El renacimiento
Tres grandes vertientes confluyen en este periodo, y nutren su fecundidad. Por un lado, la enorme vitalidad de los antiguos valores paganos con su característica actitud mediterránea de goce por la vida. No es casualidad que un intento por resucitar el teatro griego dé como resultado el nacimiento de la ópera en Florencia, a caballo, entre los siglos XVI y XVII. Podemos también incluir aquí el redescubrimiento de los filósofos antiguos a través de sus herederos árabes realizado desde el siglo XIII.
Por otro lado, la firme y rigurosa disciplina del ascetismo cristiano, de origen oriental, con su profunda y trascendente visión del mundo. De hecho, el canto hebreo se encuentra en los orígenes de toda la música occidental posterior.
Y por supuesto, la inmensa herencia intelectual y artística del medioevo, inmersa en las tradiciones ya mencionadas, pero con características propias y específicas. Subestimada siempre desde el racionalismo, constituye el más profundo germen del renacimiento, no solo por contraste, sino por auténtica extensión: los ideales del 500 ya se encuentran expresados y parcialmente realizados desde el imperio Carolingio.
El renacimiento no es época de antropocentrismo malentendido, como pretende el prejuicio racionalista. En todo caso, sus logros se hunden en un profundo y equilibrado humanismo. El hombre no es considerado centro o medida de las cosas: descubre la importancia de su participación dentro de un orden vasto e incluyente.
La fe no es sustituida por la razón, sino que ambas emprenden su propio encuentro en un diálogo más igualitario, no libre de fricciones, pero tampoco carente de mutuos reconocimientos. Los científicos siguen siendo creyentes, Cop�rnico inclu�do. Los fil�sofos cristianos ya ten�an mucho tiempo pensando como cient�ficos: Occam y Bacon, por supuesto, eran monjes.
Europa tiene tambi�n su encuentro: se llama Am�rica. La conquista, legado de luces y sombras, es una empresa netamente renacentista.
El legado musical del renacimiento es de primer�sima importancia. No es m�sica de "nuestro siglo", pero la experiencia de la libertad deja siempre una huella profunda e imborrable, capaz de trasmitirse a trav�s del tiempo y el espacio.
Este es el sentimiento que nos lleva a cantar, una vez m�s, las canciones del renacimiento.