EL SIGNO

Las fuentes teóricas de la semiología: Saussure, Peirce, Morris

Juan Magariños de Morentin

 

(Buenos Aires: Edicial, 1983)

 

[su inclusión en la web está en elaboración /1-09-02]

 

TERCERA PARTE

 

CHARLES MORRIS:

ANÁLISIS CRÍTICO

DE SU TEORÍA DE LOS SIGNOS

 

 


1. Las Condiciones del Signo

Charles Morris elude formular una específica definición de signo, considerando que las [definiciones] enunciadas en el marco teórico del conductismo (a cuyo ámbito él se asimila [a partir de su trabajo de 1946]) pecan de un exceso de simplicidad, convirtiéndolo en mero sinónimo de "estímulo sustitutivo" y opta por formular conjuntos de condiciones bajo las cuales algo puede considerarse signo.

En tres momentos enuncia tales condiciones: 

1º) "Si algo, A, controla el comportamiento hacia un objetivo de un modo semejante (pero no necesariamente idéntico) al modo en que otra cosa B, controlaría el comportamiento respecto a tal objetivo en una situación en que éste hubiera sido observado, entonces A es un signo" 1 (p. 7).

2º) "Si algo, A, es un estímulo-preparatorio el cual, en ausencia de objetos-estímulo que inicien secuencias de respuesta de una cierta familia de conducta, causa una disposición en determinado organismo a responder, bajo ciertas condiciones, mediante secuencias de respuesta de tal familia de conducta, entonces A es un signo" (p. 10).

3º) Al referirse a una clase especial de signos, los formantes ("formators": no en el sentido en que la lingüística estructural lo utiliza como secuencias de rasgos distintivos), Morris emplea la misma técnica de enun ciar las condiciones mediante las que puede identificarse un signo, pero acotando este concepto en un nivel diferente, en cierto sentido "metasemiótico": "Los formantes son signos que predisponen a sus intérpretes a modificar en determinado sentido las disposiciones a la respuesta provoca da por otros signos, en aquellas combinaciones de signos en las que aparece el formante" (p. 158).

¿Cuáles son las condiciones que establece Morris, en definitiva, como necesarias para afirmar la presencia del signo? Fundamentalmente pueden identificarse como pertenecientes a tres grandes grupos, según se refieran a los caracteres presentes. a los ausentes o a la respectiva eficacia de unos y otros. El siguiente cuadro los muestra agrupados en forma comparativa:

 

       1er Enunciado

         2º Enunciado

       3er Enunciado

Presencia

A
Modo de control de la conducta hacia un objetivo (Observación actual)
A'
Estímulo-preparatorio
A''
Signos (formantes) en combinación con otros signos (no-formante)

Ausencia

B
Otro modo de control de la conducta hacia el mismo objetivo (Observación virtual)
B'
Objeto-estímulo
B''
Combinaciones de signos ninguno de los cuales es un formante

Eficacia

C
Semejanza (no necesaria identidad) de A y B
C'
de B': iniciar secuencias de respuestas de determinada familia de conductas.

 

de A': provocar una disposición del organismo, bajo determinadas condiciones, a responder de modo semejante a como respondería ante B'

C''
de B'': provocar una disposición en su intérprete a determinada secuencia de respuestas (por ejemplo: la que acontece en A o en A')

de A'': provocar una disposición en su intérprete a modificar, de modo determinado, la disposición a la respuesta que ocasionaría B''.

En un primer nivel de acceso crítico a estos enunciados, puede advertirse en todos ellos un concepto de comportamiento básico o típico, en cuanto no modificado, y una secuencia de conducta, sólo identificable en referencia a la precedente, en la que se observa la presencia de uno o más elementos atípicos o modificados respecto a los correspondientes del otro virtual comportamiento típico.

El signo aparecería, así, como lo excepcional en determinada conducta. Pese a lo cual, dicha conducta mantendría una eficacia semejante a la de la conducta originaria.

En el primer enunciado, tal "excepcionalidad " queda establecida a partir del supuesto de que ha sido percibida una conducta tendiente a la consecución de un determinado objetivo y que, bajo la acción del control de determinado elemento (B), lo consigue; la "excepcionalidad" está supuesta por la observación de otra conducta tendiente a la consecución del mismo objetivo, pero en la cual el elemento de control (que ahora es A) cambia y, no obstante, dicha conducta alcanza también exitosamente el mencionado objetivo. La acción controladora de B fue garantía del éxito de la conducta; posteriormente se admite A como sustituto de B y si A logra garantizar el éxito de la correspondiente conducta, entonces A merece la calificación de signo.

En el segundo enunciado, los elementos B' y A' parecen haber cambiado su estrategia de intervención en la conducta, al tiempo que se identifican con mayor claridad. En efecto, en el enunciado anterior, el concepto de "control" parecía situarlos, ya bien como una acción generalizada sobre la totalidad de la conducta, ya bien como un vago impulso hacia su cumplimiento; pero en todo caso aparecían como susceptibles de intervenir en tal conducta, en un momento no especificado de su desarrollo, con la virtud de mantenerla o impulsarla a la consecución del objetivo propuesto. En este segundo enunciado, aparecen nítidamente situados al comienzo de la secuencia de respuesta en que tal conducta se concreta. El signo (inicial) sustituiría a otra posible forma de iniciar una determinada conducta, excluyéndose su intervención (pero no su eficacia) en el transcurso del consiguiente desarrollo. Si bien B' no figura expresamente en este 2º enunciado, puede aceptarse que queda claramente identificado como el "objeto-estímulo"; A'' por su parte, en ausencia de B', se identifica como un "estímulo-preparatorio". Si A ' predispone al organismo a producir secuencias de respuesta pertenecientes a la misma familia de conducta que las que produce B', entonces A' es un signo.

La "excepcionalidad" de A' sigue presente. B' es el objeto estímulo necesario para que se inicie una determinada conducta. Si falta (anormalidad de la situación) puede hacerse presente A' (el signo) como estímulo preparatorio y predisponer al organismo a la misma conducta que desencadenaría la presencia de B'.

