muertos y los objetos que se colocaban a su lado antes de proceder a su cremación. Puede citarse como ejemplo la página 17 del Códice Fejérvary-Mayer o Tonalámatl de los Pochtecas. Escenas parecidas se hallan en el Códice Laud, también prehispánico, p. 27; y en el Magliabecchi, p. 67, que es de origen nahua posthispánico.
Los rituales mortuorios son considerados asimismo con cierto pormenor en el capítulo X del apéndice al libro III del Códice Florentino. Allí se incluye otro huehuehtlahtolli que habla del modo como ataviaban y envolvían al cadáver, colocaban a su lado diversos objetos y luego lo quemaban. Añadiré que hay información sobre todo esto en varios de los relatos que recogieron en sus crónicas fray Diego Durán, el cronista Fernando Alvarado Tezozómoc y fray Juan de Torquemada al tratar acerca de las exequias de varios de los gobernantes supremos de los mexicas.
Estos ejemplos dejan ver ya con qué género de rituales acompañaban los mexicas los momentos tenidos como trascendentales a lo largo de su ciclo vital.
 

OTROS RITUALES CIRCUNSCRITOS TAMBIÉN A CONTEXTOS DOMÉSTICOS Y PARTICULARES

Los arqueólogos, y algunos que no lo son, descubren en incontables lugares donde se practican excavaciones en recintos urbanos o en las afueras de las poblaciones y en el campo abierto, figurillas de barro, puntas de pedernal, además de otra gran variedad de objetos de origen prehispánico. En muchos casos se trata de ofrendas que se hicieron con propósitos como los de propiciar la fertilidad de la tierra, consagrar el lugar donde se construye una casa y otros relacionados siempre con el culto a los dioses. De cualquier forma, la presencia de tales objetos es indicadora de la existencia de rituales practicados en contextos domésticos y otros particulares. Debemos al cura de Zumpahuacan, Pedro Ponce, en su Relación de los dioses y ritos de la gentilidad, un testimonio que ilustra lo dicho: "Habiendo edificado la casa y puesto en las cuatro esquinas algún idolillo o piedras de buen color y un poquillo de pisiete [tabaco], el señor de la casa llama a los maestros o viejos y visita la casa, mandan aparejar una gallina para otro día y que hagan tamales... y aderezada [la gallina] la toman con tamales y la vuelven a ofrecer al fuego, partida en dos partes, la una dejan en el fuego..."
A su vez, en el Códice Matritense que conserva los textos que recogió Sahagún en Tepepulco a partir de 1558, hay una amplia sección que lleva este título en náhuatl: "Ipan mitoa in izquitlamantli inic tlayecoltiloya teteu" ("En donde se dicen todas las cosas con que eran servidos los dioses"). Entre ellas se describen en náhuatl ritos y sacrificios, muchos de ellos de carácter doméstico.
Mencionaré las Tlamanaliztli, ofrendas de flores, animales y alimentos como tortillas de maíz que, de madrugada, debían hacer las niñas delante de las efigies de los dioses que había en el hogar. A su vez, los hijos varones participaban en las Tlenamaquiliztli, ofrendas de fuego, con un sahumador que se dirigía sucesivamente hacia los cuatro rumbos del mundo.
Los rituales de la Tlatazaliztli, arrojar (un fragmento del alimento) al fuego, antes de comer o de iniciar algo, como -según vimos-, en la edificación de una casa, y de la Tlachpanaliztli, acción ritual de barrer el patio de la casa cuando amanece, pertenecían también al dicho género de actos en el ámbito doméstico. Algunos de estos ritos pueden contemplarse representados en las pictografías del mismo Matritense y de otros códices como el Magliabecchi, p. 86, en donde se ve la ofrenda al fuego.

 
 
 
 
