Unos Momentos con Jes�s y
Mar�a
Lecturas del 20-3-01 (Martes de la Tercera Semana de
Cuaresma)
SANTORAL: San Mart�n de
Dumio
Lectura de la profec�a de Daniel 3,
25. 34-43
Azar�as, de pie en medio del fuego, tom� la palabra y
or� as�:
No nos abandones para siempre a causa de tu Nombre, no anules tu
Alianza, no apartes tu misericordia de nosotros, por amor a Abraham, tu amigo, a
Isaac, tu servidor, y a Israel, tu santo, a quienes prometiste una descendencia
numerosa como las estrellas del cielo y como la arena que est� a la orilla del
mar.
Se�or, hemos llegado a ser m�s peque�os que todas las naciones, y hoy
somos humillados en toda la tierra a causa de nuestros pecados. Ya no hay m�s en
este tiempo, ni jefe, ni profeta, ni pr�ncipe, ni holocausto, ni sacrificio, ni
oblaci�n, ni incienso, ni lugar donde ofrecer las primicias, y as�, alcanzar tu
favor.
Pero que nuestro coraz�n contrito y nuestro esp�ritu humillado nos
hagan aceptables como los holocaustos de carneros y de toros, y los millares de
corderos cebados; que as� sea hoy nuestro sacrificio delante de ti, y que
nosotros te sigamos plenamente, porque no quedan confundidos los que conf�an en
ti.
Y ahora te seguimos de todo coraz�n, te tememos y buscamos tu rostro. No
nos cubras de verg�enza, sino tr�tanos seg�n tu benignidad y la abundancia de tu
misericordia. L�branos conforme a tus obras maravillosas, y da gloria a tu
Nombre, Se�or .
Palabra de Dios.
SALMO Sal 24, 4-5a. 6-7bc. 8-9
(R.: 6a)
R. Acu�rdate, Se�or,
de tu compasi�n.
Mu�strame, Se�or, tus caminos,
ens��ame tus senderos.
Gu�ame por el camino de tu
fidelidad;
ens��ame, porque t� eres mi Dios y mi salvador.
R.
Acu�rdate, Se�or, de tu compasi�n y de tu amor,
porque son eternos.
Por tu bondad, Se�or,
acu�rdate de mi seg�n tu fidelidad. R.
El Se�or es bondadoso y recto:
por eso
muestra el camino a los extraviados;
�l gu�a a los humildes para que
obren rectamente
y ense�a su camino a los pobres. R.
X
Lectura del santo Evangelio seg�n san Mateo 18, 21-35
Se adelant� Pedro y le dijo: �Se�or, �cu�ntas veces
tendr� que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? �Hasta siete
veces?�
Jes�s le respondi�: �No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta
veces siete.
Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso
arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a
uno que deb�a diez mil talentos. Como no pod�a pagar, el rey mand� que fuera
vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que ten�a, para saldar la deuda.
El servidor se arroj� a sus pies, dici�ndole: "Se�or, dame un plazo y te
pagar� todo."
El rey se compadeci�, lo dej� ir y, adem�s, le perdon� la
deuda.
Al salir, este servidor encontr� a uno de sus compa�eros que le deb�a
cien denarios y, tom�ndolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: "P�game lo que me
debes."
El otro se arroj� a sus pies y le suplic�: "Dame un plazo y te
pagar� la deuda."
Pero �l no quiso, sino que lo hizo poner en la c�rcel
hasta que pagara lo que deb�a.
Los dem�s servidores, al ver lo que hab�a
sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su se�or. Este lo mand� llamar
y le dijo: "�Miserable! Me suplicaste, y te perdon� la deuda. �No deb�as tambi�n
t� tener compasi�n de tu compa�ero, como yo me compadec� de t�?"
E
indignado, el rey lo entreg� en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo
que deb�a.
Lo mismo har� tambi�n mi Padre celestial con ustedes, si no
perdonan de
coraz�n a sus hermanos.�
Palabra del Se�or.
Reflexi�n
En el trato
con los dem�s, en la convivencia de todos los d�as, es pr�cticamente inevitable
que se produzcan roces. Es tambi�n posible que alguien nos ofenda, algunas veces
sin intenci�n. Pero otras, actuando de una manera incorrecta o en su beneficio
personal, en forma que nos perjudique. Y esto, con frecuencia ocurre
habitualmente.
�Hasta
siete veces debo perdonar? Esta es la pregunta que Pedro le hace al Se�or en el
evangelio de hoy. Es tambi�n el tema de esta reflexi�n: �sabemos disculpar en
todas las ocasiones?, �o el requisito del Evangelio nos parece un poco
exagerado?
La
respuesta de Jes�s es: No te digo hasta siete veces, sin hasta setenta veces
siete. Es decir siempre. El Se�or nos reclama una postura de perd�n y de
disculpas ilimitados. Nos exige un
coraz�n grande. Quiere que le imitemos.
Santo Tom�s
dice que la omnipotencia de Dios se manifiesta, sobre todo, en el hecho de
perdonar y usar de su misericordia, porque la manera que Dios tiene de demostrar
su poder supremo es perdonar libremente. Y por eso a nosotros nada nos asemeja tanto a Dios
como estar siempre dispuestos a perdonar.
Nuestra
conducta no debe consistir en esforzarnos por recordar todas las ofensas que nos
han hecho, porque esto es impropio de un hijo de Dios. Muchas veces parece que
tenemos preparado un registro para recitar, en la primera ocasi�n que se nos
presenta, una lista de todos los agravios sufridos.
