El cuerpo humano es un templo sagrado, lleno del espíritu del amor. El cuerpo es nuestro campo, donde plantamos las semillas de nuestros pensamientos creativos. Es la expresión de las energías del universo, es el microcosmos, un reflejo del macrocosmos. La energía sexual rehabilita la vida de los que la acogen con respeto y cuidado. Da la vida, o atrae la muerte del cuerpo y la decadencia de la mente.
Lo esencial se encuentra en ese
extracto del Lukarnarva Tantra, VI, 56: «El adorador entra en el ritual cuando
accede al estado de conciencia en que percibe la divinidad, en que está
verdaderamente en relación con lo divino, en que se ofrece a lo divino. Para
ello, hay que tomar conciencia de la propia divinidad». Ahora bien, el cuerpo
es «divino», es decir, permanentemente producido por la Inteligencia suprema
que lo mantiene con vida. Esta Inteligencia es mi Sí mismo profundo, distinto
del «yo». Eso es lo esencial.
Ahora bien, hay pocas o ninguna
esperanza de lograrlo en tanto el «yo» permanezca en el plano de conciencia
empírica de vigilia, y es aquí donde interviene el ritual, que no será algo rígido,
fijo: cada uno, por medio de reglas simples, puede crearse el suyo propio.
Sin embargo, esta experiencia se
hace mejor en unión con adeptos favorables, Y en primer lugar el «dónde» es
importante. Así hay que prever un refugio, un lugar en la casa en al puedan
aislarse, si fuera posible reservado sólo para el ritual tántrico. Entonces,
¿por qué no el dormitorio?
En esta habitación se trata de preservar un rincón para preparar un pequeño «altar», palabra que podría asustar al creyente que temería preparar un culto herético, mientras que el ateo podría ver en eso un «truco» religioso. En realidad hubiera podido escribir «mesita», lo que no hubiera chocado a nadie, pero prefiero «altar», palabra en la que se sobreentiende lo sagrado. Y nosotros sabemos que lo sagrado existe también fuera de todo contexto religioso, la tierra es sagrada, la patria también, etc.
Este «altar» será secreto; no debe ser «profanado» por miradas indiscretas. Basta con una pequeña mesa baja, cubierta de una tela preciosa, seda por ejemplo. Encima se pondrán los objetos simbólicos adecuados. Enumero algunos: un yantra, un triángulo rojo, con una vela en el centro que represente a Shiva o el lingam. Si el adepto ha traído de la India un lingam verdadero, puede colocarlo en medio del triángulo rojo. A falta de lingam o de estatuilla de Shiva danzante -que ahora son facilmente localizables en grandes almacenes, traidas directamente de la India-, una imagen que los represente puede bastar.
Es indispensable que algún objeto represente para el adepto el maithuna cósmico para tomar conciencia de que el universo ha sido engendrado por un acto de amor, por la unión de los principios cósmicos masculino y femenino. Si le gusta alguna otra imagen simbólica, no dude en ponerla. Si no tiene nada de todo eso, imite a los pobladores del Sur de la India, para quienes una simple piedra ergida simboliza la unión de Shiva y Shakti. Entonces, en un recipiente, preferentemente hemisférico, ponga un poco de arena (elemento Tierra) y plante allí una piedra, por ejemplo un hermoso guijarro ovoide, que simbolizará el Agua y el lingam.
Un jarro en forma de ánfora (símbolo del útero materno y del útero cósmico) lleno de agua coloreada simboliza tanto el agua de los orígenes donde nació la vida como el líquido amniótico. Una concha evocaría también a nuestra Madre, la mar. Pero sobre todo hacen falta flores, por humildes que sean, pues ninguna puja se concibe sin flores, expresiones vivientes del dinamismo creado universal, también símbolos de la belleza del universo.
En la India los mismo participantes preparan el altar antes del ritual, es decir que tocan y disponen ellos mismo los objetos simbólicos: eso contribuye a introducirlos en el ambiente. Simbólicamente también se han purificado, es decir, duchado y perfumado.
Todo está en su sitio; ahora se trata de crear el ambiente adecuado. Necesariamente el ritual se desenvolverá en la penumbra: sólo la vela, que reemplaza a la lámpara de aceite tradicional, lo ilumina débilmente. Si ha podido conseguir algunos bastoncillos de incienso indio, encienda tres o cuatro: crean un ambiente propicio. A falta de ello servirá algún perfume. También hay que prever un fondo musical, erótico preferentemente, que no debe ser necesariamente música india, aunque ésta sea perfecta. Todo debe disponerse para crear un clima de belleza, de «lujo, calma y voluptuosidad», un lujo bastante relativo, por supuesto.
Los adoradores, vestidos si fuera posible con peinadores livianos de seda preciosa, se sientan, lado a lado, sobre la alfombra mullida, frente al altar. Las rodillas pueden tocarse, lo mismo que las manos, para establecer un primer contacto físico discreto. Luego, mirando fijamente la llama, que debe ser estable y corta, observan su respiración y se impregnan de los objetos simbólicos presentes y de su significado. Esto no se expresará con palabras, no hay que «intelectualizar»: se trata simplemente de abrirse a los símbolos, de dejarlos penetrar en el inconsciente, que los descifrará.
Cuando la mente esté en calma, ella y él se pondrán frente a frente, sentados en la posición del sastre, por ejemplo, con las rodillas tocándose, igual que las manos. Se mirarán a los ojos, penetrándose de su presencia recíproca, y sentirán tal vez el deseo que surge. Ninguna prisa. Después de algún tiempo, él pondrá entre los dos la fuente con lo que se habrá previsto comer: galletas, frutas... Ella repartirá el alimento, luego comerán en silencio pensando que el alimento pasará a formar parte de sus propios cuerpos y que dependemos del mundo exterior para sobrevivir.
Ahora viene un momento de gran intensidad. En un bol hemisférico, ella echará vino tinto -u otra bebida de su elección- beberá lentamente un trago o dos, mirando a su compañero a los ojos, luego ella se lo ofrecerá, y él beberá también: el bol pasará de uno a otro. Cuando esté vacío, volverán a su actitud de meditación profunda durante algún tiempo. La iniciativa de las primeras caricias debería recaer en la Shakti. En la India se procede primero al nyasa, es decir, se tocan diversas partes del cuerpo en un orden bien definido, para percibirlas, pero sobre todo para despertar las energías. En todo caso es el momento en que ella se quitará el peinador: desnuda, será el símbolo viviente de la diosa de los orígenes, no, ella es la diosa encarnada, la Shakti cósmica.
La continuación depende de la pareja, pero nada debe ser fijado rutinariamente; lo que importa es un acercamiento lento y respetuoso, una escucha recíproca: nada debe hacerse con prisa. El maithuna, lo sabemos, será el momento culminante y más significativo del ritual, y la parte práctica y las técnicas más apropiadas se aprenderán a través de algún libro que aporte las enseñanzas necesarias para convertirlo en una experiencia lograda. La unión sexual será una fiesta en la que participarán todas las fibras, todas las células del cuerpo, la fiesta de la unidad reencontrada, el retorno al andrógino primitivo, la repetición, en tiempo real, del acto creador cósmico, la inmersión en el ananda, la felicidad.
Aquí se detiene todo comentario, sólo permanece lo vivido