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Por Silver Rayne
Llegó a él como un amigo.
Lo trató como un amante.
Él le dio la bienvenida, lo aceptó, lo disfrutó.
Era a lo que estaba acostumbrado.
Cuando sintió el primer pinchazo de realidad, el miedo no fue su reacción.
Él lo estudió, aprendió cómo confiarse en eso.
Pronto se convirtió en un compañero de cama familiar,
siempre allí, siempre queriendo más.
Sólo entonces él sintió pánico.
Youji se
quitó las sábanas de encima de una sentada, irguiéndose
demasiado rápido para sentir la sangre afluyendo a su cabeza. Se
quedó sin aliento, los ojos fijos delante de él, mirando
sin ver. Aún estaba allí y se resistía a dejarlo ir
tan fácilmente. El cuarto giraba a su alrededor pero lo toleró.
Aferrándose con fuerza a la pata de la cama tras él hasta
que las sensaciones se calmaron, como una tormenta.
Todo estaba
como él lo dejara, su cuarto meticulosamente ordenado excepto por
una pila de cds despa-
rramados sobre un escritorio de
roble. En el segunto estante del escritorio había un estereo caro,
con una luz roja titilando de forma ominosa. La alarma había estado
desconectada por un rato, silenciosos dígitos moviéndose
mientras la luz roja seguía titilando. Una melodía metálica,
caótica, urgiéndolo a sacudirse su ensueño..
— Fue sólo
una pesadilla —se aseguró a sí mismo. Una mano subió
hasta su frente con la necesidad inconsciente de secarse el sudor de ella.
Estuvo a punto de gritar al advertir la sangre seca bajo sus uñas,
un recordatorio de la noche pasada.
Youji se levantó
tambaleante, tropezando con el montón de sábanas que arrojara
al piso antes, enredán-
dose en ellas. Sus pies quisieron
avanzar pero las sábanas lo retenían. Terminó cayendo
al piso, golpeán-
dose en un codo al tratar de sostenerse.
Sólo
un sueño, se obligó a repetirse.
— ¡Vos
sos el soñador, Youji!
¡Esa voz
! Revolviéndose sobre su estómago en un vano intento de alzar
la vista, Youji no anticipó una ráfaga de dardos que silbaron
junto a sus oídos. Atravesaron el aire, clavándose en el
suelo para formar la silueta del estremecido cuerpo de Youji.
— ¿Q..
qué? —tartamudeó, entonces se obligó a sobreponerse
al shock y actuar por reflejo e intuición. Sin esperar que el atacante
golpeara de nuevo, Youji restalló con ambas piernas la del otro
hombre, espe-
rando sorprenderlo con la guardia
baja.
Antes de que
su doble patada hiciera contacto, una fuerza contundente contuvo sus tobillos,
sujetándo-
los con fuerza al piso de nuevo.
Fue entonces que Youji tuvo una visión fugaz de los dos hombres
que lo emboscaran.
— ¡N...no!
— Oh, sí,
Youji.
Youji miró
fijamente a Omi y en el suelo a Ken, que resultó ser quien lo contenía.
Estos no eran sus enemigos, ¡se suponía que fueran amigos!
— ¿Se
trata de alguna clase de broma?
— Soñás
demasiado, Youji. Con el destino. Con las circunstancias. Con la moral
ética. Justificás lo que hacés pero al final, es todo
un sueño.
— ¡No
entiendo adónde demonios quieren llegar! —le gritó a Ken,
horrorizado cuando Omi se sacó un guante y comenzó a despellejar
su propia mano—. ¡Esto no es real! ¡Esto no es REAL! —cerró
con fuerza los párpados y se propuso no escuchar ni sentir nada.
El puñetazo que lo alcanzó hizo que sus ojos vol-
vieran a abrirse, jadeando y tosiendo.
Un delgado hilo de sangre corrió desde su labio superior, donde
el puño lo golpeara.
— Soñás
un cuento de hadas. Una vida de mentiras. Youji el héroe. Youji
el temido. Youji el eliminador de todo lo malo —Omi sonrió torvamente,
apartando sus dedos de su otra mano para mostrar una serie de venas expuestas,
carne y sangre que fluía. Descendía por su muñeca,
enroscándose a su alrededor como tallos de parra—. Pero esto es
lo que sos en realidad, Youji el débil. Mirá bien lo que
sos - de lo que sos capaz.
— ¡Jamás
te lastimaría!
— ¿Cuál
fue la última cosa con la que te hiciste la fiesta? —inquirió
Ken. Él también sonreía, negándo-
se a permitir que la circulación
se restableciera en las piernas de Youji.
— Todos salimos
anoche. Acaso ustedes dos tomaron algún veneno ?
Normalmente,
eso hubiera sido dicho como una broma burlona, pero no hoy. El estómago
de Youji se retorcía de náuseas viendo la mano arruinada
de Omi goteando constantemente sobre la pequeña alfombra blanca,
formando una isla bajo su cama. Rojo y blanco mezclándose para crear
un color que tendría que haber sido rosa, pero que se tornó
marrón primero y luego negro. ¿Cómo podía ser
esto un sueño ? Se sentía demasiado real. El dolor, todo
lo que estaba viendo, que podía pensar racionalmente y mantener
la lógica en su terror.
— Un alma, Youji.
Lo último con lo que te hiciste la fiesta antes irte a dormir era
un alma. Un alma humana.
La reiterada
mención de "alma" acentuó la sonrisa torcida de Omi. Tan
diferente de su disposión nor-
malmente gentil y amable. Omi nunca
actuaría así - ningún ser humano normal lo haría.
Como sea, el mu-
chacho probó a Youji que
estaba equivocado alzando ambas manos, los puños cerrados como si
tuviera algo en ellos. Retiró un brazo lentamente hasta que Youji
pudo ver el destello del metal. Omi le había robado su arma, un
alambre oculto en su reloj, inocente en apariencia.
— ¿Te
acordás como terminaste con la vida de ese hombre?
— ¡No
era "un hombre"! ¡Yo estaba vengando a la chiquilla que él
mató!
— Lo que hiciste
fue... asesinarlo.
— ¡NO!
— Forma parte
de la descripción de tu trabajo, ¿no?
Youji forcejeó
con más ímpetu, tirando de sus tobillos en un intento de
liberarlos, aterrorizado cuando Omi se arrodilló tras Ken.
— ¡NO!
— ¿No
es ésta la forma en que lo hiciste? —Omi enroscó el alambre
en torno a sus manos varias veces para tensarlo, luego la pasó sobre
la boca de Ken. Observó la expresión de Youji mientras su
amigo era asfixiado hasta morir —. ¿Por qué te sorprendés
tanto? ¿Acaso no te gusta contemplar la cara de tus vícti-
mas? ¿Sabías que
tu cara es lo último que ven
— ¡DIOS,
OMI, PARÁ!
— Okay, si es
lo que querés realmente.
La tensión
cedió, quitando todo sostén a Ken, que se desplomó
con ruido sordo.
— Esto no es
real. Esto no es real.
Omi se inclinó
sobre Youji, tomando su mentón con dos dedos y levantándole
la cabeza rudamente.
— Todos tenemos
que morir tarde o temprano. ¿Con qué derecho decidís
por nosotros cuándo debe
ser? — pateó a un Youji
estupefacto en la espalda, secando el alambre ensangrentado en su manga,
enros-
cándolo en torno a su propio
cuello—. ¿Por qué no te la hago más fácil?
Lo siguiente
que escuchó Youji fue un grito interrumpido, instándolo a
alzar la vista. Allí, balanceándose atrás y adelante
del lazo que él mismo había hecho estaba Omi. Las pupilas
congeladas, enfocándose en algo demasiado desgraciado para siquiera
imaginarlo.
— No. No es
....real. No... es... real —barbotó, apretando los nudillos ardientes
sobre sus labios. Se a-
partó de ellos, gritando
al ver más sangre. Ellos estaban en su consciencia. Él los
había matado. Era todo culpa suya— ¿¡POR QUÉ!?
—aulló, agarrándose el pelo en un brusco gesto de futilidad—.
Ken... Omi...
— Levantate.
— ¡Aya!
— Youji se aferró a las piernas de Aya, no preguntó de dónde
había aparecido. Se aferró como si este hombre fuera lo último
que vería.
— No sos más
que un asesino, chico de las flores —gruñó el pelirrojo.
La última
cosa que Youji sintió antes de morir fue una larga hoja atravesándolo
y destrozando tanto su cuerpo como su alma.
— ¡Youji!
— Noooo.
— ¡Dale!
— No... Aya...
no...