La identificación de B' con el objeto-estímulo y de A' (el signo) con el estímulo-preparatorio, en la utilización que hace Morris de la teoría behaviorista, además de reafirmar el carácter excepcional (con la consiguiente anormalidad de la situación en estudio) del signo, es fuente de confusión por el papel que respectivamente les asigna en este 2º enunciado. No se trata ya, como en el precedente, de dos "modos semejantes (pero no necesariamente idénticos )" de actuación sobre la conducta. El objeto-estímulo inicia secuencias de respuesta de determinada familia de conductas: el estímulo-prepara torio causa una disposición a responder. "Un estímulo-preparatorio es todo estímulo que favorece una respuesta a algún otro estímulo" (p. 8). De este modo, una secuencia de respuesta es la consecuencia de la acción de una energía física sobre un organismo vivo receptor, siendo la fuente de tal energía la que se denomina objeto-estímulo.

En cambio, cuando el estímulo actúa incrementando la eficacia de otro estímulo o produciendo en un organismo una predisposición a responder a algún otro estímulo, entonces a tal estímulo-preparatorio (de otro estímulo ) se lo denomina signo. Aquí, la atipicidad del signo radica en el hecho de distanciar lo de la conducta en cuyo origen se encontrará siempre un objeto- estímulo (y no un signo), relegándose el signo al papel de adaptador del organismo a una especial receptividad del objeto-estímulo que será el que, en definitiva, desencadenará la conducta. Esta mediatización de la función que cumple el signo respecto a la causación de una determinada conducta, se incrementa, con un nuevo intermediario, en el caso del tercer enunciado relativo a los signos formantes.

En efecto, el 3er enunciado supone: a) una conducta iniciada en un objeto-estímulo determinado; b) una disposición a tal conducta facilitada por la previa intervención de determinados estímulos-preparatorios, o sea, de algún o de algunos signos; y c) una modificación en la disposición a dicha conducta, por la participación de los signos formantes en las combinaciones de signos que habían provocado la particular disposición precedente . En breve: a) una respuesta a un estímulo; b) una disposición a tal respuesta; y c) una modificación a dicha disposición.

En la perspectiva causal de la conducta, el signo aparece como un sustituto de su causa natural; o bien modifica la eficacia de tal causa; o modifica la modificación de la causa. No se discute ahora la concepción behaviorista de Morris; se destaca la técnica utilizada para señalar la presencia del signo: describir conductas que se apartan de un proyecto inicial por la presencia de los signos o que mantienen tal proyecto pese a la presencia de los signos.

El concepto de signo parte, pues, del concepto de conducta modificada. Ello implicaría que la conducta de referencia, la que se supondría no modificada (y, en cierto modo, por consiguiente, natural) carecería de signos. Tendremos oportunidad de comprobar cómo esta proposición que da rebatida en el análisis de los ejemplos ofrecidos por el mismo Morris (y falsada apenas se la pone en relación con el espacio teórico del lenguaje ). Marca además, y como era de esperar, una actitud de contraposición extrema con el Wittgenstein que, en 1922 escribía: "Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo"2 y que, dos años antes de la publicación de la obra de Morris afirmaba: "...imaginar un lenguaje significa imaginar una forma de 'vida' "3. Estos enunciados wittgensteinianos coinciden con la perspectiva semiótica del ser humano, según la cual se superponen mundo y semiosis. Resulta, no sólo innecesaria, sino además perjudicial ( de modo particular, por la distorsión que provoca en la básica estructura epistemológica de las ciencias sociales) la diferenciación, implícita en la propuesta de Morris, entre una intervención a-semiótica en el mundo (en cuanto conducta pretendidamente natural o no modificada) y otra intervención semiótica (o lingüística) que produciría algún tipo de modificación en la supuesta conducta de base. Su concepto de conducta modificada encuentra nuevas dificultades al estudiar los signos "formantes", en particular al referirse a los discursos lógico-matemáticos; pese a aceptar textualmente la afirmación de Wittgenstein de que "haya enuncia dos que 'muestran' algo acerca del lenguaje sin referirse ...al lenguaje" (p. 271 , n. H) no logra establecer, como veremos, la calidad específica del referente particular de tales lenguajes.

En cierto modo, el pensamiento semiológico deberá decidir entre considerar signo a todo aquello que puede formar parte del lenguaje (y deberá tenerse en especial consideración que también forma parte del lenguaje el mundo dicho mediante tal lenguaje ) o seleccionar como signo sólo a aquello que cumpla ciertas condiciones exógenas (que no son por cierto las del lenguaje, ya que nadie calificaría al timbre que estimula al perro de los ejemplos de Morris, como perteneciente al lenguaje ).

Pasemos a un segundo nivel de lectura crítica de los tres enunciados de Morris. Ello requiere tomar contacto con la estructura epistemológica y el desarrollo metodológico que utiliza.

Parte constantemente de un supuesto contraste entre dos conductas. Desde el punto de vista empírico, esto restringiría la posibilidad de observaciones válidas, ya que siempre tendría que disponer de la otra conducta de contraste, para poder afirmar la presencia de signos, sólo reconocibles por la modificación en la disposición del interpretan te al que se supone de cierta y determinada forma dispuesto a tal modificación.

Muchas pueden ser las conductas homólogas (familias de conducta) y por diversas vías lograr que tales conductas alcancen objetivos similares; pero no es esta amplitud la que le interesa a Morris, sino que, justamente, en su acotamiento (según determinadas condiciones y de modo que queden seleccionadas algunas de tales conductas semejantes capaces de alcanzar un mismo objetivo) radica la construcción de su Teoría de los Signos. Es así como, desde el punto de vista epistemológico, están presupuestas toda una serie de condiciones lógicas previas y mediante las cuales es posible identificar las condiciones empíricas que han de ser admitidas como pertinentes. El oscuro y, a veces, ambiguo camino que recorre en sus explicaciones, se origina en la ausencia de claridad en el establecimiento de tales condiciones lógicas.

El intento de ir construyendo una teoría científica se ve constantemente debilitado por el temor, muy saludable, de no poder abarcar la totalidad de los fenómenos al tiempo que pretende llegar a enunciados válidos para toda observación. Mediante la acumulación de enunciados extensionales no logra formular los enunciados intensionales que darían forma teórica a la doctrina de los signos. Morris enfrenta la niebla del futuro que nunca le garantiza la forma del próximo fenómeno conductual que le tocará observar, para cuya categorización teórica necesitaría del enunciado del máximo nivel alcanzable de precisión4.

