ELEMENTOS DE NARRATIVIDAD
Denis
BERTRAND
Traducción de Lelia Gándara
1. El modelo actancial
1.1.
El actante
El actante, «pieza maestra del teatro
semiótico [1]
», concepto central y discutido, conoció en su historia una serie de
redefiniciones. Más exactamente, su definición ha sido precisada en varias
ocasiones. Vamos a intentar aprehenderla a través de esta diacronía conceptual.
Señalemos, para comenzar, que la introducción del actante ilustra el doble
movimiento, deductivo e inductivo, del análisis semiótico: el deductivo se
genera a partir de la sintaxis elemental. Surgido de la sintaxis estructural de
la frase propuesta por L. Tesnière, su utilización se extendió al discurso y su
estatus se vio modificado por ello mismo. La tipología generada por el inductivo
se basa en el análisis de corpus empíricos de relatos, y en particular, en su
origen, de cuentos populares. Los diferentes tipos de actantes son, entonces,
productos de la praxis cultural de los discursos narrativos.
1.1.1. La perspectiva del modelo actancial
Por reducción de las dramatis personae del
modelo de Propp, Greimas reconoce inicialmente tres pares de categorías
actanciales. Conforme al concepto estructural de categoría, cada término sólo se
define por su relación de oposición a otro término del mismo nivel. Este
conjunto está incluido en el modelo actancial bien conocido, presentado en
Semántica Estructural.
1. Sujeto - Objeto
2. Destinador –
Destinatario
3. Ayudante– Oponente
Un actante Destinador,
actante soberano (rey, providencia, Estado, etc.), fuente y garante de los
valores, los transmite por la mediación de un actante objeto a un actante
Destinatario: es la categoría de la comunicación. El Sujeto (que puede
confundirse con el Destinatario) tiene la misión de adquirir este Objeto, de
«conjuntarse» con él: es la categoría de la búsqueda. Para hacerlo, se ve
contrariado por el Oponente y sostenido por el actante Ayudante: es la categoría
polémico-contractual.
Este modelo, surgido de la
lectura proppiana del relato, sigue sin embargo estando muy cerca del universo
narrativo de referencia, el cuento popular. De allí toma la perspectiva
dominante, que es la del sujeto-héroe: éste, portador de los deseos y los
temores del grupo, encarna los valores sociales de referencia. Pero el modelo
oculta, al mismo tiempo, el recorrido del «traidor» (el oponente). Este último
sólo interviene ocasionalmente, para contrariar, durante las pruebas, el
recorrido del héroe y poner en peligro los valores de los que es portador. De
este modo, el modelo permanece anclado en el universo axiológico propio de la
etnoliteratura, exclusivamente relativo a la perspectiva adoptada: el cuento, a
través del recorrido de su héroe, hace sufrir a los valores colectivos el riesgo
de la prueba con la sola finalidad de reencontrarlos consolidados al término del
relato. Ahora bien, tal como lo han mostrado los teóricos de la literatura (de
Lukács y Bajtín a Ricœur y Kundera), la novela moderna se funda cuando, con
Rabelais y Cervantes, el relato pone en escena una ruptura de adhesión a esos
valores, cuando adopta la perspectiva de otro personaje central distinto del que
es a priori representativo de los valores colectivos de la esfera social,
ubicando así a la ironía en el nacimiento de la escritura novelesca de la
modernidad: Panurge, por ejemplo, en Le Tiers Livre, o Sancho en el
Don Quijote.
1.1.2. Actantes posicionales
Con el fin de separarse de las constricciones
específicas de un universo narrativo de referencia y de dotarse de un
instrumento de alcance más amplio, la semiótica fue adoptando progresivamente
una segunda formulación del dispositivo actancial. Sustituyendo a la precedente,
se presenta como un sistema más depurado, más abstracto y más general, reducido
a tres posiciones relacionales: la del sujeto (en relación con sus
objetos valorizados), la del destinador (en relación con el
sujeto-destinatario a quien otorga mandato y sanciona respecto a los valores de
los que están investidos los objetos) y la del objeto (mediación entre el
destinador y el sujeto).
Un segundo dispositivo se dibuja, paralelo, simétrico
e inverso al modelo centrado en el sujeto, el del anti-sujeto.
