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Es
difícil que el ser humano cuente con el debido equipaje para enfrentar el
dolor. Es un viaje para el que nadie está suficientemente preparado. Cuando el
dolor toca a tu puerta, lo primero que asalta al individuo es: ¿Por qué me
sucede esto a mí? ¿qué he hecho para merecerlo? Se pone en duda la existencia
de Dios. Si proviene del Creador, ¿qué clase de creación es el dolor? ¿Es
acaso una cruz que debe cargar la persona por el resto de su vida?
Está el dolor que experimenta una persona en forma pasajera, o el que se lleva
de manera prolongada.
Luego viene la experiencia de asimilar el dolor físico o espiritual. Cuando
hinca sus garras en el alma o en el cuerpo del ser humano puede convertirse en
una mezcla de ambos, traspasando las barreras de los físico y espiritual.
El dolor crece y toma vida propia, convirtiéndose en un legítimo adversario.
Cuando se aprende a distinguirlo, la soberbia se hace añicos, el ego se sometea
esa fuerza externa y se aprenden lecciones de humildad. El individuo recoge las
enseñanzas de la escuela del dolor y adquiere una tremenda fuerza moral.
"El dolor es una caverna cuyas profundidades no conocemos, porque es raro
que al asomarnos a ella no nos haga retroceder la pena, el terror, o el egoísmo",
escribió Concepción Arenal, para añadir más adelante "el dolor no es un
estado transitorio, sino un elemento indispensable de nuestra perfección moral.
Por eso no debemos mirarlo como un enemigo, sino como un amigo triste, que ha de
acompañarnos en el camino de la vida. Sin lucha, sin contrariedad, sin abnegción,
sin prueba, sin sacrificio, sin dolor, en fin, no es posible moralidad ni
virtud".
Desde el momento mismo de nacer, el individuo conoce el dolor. El bebé es
arrancado de un ambiente protegido y seguro para irrumpir en un mundo donde solo
los mejores alumnos sobreviven y transitan por una experiencia que les dignifica
la vida. Como el metal que es pasado por los hornos de una fundición para
matarles las impurezas, así también el ser humano sale acrisolado como mineral
precioso de la prueba del dolor.
Desde entonces, nadie está exento del dolor. Así como la luz del día que nos
ilumina de frente, es la sombra que nos acompaña paso a paso, inseparable,
hasta la muerte. Toda vida humana está preñada de dolores. Es tan corta la
existencia y tan dilatado el dolor. Son más los sinsabores y tristezas que las
alegrías, porque el dolor es la suma de todas esas inesperadas experiencias que
enlutan la vida.
"No nos es posible siquiera concebir un mundo sin dolor. Sería un mundo
inconsciente, y por lo tanto, no tendría noción de sí mismo. No existiría,
en suma, si suponemos un principio de conciencia, ya tenemos que suponer un
principio del dolor", escribió Amado Nervo.
Hay caminos que a los seres humanos les parecen correctos, seguros, pero al
final de la ruta lo que se encuentra es desesperanza, dolor y muerte. Allí está
el calvario de las drogas, el abismo del alcohol, el cautiverio del juego, de la
apuesta, del casino, el despeñadero de una vida disipada que no conduce a nada
y que se pierde en un letargo de fracasos.
Dios nos ha dado a los seres humanos diferentes dones, también es quien
administra las penas y alegrías. Cada momento de congoja trae consigo un
ingrediente que permite soportar la prueba. Con el dolor que aprieta también
llega la fuerza para soportarlo. Del mismo modo como la ostra sufre cuando lleva
dentro, así también la vida se ennoblece con el dolor.
La naturaleza toda, que es un dechado de generosidad, enseña esas lecciones. En
medio de las espinas crecen las rosas, luego de la tormenta viene lo apacible,
un arco iris, una puesta de sol, un cielo estrellado, la risa contagiosa de un
niño, el apretón de la mano de un amigo, el amor de la familia y de la pareja,
son como oasis en medio de la sequedad y el estío de la vida.
"¿Qué te ha dicho la alegría que vuelves tan preocupada?" preguntó
Leopoldo Lugones. "La alegría no me ha dicho nada"
"¿Qué te ha dicho la ventura, que regresas tan callada? La ventura no me
ha dicho nada."
"¿Qué te ha dicho acaso el silencio, que estarás enamorada? El silencio
no me ha dicho nada."
"Si fue el dolor, ¿que te ha dicho que te angustió de ese modo? ¡Ay de mí!,
el dolor me ha dicho ... Todo..."