Un altura considerable


-¿Alguna intervención quirúrgica?

-No, señor.

-¿Peso?

-Sesenta kilos, señor.

-¿Altura?

-Casi dos metros, señor.

Casi dos metros, escribió el Capitán médico en la ficha del recluta. Justo, terminó de escribir la "ese" de metros, y tachó lo escrito. Alzó la cabeza y con cara de taxista con mal día, preguntó con gesto torcido:

-¿Puede repetir su altura?

-Casi dos metros, señor.

-Eso no es medida, recluta. Sea usted más explícito en su respuesta. Diga una medida exacta.

-Ya me gustaría, pero es la única que se.

El Capitán médico se incorporó de su asiento y miró al recluta, igual que un pescador fija su vista en el pez que acaba de salir de las aguas arrastrado por el fino sedal.

-¿Qué puede medir usted: uno setenta, uno ochenta? -inquirió.

-Pues...

-¡Incorpórese! -ordenó el Capitán médico.

-El recluta, azorado por la situación, se levantó de su raquítica banqueta y quedó al par del mando militar. Se podría decir que el recluta era, aproximadamente, cinco centímetros más bajo que el Capitán médico.

-¡Descálcese!

El imberbe recluta obedeció la orden y, efectivamente, aquel muchacho no podía pasar del uno setenta y cinco.

-¿Cómo se atreve a decir usted 'casi dos metros' si me llega usted justo a las pestañas?

-Tenga en cuenta, señor, que usted lleva puestas las botas y yo...

-Bien observado recluta, pero los tacones no pueden medir más de...

-Casi un metro, señor -se apresuró a valorar el novato.

-¡Válgame Dios! Me está usted sacando de quicio. Unos tacones pueden medir, como mucho, dos centímetros, unos veinte milímetros.

-Pues, lo que he dicho, casi un metro, señor.

-¡Usted medirá como mucho uno setenta! Yo mido algo más de uno setenta y ocho -argumentó el mando.

-Me da la razón, señor. Casi dos metros.


El militar se tuvo que contener para no herir los sentimientos del novato, que lejos de amilanarse, sonreía de satisfacción. El Capitán abrió uno de los cajones y sacó un metro de carpintero. No sé si ustedes han probado a medir la altura de una persona con esa clase de metro que hay que desdoblar de si mismos, según sea la longitud a medir, pero lo más natural es que, si no se es profesional, la medida obtenida no tenga nada que ver con la real. Dos metros y sesenta centímetros fue la altura que midió el Capitán al recluta.


-¡Casi tres metros! -dijo el novato sin terminar de creérselo.

-¡Cabo, tráigame urgentemente una cinta métrica! -ordenó exacerbado, por el teléfono.


No sé si ustedes han probado a medir la altura de una persona con esa clase de cintas métricas de metal, enrolladas en si mismas, dispuestas a que alguien estire de su asilla, para ver la luz solar. Lo más lógico es que, si no se es profesional, la medida obtenida difiera con la real en cinco palmos o más. Un metro y cuarenta y cinco centímetros fue la altura que midió el Capitán médico.

-¡Casi un metro! No puede ser, señor.

El Capitán echaba chispas. Él y el diablo eran la misma persona.

-¡Sargento Gento! -bramó el mando-. ¡Fusilen a este recluta!


El recluta desapareció del despacho. Un silencio, tan blanco como las mismas paredes se instaló en la sala. Poco duró el silencio, el teléfono, extensión: cero, cero, cuatro, sonó.

-A sus órdenes, mi capitán -se excusó una voz juvenil-. Llamó del taller de carpintería, que pregunta el Subteniente Navas cuánto mide el recluta que va a ser fusilado. Tenemos que preparar el ataúd, y hay que saber la medida.

-...

-Mi Capitán,... Capitán,... Me oye?

-¡Claro que le oigo, estúpido! ¡A su casa! ¡Lo manden a su casa! ¡Licenciado! ¡Ese recluta está licenciado! ¿Me oye? ¡Licenciado!

-Si señor. Una orden es una orden. A su casa, señor.

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Juan Ignacio García
Copyright © 2000 [Paraíso del Humor]. Reservados todos los derechos.
Revisado: 28 de octubre de 2000

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