Aunque el
pr�jimo no mejore, aunque reincida una y otra vez en la misma ofensa o en
aquello que nos molesta, debemos renunciar a todo rencor. Nuestro coraz�n debe
conservarse sano y limpio de toda enemistad.
Nuestro
perd�n debe ser sincero, de coraz�n, como Dios nos perdona a nosotros.
Perd�n
r�pido, sin dejar que el odio o la separaci�n se aniden en nuestro coraz�n. Sin
adoptar poses teatrales ni perder el buen humor. La mayor�a de las veces, en la
convivencia diaria, ni siquiera ser� necesario decir �te perdono�: bastar�
sonre�r, devolver la conversaci�n, tener un gesto amable. En definitiva,
disculpar.
En este
tiempo de Cuaresma, que es tiempo de conversi�n interior, pidamos a Mar�a que
nos ayude a lograr que las palabras que decimos todos los d�as en el
Padrenuestro: "Perd�nanos nuestras deudas as� como nosotros perdonamos a
nuestros deudores", no sean una mera f�rmula, sino que transformen nuestra forma
de ser y de comportarnos con nuestro
pr�jimo.
Perdonar, y ofrecer
nuestro perd�n al Se�or, puede ser
hoy nuestro prop�sito de sacrificio personal para esta
Cuaresma.
Se�or,
haz de m� un instrumento de tu
paz.
All� donde hay odio ponga yo
amor.
All� donde hay discordia ponga yo
uni�n.
All� donde hay error ponga yo la
verdad.
All� donde haya duda que ponga yo
la fe.
All� donde haya
desesperaci�n,
que ponga yo
esperanza.
All� donde haya tinieblas,
que ponga yo la
luz.
All� donde haya tristeza,
que ponga yo
alegr�a.
Haz, Se�or, que no me empe�e
tanto
en ser consolado, como en
consolar;
en ser comprendido,
como en
comprender;
en ser amado, como en
amar.
Porque dando se
recibe,
olvidando se
encuentra,
perdonando se es
perdonado
y muriendo a uno mismo
se resucita a la vida
eterna.
Himno de la Liturgia de
las Horas
SANTORAL: San Mart�n de Dumio
Cuando las invasiones de los pueblos
b�rbaros destruyeron el Imperio Romano, en el siglo V entraron en Espa�a -entre
otros- los suevos, quienes mezcl�ndose con la poblaci�n �bero-romana dieron
orig�n a la estirpe gallega. Los suevos eran arrianos y entre ellos se despleg�
su actividad Mart�n de Dumio, de cuya labor apost�lica nos dan referencias san
Gregorio de Tours y Venancio Fortunato -que fueron sus coet�neos- y
posteriormente san isidro de Sevilla.
De su ni�ez y juventud nada se sabe.
Se hizo peregrino y recorri� Palestina, donde se ejercit� en la vida monacal con
los padres del desierto. Visit� despu�s los santuarios romanos y se intern� en
las Galias, donde conoci� a san Gregorio de Tours y a Venancio Fortunato. Se
hallaba en Tours cuando lleg� al lugar una embajada enviada por el rey de los
suevos, con el fin de obtener algunas reliquias que curaran al pr�ncipe
heredero, con la promesa de abjurar la herej�a arriana si el milagro se cumpl�a.
Obtenidas �stas, volvieron por mar a Galicia y con ellos, al parecer, viaj�
tambi�n Mart�n.
Simult�eamente al recibimiento se
oper� el milagro. El rey y los dignatarios de la corte se convirtieron y con
ellos el pueblo; nuestro santo pudo bautizarlos en el nombre del Padre y del
Hijo y del Esp�ritu Santo.
Los reyes suevos ten�an su corte en
la ciudad de Braga y Mart�n se estableci� en un lugar cercano. pronto lo
rodearon numerosos fieles, deseosos de iniciarse en la vida monacal; para ello
levant� una iglesia consagrada a san Mart�n de Tours y varios monaterios, el m�s
importante el de Dumio, que le sirvi� de base para sus tareas
misionales.
En le a�o 561, siendo ya obispo de
Dumio, convoc� un concilio en Braga. M�s tarde fue nombrado arzobispo de la
capital.
Con su predicaci�n y el ejemplo de su
vida realiz� una intensa labor apost�lica. Reuni� concilios y dej� una
importante obra escrita, en la que se cuentan una colecci�n de c�nones o
Sentencia de los padres egipcios, donde se resume sus experiencias con los
monjes de Oriente, y otra de concilios espa�oles y africanos; para el rey, a su
pedido, redact� un tratado de moral llamado Formula de la vida honesta y para la
gente del pueblo una obra titulada De la correci�n de los r�sticos, donde hace
una breve exposici�n de la doctrina cristiana y una relaci�n de las
supersticiones de la gente del campo y de las pr�cticas idol�tricas de su
tiempo.
San Mart�n de Dumio, llamado el
ap�stol de los suevos, muri� el 20 de marzo del a�o 580. Su epitafio, que �l
mismo compuso, dice as�: "Nacido en Panonia, atravesando los anchos mares y
movido por un impulso divino, llegu� a esta tierra gallega, que me acogi� en su
seno. Fui consagrado obispo de esta tu Iglesia, oh glorioso confesor de Tours;
retaur� la la religi�n y las cosas sagradas, y habi�ndome esforzado en seguir
tus huellas, yo, siervo tuyo, que tengo tu nombre pero no tus meritos, descanso
aqu� en la paz de
Cristo".