La identificación de tales condiciones lógicas constituye, por tanto, la tarea liminar del estudio de los signos, o sea, de la semiología; así como su mayor responsabilidad teórica la constituye la permanente búsqueda de enunciados de fenómenos que puedan contradecirlas, a los efectos del constante reordenamiento enriquecedor en que consiste la historia de cualquier disciplina científica.

Hay dos caminos para enunciar tales condiciones lógicas. Uno de ellos consiste en proponerlas en forma axiomática y, junto al enunciado de las reglas de formación y transformación de los esquemas y fórmulas derivables de tales axiomas, constituir las hipótesis de trabajo de la disciplina correspondiente. El otro consiste en la lectura crítica de los autores que han trabajado el problema, en este caso Morris, e ir poniendo de manifiesto las constantes, implícitas y explícitas, inherentes a sus exposiciones para, así, de tales textos, extraer los enunciados de dichas condiciones lógicas. Este procedimiento es más honesto científicamente, ya que la axiomatización anteriormente mencionada no puede surgir de una inspiración creadora ex nihilo, sino de la búsqueda de información y de la experiencia analítica del investigador que este segundo camino pone de manifiesto y somete a discusión. A su término, estará igualmente la axiomatización y la formalización del trabajo científico. Con lo cual también se toma conciencia y se respeta la historia del pensamiento científico en cuyo campo se trabaja, haciendo manifiesto que sus alcances de investigador provienen de cuanto se ha elaborado precedentemente y ocuparán el lugar que esa misma historia, dentro de su amplia gama de posibilidades, admita; sin audacias metafísicas pertinentes a la literatura pero no a la ciencia.

Del análisis de los tres enunciados de Morris pueden desprenderse, por tanto, un conjunto de problemas que, una vez identificados, deberá establecerse si poseen el valor explicativo que les atribuye Morris, si responden a preguntas que estén correctamente formuladas o si implican a su vez otros problemas implícitos, cuya formulación sería previa a su tratamiento. Resumiendo las cuestiones a proponer, podrían enunciarse los siguientes temas, que no se pretende resolver en este trabajo, sino, meramente, llamar la atención respecto a su prioridad.

a) ¿Cuál es el valor de los conceptos de "presencia" y "ausencia" en la construcción de una teoría de los signos?

b) La "eficacia " en el logro de un objetivo, al menos semejante, mediante el desarrollo de dos conductas pertenecientes a una misma familia, ¿constituye un criterio válido para admitir la presencia de signos?

c) La "eficacia" ¿es un concepto empírico que permita eliminar las implicancias metafísicas (la aprensión de Morris hacia el mentalismo) del concepto de "significado"?

d) El signo, ¿puede ser identificado, inmediatamente, en la observación de la conducta?

e) En definitiva, ¿qué tipo de "condiciones" de la conducta pueden, mediante su observación, permitir una inferencia respecto a las "condiciones" del signo?

Para formular los enunciados acerca de las condiciones del signo, Morris desarrolla dos ejemplos fundamentales cuyo análisis nos permitirá contrastar el valor respectivo del repertorio de preguntas que acaba de formularse.

Pese a lo extenso de la cita, procederé a transcribir los párrafos en que Morris desarrolla tales ejemplos; ellos serán fundamentales para nuestro análisis:

"El primer ejemplo proviene de experimentos con perros. Si a un perro hambriento que va a cierto lugar para obtener alimento cuando ve o huele el alimento, se lo entrena de determinada manera, aprenderá a ir a tal lugar por alimento cuando suene un timbre, aún cuando no perciba el alimento. En tal caso el perro presta atención al timbre pero, normalmente, no va hacia el timbre mismo; y si el alimento no es accesible hasta cierto tiempo después de haber sonado el timbre, el perro no irá hacia el lugar en cuestión hasta que haya pasado tal intervalo de tiempo. Muchos dirán, en tal situación, que el sonido del timbre es, para el perro, un signo de alimento en un lugar dado; en particular, un signo no-lingüístico. Si hacemos abstracción del experimento y sus propuestas en este ejemplo, atendiendo sólo al perro, el ejemplo proporciona lo que generalmente se llaman "signos naturales", de modo semejante a cómo una nube negra es un signo de lluvia. Tal es el sentido que deseamos atribuir a este experimento.

"El segundo ejemplo proviene de la conducta humana. Una persona maneja a lo largo de una carretera, en marcha hacia una determinada ciudad; otra lo detiene diciéndole que la carretera está bloqueada, algo más adelante, por un derrumbe. La persona que escucha los sonidos que la otra utiliza no continúa hacia el lugar en cuestión sino que se vuelve hacia un camino lateral y toma otra ruta hacia su destino. Se dirá comúnmente al respecto, que los sonidos producidos por una persona y escuchados por otra (e incluso por el mismo que los emite) son, para ambos, signos del obstáculo en la carretera y, en particular, son signos lingüísticos aún cuando las respectivas respuestas de ambas personas son muy distintas.

"Lo común en estas dos situaciones es que, tanto el perro como la persona, dirigen su conducta a la manifestación de una necesidad, el hambre en un caso y la llegada a determinada ciudad en el otro. En cada caso el organismo tiene varios caminos para alcanzar sus objetivos: cuando huele la comida, el perro reacciona de modo diferente a cuando suena el timbre; cuando encuentra el obstáculo, el hombre reacciona de modo diferente a cuando se lo dicen, estando a distancia de tal obstáculo. Además, no responde al timbre como a la comida, ni a las palabras dichas como a un obstáculo; el perro puede esperar un tiempo antes de ir hacia la comida y el hombre puede continuar manejando un tiempo por la carretera bloqueada antes de volverse hacia otro camino. Y también, en cierto sentido, tanto el timbre como las palabras controlan o dirigen el curso de la conducta hacia un objetivo de modo semejante (aunque no idéntico) al control que ejercería el alimento o el obstáculo si hubieran estado presentes como estímulo; el timbre constriñe la conducta del perro a la búsqueda del alimento en determinado lugar y en determinado momento; las palabras constriñen la conducta del hombre a llegar a determinada ciudad superando cierto obstá culo en un lugar dado de una carretera dada. El timbre y las palabras son, en cierto sentido, 'sustitutos' en el control de la conducta respecto al control que ejercía sobre la conducta aquello que significan, si hubiera sido observa do ello mismo"(p. 5 y 6).