RITUALES EN CIRCUNSTANCIAS ESPECIALES PRACTICADOS POR DETERMINADOS CONJUNTOS DE PERSONAS

Pertenecen a esta categoría buen número de prácticas religiosas como, por ejemplo, las de los agricultores al comenzar la siembra o recoger las cosechas; las de los mercaderes o pochtecas al emprender sus viajes comerciales o llegar a sus destinos; las de diversos grupos de artistas y artesanos para propiciar a los dioses patronos de sus respectivos oficios; las de quienes van a salir de cacería o de pesca y otras varias más.
Estos rituales también debían celebrarse en tiempos determinados. Para encontrar cuáles eran los más propicios debía consultarse con los tonalpouhque, los que dicen o diagnostican los destinos de los días, de acuerdo con sus lecturas en los tonalámatl que de muy variadas formas incluyen registros de la cuenta astrológica de 260 días. Las fuentes principales para enterarse no sólo de cómo se practicaban estos rituales sino de sus significaciones y momentos propicios; son por esto los códices que se conservan del género de los tonalámatl. Entre ellos sobresalen el Borbónicos, el Tonalámatl de Aubin, el Telleriano-Remense y el Vaticano A, todos muy próximos al ámbito cultural mexica.
Dado que estos códices proceden de años posteriores a la invasión española, debe aplicarse el recurso de la comparación de su contenido con el de los del grupo Borgia. Hay que reiterar que éstos son todos prehispánicos, si bien de áreas distintas, aunque con afinidad cultural respecto de los nahuas del valle de México. Muestras de rituales relacionados con las prácticas de la cacería y los tiempos propicios para ellas las ofrece, por ejemplo, el Vaticano B en las páginas 77 y 96. Por su parte el que he llamado Tonalámatl de los Pochtecas (mercaderes), porque incluye muchas referencias a los mismos, vuelve posible enterarse de algunos de sus rituales y días propicios para ellos. En estos y otros códices hay pinturas alusivas a las diversas circunstancias y prácticas. y asimismo signos que representan los días que les corresponden con sus numerales de acuerdo con los cómputos de la cuenta astrológica de 260 días distribuidos en trecenas.
Asimismo hay en el Códice Florentino numerosos textos en náhuatl, acompañados de ilustraciones tardías, en los que se describen los rituales que debían practicar, y en qué momentos, los agricultores, mercaderes, diversos artistas, cazadores, pescadores, guerreros y otros. Esos textos están incluidos sobre todo en el libro IV del dicho Códice, cuyo tema es "De la astrología judiciaria". Una muestra citaré; la referente al ritual que correspondía a los pintores y a las mujeres tejedoras de prendas de vestir para honrar el signo del día 7-Flor, vinculado a la diosa Xochiquétzal (Códice Florentino, libro IV, capítulo II).
De los rituales propios de los que trabajaban la tierra hay numerosas referencias en el mismo Florentino, en varios del grupo Borgia y también representaciones plásticas como las esculturas de Chicomecóatl, la diosa de los mantenimientos, que aparece a veces con ofrendas de mazorcas tiernas de maíz.
Entre las ceremonias que tenían lugar a lo largo de la cuenta del año solar de 365 días, mencionaré por su relación con este género de prácticas y ofrendas la de la veintena de días llamada Atemoztli, "Descendimiento del agua". Comenzaba ya a tronar el cielo y caían las primeras aguas. Entonces "la gente, por amor del agua, hacía votos de hacer las imágenes de los montes" (es decir de los dioses de ellos, los tlaloque). Dichas imágenes, hechas de masa de bledos, se colocaban luego en los adoratorios de las casas y, delante de ellas, toda la familia y otros invitados comían tamales pequeñitos, en tanto que unos jovenzuelos tañían sus flautas.
La mención de la veintena de días Atemoztli nos lleva ya a atender a los más solemnes entre los rituales que practicaban los mexicas. Correspondían éstos a las grandes fiestas que tenían lugar en distintos templos, de acuerdo con el calendario de 365 días, de modo especial en el Mayor, el de Huitzilopochtli y Tláloc.
 

