La Vila Olímpica
Alojar a todos los atletas en el interior de la Barcelona previa a 1992 no parecía una empresa sencilla. La ciudad estaba todavía subsanando los graves problemas urbanísticos de su interior, por lo que la opción más viable parecía ser la apertura al mar, siempre ignorado pese a su gran cercanía. Así pues, el consorcio organizador de los Juegos decidió levantar un barrio en la primera línea de costa, en contacto directo con la playa y con el nuevo puerto deportivo. Los atletas participantes en los Juegos se alojarían, pues, en edificios de nueva construcción, y cuya principal premisa sería el posterior uso ciudadano.
La imagen más conocida de la Vila Olímpica la han proporcionado las dos torres que presiden el Port Olímpic: una de las torres es el hotel Arts, obra de los arquitectos Bruce Graham y Frank O. Ghery, tiene 44 pisos y 456 habitaciones; la otra es la torre Mapfre, debida a la inspiración de Iñigo Ortiz y Enrique de León. Es un edificio de oficinas con un centro comercial situado en la planta baja. Estas dos torres, tienen una altura de 153,5 m y son las más altas del Estado español. También destaca el Centre Abraham, un recinto 'polireligioso' en el que los atletas de diferentes confesiones pudieron practicar sus ritos religiosos.
A simple vista, es posible apreciar su gran variedad en cuanto a diseño, forma y colorido, características que atribuyen al barrio una sólida personalidad. La Vila Olímpica cuenta, además, con una importante zona ajardinada y tiene ante sí el nuevo paseo marítimo de la ciudad, que hace las veces de núcleo de paseo y de centro de recreo. De hecho, la iniciativa privada se ha aprovechado de su privilegiada ubicación para crear nuevos negocios destinados al ocio nocturno, como pueden ser restaurantes y bares o discotecas.
Sin embargo,
las virtudes del barrio no esconden los defectos de construcción que
implicaron las prisas. Muchos de los edificios empezaron a mostrar sus carencias
tan sólo unos meses después de la celebración de los Juegos,
plasmándose éstas en forma de grietas en las fachadas, humedades
o desperfectos en las estructuras. Con el tiempo y tras muchas reivindicaciones,
se han ido solventando todos los apuros inmobiliarios, y Barcelona ya puede
presumir definitivamente de su nuevo barrio frente al mar.