Omi intercambió
miradas con su amigo, preocupado por el que ya había dormido cuatro
horas más de la cuenta y ahora se había perdido en un mar
de pesadillas. Cuando Youji no llegara a desayunar a tiempo, nadie lo mencionó.
Ken también había demorado en sentarse ante su plato de panqueques
y tostadas. Dos horas más sin señales de Youji impulsaron
a Omi a subir una bandeja con el desayuno. Tal vez su camarada estaba enfermo
y necesitaba un poco de cuidados ese día. No era ése el caso
cuando Omi encontró a Youji pateando y gritando roncamente, más
allá de todo método que pudiera usar para despertarlo.
Ahora, Ken y
Omi se habían situado muy cerca de la cama, tratando de calmar una
fiebre invisible y esperando lo mejor.
— ¿Por
qué sigue llamando a Aya ? —preguntó Omi.
Ken no parecía
seguro al respecto.
— Quizás
está siendo atacado por Aya. Ellos dos no se llevan precisamente
bien.
— Aya solamente
es muy selectivo cuando decide hablar. Eso no significa que no se soporten.
— No me refería
a Aya. Youji es un bocón.
— Y vos sos
temperamental. ¿Quién puede decir qué es peor?
El mayor de
los muchachos mordió el cebo, irguiéndose ante la acusación
de Omi.
— Todos tenemos
nuestros defectos. Pero al menos yo no me pego una sonrisita ridícula
en la cara du-
rante todo el día sólo
para impresionar a las chicas. Vos creés que porque sos el menor
de nosotros vas a evitar que te juzguen. Puedo ver a través de tu
sonrisita falsa.
Omi retrocedió,
profundamente ofendido por el insulto.
— Para tu información,
una personalidad jovial es mucho mejor que una lastímera, como la
tuya. Reíte de mí todo lo que quieras, ser una persona agradable
no lastima a nadie como tus puños voladores —en-
tonces, para probar que era en
verdad sincero sobre su personalidad, esbozó otra sonrisa—. Como
sea, no deberíamos estar discutiendo cuando el pobre Youji está
en cama con gripe.
Una larga sombra
se proyectó en la entrada.
— ¿Cómo
puede tener gripe sin fiebre?
Aya entró,
ignorando a todos menos a Youji, pero no sin severidad. Le preocupaba más
el bienestar del amigo que una querella sin sentido—. ¿Trataron
de despertarlo?
— Sí
—respondió Omi—. Hasta traté de sobornarlo con un directorio
que enlista a todas las mujeres de la ciudad.
— Ése
no es un buen abordaje —Aya se sentó al borde de la cama de Youji,
le sujetó ambos hombros y lo sacudió violentamente—. ¡Arriba,
Youji! Ya perdiste tres horas de tu sueldo.
Casi automáticamente,
las pestañas de Youji se agitaron y sus ojos se abrieron, su boca
moviéndose como si fuera a gritar.
— ¡Aya!
—exclamó, sorprendido y asustado al mismo tiempo.
— Estábamos
tan preocupados —lo reprendió Omi.
— ¡Omi!
—entonces advirtió los ojos oscuros de mirada enfadada—. ¡Ken!
Están bien los dos.
— ¿Estábamos
en tu pesadilla? —preguntó Ken.
— ¿Pesadilla?
— la palabra alcanzó sus labios pero no sus ojos, que estaban ocupados
buscando sangre en sus uñas. Ningún rastro en ellas, ni bajo
ellas, ni en ninguna parte de su cuerpo. Las uñas estaban tan limpias
como si las hubiera refregado la noche anterior... y lo había hecho.
— Suficiente
charla. Lo discutiremos más tarde. Por ahora, ¿no tienen
ustedes dos un negocio qué a-
tender? —Aya esperó hasta
que Omi y Ken no pudieran oírlo antes de hablarle a Youji—. ¿De
qué se trataba esta vez?
La confusión
hizo que Youji demorara en responder.
— ¿Qué
querés decir con esta vez?
— Los últimos
días no fuiste lo que se llama un tronco durmiendo.
— No lo recuerdo.
Aya no era un
hombre de muchas palabras. Simplemente se incorporó y cabeceó
en dirección al baño.
— Date una ducha
y tomá tu desayuno. Lo hablaremos esta noche, cuando lo recuerdes.
Una hora entera
pasó y Youji todavía no había bajado a la florería
donde debía estar. Uno de los colegios del vecindario había
terminado sus clases del día, dibujando una fila de chicas que se
apretujaron en el es-
trecho negocio.
— ¡Oh!
Ahí veo a Omi —exclamó una chica.
Comenzaron a rodear
a cada uno de los jóvenes, siguiéndolos atentamente. Nada
nuevo, pero cada vez parecía exasperarlos más. A todos excepto
a Omi, que no tenía problemas en recoger elogios y miradas soñadoras.
— Si no van
a comprar nada... —todas se cubrieron los oídos al tiempo que Aya
explotaba— VAYAN-
SE! —. Ya había tenido suficiente
asedio por el día—. Colegialas —masculló por lo bajo mientras
ellas retrocedían, más de una decepcionada.
Eso dejó
la florería vacía.
— ¿Qué
es esto ? — Omi sonrió de costado, recogiendo un paquete que estuviera
hasta entonces en el piso—. Se lo mandan a Youji.
— ¿Para
mí ? —hablando de Youji, el aludido caminó hacia ellos, luciendo
bastante fresco y alerta des-
pués de su ducha. Las horas
extra de sueño tampoco lo habían dañado precisamente—.
Me pregunto qué podrá ser —tomó la caja de manos de
Omi, demasiado cauteloso para sacudirla. En cambio la olió, desga-
rrándola como un lobo en
cuanto olió perfume—. ¿Quién las puede haber mandado
?
— Acordate que
todavía tenés algunas lagunas en tu memoria —lo regañó
Aya.
— ¿Flores
? —el ramo dentro de la caja estaba arreglado de una manera que hizo sospechar
a Youji—. ¿Ustedes no saben quién mandó esto ?
— Nop. Estaba
ahí tirado —se encogió de hombros Ken, sin preocuparse por
ayudar a su amigo en sus juegos de adivinanzas. No podía evitar
estar celoso de que un mujeriego como Youji se las hubiera com-
puesto para atraer a alguien. Tan
lleno de promesas locas y un ego inflamado, de todas formas Youji difí-
cilmente hacía citas, no
importaba cuánto lo intentara. En el pasado había sido más
sociable con las mujeres (si era posible salir con más mujeres que
con las que él ya había salido), pero en estos días
Youji estaba teniendo una mala actitud consigo mismo. Le gustaba defender
la seguridad y el honor de las mujeres de todo lo que pudiera ser peligroso...
para ellas. Como fuera, un regalito nunca lastima a nadie.
— ¿Por
qué la tarjeta tiene nuestro sello ?
— Um... —por
más que quiso, Omi no pudo hallar una explicación. El arreglo
floral tenía el estilo ca-
racterístico de alguien
en especial. Decidió no comentar sus propias sospechas a menos que
Youji las des-
cubriera primero.
— O uno de ustedes
sabe quién mandó esto, o alguien lo hizo como un patético
acto de simpatía.
Omi se encogió
de hombros. Aya puso los ojos en blanco, más malhumorado que nunca.
Ken parecía nervioso pero se cuidó de ocultarlo. Él
también había reconocido el estilo del arreglo y no hablaba
parti-
cularmente en su favor.
— Aun si quiensea
que lo haya mandado lo hizo con buena intención, no me importa.
No me gustan los hombres y no voy a aceptar ningún regalo de ningún
hombre. El sólo pensarlo me enferma.
Youji hizo gesto
de dejar el arreglo en el tacho de basura. Se volvía sumamente suceptible
en lo concer-
niente a regalos de hombres. En
un par de ocasiones, hombres mayores se habían interesado en él
(no por-
que los otros no tuvieran también
su capacidad de atraer individuos del mismo sexo) y le habían enviado
regalos. Le había tomado un tiempo descubrirlo, al encontrar personalmente
a uno de ellos y hallando que su mujer misteriosa resultaba ser un hombre.
Youji lo había tomado como un insulto personal, mandando de vuelta
al hombre por donde había venido con un ojo negro. No sentía
la menor simpatía hacia nada re-
lacionado con la homosexualidad.
— Tenía
más de dieciocho —dijo Aya. Encontró la mirada de Youji,
sin amedrentarse, reduciendo la sospecha a nada—. Con la forma en que reaccionás
a los regalos, no sé por qué se toman la molestia las mujeres.
Tanta plata tirada.
El insulto resbaló
en oídos sordos, porque Youji ya estaba poniendo alegremente su
ramo en agua.
—Debe ser hermosa
—suspiró.