Estableciendo una relación de oposición con el sujeto, el anti-sujeto se refiere
a valores inscritos en la esfera de un anti-destinador. Así, la dimensión
polémica se encuentra instalada en el corazón de los procesos narrativos. Los
dos actantes son llamados a encontrarse y a enfrentarse, ya sea de manera
conflictiva (por la guerra o la competición), o bien de manera contractual (por
la negociación y el intercambio).
Ayudante y oponente han desaparecido: el primero
queda integrado a la esfera del destinador, que él representa cuando interviene
en el relato y del cual, por consiguiente, constituye un papel actancial; el
segundo está integrado a la esfera del anti-sujeto. La introducción de esta
«esfera» modifica sensiblemente la representación de los universos narrativos:
no sólo pone en evidencia la estructura polémica subyacente a todo el desarrollo
narrativo, ya sea que ésta se manifieste bajo la forma del contrato o del
conflicto, sino que además deja abierto el paso de un polo al otro (el contrato
yugula el conflicto latente, el conflicto se resuelve en contrato). Además, hace
aparecer el desdoblamiento de los recorridos narrativos por debajo de toda
asunción de valores (el recorrido puede estar relacionado a la perspectiva del
destinador, o a la del anti-destinador). La noción de perspectiva, liberada de
la pertenencia a un universo axiológico de referencia, adquiere entonces todo su
sentido. Un relato puede seleccionar, como recorrido central, el del héroe
positivo o el del héroe negativo, el de Sherlock Holmes o el de Arsène
Lupin...
1.2. El programa narrativo
El programa narrativo (PN) es la estructura
sintáctica elemental que «le pone música» al paradigma actancial, a través de la
relación entre el sujeto y el objeto, erigidos así en hiper-actantes. Constituye
un algoritmo de transformación de los enunciados narrativos. Acabamos de ver los
predicados fundamentales en el análisis del texto de Le Clézio [2]
. Examinémoslo ahora más de cerca. El programa narrativo articula dos
enunciados de base: los enunciados de estado y los enunciados de hacer. Éstos
últimos tienen por función transformar los estados. Los enunciados de estado,
por su parte, se basan en los predicados elementales de «ser» y de «tener». El
relato mínimo descansa, así, en la transformación de un «estado de cosas», por
la privación o por la adquisición que resulta de un predicado de acción. Para
comprender este mecanismo de transformación, hay que postular dos tipos opuestos
de enunciados de estado, que definen la relación que mantiene el sujeto con los
objetos a los que apunta: o bien posee las cualidades y los valores inscritos en
estos objetos (la belleza, la riqueza, el reconocimiento...), o bien no los
posee. El concepto semiótico de junción define esta doble relación
elemental: conjunción (cuando el sujeto posee el objeto, está conjunto a éste) y
disjunción (cuando el sujeto está privado del objeto, está disjunto de éste). El
programa narrativo designa, entonces, la operación sintáctica elemental que
garantiza la transformación de un enunciado de estado en otro enunciado de
estado con la mediación de un enunciado de hacer. Así, por ejemplo, estado 1
disjuntivo: Cenicienta es pobre (no-tener) y es humillada (no-ser). Conoce al
príncipe y se casa con él (enunciado de hacer). Estado 2 conjuntivo: Cenicienta
es rica y es respetada...
La fórmula estenográfica de este programa narrativo
elemental se presenta como sigue:
PN =
Función (hacer) (S1 (sujeto de hacer) à (S2 (sujeto de
estado) È
O (objeto de valor))
PN = Función (hacer) (S1 (sujeto de hacer)
à (S2 (sujeto de
estado) Ç
O (objeto de valor))
El programa narrativo es una función (un
hacer), por la cual un sujeto de hacer (S1) hace de tal manera que un sujeto de
estado (S2) se ve disjunto (È) de un objeto al que estaba conjunto (Ç),
o inversamente. Los dos actantes sujetos (de hacer y de estado) pueden ser
manifestados por dos actores distintos (pensemos en el caso del «don», por
ejemplo), o por un solo y mismo actor (pensemos en el caso del «robo»).