El aspecto más externo del análisis de los precedentes ejemplos nos conduce al primer interrogante planteado al final del apartado anterior: ¿cuál es el valor de los conceptos de "presencia " y "ausencia " en la construcción de una teoría de los signos?

El primer ejemplo, que Morris aproxima al concepto de los que denomina "signos naturales", plantea un conjunto de acontecimientos secuencialmente ordenados. El encadenamiento que los vincula, es evidentemente, causal. Pueden identificarse dos supuestos:

Supuesto A:

1) Perro hambriento... 2) Visión u olfación del alimento... 3) Encamina miento hacia el alimento... 4) Comida del alimento

Supuesto B:

1) Perro hambriento... 2) Audición del sonido de un timbre... 3) Encaminamiento hacia el alimento... 4) Comida del alimento.

Todavía, al final del primero de los párrafos transcriptos, Morris da un ejemplo, concentrado, de "signo natural", cuya correspondencia con el desarrollo secuencial de los precedentes supuestos es el siguiente:

Supuesto C:

2) Presencia de una nube negra... 4) Caída de lluvia.

Al margen de toda discusión referida al causalismo como posibilidad, o no, de producir la explicación científica de un fenómeno semiótico, interesa aquí establecer la diferencia entre los conceptos de anticipación y sustitución.

Con respecto a la anticipación [también llamada "señal"] (dejando de lado la llamada, en ocasiones, anticipación científica, o sea, la predicción), se trata de un comportamiento que, por reiteración semejante, se conecta con otro comportamiento futuro, ya bien como cumplimiento relativamente vinculado y automatizado (aprendizaje animal), ya bien como conocimiento (el cual, en el hombre, no se produce solamente por este proceso de reiteración, vinculación y automatización, sino mediante el aprendizaje de instrumentos de transformación autónomos respecto a la materia a transformar). Tal, en los ejemplos que se comentan, la vinculación existente entre la "visión u olfación del alimento" y el "encaminamiento" y el "consumo del alimento". O bien, cuando, supuesto un espectador con información previa, se vincula la "presencia de una nube negra" con la posterior "caída de lluvia".

En ocasiones, tal anticipación opera en sentido inverso, en cuyos casos se tiene un "indicio" de algo que ya ha acontecido previamente5. Tal es el caso de la huella en la arena, que es el indicio de que un pie ha pisado allí; o del humo que se alza tras un obstáculo a la vista, que es indicio de que allí detrás hay un fuego [en este supuesto, en realidad, no hay recuperación de un acontecimiento pasado, sino de un acontecimiento contemporáneo del que se está percibiendo, por lo que prefiero diferenciarlo como "síntoma"]. Aquí los desarrollos secuenciales poseen un distinto orden según se consideren como acontecimientos o como percepciones: 

Supuesto D:

(Orden secuencial del acontecimiento )

4) Presión de un pie sobre la arena... 2) Huella de tal pie. 

( Orden de percepción del acontecimiento )

2) Huella de un pie... 4) Presión de un pie sobre la arena. 

Supuesto E:

(Orden secuencial del acontecimiento )

4) Combustión de determinados elementos -fuego-... 2) Formación de la humareda.

(Orden de percepción del acontecimiento)

2) La humareda formada... 4) Combustión de determinados elementos -fuego-.

En todas las situaciones enunciadas bajo C, D y E, existe una vinculación temporal y, en una u otra forma, causal entre los fenómenos que se han caracterizado como 2 y 4, en todas sus variantes. Pero la "anticipación" de algo que está por sobrevenir y que, en condiciones normales, habrá de sobrevenir, así como el "indicio" de que algo ha acontecido, se distancian de ese acontecimiento futuro o pasado por elementos, en alguna forma, materia les; de tal modo resultarán perfectamente constatables, transformando a la distancia que parece separarlos en una continuidad entre el primer elemento percibido y aquel en que termina el proceso; no se daría, por tanto, un par de elementos, simultáneamente vinculados, uno presente y el otro ausente, sino que ambos serían sucesivamente reubicables en un presente contingentemente desplazado hacia el futuro o hacia el pasado [como observé, en el caso del síntoma, actualmente, le doy predominio a la contemporaneidad de los elementos integrantes, si bien uno perceptualmente presente y el otro ausente].

Del mismo modo, si percibimos continuadamente el comportamiento del perro, lo veremos, primero, prestar atención al olor o a la visión de la comida y, después, comenzar a desplazarse hasta llegar, en el momento siguiente, ante el plato de comida y proceder a devorarlo. Lo mismo ocurrirá si en vez de olerla o verla, la escucha (tal el sentido de su aprendizaje de respuesta al timbre, sobre el que volveremos enseguida ). La distancia entre el olor o la visión o el sonido del timbre y la comida abarca una distancia temporal que queda cubierta por una sucesión ininterrumpida (o con eventuales desvíos que no desdicen la continuidad de la secuencia) de comportamientos (manejando el adecuado instrumental semiológico, puede anticiparse que, en tales casos, no se está en presencia de signos más que en la medida en que éstos están ya integrados en discurso).

Si percibimos continuadamente la nube negra es posible que no tardemos en comenzar a percibir la caída de la lluvia. Si se elimina el obstáculo tras el cual se alzaba la humareda se habrá podido percibir la continuidad e integración que vincula a los fenómenos del fuego y el humo. También la distancia entre la huella y el pie depende de que hayamos sido espectadores de la pisada o que sólo dispongamos del molde mientras el pie que fue su complemento se va distanciando, quizá en el espacio, pero seguramente en el tiempo, como los tres millones y medio de años que nos separan de quienes, según Mary Leakey, pisaron las cenizas volcánicas, sobre la explanada de Laetoli6.