— ¿Cómo
sabés ? — Omi no era el único curioso acerca del sexto sentido
de Youji con las mujeres. Todos se quedaban perplejos cuando Youji identificaba
a las mujeres por sus zapatos, la forma de caminar o un mechón de
pelo. Incluso por su perfume, a veces. En ocasiones, Youji podía
ser tan peculiar.
— Porque sólo
una mujer hermosa puede crear algo hermoso. No es belleza física
a lo que me refiero... —suspiró.
La forma en
que Youji seguía y seguía hablando sobre cuán hermosa
debía ser esa mujer hizo que las o-
rejas de Aya se pusieran moradas.
Escuchaba cada intrincado detalle del arreglo floral descrito por la mente
romántica de Youji. Veía manchas frente a sus ojos antes
de darse cuenta de lo enojado que estaba.
— ¡¿Cómo
sabés qué clase de persona te las mandó simplemente
viéndolas?!!! ¡Ésas son la especialidad de Ken !
No pretendía
hablarle de tan mala manera a su amigo, no después de haber leído
el terror en esos ojos verdes hacía tan poco. Poner entre la espada
y la pared a Ken era otra desafortunada eventualidad que no había
previsto.
Para alguien
que acaba de ser ofendido, Youji se lo tomó bastante bien.
— Vas a entender
el amor cuando lo encuentres, Aya —otro suspiro—. Ken no se tomaría
tanta moles-
tia con un cliente sabiendo que
el arreglo era para mí.
Ken sintió
que su presión arterial se normalizaba.
— Si cualquiera
pretendiera que te mande algo, le dejaría el asunto a nuestros competidores.
Hubieran podido
seguir discutiéndolo toda la tarde, pero un par de tacones rojos
acercándose por la vereda los interrumpieron.
— Manx —anunció
Youji sin siquiera alzar la vista. Prácticamente flotó hacia
ella, estrujándola con un abrazo—. Qué lindo de tu parte
mandarme flores.
Aya frunció
el ceño. Manx se lo sacudió de encima, enfrentando al grupo
con su expresión más seria.
— Tenemos una
nueva misión para ustedes.
— "Cazadores
blancos de la oscuridad. Acosen el futuro de estas oscuras bestias" —la
figura oscurecida de Persia se desvaneció de la pantalla.
— ¿Por
qué tienen que ser siempre mujeres ?
Los otros tres
miraron sombríamente a Youji, aliviados de no encontrarlo con ánimo
bromista. Persia acababa de informarles que un rico grupo empresarial estaba
secuestrando adolescentes huérfanas y usán-
dolas en un burdel barato. Estas
chicas no tenían familia, ni amigos que las ayudaran o se preocuparan
si desaparecían. Así que el ejecutivo del grupo las empleaba
contra su voluntad, sin pagarles más que con la ropa que vestían
y un poco de comida cada tanto. Estaba haciendo una pequeña fortuna
ofreciendo sus servicios a otros hombres poderosos a los que les aseguraba
total discreción y secreto. Una lista de clien-
tes acompañaba la misión,
la mayoría de ellos hombres casados y en altos cargos de poder.
Ninguna buena imagen para tener de hombres que demandaban respeto y que
se suponía debían ser ejemplos.
— ¿Los
cuento a todos ? —inquirió Manx.
La conducta
serena o apasionada de cada asesino dejó lugar a cuatro ejecutores
fríos, duros.
— Danos una
dirección para que podamos patearle el culo al tipo —ironizó
Ken.
— No querrás
decir matarlo —aquel súbito arrebato hizo que Youji reviviera partes
de su pesadilla, apenas capaz de mantener alta la cabeza para no ahogarse.
— ¿Tenés
algún problema con eso ? —quiso saber Aya—. Ese círculo de
prostitución no es diferente de matar a esas chicas. Mueren por
mala alimentación, enfermedades o abuso. Vos no aprobarás
a ese... fiolo, ¿no, Youji ?
Era bastante
más de lo que Aya tenía normalmente para decir sobre sus
misiones o cualquier cosa relacionada a ellas.
— ¡No
! Yo... — Youji sacudió la cabeza, tratando de aclararla—. No importa.
— Ésta
va a ser una de esas ocasiones en las que sus capacidades de investigación
sean más importantes —comenzó Manx—. No tenemos ninguna evidencia
sólida para verificar dónde montó su operación
Kyo Yoshi. Uno o dos de ustedes tal vez deban ir de incógnito para
descubrir este... lugar.
— Yo iré
—se ofreció Youji.
— Yo también.
Youji miró
fieramente a Aya.
— ¿Por
qué tengo la impresión de que no confiás en mí
?
— Esto no tiene
nada que ver con vos. Se trata de esas chicas y de rescatarlas. Y de matar
a Kyo Yoshi sin involucrar tu ego en el trámite.
— Okay. Omi
y yo estaremos listos y cerca en caso de que necesiten refuerzos.
— No los necesitaremos
—fue la oscura respuesta de Youji.
Temprano a la
mañana siguiente, mucho antes de que el sol pudiera colarse a través
de las nubes, Youji y Aya dieron con su objetivo. Habían hecho contacto
con uno de los jefes de Yoshi y montado un buen show de no-importa-el-precio
por un fin de semana de diversión. Lo siguiente que advirtieron
fue que es-
taban siendo llevados a la parte
más oscura de la ciudad, en el asiento trasero de un sedán
negro. Para pasar el tiempo, Youji jugaba a las cartas con el guía
del tour, ignorando la hostilidad que flotaba en el aire ema-
nando de Aya. Con una actitud como
ésa, iba a atraer la clase equivocada de atención.
— Aquí
estamos.
Youji fue el
primero en advertir el gran edificio de oficinas, que no pudo identificar
a causa de la mala iluminación y los vidrios opacos del sedán.
A estos tipos les gustaba guardar sus secretos. El interior era aún
más estéril que el exterior, definitivamente no lo que uno
esperaba de un burdel. Más bien parecía una clínica,
y los hombres que atendían a los clientes vestían incluso
de acuerdo a esa atmósfera. Largos delan-
tales, grandes sonrisas ávidas
anticipando la plata por entrar, e incluso certificados profesionales para
res-
paldar sus puestos.
— ¿Cuánto
tiempo estarán con nosotros ?
¡Así
que la plata sí hablaba ! Aya giró para enfrentar cara a
cara al propio Kyo Yoshi, revisando el rollo de billetes de cien dólares
que Youji entregara antes. Sin detenerse a constatar el consentimiento
de su compañero, Aya atacó. Echó hacia atrás
su largo sobretodo, enfurecido con el recuerdo del video que Per-
sia les enviara y los muchos nombres
de chicas no buscadas que llenaran la pantalla. Tantas vidas arruina-
das, sin la oportunidad de convertirse
en algo por sí mismas, de encontrar la felicidad que merecían.
Dentro de su abrigo, sus dedos se cerraron en torno a la empuñadura
de su katana, sacándola de su vaina en un fluido movimiento. Al
instante siguiente cortaba el aire, abriéndose paso a través
de huesos y carne.
En el primer
momento Youji no supo qué hacer. No había sido tan optimista
como Aya acerca de en-
contrar a Yoshi tan pronto. Tener
repentinamente cuerpos volando a su alrededor resultaba paralizante. Se
recuperó de inmediato, desenrollando su alambre de acero del compartimiento
en su reloj y poniendo ma-
nos a la obra.
Aya luchó
con bravura y salvajemente, acuchillando cualquier cosa que apareciera
en su camino. Jamás perdonaría a estos hombres lo que hicieran
con esas vidas inocentes. Ellos no habían experimentado ningún
remordimiento por sus acciones, él tampoco lo haría. Gritó
al acometer con su katana contra uno de los ejecutivos de Yoshi, enterrándola
hasta la empuñadura antes de eliminarlo.
El alambre se
sentía más denso hoy, se veía más afilado que
ayer. Youji fue tras Kyo, acortando la dis-
tancia por ser más veloz
que él. Brillaba como un brazalete enjoyado, bello de contemplar,
letal al contacto. Corrió más rápido. El alambre comenzó
a vibar, hambriento por la sangre de Kyo y perdiendo la paciencia a cada
segundo. Youji saltó sobre la espalda de Kyo, sin preocuparse jamás
al atacar a un hombre más corpu-
lento que él. Enroscó
el alambre y... se inmovilizó. No puedo matarlo. No puedo.
— ¡No
voy a permitir que unos punks arruinen mi negocio !
Kyo alcanzó
a aferrar por sobre su hombro un largo mechón de Youji, arrojándolo
sin dificultad por una salida de incendios. La puerta se abrió con
un chasquido, las sirenas gimiendo incluso cuando Youji se in-
corporaba para pelear.