LAS GRANDES FIESTAS Y CEREMONIAS A LO LARGO DEL AÑO

Bien sabido es que los pueblos mesoamericanos, y por consiguiente también los mexicas, medían el tiempo valiéndose de un calendario solar de 18 veintenas de días, más cinco al final, tenidos éstos como aciagos. Justamente en cada una de las veintenas, y de acuerdo con los preceptos de su liturgia, era cuando tenían lugar las múltiples ceremonias y en particular una fiesta con la que culminaban los varios rituales.
Para el estudio de estas fiestas se dispone de varios códices indígenas y de un conjunto de textos escritos con el alfabeto, algunos en náhuatl y otros en castellano, de tiempos posteriores. Entre los códices sobresale el ya mencionado Borbónico que en sus páginas, de la 23 a la última, incluye con pinturas y algunos glifos representaciones de gran interés de cada una de las 18 fiestas, además de la correspondiente a la del Fuego Nuevo, al cerrarse un ciclo de 52 años. También los códices Telleriano, Vaticano A, Magliabecchi, Tudela y Matritense, en sus "Primeros memoriales", ofrecen imágenes y caracteres referentes a cada fiesta.
Es cierto que estos códices proceden de los años que siguieron a la invasión española. Pero el hecho de haber sido elaborados de manera independiente -con excepción del Telleriano y el Vaticano así como probablemente del Magliabecchi y el Tudela que respectivamente guardan estrecha relación entre sí- permite afirmar que estamos frente a varias fuentes independientes cuyas coincidencias testimoniales avalan su veracidad. Y diré aquí que es sorprendente que hasta ahora no se haya intentado un análisis comparativo del contenido de estos códices en cuanto a las fiestas se refiere, ni tampoco se haya realizado esto en relación con todos los textos en náhuatl y en castellano que tratan de las mismas.
Las descripciones que se conservan en náhuatl de las 18 grandes fiestas que celebraban los mexicas a lo largo del año -una breve y otra mucho más extensa-, se conservan en el Códice Matritense y asimismo en el Florentino. Textos en castellano también sobre las fiestas, y que son además testimonios obtenidos de manera independiente de los ya mencionados, son los que proporciona fray Diego Durán en su Historia de las Indias de Nueva España que incluye asimismo pinturas, obra que más tarde influyó en el trabajo del jesuita Juan de Tovar, la Relación del origen de los indios. También son fuentes independientes sobre esto lo aportado por fray Toribio de Benavente Motolinía en sus Memoriales así como varias de las Relaciones geográficas del siglo XVI, entre ellas las de Acolman, Tlaxcala y Teotitlán del Camino.
Con apoyo en este caudal de testimonios, a los que podrían añadirse las múltiples alusiones a algunas de estas fiestas en otras varias crónicas, es posible asomarse al universo de las celebraciones mexicas y sus complejos rituales. Y, puesto que ahora nos es dado contemplar cuanto ha salido a luz de lo que fue el Templo Mayor de Tenochtitlan, la imaginación podrá ubicar un poco mejor los relatos y representaciones pictóricas que nos hablan del esplendor del culto religioso que ahí se desarrollaba, de acuerdo con las divisiones del tiempo y una compleja liturgia.
Limitaciones de espacio -y también de tiempo-, me impiden describir aquí cada una de esas grandes fiestas. Por ello he de limitarme a hablar de una sola particularmente interesante, la llamada Huey Tozoztli, "Gran vigilia".
Correpondía ella a la cuarta veintena de días. El conjunto de sus rituales guardaba estrecha relación con las actividades agrícolas. De modo particular hacían entonces adoración a Tláloc, Dios de la Lluvia y a Chicomecóatl, la Diosa de Nombre Calendárico 7-Serpiente, protectora de los mantenimientos.
Aunque no hay coincidencia en quienes informan acerca de cuándo caía esta fiesta en términos del calendario cristiano, puede situarse su culminación en la segunda parte del mes de abril. Era este el tiempo en que, como lo nota Sahagún, había ya cañas de maíz en las milpas aunque todavía muy pequeñas. Recogiendo algunas, la gente del pueblo "componíalas con flores e íbanlas a poner delante de su diosa a la casa del que llamaban calpulli y también ponían comida delante de ellas".
En el conjunto de testimonios sobre esta fiesta, algunos enfatizan el culto que se daba en ella a Tláloc, dios de la lluvia. Tal es el caso del Códice Borbónico y del relato de fray Diego Durán en su Historia de las Indias de Nueva España. Otros, en cambio, privilegian a Chicomecóatl como deidad que era entonces centro principal de los rituales.
Los códices Vaticano A. Magliabecchi y Tudela, así como los relatos de Sahagún en los códices Matritense y Florentino, aducen a la imagen de esta diosa y tratan ampliamente acerca de ella. Para explicar esta diferencia hay que recordar que Tláloc y Chicomecóatl guardaban relación estrecha con los mantenimientos y podían ser a la vez objeto de adoración dentro de la concepción dual que tenían los mesoamericanos de la divinidad.
 