El PN se presenta como una fórmula elemental que las
estructuras de los relatos efectivos despliegan, complejizan y jerarquizan a
gusto. Así, se podrá distinguir los relatos de adquisición de valores y los
relatos de pérdida. La tipología de los programas narrativos invita, además, a
jerarquizar el programa de base, o programa principal, y los programas de uso, o
programas secundarios: el cumplimiento de estos últimos es necesario para la
realización del primero. El análisis narrativo propone así, una formulación
sintáctica al tópico de los medios y los fines, confiriéndole un alcance más
general en el análisis de los discursos de la acción, y reinscribiendo por la
misma razón su orientación teleológica.
2. El esquema narrativo
El programa narrativo modeliza la estructura
elemental de la acción. Ésta se inscribe en una serie de secuencias que,
obviamente, no es necesariamente circular. Para hacer ver el hecho de que los
encadenamientos de acciones incluidas en un relato tienen un sentido y que allí
se dibuja una intencionalidad a posteriori, Greimas puso en evidencia la
existencia de un marco general de la organización narrativa, marco de alcance,
si no universal, al menos transcultural: el «esquema narrativo canónico».
El término esquema, tomado de Hjelmslev, es
esencial en la concepción semiótica del lenguaje. Designa, de manera general, a
la representación de un objeto semiótico reducido a sus propiedades esenciales.
Más precisamente, Hjelmslev reformula la célebre dicotomía saussuriana Lengua
vs Habla en Esquema vs Uso. El esquema se define
entonces como una combinatoria abierta, un sistema, en el interior del cual el
uso selecciona combinaciones particulares. El uso es lo que las comunidades
lingüísticas, más acá de la palabra individual, hacen de las disponibilidades
del sistema que ofrece la lengua. Así, trátese de lengua o de discurso, el
esquema está abierto a una infinidad de posibles, mientras que el uso realiza de
entre esos posibles un conjunto relativamente cerrado de combinaciones
efectivamente producidas en el interior de un área lingüística y cultural dada.
Cierre del uso, apertura del esquema: esta concepción se aplica al dominio
particular de la organización narrativa.
2.1. La formación del esquema narrativo
2.1.1. Esquema 1: las tres pruebas
Del mismo modo que para el actante, la génesis y las
diferentes etapas de la formulación del esquema narrativo son esclarecedoras. En
un comienzo, se trataba de extraer de las treinta y una funciones de Propp los
principios lógicos más elementales de distribución. La regularidad buscada
apareció con la iteración de tres pruebas que agrupan los conjuntos de
funciones: prueba calificante, prueba decisiva, prueba glorificante.
Secuenciación |
Prueba à |
Prueba à
decisiva ß |
Prueba glorificante |
Este esquema puede ser leído en los dos sentidos: en
el sentido de la sucesión, se presenta como un recorrido del sujeto de búsqueda.
Interviene en primer lugar la calificación que instaura al sujeto en cuanto que
tal, luego su realización por la acción, y por último el reconocimiento que
garantiza el sentido y el valor de los actos que ha realizado. Leído en ese
sentido, el esquema expresa una orientación con finalidad, una mira
[visée] teleológica, y constituye así, para Greimas, «un marco formal en
el que se inscribe "el sentido de la vida" [3]
». Leído en sentido inverso, remontando desde la prueba glorificante
hasta la calificación, hace aparecer un orden de presuposición a
contracorriente, y una intencionalidad reconocible en consecuencia a
posteriori. Esta doble lectura permite convertir el orden temporal de la
consecución en orden lógico de la consecuencia. El carácter aleatorio del
primero es reinterpretado como un encadenamiento causal con el segundo. Esta
causalidad se considera como un dato del razonamiento lógico, mientras que
remite más bien a una ritualización estereotipada. Eso no quita que se apoya en
ella la impresión de coherencia narrativa que renueva el antiguo entimema de la
retórica: Post hoc, ergo propter hoc, «después de esto, por lo tanto en
razón de esto».