La situación en todos estos casos y, especialmente, en la del perro propuesto por Morris como ejemplificación del signo natural, es la de un espectador que percibe tan sólo una parte del discurso o que lo secciona en componentes de su transcurso, de modo tal que se convierte al "antes" en un sustituto del "después", o viceversa. Así, estando, en la anticipación, el "antes" presente, se lo mal interpreta como un sustituto de un ausente que, simplemente, estaría "después"; o bien, siendo, en el indicio, el "después" el que se percibe en un momento presente, también se lo mal interpreta cuando se lo supone sustituyendo a un ausente que es, simplemente, el "antes" de tal indicio. [Mi criterio, respecto de este tema, se ha modificado, para dar lugar a la propuesta de la Semiótica Indicial. Sugiero ver los textos correspondientes en http://go.to/centro-investigaciones-semioticas/Semiotica-Indicial.html ]

Como puede verse, en todas estas situaciones, la presunta capacidad de sustitución (y, por tanto, de representación) de un determinado ausente mediante determinada presencia no responde a la relación formal de los elementos considerados, sino a una mera situación coyuntural del observador. Existe una supuesta situación óptima, aún incluso si se la considera puramente hipotética como la que se daría ante las huellas de la llanura de Laetoli, en que un observador percibiera la totalidad del fenómeno, en cuyo caso no se le ocurriría plantear a la primera parte del acontecer percibido como signo de la segunda o posterior parte, sino como su mero antecedente, causal o no. Si desde una ventana se ve una esquina de la ciudad y se ven avanzar dos automóviles, uno por cada una de las calles que confluyen, sincronizados en tiempo y velocidad, no puede decirse que la marcha de los automóviles sea un signo del posterior encontronazo de ambos; no obstante, en cada una de las chatarras resultantes está la huella del otro auto. El invierno no es un signo de la primavera, aunque en aquél ocurran fenómenos que anticipan lo que habrá de ocurrir en ésta. Existe, por tanto, un uso vulgar del término "signo" que se ha infiltrado peligrosamente en la teoría y que no se corresponde en absoluto con el valor científico con que se pretende atribuir univocidad en tal teoría al concepto del signo. El lenguaje vulgar toma lo que ciertamente constituye una de las características definitorias del signo: su capacidad de sustitución; pero transforma el sustituyente y lo sustituido en un antes y un después, a través de una interpretación material (y no en su valor lógico) de los términos presente y ausente inherentes a toda sustitución.

En el caso de aquellos fenómenos perceptuales (sensorial o intelectual mente) a los que puede denominarse signo en sentido riguroso, su capacidad de sustitución implica la existencia de una distancia infranqueable entre el elemento presente y el ausente. Entre la palabra "taza " y el correspondiente objeto no existe continuidad posible: pertenecen a dos niveles de los que simplemente puede afirmarse que no interactúan; cada uno de ellos guarda una relación de contigüidad y eventualmente de continuidad tan sólo con elementos pertenecientes a su propio nivel; entre elementos vinculados por tal relación de contigüidad no puede plantearse la afirmación de que unos sean signos de los otros; meramente los anticipan o conservan la influencia de los que los precedieron. Entre elementos del mismo nivel se pueden formar, ya bien "sistemas" (y así la sustitución viene a producirse por determinación arbitraria y convencional entre los lugares homólogos de sistemas correspondientes a contigüidades diferentes), ya bien "discursos" (en que, de todas las relaciones posibles en un sistema determinado, se actuali zan aquellas que interesan a los efectos de que otras relaciones posibles de otro determinado -pero distinto al anterior- sistema queden, por efecto de las primeras, semejantemente actualizadas). También, mediante mecanismos metalingüísticos específicos pueden organizarse discurso entre elementos heterólogos, pero, para configurar adecuadamente tal tipo de discursos se requiere haber formulado algunas precisiones técnicas ajenas a lo que estamos tratando y que en ningún modo convalidarían los ejemplos que se critican.

Morris, en el segundo de los párrafos citados, da un ejemplo perteneciente al nivel de los signos lingüísticos. Siempre limitándonos al análisis del valor de los conceptos de "presencia " y "ausencia " en la teoría de los signos, vemos que Morris vincula en su ejemplo las palabras de advertencia respecto a la existencia de un obstáculo en una ruta con el obstáculo mismo; lo cual, en principio, es correcto respecto a dichos conceptos. No quiere incurrir en el mentalismo propio del término "palabras" y lo sustituye por "los sonidos producidos por una persona y escuchados por otra ". Según su planteo, entre los "sonidos" y el "obstáculo" existiría una relación de cierta afinidad con la que existiría entre el "timbre" y la "comida", en el ejemplo del perro.

Aquí, el desarrollo de la exposición de Morris es equívoco, como se percibe cuando escribe a continuación: "Lo común a estas dos situaciones que tanto el perro como la persona dirigen su conducta a la satisfacción de una necesidad, el hambre en un caso y la llegada a determinada ciudad en el otro". Pero debe observarse que, mientras, en el caso del perro, el timbre está propuesto (erróneamente ) como signo de la comida ( que es el objetivo que satisface su necesidad), en el caso de la persona los sonidos que uno emite y otro escucha están propuestos (más certeramente) como signo del obstáculo ( que no es el objetivo que satisface su necesidad, el cual está constituido por la llegada a la ciudad a la que se dirige). La simetría le exigiría haber puesto a la ciudad como aquello de lo cual los sonidos serían signo; pero la evidencia del absurdo se lo impide, con lo cual su propia interpretación de los ejemplos propuestos se hace contradictoria.

El análisis de este segundo ejemplo requiere también tener en cuenta las situaciones que están en juego, su encadenamiento secuencial y los lugares entre los que se producen las respectivas sustituciones. El planteo es más complejo que en el caso del perro que, en un primer supuesto, respondía a la visión y olfación y, en el segundo, al sonido del timbre.

Habría aquí una situación básica en la cual nada perturba el avance del automovilista hacia su destino; posteriormente estarían las situaciones ejemplificadas por Morris.

Supuesto F:

1) Un conductor maneja su automóvil por una carretera... 5) Existencia de una carretera que une el punto en que se encuentra el automóvil en un momento dado con una determinada ciudad... 4) La ciudad hacia la que se dirige el automóvil.