— ¡No
te molestes ! —volvió a tender a Youji con otra patada, regocijándose
demasiado pronto cuando una patada bien dirigida lo puso de rodillas—.
Maldición... —tosió—. Eso fue...
— Nunca nada
tan malo como lo que le hacías a esas chicas.
Youji se puso
de pie, agarrándose de la pared para sostenerse. La suela de una
bota en los genitales de Kyo, prometiendo inflingir un daño permanente.
Lo mataría antes. Youji tensó nuevamente su alambre y se
acuclilló sobre el hombre.
Kyo percibió
que algo estaba mal con Youji y aferró la cara del muchacho con
ambas manos.
— Mirame, punk.
¿Podés matarme después de haberme mirado a los ojos
?
La duda trepó
por Youji, amarrando su coraje en una cámara donde su corazón
había olvidado su ritmo habitual.
— Después
de lo que hiciste, sí puedo.
Vaciló,
flashes de su pesadilla simbólica incendiando el presente y convirtiéndolo
en una cruz de sangre. Soy un asesino. Esta vez no es diferente.
Todo lo que tengo que hacer es...
En ese instante
que le llevó a Youji recuperar su sentido de la justicia, Kyo ya
estaba en proceso de de-
rrotarlo. Sentado a horcajas sobre
el cuerpo del joven, los roles ahora invertidos, aporreando la nuca de
Youji contra la puerta de incendios. Golpeando la cara de Youji hasta que
la vista se le nubló, no por lá-
grimas en sus ojos. Kyo levantó
entonces a un Youji semi-inconsciente y lo arrastró de regreso al
vestíbulo principal, donde Aya había formado una bonita montaña
de hombres que acababan de convertir a sus espo-
sas en ricas viudas.
— ¡Bajá
tu arma !
Aya giró
sobre sus talones, su expresión mostrando su incredulidad cuando
vio a Youji colgando del brazo del hombre, doblado sobre sí mismo
por la cintura. Un cuchillo serrado, de mal aspecto, estaba a-
puntado a la espalda de Youji,
dirigido a uno de sus riñones. Era lo suficientemente largo para
atravesar los órganos del muchacho y salir por la parte delantera
de su abdomen. Su espesor destruiría cualquier otra cosa que tocara
si Youji llegaba a ser herido con él.
— ¡No
!
Los viejos hábitos
eran difíciles de romper. Uno de los defectos de Aya era que tomaba
muchas de sus misiones a título personal. El fracaso no existía
como opción.
Kyo se inclinó
hacia atrás, estrujando la cintura de Youji hasta que dejó
oir un quejido estrangulado. El cuchillo se movió sobre la remera
del muchacho, rasgando la tela para dejar expuesto su costado derecho.
— Lo mataré.
Este... mucacho no vale nada para mí. Para el único que puede
tener valor es... para vos.
El rechinar
de dientes mientras él hablaba avivó la ira de Kyo. Sólo
usaría al muchacho para someter al otro. Si el compañero
lo era solamente por necesidad o conveniencia, entonces Kyo simplemente
eliminaría a Youji para tomar una vida más antes de que la
suya porpia pendiera de un hilo.
— ¡Está
bien ! No lo lastime.
En ese fugaz
instante, Aya comprendió cuán impredecible se había
hecho el futuro de Youji. Kyo podía matarlo tan pronto como la katana
fuera entregada, lo que dejaría al propio Aya con muy pocas chances
de salir de allí con vida. Pero aunque la situación fuera
increíblemente desfavorable, no arriesgaría la vida de Youji.
— Bajá
lentamente tu arma —Kyo observó cuidadosamente a Aya, aguardando
hasta que la katana cayó con un sonido metálico—. Pateala
hacia acá— el arma golpeteó a través del espacio que
los separaba, sin detenerse hasta quedar detras de Kyo—. No intentes nada
chistoso o este chico está muerto. A juzgar por tu expresión,
deduzco que estás esperando refuerzos. Podés olvidarte de
esa estupidez, porque mientras estuvieron en el coche ningún dispositivo
de rastreo pudo haberlos detectado. Y aun aquí, instalé un
campo amortiguador que va a distorsionar cualquier señal que quieras
enviar a tus amigos —comenzó a alejarse, escuchando a varios de
sus hombres que acudían en respuesta a la emergencia—. Malo para
vos que yo tenga mis propios refuerzos.
— Déjelo
ir y no le voy a causar ningún problema.
Aya avanzó
hacia Kyo, demasiado intranquilo con ese cuchillo que podía empalar
a su amigo en cual-
quier momento. Si Youji llegaba
a echarse hacia atrás, iba a necesitar algo más que tres
puntos de sutura.
— ¿Me
estás cargando ? Apenas te lo dé va a pasar una de dos :
o yo termino con un agujero en la ca-
beza o vos te las arreglás
de alguna forma para escaparte. No te voy a dejar matarme con tanta facilidad
cuando estoy en lo mejor de mi carrera. Tampoco te puedo permitir escapar
y arruinar mis oportunidades de seguir lucrando con este lugar. ¡Pensá
en la plata!
Aya notó
la mirada psicótica de Kyo y la respondió con otra que fulguraba
de odio.
— Haría
muchas cosas por plata, pero ninguna incluye la inmundicia en la que usted
toma parte —dio otro paso hacia el hombre, ignorando a la otra docena que
ya lo rodeaba—. Déjelo ir.
En lugar de
obedecer, Kyo torció cruelmente su brazo empuñando el cuchillo
contra el abdomen de Youji y presionando. La presión arrancó
a Youji de su estado de semi-inconsciencia, todos sus músculos magullados.
Ese brazo moviéndose hacia arriba, rabiosamente apretado contra
él, sofocándolo y amenazan-
do con destrozar sus pulmones.
Ver a Youji
debatiéndose, su cara palideciendo rápidamente, hizo que
Aya perdiera el control. Se abalan-
zó sobre el hombre, rechazando
a los guardias contratados en un desesperado intento de ayudar a su amigo.
En el momento en que estaba por reducir el cuerpo de Kyo a una pulpa sanguinolenta
dio un traspié, cuan-
cuando Youji fue arrojado violentamente
contra él. Aya hizo lo que pudo por prepararse para el impacto y
amortiguar la dolorosa colisión de Youji, sosteniendo al muchacho
en alto cuando cayeron.
— Aya... —los
ojos de Youji parpadearon, brillantes de lágrimas—. Lo... siento.
— No es tu culpa.
La maliciosa
expresión de Kyo decía otra cosa.
— No te apures
tanto a sacarlo del gancho. Quiso matarme... y no tuvo las pelotas —la
oscura cabeza se inclinó antes de alzarse en una risa histérica—.
¿Quién los mandó ? ¿Quién mandaría
a dos niños atrás de alguien como yo ? Si no hubieran
tratado tan mal a mi personal, me divertiría bastante contratándolos
yo mismo.
— ¡Nadie
nos mandó ! —Aya sostuvo más estrechamente a Youji, apretando
la cara del muchacho contra su pecho, evitándole la vergüenza
de que lo vieran llorar—. Yo voy a poner fin a este circo tuyo, aunque
tenga que hacerlo solo.
— Todavía
puedo... pelear —protestó Youji.
— ¿Lo
que dijo es cierto ?
Que la pregunta
fuera planteada con tal demanda de confirmación casi demolió
cualquier vestigio de cordura que restara en Youji.
— Sí,
pero...
— Entonces callate
—le advirtió amargamente—. No quiero escuchar las palabras de un
cobarde.
Tanta aspereza
en su acento hizo que Youji se desmoronara, llorando abiertamente en el
resentido abra-
zo de Aya. Ahora estaban siendo
conducidos por un corredor, en dirección a la parte trasera de la
clínica. Cada paso era una tortura para Youji, con un rastro de
sangre corriendo desde su cabello y por sobre sus ojos y boca. Por lo que
sabía, una contusión debía ser la única culpable
que explicaría por qué estaba de-
masiado aturdido para caminar por
sí mismo.
Lo abandonó.— ¡Adentro !
Sin intención de continuar, nada más qué temer.
Perderla era tan malo como tenerla.
Ella - la necesidad imperiosa de matar.
Nunca había sido un deseo, mejor usada como defensa.
Sin ella, la negación y la persecusión de sí mismo terminaron.
Todas las noches empieza igual.
Me despierto, o pienso que lo hago, en mi cuarto. El mismo de siempre.
Pero cuando voy a acomodarme el pelo... o tocarme la cara, mis manos están
cubiertas de sangre. Salto de la cama en pánico y me caigo. Parece
que cayera por una eternidad, porque no puedo recordar golpear contra el
piso. Entonces alzo la vista.