2.1.2. Esquema 2: el marco contractual
En esta formulación inicial el esquema narrativo
conserva la impronta de los corpus de la etnoliteratura que especifica y limita
su empleo. La «glorificación», por ejemplo, término figurativo, no es sino una
manifestación posible de un fenómeno más general de reconocimiento de un acto
realizado. Se podrá elegir un término más amplio para nombrarla: «sanción». Ésta
puede ser positiva (gratificación) o negativa (reprobación), pragmática
(recompensa o castigo) o cognitiva (elogio o censura). Del mismo modo,
comprobamos que el conjunto del esquema narrativo está, por así decir, enmarcado
en una estructura contractual. En un principio, un contrato entre el Destinador
y el sujeto fija los valores y el mandato, el sujeto adquiere las competencias
(conocimientos, medios de actuar, etc.) para ejecutar el mandato y cumplir con
su compromiso realizando la acción (la actuación misma), antes de que el
Destinador, al final del recorrido, verifique la conformidad de la acción
realizada con relación a los términos del compromiso, retribuya o castigue,
aportando así él mismo su contribución al contrato inicialmente celebrado. Las
grandes secuencias de este modelo ideológico que es el esquema narrativo se
convierten ahora en:
contrato ßà competencia
ßà actuación
ßà sanción
Esta vez se puede reconocer
una distribución de las relaciones actanciales en cada etapa del esquema: el
contrato pone en relación al Destinador-mandador con el sujeto, la competencia
pone en relación al sujeto con el objeto, la actuación pone en relación al
sujeto con el anti-sujeto en torno al objeto de valor, la sanción, finalmente,
pone en contacto al sujeto con el Destinador que juega entonces un papel de
judicador.
2.1.3. Esquema 3: las esferas semióticas
autónomas
Una última etapa, última generalización en la
presentación del esquema narrativo, consistió en hacer aparecer los grandes
conjuntos semióticos que abarca y que son analizables, como veremos, en términos
de estructuras modales. Nos desprendemos entonces del imaginario narrativo
propiamente dicho, el del encadenamiento orientado de las acciones y los
eventos. Pero si bien nos interesamos menos directamente en la dimensión
teleológica del esquema, es para separar mejor los dominios de articulación
relativamente autónomos de las significaciones narrativas, para aislar amplias
esferas semióticas reconocibles en toda clase de discurso, incluso
fragmentariamente localizadas, mucho más allá del relato propiamente dicho. Así,
se dibujan tres grandes dominios semióticos:
Manipulación - Acción - Sanción
El contrato puede inscribirse en la esfera más
general de la «manipulación». Este término, tomado sin ninguna connotación
peyorativa, designa más fundamentalmente el campo de la factitividad: el
hacer-hacer, que presupone un hacer-creer, un hacer-querer o deber, un
hacer-saber y un hacer-poder. A partir de allí, el Destinador-manipulador puede
ser tanto el que otorga el mandato (tal como el rey Arturo) como el que promete,
el que alienta o el que desafía, el que elogia como el que seduce... El
Destinador no es ya, entonces, una figura actancial a priori, realizada
en los papeles fijos de la tradición cultural (dios, rey, padre, etc.), sino que
es construido por los enunciados modales (factitivos) que asume y que lo
definen, sin por eso fijarlo en esa posición: cualquier actor puede encontrarse
en posición modal de Destinador e, inversamente, un gendarme, un padre o un jefe
de Estado pueden ver su función de Destinador debilitada o desestabilizada, en
razón de una simple pérdida modal (la pérdida de confianza por ejemplo...). De
esta manera, el contrato se considera como una doble manipulación entre dos
sujetos que ajustan y negocian sus /hacer-creer/ en función de los valores en
juego.
La competencia y la actuación se inscriben en la
esfera más general de «la acción». Es el hacer, pragmático o cognitivo, lo que
la caracteriza así como las condiciones requeridas para su ejercicio. Su apuesta
es el «hacer-ser» (definición del acto) que consiste en establecer un nuevo
estado de cosas. Pone en presencia al sujeto actuante y al anti-sujeto que le
opone una resistencia, en una confrontación de la que resulta la adquisición o
la pérdida de valores.
