Francisco Torres
Por entre las flores que adornan la reja
asoma su cara alegre, risueña,
una sagalilla, modelo de hembra
con ojos muy negros y tez muy morena.
A poco un mocito de hechuras flamencas
de prisa y gozoso a la calle llega,
que es altar y trono,
altar de su diosa, trono de su reina.
Ya están frente a frente,
la pava comienza:
h.- ¡Hola Carmencilla, hola buena pieza!
m.- ¿A dónde has estao, Currito?
-contesta-, ¿por qué no ha venido a la ocho y media?
como toas las noches, ¿me tiée contenta?
hace algún tiempo que tengo sospechas
de que tú me engañas,
si verdad fuera te juro por ésta [...]
h.- ¿Qué hice serrana?
m.- Que eres una prenda que me engañas, Curro.
h.- ¿Yo engañarte reina, has perdido el juicio?
m.- Quisieras lo pierda, ¿te parece bonito
tenerme cerca de dos horas esperando?
h.- Ay nena, es que yo...
m.- No quiero disculpas.
h.- Espera y escucha un instante tan solo princesa
que a un grillo se escucha y vale una perra.
m.- Y tú vale meno que un grillo, Tronera.
No quiero escucharte mentira.
h.- ¡Carmela! no tiene prudencia,
no tiée reparo, no tiée miramiento.
m.- ¿Y tú?, ¡no tiée vergüenza!
h.- Por Dios no enfades que pones muy fea
tu cara bonita, tu cara de reina .
m.- ¿Ya viene con flores? ¡Pues largo con ellas!
que aquí por fortuna nos sobra maceta.
h.- ¿Por qué esos modales?
¿Por qué? dí Carmela.
m.- Porque tengo celos.
h.- ¿Quién es esa hembra que amarga tu vida?
m.- No lo sé, cualquiera.
Yo no la conozco, ni quieo conocerla.
Una lagartona que te quiée pa ella
y no le importa que yo muera.
h.- Al que ha dicho eso, os vuelva el dinero,
mira... mi alma toa entera era de mi madre
cuando a ti morena yo no conocía,
mas aquella noche en que yo, os vi por vez primera
la partí por medias, pa que ancinas fuera
la mitá pa ti, la mitá pa ella.
m.- Renuncio a mi parte de alma tan perra.
Lo dicho, tú sin duda piensas que vas a engañarme
con la labia esa que el Señó te ha dao,
pues no te lo creas,
que si tú ere un pillo, yo no soy tan lela.
h.- ¿Es que te has propuesto que tengamos gresca?
m.- Mira, lo que yo deseo
es que vos no vuelvas más por esta calle
porque yo no bajo a la reja
ni tío pa que tú me veas.
h.- Ni falta que hace,
no pase tu pena por eso chiquilla,
descuida Carmela,
que os prometo dar gusto.
Sí, adiós ¡señorita!
m.- ¡Adiós sinvergüenza!
La dama nerviosa, la ventana cierra
y tras la persiana marchar le contempla.
Él, a cada paso vuelve la cabeza
y exclama entre dientes:
¡Qué baje mañana a la reja, Dios mío!
Y entre tanto ella, se queda gimiendo:
¡Dios mío que vuelva!