En ésta, mi dormitorio desaparece
para ser reemplazado por un cementerio. Omi o Ken me tienen sujeto al piso
mientras el otro se burla. Acusándome de ser un soñador y
de negarme a admitir lo que realmente soy - un asesino. Debería
ser capaz de levantarme y correr o algo... pero ellos son demasia-
do fuertes. Una parte de mí no quiere agredirlos
ni defenderme. Una parte de mí sabe que lo que están diciendo
es cierto.
Entonces uno de ellos mata al otro
y el que queda... ya sea Ken u Omi, se suicida. Todo cuanto puedo ver es
sangre. Es tanta que el ozono apesta. Es como si yo los hubiera matado.
Cuando vuelvo a alzar la vista
sus cuerpos todavía están ahí, pero una enorme cruz
blanca se ha levantado del piso. Está situada en el centro exacto
del cementerio. De origen celta, creo. Hay cadenas colgando de las cuatro
esquinas, oxidadas y de un color cobre demasiado rojizo... como sangre.
Vos aparecés por detrás
de mí, moviendo tu katana en dirección a la cruz. No tengo
más alternativa que hacer lo que decís. Me encadenás
a la cruz por el cuello, muñecas y tobillos, apuntando la hoja a
mi corazón. Antes de que me atraviese... besás mis labios
y prometés que cuando todo termine, me voy a curar. Lo último
que recuerdo cuando muero con un dolor atroz es el verme a mí mismo
siendo ma-
tado desde la cabeza de la cruz. Las siluetas de Ken
y Omi están situadas a mi derecha e izquierda y vos estás
al fondo. Ken y Omi tratan de detenerte pero yo no hago nada.
Es como si quisiera que me mataras.
Quería rendirme... y lo
hice.
Por un largo
rato Aya no dijo nada. Revisaba las imágenes en su mente, no lejos
de llegar a una conclu-
ión. — Los sueños
son simbólicos y pueden ser interpretados de muchas maneras diferentes.
— ¿Y
cómo interpretás mi "sueño" ? —Youji parpadeó,
preguntándose cómo se las había arreglado Aya para
permanecer tendido a su lado tan quieto mientras él hablaba. Su
largo abrigo negro descansaba ahora sobre él para estabilizar su
temperatura corporal. Broches y hebillas brillantes, reflejando la turbada
expre-
sión de Aya.
— Culpa. Todos
tenemos que lidiar con ella en algún punto de nuestras vidas. Pero
vos la escondiste tan bien que un sueño es la única forma
de encararla. Ken y Omi representan la parte de vos que se impone a las
demás, convencida de que tus acciones están mal. Poniendo
tus misiones como algo malo por lo que vas a tener que pagar algún
día. Una paliza a tu frágil confianza en vos mismo. El tema
recurrente de la sangre y la muerte podría ser tu revulsión
por las consecuencias de tus actos. Yo represento esa parte de vos que
quiere dar batalla... la parte fuerte. Estás viendo este sueño
desde un ángulo mental muy cerrado, tomándolo demasiado literalmente.
¿Creías realmente que yo te mataría?
El embarazo
arrojó una oleada de calor a la cara de Youji.
— No —respondió
por lo bajo—. Es que últimamente todo ha estado como revuelto.
— Te tengo que
decir algo.
— ¿Un
secreto ? El intercambio es justo —ya era de nuevo el de siempre, contento
de que Aya le hu-
biera dado un pequeño sermón
y un poco de amistad.
Aya jugueteó
nerviosamente con el reloj de Youji, levantándole finalmente el
brazo para apretar una mano cálida en la suya.
— Yo te mandé
esas flores.
— ¿Huh?
— No fue por
lástima, si es lo que estás pensando.
— ¡Largá!
— Youji sacó la mano de un tirón como si se hubiera quemado.
En sus ojos apareció un destello de resentimiento—. ¡Cretino!
— ¿ Hace
realmente tanta diferencia si provienen de un tipo o una chica ?
— Quizás
no me escuchaste la primera vez —Youji lo pronunció cuidadosamente
para que Aya absor-
biera la información—. ¡No-me-gustan-los-hombres
!
La expresión
de Aya se hizo burlona.
— No sos más
que un pobre tonto. Realmente no sé a quién tratás
de engañar; a mí o a vos mismo.
— ¡Andá
al carajo!
— ¿Qué
fue toda ese parloteo sobre "belleza" acerca de esas flores ? Si podés
leer tan bien en las mujeres por lo que hacen, la forma en que se visten
o cómo caminan... ¿por qué no en los hombres ? Dijiste
que lo que importaba era lo de adentro, no la apariencia. Decime por qué
te besaba en tu sueño. ¿Por qué me elegiste inconscientemente
para convertirme en tu salvador ?
— ¿Por
qué de repente me estás diciendo todo esto ahora? ¡Y
justo en este lugar! Así que me mandaste flores, ¡gran cosa!
Los amigos se pueden mandar flores entre sí.
— Oh, eso es
genial, Youji. Negá la verdad. Fingí que no te importó,
pero no presumas de entender el razonamiento tras mis actos. Yo no soy
un cobarde. Estás tan inmerso en tu miedo que un día te va
a comer vivo.
Youji tironeó
del abrigo de Aya para taparse mejor, evitando mirar al dueño.
— No te tengo
miedo.
— ¿Te
acordás de esa rosa en tu almohada el Día de San Valentín
?
— ¡Vos
no... !
— El oso de
peluche en tu cumpleaños...
— ¿Cómo
sabés de eso ? —se sonrojó, encogiéndose de vergúenza
ante el solo pensamiento de que alguien supiera que dormía con él.
— Usá
tu imaginación.
Las siguientes
palabras que dejaron la boca de Youji estaban llenas de impresión,
indignación y una a-
ceptación parcial.
— ¿Vos
sos mi admirador secreto ?
— Sí.
— Pero... sos
tan... frío.
Aya sólo
pudo mostrarse perplejo ante aquel insulto inintencional.
— ¿Así
es como realmente me ves ? Puedo ser distante a veces, ¿pero cuándo
me mostré indiferente hacia vos ? Tal vez me enojo bastante cuando
te salís de línea por irle atrás a las mujeres, llenándolas
de regalos. Me pongo celoso porque nunca te molestás por escucharme
cuando estoy diciéndote algo impor-
tante o trato de acercarme a vos.
¿Podés culparme por eso?
— Aún
así no me gustan los hombres.
— No te gustan
los hombres que abusan de las mujeres. ¿Desde cuándo eso
me incluye ? —Aya puso su mano sobre la mejilla de Youji, inclinándose
sobre él—. Dame una buena razón para que ni siquiera consideres
la posibilidad.
— Um... ¿estamos
tirados en el piso de alguna prisión esperando ser vendidos en el
mercado como carne de cerdo asada y rellena ?
A veces el sentido
del humor de Youji podía rebajar lo que quedaba de un buen momento.
De todas
formas, Aya notó que no
había intentado apartar la mano de su mejilla ni el cuerpo que se
apoyaba contra el suyo.
— Aclarame algo.
Cuando te besaba en ese sueño... ¿cuán lejos iba ?
— ¿Cuán
lejos querías ir ? —Youji sonrió de costado, no del todo
seguro en su precipitada invitación, pero tampoco retraído.
Se envaró cuando un dedo de Aya comenzó a dibujar sus labios,
separándolos un poco. Entonces volvió a temblar, pero esta
vez no de miedo, sólo expectativa.
— Sería
mejor esperar hasta que todos se hayan dormido para tratar de escapar —la
cara de Aya estaba a escasos centimetros de la de Youji, rozando su labio
inferior con el pulgar, observando la reacción expec-
tante—. Éste es probablemente
el único momento en que pueda hacer esto sin que te resistas.
— Por lo menos
sos honesto. Te patearía el culo si pudiera.
— Seguro...
te creo —susurró Aya, destruyendo la distancia entre ellos al apretar
su boca a la de Youji. No estaba demasiado familiarizado con saborear el
momento, porque un segundo después, su lengua había forzado
la entrada a la boca bajo la suya. El beso se convirtió en una escena
de combate, con Youji tratando de apartar a empujones a Aya y la posterior
necesidad de ir más allá. Forcejearon pero Aya ganó,
acariciando la lengua de Youji con la suya, lamiendo su labio superior
o mordisqueando el inferior. Pronto costaba dis-
tinguir quién hacía
qué a causa de los quejidos y las respuestas acaloradas. Su separación
no fue placentera.
— ¿Por
qué... por qué paraste ? —jadeó Youji.
— ¿Es
tu costumbre seguir hasta que alguno se sofoca ? —resolló Aya—.
¿Y por qué este repentino cambio de actitud ? ¿Ya
descubriste tu sexualidad ? —lo aguijoneó.