Supuesto G:

1) Un conductor maneja su automóvil por una carretera... 5) Existencia de una carretera que une el punto en que se encuentra el automóvil en un momento dado con una determinada ciudad... 6) Existencia de un obstáculo en dicha carretera... 4) La ciudad hacia la que se dirige el automóvil. 

Supuesto H:

1) Un conductor maneja su automóvil por una carretera... 5) Existencia de una carretera que une el punto en que se encuentra el automóvil en un momento dado con una determinada ciudad... 6) Existencia de un obstáculo en dicha carretera... 2) Sonidos (información) que alguien proporciona al conductor del automóvil acerca del obstáculo en la carretera... 7) Existencia de otra u otras rutas alternativas para llegar a la ciudad hacia la que se dirige el conductor del automóvil... 3) Abandono de la primera carretera y opción por la carretera alternativa... 4) Ciudad hacia la que se dirige el automóvil.

En resumen, los componentes que intervienen en cada una de las distintas variantes de la totalidad de los ejemplos propuestos son las siguientes:

Componentes 

Supuesto A: 1-2-3-4 
Supuesto B:
1-2-3-4 
Supuesto
C:   -2-  -4 
Supuesto D:  
-2-  -4 
Supuesto E:  
-2-  -4

Supuesto F: 
1-  -  -4-5
Supuesto
G: 1-  -  -4-5-6
Supuesto H:
1-2-3-4-5-6- 7

Cada tipo de estos componentes puede caracterizarse semiológica mente de la siguiente manera:

Componente 1:
Es el intérprete del signo. Es protagonista en el proceso de comunicación en cuanto receptor. Para Morris evidenciará la existencia del signo mediante el comportamiento subsiguiente a su percepción e interpretación. 

Componente 2:
Elemento incompleto por sí mismo que se integra con otro para formar una totalidad diferente (el signo). Atendiendo al orden de producción de su complementario, en todos los casos, tal como los expone Morris. su presencia antecede a la de tal complementario. 

Componente 3: 
Conducta adoptada como consecuencia de la presencia del componente 2.

Componente 4: 
En A, B, F, G y H, es el objetivo final que busca alcanzar la conducta. Para Morris, como ya advertimos, es ambiguo: por una parte lo establece como la "necesidad" que queda cumplida con la conducta de los respectivos protagonistas de sus ejemplos, pero, por otra parte, establece que "los sonidos producidos por una persona y escuchados por otra... son, para ambos, signos del obstáculo en la carretera ", con lo cual, al tiempo que afirma que el signo "controla el comportamiento hacia un objetivo" (o sea, hacia la satisfacción de una necesidad) hace aparecer al obstáculo como un elemento intermediario, sin definir si es el obstáculo o es la llegada a determinada ciudad, el complemento que integraría el signo junto con el componente 2. En C, D y E, es el fenómeno en que se transforma el componente 2; la derivación causal de 2 hacia 4 hace que se los considere complementarios estructural mente y, según Morris (pero según nuestra hipótesis de forma totalmente equivocada) constituyen casos característicos de "signos naturales".

Componente 5:
Es un elemento contextual que, en este caso, determina el ámbito físico en el que se cumple la conducta que contiene al signo. 

Componente 6:
Es el elemento que, ambiguamente, aparece también, en el desarrollo de Morris, como complementario del componente 2 en el supuesto H. 

Componente 7:
Idem al componente 5.

En definitiva, para Morris, el signo se estructura por la relación existente entre 2 y 4 o, en su caso, no debidamente aclarado, por la relación entre 2 y 6. Traduciendo esto nuevamente a las situaciones de los ejemplos propuestos y omitiendo por el momento la actividad del intérprete, quiere decir:

Signo en A:    2) Visión u olfación del alimento... 4) Comida del alimento. 
Signo en B:   
2) Audición del sonido de un timbre... 4) Comida del
alimento.
Signo en
C:    2) Presencia de una nube negra... 4) Caída de la lluvia. 
Signo en D:   
2) Huella de un pie en la arena... 4) Presión del pie sobre la
arena.
Signo en E:   
2) Humareda... 4) Combustión de determinados elementos. 
Signo en F:
    No se produce por no haber elementos correlacionados. 
Signo enG:   
No se produce por no haber elementos correlacionados. 
Signo en H:    1ª posibilidad:
2) Sonidos (información)... 4) Ciudad hacia la que se dirige el automóvil.
   
                    2ª posibilidad: 2) Sonidos (información)... 6) Obstáculo en la carretera.

Es característica común en todos estos pares de componentes correlacionados el hecho de no ser percibidos simultáneamente; mientras el indicado en 1er término (2) es actualmente percibido, el segundo término del par (4) es un supuesto o inferencia mientras no se verifique el desarrollo de la conducta (o del fenómeno) que vincula al primero con el segundo.

Esta no simultaneidad o distancia, como ya habíamos advertido, en A, B, C y H ( la posibilidad) se desplaza temporalmente implicando la posterioridad del segundo término (ausente) respecto al primero. En D hay también desplazamiento temporal, pero implicando anterioridad del segundo término (4) (ausente) respecto al primero (2). En E, el desplazamiento es más perceptual que temporal, ya que el humo y el fuego pueden considerarse (al margen de precisiones físico-químicas que aquí no nos interesan) como simultáneos; se integran, por tanto, en una totalidad de la que sólo se percibe una parte, lo que obliga a establecer la no percibida como inferencia. En H (2ª posibilidad), el desplazamiento es fundamentalmente espacial; la in formación y el obstáculo, tal como están planteados en el ejemplo, no se perciben simultáneamente; no obstante, es evidente que dicha distancia podría desaparecer en el caso de que alguien, ante un obstáculo en una carretera, lo enuncie como tal, al margen del valor redundante que poseería tal información.

Podría pues concluirse al respecto que, para afirmar la presencia del signo, se requieren dos elementos relacionados; dichos elementos deben ser diferenciables y contener la posibilidad de distanciarse temporal y/o espacialmente, sin que sea necesario que se encuentren efectivamente distancia dos en uno u otro sentido (la diferenciación deberá garantizar, en todo caso, la real distancia lógica existente entre ellos).

Tanto para dilucidar la ambigüedad inherente a H, respecto a cuáles son los componentes que se correlacionan para constituir el signo, si 2- 4 ó 2 -6, como para completar las implicaciones inherentes al par de situaciones descritas en A y B, es necesario tomar en cuenta el comportamiento del "intérprete".