 
 

En la página 24 del Códice Borbónico, dedicada a esta fiesta, aparece Tláloc en el adoratorio de un templo erigido sobre un monte. Esta imagen puede simbolizar tanto a un templo, verosímilmente el principal de Tenochtitlan. como a una elevación geográfica, ya que precisamente en los montes se rendía especial culto a Tláloc. A él se dirigen en la representación de este códice varias personas. Dos llevan a cuestas un niño. Una presenta insignias de papel rociado de hule y otra va portando unas banderas. Otras dos traen como ofrendas haces de leña y un cesto con comida. Por su parte, el texto en náhuatl recogido por Sahagún refiere que buen número de muchachas, llevando mazorcas de maíz del año pasado, iban a presentarlas en procesión ante el templo de la diosa Chicomecóatl. Después, se tomaba de esas mismas mazorcas la semilla para la siembra del año próximo. Otro ritual consistía en hacer con masa de bledos la imagen de la diosa y colocarla en el patio de su templo para ofrecerle allí todo género de mantenimientos.
Rica en detalles complementarios es la pintura de esta fiesta en los "Primeros memoriales" de Sahagún. Allí se ve, en un pequeño rectángulo, un personaje sentado que tiene, como en el Borbónico un adorno de papel salpicado de hule. Tres cabezas humanas, dos de ellas con su amatlaquemitl, especie de pechera hecha de papel, propia de los tlaloque, dioses de la lluvia, están ante él, lo que confirma la convergencia de las deidades. También aparecen allí las muchachas con sus ofrendas y dos sacerdotes que suben al templo de Chicomecóatl, representado por una mujer que va a ser sacrificada.
Otra ceremonia muy especial tenía entonces lugar, no ya en el recinto del Templo Mayor sino en el conocido como cerro de Tláloc, situado al sur de Tezcoco. A él acudían en procesión los señores de México, Tezcoco y Tlacopan con los sacerdotes y una gran multitud. En la cumbre, donde estaba el santuario del dios de la lluvia, se celebraba la fiesta. Tanto allí como en el Templo Mayor, se hacían varios sacrificios, entre ellos algunos de niños. También se purificaban las mujeres recién paridas. El mismo Sahagún conservó los himnos sagrados que se entonaban en varias de estas fiestas. Hay dos dedicados respectivamente a Tláloc y Chicomecóatl que verosímilmente se cantaban entonces como parte de estos rituales.
Teniendo a la vista, o al menos en el pensamiento, la pintura que aparece en el Códice Matritense de Sahagún, podemos imaginar cómo las doncellas que bailaban ante el templo de Chicomecóatl, al igual que algunos dignatarios del sacerdocio, entonaban el himno dedicado a ella y que ha llegado hasta nosotros. Tal vez se trata de sólo un fragmento, ya que en su transcripción se conserva una única estrofa que se repite dos veces. Estas son sus palabras vertidas del náhuatl:

 

"Siete Mazorcas, levántate"
cúbrete de sangre, eres en verdad Nuestra Madre,
tú nos dejarás huérfanos,
tú ya te vas a tu casa, el Tlalocan."

Invocada como Siete Mazorcas, literalmente "Siete Olotes", la diosa madre Chicomecóatl, llamada también Xilonen, aparece en otros textos como Chalchiuhtlicue, "la de la falda de jade". Bajo esta advocación era adorada como señora de las aguas terrestres, aspecto femenino de Tláloc.

 
 

De los rituales que se hacían en esta fiesta en honor de dicho dios, unos tenían lugar en el Templo Mayor y otros en lo más alto del cerro que llevaba su nombre. No podemos saber si el himno a Tláloc que hizo transcribir Sahagún se entonaba en el recinto del templo, en el monte o en ambos lugares. Vamos a recordarlo con un breve comentario. En el se pide prestada a Tláloc la lluvia. Se mencionan también "manojos de ensangrentadas espinas", aludiendo probablemente a los niños que van a serle sacrificados.

 

"Ay, en México se está pidiendo un préstamo al dios.
En donde están las banderas de papel
y por los cuatro rumbos
están en pie los hombres.
¡Al fin es el tiempo de su lloro!
Ay, yo fui creado
y de mi dios
festivos manojos de ensangrentadas espinas,
ya llevo
al patio divino.
Ay, eres mi caudillo, Príncipe Mago,
y aunque en verdad
tú eres el que produce nuestro sustento,
aunque eres el primero,
sólo te causan vergüenza."

Luego, cual si el mismo dios respondiera, se entonan palabras que, por el contexto, parecen atribuírsele:

 

"Ay, pero si alguno
ya me causa vergenza,
es que no me conocía bien:
vosotros sois mis padres, mi sacerdocio,
Serpientes y Tigres."

De nuevo el coro de cantores retoma, como en una plegaria, las invocaciones dirigidas a Tláloc:

 

"Ay, en Tlalocan, en nave de turquesa,
suele salir y no es visto
Acatónal.
Ay, ve a todas partes,
extiéndete en Poyauhtlan.
Con sonajas de niebla
es llevado al Tlalocan
mi hermano Tozcuecuexi."