La «sanción» que pone en escena, y en juego, un
Destinador particular (juez, evaluador), representa también una esfera semiótica
relativamente autónoma. El Destinador de la sanción está dotado, o supuestamente
dotado, de un saber verdadero y del poder de hacerlo valer. Así como hay
configuraciones específicas que dependen de la manipulación, tales como la
seducción, la provocación o el desafío, del mismo modo hay aquí figuras de la
sanción que pueden aislarse: los discursos del elogio y de la censura, por
ejemplo, que abarca el género epidíctico de la retórica clásica, presuponen para
la validez de su ejercicio la posición actancial de poder o de legitimidad del
sujeto que los enuncia. A falta de un sujeto «autorizado», el discurso de la
sanción pierde toda eficacia veridictoria, como sucede con frecuencia.
2.2. Esquema narrativo, interacción y
argumentación
En este último estadio de formulación, comprobamos
que se modificó sensiblemente el estatus inicial del esquema narrativo,
ampliándose considerablemente su alcance. Lejos de ser sólo un dispositivo
organizador de los textos narrativos, aparece de ahora en más como un modelo
general de interacción. Lo que esquematiza, ya no es el relato, sino la
comunicación misma entre los hombres, una de cuyas formas privilegiadas de
manifestación es el relato. Y, lejos de ser un simple esquema de la comunicación
(como los de la lingüística clásica), compromete a través del dispositivo de sus
papeles la mira y los efectos esperables del discurso en acto. Estas miras y
estos efectos son constitutivos del esquema mismo. Es por esta razón que, nos
parece, es tan fácil relacionar los grandes géneros retóricos tradicionales con
las esferas semióticas así aisladas, e integrarlos: hemos visto que el
epidíctico dependía de la sanción cognitiva; de la sanción depende igualmente el
género judicial, cuya función es establecer la verdad de acciones realizadas en
el pasado. Como lo escribió Aristóteles, «la acusación o la defensa siempre se
refieren a hechos ocurridos [4]
». En cuanto al género deliberativo, que tiene la propiedad de
anticipar y proyectar realizaciones futuras, pertenece, evidentemente, a la
esfera de la manipulación. La deliberación, que comprende la exhortación y la
disuasión, es un juego contractual entre sujetos manipuladores que se dedican al
hacer-creer. Así enmarcada por la manipulación y por la sanción, la acción misma
está como embebida de sentido.
Se comprende entonces que la teoría semiótica de la
narratividad, lejos de limitarse sólo al campo del relato, se presente como un
modelo posible para una teoría general del discurso; y que, en la rivalidad que
con frecuencia enfrentó a muchos teóricos en cuanto a saber si había que
considerar a lo narrativo o a lo argumentativo como la forma más fundamental del
discurso, ninguno de los antagonistas tiene la razón. En efecto, vemos bien que
el relato puede estar, y está sin dudas siempre, al servicio de la persuasión,
pero que, a la inversa, la argumentación, para su ejercicio, toma prestados sus
papeles, sus estrategias y sus funciones esenciales a los principios más
elementales de la narratividad. No hay allí nada sorprendente, si aceptamos la
idea de que las estructuras y las relaciones entre actantes reconocibles en el
seno del discurso enunciado son también las que estructuran la realidad
enunciativa de las interacciones. El relato es una escenografía ejemplar del
discurso en acto.
2.3. Dimensiones pragmática, cognitiva y
patémica
Teniendo en cuenta el corpus de relatos de tradición
oral que permitió, en un comienzo, la elaboración del esquema narrativo, se
puede pensar que el modelo está exclusivamente relacionado al análisis de los
discursos de sujetos actuantes, y que la semiótica narrativa es más o menos una
teoría de la acción. Los desarrollos que conoció este esquema muestran que este
estrecho marco ha sido rápidamente desbordado. Esta extensión de los campos de
aplicación invita a distinguir tres períodos en el desarrollo de la reflexión
semiótica sobre la narratividad, que condujeron a reconocer y a identificar tres
grandes dimensiones distintas del discurso susceptibles de ser tomadas a cargo
por los modelos narrativos. Estas dimensiones -pragmática, cognitiva y patémica-
forman conjuntos a la vez autónomos y solidarios, relacionados por los mismos
enfoques y los mismos principios de análisis.