En el ejemplo cuyas dos situaciones son A y B tal intérprete lo es el perro. En tales situaciones se totalizan tres componentes: i) el olor de la comida (dejamos de lado la visión que no enriquece el ejemplo y simplemente alude a la simultaneidad entre estímulo y objeto de la conducta, siendo preferible trabajar en función de la no simultaneidad, lo cual, sin distorsionar el análisis, ayuda a identificar claramente la autonomía de los elementos cuya dependencia se estudia); ii) la comida; y iii) el sonido del timbre. Lo que a Morris le interesa estudiar es el valor del timbre, o sea, de su sonido, a tra vés del control que ejerce sobre la conducta del perro. El timbre sustitu ye al olor, en cuanto control sobre la conducta, interviniendo en tal con ducta de modo semejante a como puede intervenir el olor. O sea, que el componente 3 (el encaminamiento del perro hacia el alimento) se produce en forma semejante, cuando se dan una u otra de las variantes del componente 2 (en A: olor; en B: sonido del timbre ). Incluso advierte expresamente que: "El perro presta atención al timbre pero normalmente no va hacia el timbre mismo", sino que irá hacia el lugar en que se encuentra la comida. Es fácil advertir que aquí hay un cambio de nivel lógico subyacente que no permite admitir pacíficamente el planteo. Si lo natural es que el perro huela la comida y, por esta causa, se dirija hacia ella, será necesario que "se lo entrene de determinada manera " para que se dirija hacia la comida cuando escuche el sonido de un timbre. Si no se lo adiestra en ese sentido, cuando el perro escuche el sonido de un timbre, si se logra que le preste atención, dirigirá la mirada o, quizás, incluso se encamine hacia el lugar de donde procede tal sonido. Pero, en el ejemplo y con el condicionamiento mencio nado, se dirigirá hacia la comida. Efectivamente, el perro ha sido capaz de reaccionar de modo semejante ante el timbre o ante el olor: en ambos casos va hacia la comida. Este último comportamiento es demostrativo de que, en su capacidad de recepción (en el perro como intérprete) olor y timbre son intercambiables, o sea, se sustituyen recíprocamente. El ir hacia la comida no sustituye al olor, ni el olor sustituye a la comida; tampoco la comida sustituye al timbre, ni el timbre a la comida. El olor es "signo" de la comida sólo en el sentido vulgar y no técnico a que ya antes nos hemos referido: una anticipación cronológica o espacial que, por efecto de su reiteración, permi te anticipar la producción de un determinado resultado o efecto. No es válido tal sentido para una consideración científica del signo porque ello elevaría a la condición de signo cualquier antecedente respecto a su conse cuente. El signo no vincula a los elementos que correlaciona según una implicación material. Por otra parte, en forma más grave para el análisis, ello supondría confundir la relación de sustitución que caracteriza al signo con la relación de integración que caracteriza al discurso. O sea; el perro, el olor de la comida y la comida se integran en un discurso y no en una estructura de signo. Podemos ayudarnos a comprenderlo mediante el análisis de un diálogo estereotipado (que por el hecho de su estereotipia es semejante a una conducta habitual o ya reiterada). Si alguien dice: "Buenos días", es muy posible que obtenga como respuesta: "¿Cómo está usted?" Ahora bien, a nadie se le ocurriría decir que "Buenos días" sea un signo de "¿Cómo está usted?"; simplemente suelen sucederse en la conducta del saludo convencional. (Tampoco el "buenos" es signo de "días", si bien cuando, en determina da situación, alguien dice "buenos" es muy posible que termine diciendo "días"; ni la ineducada abreviación de "¡Buenas!" es signo de "tardes" ni de nada; es simplemente una abreviación vulgar, ya que es tan familiar lo que sigue que se omite completar la frase.) En definitiva, no es correcto tomar a la causa como signo del efecto, ni lo previo como signo de lo subsiguiente. O sea, la relación planteada por Morris de 2-4 no es conducente para la producción del signo. En el supuesto A deberá concluirse que no existe signo. Si al supuesto B lo tomamos como propuesta aislada, tampoco en él podrá identificarse signo alguno (aparte de los del propio enunciado des criptivo de la conducta animal). El olor no es signo de comida; el timbre, tampoco. Pero en cambio, trabajando sobre la relación de transformación existente entre A y E, en cuanto conductas descriptas y no como enunciados, corresponde afirmar que el timbre es signo del olor. Aquí se produce una auténtica estructura de sustitución: 1º) El lugar que ocupa el "olor", en la descripción de la conducta del perro en el supuesto A, es homólogo al lugar que ocupa el "sonido del timbre", en el supuesto B. 2º) La posibilidad de que ello sea así ha requerido un previo aprendizaje mediante el cual el perro ha llegado a ser intérprete ( conservando la terminología de Morris provisional mente) del "sonido del timbre", de modo semejante a como era intérprete del "olor". En definitiva, para un perro adiestrado de este modo, la comida no sólo huele sino que además suena. Por consiguiente, los elementos componentes del signo, en el ejemplo propuesto, son (2 en B) y (2 en A), lo cual se constata por la similitud del comportamiento del perro en A y en B. Tal como Morris plantea el ejemplo, los elementos componentes del signo (significante-significado, representamen-fundamento o, simplemente, presente-ausente) no se encuentran, como él pretende, en dos lugares distintos de un mismo discurso, sino en dos lugares homólogos de discursos distintos.

Los equívocos precedentes provienen, en gran parte, del mal uso del concep to de "signo natural" que hace Morris. Por cuanto hemos dicho, un antece dente no es signo de un consecuente, ni "natural" ni "artificial". Hablar de signos "naturales" sólo es (relativamente) legítimo para referirse a los signos del habla, ya que lo verbal es el instrumento "natural" (en cuanto más generalizado y, eventualmente, el de mayor capacidad de sustitución) con el cual el ser humano construye los signos pertinentes al lenguaje ; lo cual nada tiene que ver con el sentido en que lo menciona Morris.

