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Presidente
1992-1994
Durante su período se aprueba el Sistema para el Ingreso y Permanencia en la FIMPES a través del Fortalecimiento y Desarrollo Institucional
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Dr. José Cervantes Hernández
Cuando hoy nos situamos ilusionados y tensos hacia el futuro -no en vano iniciamos un nuevo milenio- parecería un ejercicio en futilidad mirar hacia el pasado, y, sin embargo, se ha dicho que los pueblos y los grupos que pierden la memoria, están condenados a repetir los errores del pasado.
Desde 1988 me tocó estar presente en FIMPES. De 90 a 92 fui vicepresidente y de 92 a 94, presidente. Durante doce años he acompañado su caminar y, afortunadamente, he sido testigo de su madurez y decidido avance. De un “club de rectores” donde amigablemente nos encontrábamos para platicar de lo nuestro, evolucionamos para llegar a ser, quizá, la más prestigiada agencia de acreditación en la educación superior de nuestro país.
Esto no se logró por arte de magia. Se preparó, gracias a la disponibilidad total que cada Rector puso al servicio de FIMPES, y gracias también al serio trabajo de las comisiones internas, ambos fueron piedras fúndanles.
La presencia y la acción del Consejo Directivo ante las autoridades fue siempre valiente, decidido y de colaboración. Recuerdo que ante el Sr. Secretario de Educación, Dr. Ernesto Zedillo afirmamos nuestra confianza, autonomía y realismo al demandar una mayor desrregularización.
Para mí quedará siempre en la memoria nuestra XXII Asamblea de Reynosa, donde superando temores, reticencias y, hasta malas interpretaciones, votamos valientemente por lograr la calidad, gracias a un serio sistema de auto evaluación, y esto como condición para ingresar y permanecer en FIMPES.
Otra acción vital fue también la aprobación de la “Misión de FIMPES” donde figuran como piedras angulares “la promoción de los valores de la persona y el impulso a la calidad académica”. Aquí plasmamos una visión, un camino y unas metas notables.
FIMPES tiene una larga vida frente así. Tan longeva como haya jóvenes que requieran educación. Pero no basta la longevidad, es necesaria la vitalidad. En la medida en que seamos capaces de responder, con valentía, decisión y creatividad a los retos que se nos presentan, lograremos enorme vitalidad en nuestras instituciones y en nuestra federación. La esperanza es la actitud de quien cree en metas aún no alcanzadas. Educamos para lo que aún no es, ya el gran maestro Unamuno resumiría en dos versos el quehacer educativo:
"La vida, esa esperanza que se inmola
Y vive así, inmolándose, en espera.
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