· La dimensión pragmática: denominamos así a
la semiótica de la acción propiamente dicha, que pone en escena y en
comunicación a sujetos somáticos y objetos concretos (tesoros ocultos, princesas
raptadas, territorios a conquistar, asesinatos, etc.); esta dimensión está sobre
todo centrada en corpus de tipo etnoliterario (relato mítico, cuento
maravilloso), literario (novela de caballería, pero también novela en general,
novela breve, etc.) o periodístico (reportaje, policiales, etc.). El uso que
hacemos aquí del término «pragmática» debe distinguirse del concepto de
«pragmática» que designa a la disciplina cuyo objeto es el análisis del lenguaje
en acto y como acto.
· La dimensión
cognitiva: se estudia la narrativización de los saberes, basada en el hecho
de que basta con que dos actores en un relato dado no dispongan de un mismo
saber sobre los objetos para que ese saber se vuelva objeto de valor (secreto,
ilusorio, mentiroso, verdadero: la problemática de la veridicción), y por ende
una apuesta narrativa. Centrada en la excrecencia de este parámetro modal (los
recorridos del saber), la dimensión cognitiva se desplegó en relatos literarios
(especialmente la escritura novelesca del siglo XIX, con el lugar creciente que
tomó la descripción al enmarcar, e incluso suplantar, a la acción).
· La dimensión patémica por último: última vía
de investigación de la semiótica, esta dimensión se refiere a la modulación de
los estados de ánimo. Está vinculada a la narratividad por la sintaxis modal,
pero se distingue profundamente de ella en la medida en que busca describir ya
no la transformación de los estados de las cosas, de unidades discretas en
unidades discretas, es decir en un universo de sentido discontinuo, sino la
variación continua e inestable de los estados de los sujetos mismos. Esta
tercera dimensión es objeto de la semiótica de las pasiones.
2.4. Los recorridos actanciales
Tal como
lo muestran las diferentes versiones del esquema narrativo, lo que está dibujado
allí son los recorridos narrativos de los principales actantes. Al enmarcar el
esquema, la manipulación (o el contrato) y la sanción (o el reconocimiento)
manifiestan los recorridos del Destinador. Pero él también está presente en la
acción bajo la forma de este papel actancial antiguo, evocado anteriormente, el
del ayudante, que acompaña al sujeto a lo largo de sus pruebas como una figura
delegada del Destinador.
Recorrido del Destinador |
Contrato |
Acción |
Sanción |
Al sujeto le corresponde
propiamente el terreno de la acción cuando está en busca del objeto y se
enfrenta con el anti-sujeto. Pero el sujeto está, obviamente, implicado en la
manipulación y en la sanción: en el primer caso, se le exige que exista. En el
segundo, esta existencia es confirmada o invalidada.
Recorrido del sujeto |
Contrato |
Competencia |
Actuación |
Reconocimiento |
En cuanto al objeto, su recorrido se disemina a lo
largo de tres dominios, según tres modos de existencia diferentes: está
virtualizado en el seno de la manipulación cuando los valores de los cuales es
el soporte lo promueven a la existencia; está actualizado en la acción, cuando
está en la mira del sujeto de búsqueda; está realizado en la sanción, cuando se
vuelve el criterio de referencia para evaluar la acción del sujeto. Estos
diferentes modos de existencia del objeto remiten, como vemos, a las relaciones
particulares que este actante mantiene con el valor que se inscribe en él.
Son estos diferentes recorridos los que vamos a
examinar ahora de manera más precisa, a través de análisis textuales concretos,
después de haber presentado la tercera y última definición del actante: ya no
bajo la forma de un modelo actancial fijado, ni solamente como estructura
posicional, sino en términos de sintaxis modal.
Tomado de
Denis Bertrand: Précis de
Sémiotique Littéraire. Paris: Nathan,
2000, pp. 181-190.
Traducción: Lelia
Gándara
Revisión: Eduardo Serrano Orejuela
[1]
J.-Cl. Coquet, La Quête du sens. Le langage en question, p.
149.
[2]
Bertrand se refiere a un análisis realizado en un
capítulo anterior de su libro (Nota de Eduardo Serrano Orejuela).
[3]
Sémiotique. Dictionnaire raisonné de la théorie
du langage, p. 245.
[4]
Aristote, Rhétorique, Paris, Le Livre de
poche, nº 4607, 1991, p. 94.