Todo lo que
hizo Youji fue sonreír de costado, lamiéndose los labios
mientras alzaba la vista hacia Aya.
— Me gustan
las novedades, especialmente cuando resultan mucho mejores que lo de antes.
— ¿Estás
diciendo que beso mejor que las mujeres con las que estuviste ?
— ¿Cuáles
mujeres ?
Aya rodeó
a Youji con sus brazos, estrechándolo con fuerza antes de volver
a besarlo. Esta vez comen-
zó todo con más lentitud
y suavidad, sin detenerse ni aun cuando todas las luces del edificio disminuyeron
y se apagaron.
— Youji...
— ¿Luces
fuera ? Los burdeles también pueden tener su toque de queda. A todos
les gusta ahorrar energía, y como sea, ¿quién necesita
luces ?
— Vamos. Parate.
— ¿Ahora
? Pero sos tan cálido y cómodo —Youji se acomodó contra
Aya, abrazándolo por la cintura. Sus ojos estaban cerrados y respiraba
relajado, sintiendo todavía el calor donde la boca de Aya lo había
tocado. El húmedo trazo en su cuello empezaba a sentirse frío,
así que se subió la remera para taparlo.
— Te entregás
bien fácil —comentó Aya, levantando a Youji.
— Se lo llama
ser
pasivo.
¡Ahora
no ! Aya forzó a su libido a volver a
dormir, cubriendo la boca de Youji con una mano cuando él se disponía
a hablar de nuevo. —Podés seducirme más tarde. Ahora tenemos
que salir de aquí.
— Sí,
amo.
¡Definitivamente vas a pagar
por eso !
— Cuidado con
lo que insinuás, podría aceptar tu oferta —atajó rápidamente
a Youji cuando perdió el equilibrio—. Es bueno que no nos hayan
registrado bien.
Un instrumento
para forzar cerraduras cayó de la manga de Aya a su mano. Inmediatamente,
la punta metálica fue deslizada en la cerradura de la puerta, cuyo
mecanismo giró.
— ¿No
hubiera estado divertido ?
— Realmente
creo que necesitás atención médica —la puerta se abrió
con un chirrido, dándoles paso al corredor largo y vacío—
¿Dónde están los guardias ?
— ¿Qué
guardias ?
Como en respuesta
a su pregunta, el cuerpo de un hombre voló al otro lado de la puerta,
con profundas marcas en su cara y la parte superior de su cuerpo.
— Ken —dijo
Aya.
Dejaron silenciosamente
su prisión, Youji apoyándose por completo en Aya. Para él,
todo daba vueltas como una alocada montaña rusa. Varios dardos afilados
estaban esparcidos por el piso, haciendo que Aya se detuviera un momento
a recogerlos. Desandando el camino por el que llegaran, los primeros sonidos
de lucha llegaron a sus oídos.
— En verdad
tenemos una tecnología sorprendente, ¿no, Aya ?
— Pocos dispositivos
pueden bloquear nuestras señales —asintió.
— ¡KYO
!
Youji retrocedió
hacia Aya cuando el condenado empresario apareció frente a ellos,
blandiendo una ka-
tana que les resultaba muy familiar.
— Ustedes chicos
no pensaron realmente que los iba a dejar vivir, ¿no ? Sus amigos
pueden haber des-
valijado mi negocio, pero no me
van a echar mano antes de que los mate a ustedes dos.
La hoja descendió,
pero fue detenida en seco por las palmas de Aya, una a cada lado.
— Eso es mío
—de un tirón recuperó su arma, dejando caer a Youji al suelo
al sujetar la hoja con ambas manos. Entonces, invirtiendo su dirección,
Aya la lanzó directo al cráneo de Kyo. Contra la pared detrás
de Kyo cayeron fragmentos de hueso, un reguero de sangre y otros restos
desagradables, aún saliendo de él mientras caía. Tenía
garantizados unos pocos segundos extra de atroz agonía hasta el
preciso momento en que Aya arrancó su espada de la herida. En ese
punto, todo había terminado para Kyo y su negocio de prostitución.
Alcanzar la
salida fue fácil. Aya utilizó los dardos abandonados de Omi
para eliminar a casi todo el per-
sonal restante hasta que encontraron
a sus amigos. Un caro convertible plateado los esperaba afuera, Ken al
volante. Sin necesidad de hablar, todos coincidieron en que era hora de
volver a casa.
— ¿Youji
todavía está acaparando el baño ? —Ken aporreó
la puerta, maldiciendo cuando escuchó el silbido—. ¡Es mi
turno!!!
— Dejalo en
paz
Ken dirigió
una mirada fulgurante a Aya.
— Hace más
de una hora que está ahí adentro, seguramente admirándose
frente al espejo, el vanidoso.
El otro se reclinó
contra la pared, los brazos cruzados sobre el pecho.
— Lo hirieron
ayer y necesita un poco más de tiempo.
— A todos nos
hieren, pero Youji es el único que consigue arrancarnos más
simpatía de la que merece. ¿Y vos desde cuándo lo
defendés ?
— No preciso
darte explicaciones de todo lo que hago —su mirada volvió a perderse
en un recuerdo no muy lejano.
— Y a propósito,
¿cómo hicieron ustedes dos para pinchar la misión
? Estaba todo bien encaminado, y por lo que le dijiste a Manx, no tendría
que haber surgido ninguna complicación. Dejame adivinar... Youji
perdió la cabeza con alguna chica y te dejó solo.
Aya simplemente
se apartó, sin molestarse en reparar en la acusación de Ken.
No ayudaría a enterrar la dignidad de Youji pero tampoco lo defendería.
Compartir un beso no significaba nada si era un asunto de una sola vez.
Si Ken hubiera desenterrado asuntos personales concernientes a Youji el
amigo o Youji el amante, habría sido distinto. Desde que volvieran
a casa, Aya no había cruzado palabra con él. Después
de varios calmantes y otras píldoras para calmar las náuseas
y jaquecas, Youji parecía pensar con más claridad. Es bueno
que no haya tenido una contusión. El último lugar donde Aya
hubiera querido que Youji lo e-
vitara era el hospital. Idiota
con suerte.
— Aya... esperá
— Youji salió en tromba del baño con una remera ceñida
que terminaba encima del ombligo y jeans ajustados. No era una visión
con la cual Aya quisiera irse a dormir si quería conservar la cordura.
Cuando Youji
se chocó con Aya -que decidiera abruptamente detenerse- y fue sostenido
por manos atentas, la sospecha original de Ken acerca del comportamiento
de Youji la noche anterior se duplicó.
— No tendrías
que andar corriendo en tu estado.
— ¿Tenés
planes para esta noche ?
La torva mirada
que Aya dirigió a Ken fue incentivo suficiente para que el otro
tomara su turno en la ducha.
— ¿Me
estás invitando a salir ? —un brazo se deslizó detrás
de la espalda de Youji, abrazándolo mientras la otra mano alborotaba
un mechón de pelo mojado.
— Uh... no.
Quería hablar con vos.
— Quiero pasar
algún tiempo con vos, Youji — le pellizcó el mentón,
sonriéndole—. Y ser ignorado aun por un día resulta un castigo
bastante horrible por un casto beso.
— Dos besos...
Y yo nos llamaría castos —Youji sonrió de costado—. Por eso
quería hablar con vos, ¿te importa ?
— En absoluto.
El cuarto de
Aya estaba a una distancia prudencial más conveniente, así
que entraron y trabaron la puerta. Mejor no arriesgarse en caso de que
Omi entrara olvidando golpear o que sus hormonas tomaran el control. Si
eso ocurría, cualquiera que interrumpiera su intimidad estaría
caminando en hielo delgado. Su cuarto era el más pequeño
de la casa, pero él nunca se había quejado. Apenas entrar,
la cama era el primer mueble apreciable al final de la pared. A un lado
había una estantería de bambú y al otro lado, un agradable
sillón de cuero. Y eso era todo, excepto por una planta que pendía
sobre la cama desde el alféizar de la ventana.
— Sentate acá
conmigo —palmeó la cama, incapaz de quejarse cuando Youji prefirió
sentarse sobre sus piernas—. ¿De qué querías hablar
?
— ¿Estamos...
? Quiero decir... no lo mencionaste así que pensé...
— No quiero
presionarte. ¿Adónde querés ir con esto, Youji ? Yo
sé lo que quiero pero vos nunca has estado demasiado seguro de lo
que querés —muy casualmente, su mano libre presionó con firmeza
el abdomen desnudo de Youji. Escuchó su suspiro, quisquilloso en
principio ante la nueva sensación. De alguna forma Aya sabía
exactamente dónde y cómo tocarlo para despertar esas emociones
únicas—. Decime qué querés.
