En una noche de Agosto, como otras noches de otros años, nos reuniremos en torno a esta música para que con ella despierten las cosas que estaban dormidas. Nosotros las buscaremos en el fondo del sueño, bajo lo más oculto de nuestro olvido.
      Despertará, entonces, con esta música el que ha cultivado la tierra, inclinándose ante ella con la reverencia que se pone en el cuidado de lo permanente. Despertará el que ha conducido los rebaños, los ganados que desvelan apenas la altura de los puertos; el que ha labrado la madera, como con unas manos de ausencia, el que conoce el curso de los ríos y ha llegado hasta el lugar donde las aguas se confunden con el origen de la inocencia. Despertará el que ha pisado todos los caminos: los caminos de la partida que son tanbién los caminos del regreso, y ha alcanzado la montaña, donde una mano secreta mueve el viento y el silencio. Y despertarán la tierra, el río, la montaña, los árboles de sombra para nuestra sombra perdida, el lenguaje de los pájaros y todas las palabras que conocíamos.
      Vamos andando sobre olvidos, dolor diseminado, corazones ya idos para siempre. Que a todos los acoja -y a nosotros- la estancia próxima de esta noche.
      Y que la música que vamos a oir nos convoque a la mirada del primer día del mundo.