Por el contexto puede pensarse que quien habla luego es una de las víctimas que van a ser sacrificadas. Marchará al lugar del misterio, pero como es un niño, tal vez a los cuatro años vuelva a la vida en la tierra. Estas son las palabras del coro:

 

"Yo me iré para siempre.
es tiempo de su lloro.
Ay, envíame al Lugar del Misterio:
bajó su mandato.
Y yo ya dije
al Príncipe de funestos presagios:
Yo me iré para siempre,
es tiempo de su lloro. Ay, a los cuatro años
entre nosotros es el levantamiento.
Sin que se sepa,
gente sin número
en el lugar de los descarnados,
casa de plumas de quetzal,
se hace la transformación.
Es cosa propia del Acrecentador de los Hombres."

Concluido este himno, las danzas se sucedían una tras otra. La fiesta de Huey Tozoztli, la Gran Vigilia, culminaba con el regreso de los sacerdotes, los señores y el pueblo que descendían del cerro de Tláloc. Así como esta que se celebraba en la cuarta veintena de días dentro del calendario solar, había otras 17 fiestas más que, en tiempos determinados, y con apego a sus preceptos, daban vida una y otra vez a la liturgia sagrada de los mexicas. En esas fiestas, estrechamente relacionadas con el ciclo agrícola, se rendía culto a los principales dioses del panteón de los nahuas. De modo especial eran festejados Tláloc, Xipe-Tótec, Tezcatlipoca, Huitzilopochtli, Xilonen, Cihuacóatl, Huitztocíhuatl, Tlazoltéotl, Otontecuhtli, Mixcóatl, Teteoinnan, Xiuhtecuhtli, Yacatecuhtli y Quetzalcóatl. Con frecuencia afloraba en sus rituales la concepción dual de la divinidad. En última instancia a ella se hacía adoración invocándola en sus distintas manifestaciones.
Algunas de las muchas ceremonias que se practicaban en estas fiestas de hallan representadas en los códices. Otras se encuentran descritas en los textos en náhuatl, como el muy amplio ya citado acerca de "todas las cosas con que eran servidos los dioses". Cierto es que los sacrificios humanos tenían lugar muy importante entre los rituales mexicas. Con ellos se buscaba fortalecer la existencia del Sol y, por consiguiente, la del universo. La sangre se volvía principio de vida para dioses y hombres. Pero a la vez que se practicaban estos sacrificios había otros muchos, como el de la decapitación de codornices, colocación de espinas del autosacrificio, vigilias en la noche y también una gran variedad de ofrendas y ceremonias. Entre estas últimas estaban los toques de flauta a diversas horas del día y de la noche, las procesiones, presentación de flores y frutos, la quema de copal o incienso, los cantos, danzas y palabras rituales de los sacerdotes y sabios.
Diré en conclusión que, para acercarse al gran conjunto de los rituales de los mexicas y otros pueblos nahuas y en general mesoamericanos, debe tenerse presente que sus celebraciones estaban siempre normadas en función de las distintas medidas del tiempo. Las creencias, los preceptos, los ritos, las fiestas, el espacio y el tiempo sagrados existían así integrados como elemento primordial en la antigua cultura con arreglo a su concepción de un tiempo cíclico y sagrado. Bien valoró fray Bartolomé de las Casas la religiosidad de los mexicas y otros mesoamericanos cuando escribió en su Apologética historia sumaria que "nunca gente hubo en el mundo de cuantos hemos nombrado, ni parece haber sido... que tan religiosa y devota fuese ni de tanto cuidado y que tanto cerca del culto de sus dioses haya trabajado y arriesgado (hasta ponerse en riesgo), como los de la Nueva España. Esto parecerá en el proceso de lo que de sus sacrificios se considera bien claro, y no deja de parecer en lo que ya se ha dicho de los dioses que tuvieron..." (cap. CLXIX). Lo expuesto es mínima muestra de eso mucho de que habla el padre Las Casas y que cabe investigar acudiendo a testimonios como los aquí aducidos y también, si se quiere, a las supervivencias rituales, prueba inequívoca de la profunda religiosidad que perdura entre los pueblos indígenas del México contemporáneo.

 MIGUEL LEÓN-PORTILLA 

Bulto Mortuorio.
Códice Fejérvary-Mayer.