— ¿No
estamos yendo un poco rápido ? ¿Y qué si después
me arrepiento... ? No quiero lastimarte de esa forma.
— ¿Oh
? ¿Así que ahora te preocupás por mis sentimientos
? —acarició el estómago de Youji, siguiendo los músculos
antes de inclinarse para besarlo. Todo el cuerpo de Youji se estremeció,
sus manos aferrando el cabello rojo de Aya, tironeándolo hacia arriba—.
Me imagino que querrás tomarte tu tiempo.
— La idea de
estar con un hombre me resulta muy dura para aceptarla de inmediato.
— Querés
decir sexualmente. Youji, no todo el mundo es como vos, arrojándose
a la cama más cercana para aliviar unos lamentos infantiles.
— ¡Yo
no soy así !
— Sé
que no sos así. Yo tampoco, así que dejá de mirarme
como si estuviera a punto de arrancarte la ropa.
— ¿No
podemos trabajar con lo que tenemos y partir de ahí ?
— Okay.
Algo frío
reptó por la carne de Youji cuando Aya devolvió sus extremedidades
adonde correspondía, a sus lados.
— Todavía
es temprano. Qué te parece...
Aya interrumpió
a Youji, saltando sobre él con besos, sujetándolo a la cama
y riendo.
— Realmente
hacés salir lo peor de mí, Youji. Si fueras cualquier otra
persona, me conformaría con ver una película o una cena para
dos. Pero si yo fuera una mujer y vos te sintieras así, ¿la
jugarías tan inocente-
mente ? ¿Pensás que
podés irte a dormir así ?
Su mano descendió,
deslizándose entre las piernas de Youji hasta sujetarlo mucho más
íntimamente de lo que incluso hubiera podido imaginar. Los ojos
de Youji se cerraron estrechamente, dejó escapar un suave gemido
al tiempo que sin darse cuenta alzaba las caderas.
— ¿Qué
querés hacer en realidad esta noche ? —respiró en el oído
del hombre, lamiendo el lóbulo antes de morderlo.
— Lo que vos
quieras... queda en vos.
Lo siguiente
que dijo Youji sería algo que Aya jamás olvidaría
:
— ¿Por
qué no te sacás la ropa así puedo mostrarte ?
Brazos y piernas
frenéticos tiraron de remeras y pantalones, abriendo costuras y
haciendo saltar botones antes de que aterrizaran en el piso en un confuso
montón. Los dos sabían lo que querían que pasara,
pero ambos tenían diferentes métodos de llegar a eso. Aya
sólo estaba haciendo realidad su fantasía, mientras que Youji
tenía todavía muchas dudas que esclarecer. Una riña
de movimientos trajo a Youji a su lado, Aya abriéndose cautelosamente
camino a través de su muslo con besos.
— ¡Hey
! ¡Pará ! ¿Qué diablos estás haciendo
?
— Shhh.
Aya siguió
besándolo y subiendo, masajeando los muslos de Youji con sus palmas,
pero fue dar al suelo de una súbita patada. Se incorporó
de inmediato para hallar a su amante discretamente cubierto por las sábanas.
— Disculpá,
¿te lastimé ?
— ¿Cómo
hubieras podido ? Pero te dije de ir despacio y no estabas escuchándome.
Aquello no iba
a ser nada fácil. Para calmar a Youji, Aya intentó besándolo,
aliviado al sentir que la tensión se evaporaba. Sus dedos se deslizaron
por la mullida cabellera castaña, estrujando a Youji en sus brazos,
la sábana brindándoles cierto aislamiento. Por lo demás,
el pelirrojo se concentró cuidadosamente en las barreras de Youji,
mitigándolas, ayudándolas a caer junto con esas sábanas.
Había pasado meses ad-
mirando y deseando a este hombre,
robando atisbos de su belleza a través de puertas cerradas o ventantas
entornadas. Nadie nunca se había cuestionado acerca de la vida sexual
de Aya porque era sencillamente increíble e imposible que esto les
ocurriera alguna vez. Que él desearía a su amigo de esa forma
y aprove-
chara cualquier posibilidad de
espiarlo. Y ver ahora a Youji desnudo, en sus brazos, resultó en
una sobre-
cogedora revelación acerca
de su futuro. Había montones de cosas inciertas sobre su dirección
en la vida, pero Youji no era una de ellas.
— ¿Por
qué no tratás de sentirte cómodo ? —sugirió
Aya. Tomó una mano de Youji y la besó—. No te voy a empujar.
— Más
te vale —su corazón latía con tanta fuerza que le dolía
la cabeza—. Nunca estuve con un... hombre... antes.
— Yo tampoco.
Los dos somos nuevos en esto, pero quiero que vos estés bien.
Youji dejó
oír una risita nerviosa cuando la mano de Aya rozó sus costillas.
— Si Omi o Ken
te vieran así...
— Estarían
bien muertos en la mañana —amenazó él inocentemente.
— ¡Así
no ! —Youji señaló la visible erección de Aya, poniéndose
colorado antes de volver a apartar la vista—. Quiero decir así —abrazó
a su amante, sonriendo cuando un par de manos comenzaron a acariciar su
espalda, dedos dibujando remolinos en torno a sus omóplatos—. Como
una persona romántica.
— ¿Cómo
puedo actuar de otra forma ahora que te tengo ?
— ¡Mirá
! Lo estás haciendo de nuevo.
— Me siento
halagado, pero sólo estás dilatando lo inevitable. Y acá
estaba pensando que ibas a ser vos el que empezara las cosas.
Mantuvo la mirada
fija en la cara de Youji mientras su mano se deslizaba entre ellos para
sujetar suave y holgadamente la erección del otro hombre. Aya presionó
más cuando Youji gimió, arqueando la espalda y exponiendo
su pecho y su estómago, impedido de echarse hacia atrás por
el fuerte brazo que rodeaba su cintura.
— ¿Qué
tal se siente, mujeriego ? —se burló Aya, su caricia haciéndose
más y más firme, su pulgar frotando la parte interna del
miembro de Youji.
— Ohhh... Sos
tan... cruel... —Youji se mordió el labio, sofocando un quejido
cuando Aya lo apretaba casi dolorosamente.
— He querido
tocarte así por tanto tiempo.
— ¿Soy
tan bueno como tus fantasías ?
Las caricias
continuaron, siempre sujetándolo con fuerza suficiente para contener
los ávidos espasmos de sus caderas y provocar más de aquella
deliciosa fricción.
— Sos mejor.
Dejó
así a Youji, moviéndose hacia arriba para concentrarse ahora
en uno de sus pezones. Pellizcándolo entre sus dedos, dibujando
uno de ellos con fugaces movimientos de su lengua o succionando con fuerza
el otro. Aya no atendía a los crecientes gemidos de Youji, ni siquiera
cuando le pidió que se detuviera. Ignoró su súplica,
lamiendo el abdomen de su amante, trazando círculos con la punta
de su lengua.
— Um... ¿Youji
?
— Mmmm... ohhh...
qué... no pares —contradijo sus recientes protestas.
— Si empezás
a gritar y hacés venir a Ken voy a tener que matarlo.
— Es sacrificable.
Seguí —Youji estaba más interesado en las estremecidas erupciones
que recorrían todo su cuerpo.
Empujó
a Aya hacia atrás, cayendo sobre él para besarlo apasionadamente.
Moviéndose lentamente arriba y abajo sobre su cuerpo, frotando sus
miembros erectos juntos, temblando en la promesa del orgasmo. Se sentía
demasiado bueno, distinto a cualquier otra experiencia que alguna vez hubiera
tenido y quería más. Terminarlo ahora lo hubera dejado insatisfecho
y demado curioso. Youji apoyó sus caderas en las de Aya, jadeando
cuando el otro comenzó a hacer lo mismo. Como fuera, la manera en
que Aya se movía indicaba una necesidad más profunda, tratando
siempre de separar las piernas de Yougi y hacerse lugar entre ellas.
Aya sujetó
a Youji desde abajo, acariciando la carne suave y tersa antes de empujar
un dedo dentro de él. Percibió, más que sentirlo,
todos los músculos de Youji tensarse, negándole acceso.
— Prometo no
lastimarte —más besos llovieron sobre la cara de Youji, tratando
de borrar el miedo—. Relajate. Voy a ser suave.
— ¿No
debería estar abajo ?
— ¿Querés
estar abajo ? —su dedo masajeó cuidadosamente los músculos
de Youji desde el interior antes de ir más allá.
— No creo que
quiera hacer esto con las rodillas temblando.
Intercambiaron
posiciones, Aya usando aún ese único dedo para estimular
a Youji, agregando otro sola-
mente cuando lo sintió aflojarse.
