RELATOS sobre situaciones cuyo protagonista es el tabaco |
LA PANADERÍA |
Como todos los días, entro a la panadería a comprar el pan. Hay mucha cola y respetuosamente me coloco en orden para aguardar mi turno. Observo como a mi derecha, en la barra de la cafetería, contigua a la zona de almacenaje y venta del pan, varias personas charlan mientras toman café y una de ellas se fuma un cigarrillo, cuyo humo se esparce con capricho por la estancia. Un señor intenta saborear y tomar un tentenpie con cierto nerviosismo. Gente de pie al lado de la barra charlando. La cola se reduce. Estudio con cierta sorpresa el montón de revistas y periódicos amontonados en torno a la columna junto a la que me encuentro, su aspecto desaliñado de desorden es patente. Un turno más. Junto a la entrada y en el mostrador de venta de pan, una chica echa humo a destajo con descarada elegancia, junto a ella, su amiga y las vitrinas de la tartas y bollos, el pan yace desnudo al fondo. Me vuelvo hacia atrás y descubro un ambiente desolador, todo el suelo lleno de colillas, pipas, bolsas de plástico de patatas fritas y similares, sujeto mis monedas por temor a que se me caigan en tan ruin y caótica superficie, pues seguro que su búsqueda resultaría infructuosa. La chimenea humana no desiste de su empeño por ofrecernos gratis su dosis de nicotina y alquitran. Un paso más al frente. la maleducada sale del local llevándose el generador de agrio veneno, el humo permanece con nosotros por largo tiempo. "Por favor, dos bollos integrales" -digo, con agilidad, a la dependienta-. El aire se torna irrespirable y la sensación de salir de allí cuanto antes se acrecienta por segundos. Con los bollos en mi poder y habiendo satisfecho el pago previamente preparado con la cantidad exacta, salgo a la calle con ganas de respirar aire limpio de ciudad. Un hombre con un hermoso puro que pasea despacio abarcando toda la acera, me precede. Por un lado no quepo, por el otro, paso esquivo, veloz y satisfecho de sobrepasar esa mal oliente humareda y por fin poder aspirar el olor a monóxido de carbono de algunos vehículos que circulan por la amplia calzada. El fresco de la mañana se encarga de limpiar mis ojos y olfato de tales inmundicias adquiridas en tan breve espacio de tiempo, si bien, un olor a zapato sucio permanecerá en mis ropas y pelo hasta que una buena ducha jabonosa acabe con ese mal social que nos acecha y día a día nos envenena. |
Autor: Jesús (c) Copyright - 2003 - Todos los derechos reservados |