En ningún momento apartó la vista de la cara de su amante,
listo para a-
yudarlo si surgía cualquier
dolor.
— ¿Cómo
te gustaría enterarte de un secreto terrible ?
Youji respiraba
entrecortadamente, sin advertir que Aya sólo intentaba distraerlo
— ¿Qué
? —preguntó al tiempo que un tercer dedo entraba en él,
y extendió más las piernas para acomodarlo.
— Cuando tuviste
esas pesadillas, entraba a tu habitación y dormía con vos
hasta que pasaban. La otra noche volví tarde y... bueno, vos habías
aprovechado para quedarte en cama. Tuve suerte de poder que-
darme sin ser descubierto tanto
tiempo.
— Al final son
tan dulce y romántico —se colgó del cuello de Aya, besándolo
aunque el otro parecía preocupado. Un súbito gruñido
impuso una pausa en lo que Aya estaba haciendo—. Aya... ¿cómo
pensás... ?
— ¿Confías
en mí ?
— Debería
pero... —Youji se dejó caer, jadeando, bañado en sudor, atrayendo
a Aya sobre él—. Ni siquiera sabés lo que estás haciendo.
Por unos segundos,
pareció que Aya seguiría bromeando un poco más, pero
ni siquiera estaba escuchan-
do. Se había arrodillado
entre las piernas de Youji, sosteniéndolas con firmeza bajo sus
brazos. Los dedos no eran más que un recuerdo cuando aprovechó
el momento y se abrió paso dentro de Youji. Tampoco estaba preparado
para la forma en que Youji se quedó sin aire, manoteando frenéticamente
la cabecera de la cama. Sus manos apresándolo estrechamente, sintiendo
el gusto de la sangre al morderle el labio inferior. Decir que durante
esos primeros segundos resultaba incómodo sería insuficiente.
Daba la sensación de que Aya lo hubiera escindido en dos, meciéndose
hacia dentro un poco cada vez. Él estaba hablando, diciéndole
a Youji que tuviera coraje, que el dolor pasaría pronto.
— No puedo...
¡pará ! ¡Pará por favor !
Aya se retiró,
todavía increíblemente excitado pero preocupado también
por el dolorido cuerpo de su amante.
— Te necesito,
Youji. Te deseo — se quejó.
— Yo sé
que ésta es nuestra primera vez juntos pero... ¿no te dice
nada la palabra "lubricante" ?
— Oops.
— Oops para
vos y ouch para mí.
— Lo lamento
tanto —Aya besó a Youji para disculparse, dejando la cama en busca
de un sustituto adecuado del lubricante.
Cuando volvió
a tenderse sobre Youji, el cuarto se llenó con los ecos de los afiebrados
gemidos de ambos. Intentaron no hacer mucho ruido, pero con los resortes
de la cama crujiendo y Youji dando un último grito... era una causa
perdida. El preludio de aquel momento final fue lo más gratificante
para ellos. Con Youji gimiendo y agitándose, empujándose
sobre el miembro de Aya para envolverlo más aún dentro de
sí. Experimentando la sensación completamente nueva de estar
siendo acariciado por dentro, Youji jamás había sentido algo
así con una mujer. Descubría que esta forma de hacer el amor
lo atraía más que cual-
quier otra que pudiera imaginar.
En cuanto a Aya, investigaba el cuerpo de su amante, buscando lo que le
diera más placer. Fascinado con aquella estrechez tan difícil
de penetrar pero que lo hacía todo tanto más erótico
una vez dentro. Justo cuando pensaban que duraría para siempre,
Youji alcanzó el clímax con un grito sofocado, golpeando
las almohadas mientras terminaba. Incapaz de continuar después de
eso, Aya terminó también, permaneciendo dentro de Youji y
estrechándolo al tiempo que se estremecía.
— Gracias —susurró
Youji, sus ojos cerrándose conforme el agotamiento lo ganaba.
— Te amo.
Esa última
declaración no llegó a ser escuchada por su amante, que acababa
de quedarse dormido. No podía hacer más que cubrir a Youji
con las mantas y acomodarse tras él, besando su cuello al tiempo
que decidía descansar también.
Por la mañana,
Aya no se sentía demasiado entusiasmado con aventurarse por la planta
baja, donde sabía que estarían Ken y Omi. Tomando su desayuno
como siempre. Huevos revueltos, tostadas, tocino y waffles a juzgar por
el olor. Estaba todo demasiado silencioso ahí abajo, como si estuvieran
susurrando secretos.
— ¿Aya
?
— Buenos días,
dormilón —Aya sonrió a Youji cariñosamente, besando
sus cejas—. Seguro que dor-
miste de corrido.
— No tuve ninguna
pesadilla.
— No. Creo que
se terminaron para vos.
— Me hacés
sentir tan seguro —bostezó, reclinándose en el abrazo de
Aya—. ¿Cuándo vamos a encarar a Ken y Omi ?
— Nunca.
— Vamos, ellos
lo entenderán.
— Lo que van
a entender es que de un día para el otro te hice gay... y que lo
mismo les podría pasar a ellos —hurgando con un dedo entre las costillas
de Youji, sonrió cuando su amante comenzó a reír—.
Quiero estar con vos para siempre.
— No pienso
irme a ningún lado.
Maldiciendo
la bonita burla de Youji, Aya no tuvo más alternativa que levantarse.
Si pasaba un solo minuto más contemplando esos ojos somnolientos,
volverían a la cama por otra hora como mínimo.
— Hora de enfrentar
al juez, el jurado y el verdugo.
Lo más
extraño ocurrió cuando Aya se unió a Ken y Omi para
desayunar. Casi lo derribaron con su excitación.
— ¡Anoche
nos pasó algo de lo más asombroso ! —Omi saltaba arriba y
abajo, incapaz de contener aquella explosión de sus emociones.
— ¿Adivinás
a quién vimos ?
— Uh... no sé.
¿A quién ?
— ¡A Mick
Perez ! —chilló Ken—. ¡Nos dio entradas gratis para ir a ver
a esa banda nueva, condena-
damente buena y resultó
que ya son famosos !
Cuanto le importaba
a Aya era que de alguna forma, por una extraña coincidencia, Ken
y Omi habían salido la noche anterior sin volver hasta muy tarde,
o temprano en la mañana.
— ¿Y
a qué hora volvieron, ustedes ?
— Hace dos horas,
¡y todavía estoy tan acelerado que podría volver a
salir ahora mismo ! ¡Era salvaje, Aya ! —entonces Ken sacó
una remera autografiada para mostrársela a su amigo, sin darse cuenta
de que Aya ni siquera le prestaba atención.
— ¿Dónde
está Youji ?
Aya contuvo
el aliento, tratando de no mirar a Omi.
— ¿A
qué te referís ?
— Nos fijamos
en su dormitorio y no estaba ahí. Ni siquiera durmió en su
cama.
En ese preciso
momento, Youji entró con sus aires de grandeza en la cocina, renqueando
un poco y caminando más bien tieso, pero la cara iluminada al ver
a Aya de nuevo.
— ¿Me
buscaban ?
Cruzó
en línea recta la cocina, tomó un sandwich a medio comer
del plato de Aya y le hincó los dientes. No le resultó llamativo
a nadie más que a la persona cuya comida había resultado
su víctima, así que nadie se inmutó.
— Llegué
a casa solo.
Un suspiro casi
audible de alivio respondió a la tácita pregunta de Youji,
así que siguió. No deseaba que Ken lo sermoneara o lo despreciara,
y temía a Omi por la decisión que había tomado. También
sería malo que Aya fuera marginado por sus preferencias sexuales.
Lo último
que necesitaban era más complicaciones para dificultar aún
más el infierno que podía ser a veces su trabajo. De modo
que dos de ellos habían hecho contacto a pesar de todo, y tal vez
hasta se habían enamorado. No significaba que se pudiera decir lo
mismo de Ken y Omi, quienes quizás nunca aceptaran lo que se había
revelado en el dormitorio de Aya la noche anterior.
— Había
esta fiesta y una mujer me invitó, así que por supuesto debía
ir.
— ¿Y
cómo era ella ? —inquirió Omi.
Aya esperó
a escuchar qué diría Youji, sonrojándose cuando habló.
— Era la persona
más hermosa que jamás haya tenido la suerte de conocer.
Vino a él, sediento como siempre, pero sólo cuando era solicitado.Youji el asesino se había convertido en la presa.
Él vivió con eso como si resultara normal hacerlo.
La voluntad superó a la fuerza, por momentos escasa de limitaciones.
Cuando atrajo a otro, sus fuerzas se duplicaron.
Solo, se volvía débil y carente de propósitos, buscando sólo ser buscado.
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