Con respecto al segundo ejemplo, el supuesto H, en que interviene el lenguaje verbal propiamente dicho, son también identificables tres elemen tos fundamentales: i) el derrumbe; ii) la ciudad a la que se dirige el automovilista; y iii) los sonidos (información) acerca del derrumbe. Aquí, en principio, Morris advierte acerca de la existencia de dos intérpretes: el receptor y el emisor (que es también receptor de sus propios sonidos); para un más simple análisis prescindiremos de este segundo intérprete (el emisor), ya que es el comportamiento del receptor el qué interesa a Morris de modo especial para evidenciar la presencia y eficacia del signo.

Según planteáramos poco antes, deberá establecerse cuáles son los componentes mediante cuya correlación se produce el signo: si se trata del par 2-4 o del par 2-6. Cuanto se ha dicho en el caso de la conducta del perro continúa siendo válido y permite rápidamente eliminar el par 2-4 como representativo de la estructura del signo. La llegada a la ciudad, en cuanto objetivo de la conducta del automovilista, todo lo más podría garantizar la sustituibilidad entre (2) los sonidos y (6) el obstáculo; pero no necesariamente, ya que bien pudiera el automovilista, por temer o por comprender que llegaría demasiado tarde a la ciudad a la que se dirige, dado el rodeo a que le obligaría el cambio de ruta, decidir regresar al punto de partida. Pero estas decisiones, así como las variantes intermedias que admite Morris, serán fruto de actitudes psicológi cas o de racionalidad que no hacen a nuestro problema semiológico. Ni los sonidos (información), ni el obstáculo en sí mismo son signos de la ciudad a la que se dirige. Aquí es más evidente que son meras instancias que ocupan su lugar en una secuencia de acontecimientos sin representatividad alguna respecto al objetivo pretendido; pueden, como toda sucesión de etapas, el cumplimiento de cada una de las cuales permite iniciar la siguiente, facilitar o dificultar la consecución de tal objetivo (contextualmente), pero, repito, no representarlo.

Por economía de exposición, el supuesto H se propuso integrando todos sus elementos en forma lineal, del 1 al 7. Ahora, ello puede perjudicar la comprensión del fenómeno del signo: la enunciación de la sustituibilidad entre (2) los sonidos y (6) el obstáculo, lo que parecería contradecir lo estableci do respecto a la necesidad de excluir de la estructura del signo la composición entre elementos que pertenecen meramente a un antes y un después. Por la di ficultad que puede representar, para quien no esté avezado a los análisis semiológicos, continuar la explicación de la estructura del signo relacionando e lementos que aparentemente forman parte de una misma secuencia, resulta o portuno diferenciar las dos situaciones que subyacen en el enunciado supues tamente unitario y dar así lugar al conocimiento que de la existencia del obstá culo pueda tenerse, ya que es tal conocimiento lo que habrá de quedar susti tuido por los sonidos (información) y no la pura existencia fenoménica del derrumbe.

Supuesto H1

1) Un conductor maneja su automóvil por una carretera... 5) Existencia de una carretera que une el punto en que se encuentra el automóvil, en un momento dado, con una determinada ciudad... 6) Existencia de un obstáculo, en dicha carretera... 2) percepción de dicho obstáculo por el conductor del automóvil... 7) Existencia de otra u otras rutas alternativas para llegar a la ciudad hacia la que se dirige el conductor del automóvil... 3) Abandono de la primera carretera por el conductor del automóvil y opción por la carretera alternativa... 4) Ciudad hacia la que se dirige el automóvil.

Supuesto H2

(Se mantiene el desarrollado inicialmente bajo H, que se reproduce por comodidad de lectura.)

1) Un conductor maneja su automóvil por una carretera... 5) Existencia de una carretera que une el punto en que se encuentra el automóvil en un momento dado con una determinada ciudad... 6) Existencia de un obstáculo en dicha carretera... 2) Sonidos (información) que alguien proporciona al conductor del automóvil acerca del obstáculo en la carretera... 7) Existencia de otra u otras rutas alternativa para llegar a la ciudad hacia la que se dirige el conductor del automóvil... 3) Abandono de la primera carretera por el conductor del automóvil y opción por la carretera alternativa... 4) Ciudad hacia la que se dirige el automóvil.

La introducción del supuesto H1 se cumple a los solos efectos de poseer la descripción de una conducta en que no interviene una información de un tercero acerca de la existencia del obstáculo, sino que tal obstáculo es percibido directamente por el protagonista de la conducta total. La relación estructuradora del signo se establece así, de modo semejante a la correspon diente conducta animal, entre los componentes (2 en H1) y (2 en H2). El obstáculo no sólo puede ser percibido por un sujeto, sino que éste puede ser informado acerca de su existencia. Lo que los sonidos que informan sustitu yen no es pues el obstáculo, sino su percepción; o, lo que es lo mismo, los sonidos proporcionan una forma de acceder al conocimiento del obstáculo que es sustitutiva respecto a su percepción.

Al eliminar, en la consideración del supuesto H, tanto al par 2-6 como al par 2-4 como designativos de los elementos que componen al signo, de nuevo se rechaza que la relación constitutiva del signo pueda establecerse en la interioridad de un discurso; (2 en H1) y (2 en H2) son, una vez más, lugares homólogos en discursos distintos y, estos sí, con una capacidad de relación de sustitución que es constitutiva de la estructura del signo.

Hasta ahora hemos efectuado, por una parte, el análisis de los tres enunciados acerca de las condiciones del signo, y, por otra, el análisis de las dos situaciones ejemplares propuestas por Morris. Trataremos de ensayar la posibilidad de integración entre ambos análisis.

¿De qué manera se puede garantizar la efectividad de la sustitución ( o sea, que ha habido sustitución y que la sustitución se ha establecido entre los elementos señalados: [2 en B] y [2 en A] en un caso, así como [2 en H2] y [2 en H1] en el otro) si no es controlando los resultados alcanzados por las respectivas conductas (o sea, su eficacia) en cada uno de tales casos? ¿Es cierto que cualquier intento de afirmar la sustitución, con independencia de tal verificación conductual, implicaría la utilización mentalista (o sea, metafísica) del concepto de "significado"? Estas preguntas recuperan la problemática de aquellas con las que se acotó el primer enfoque de este estudio.

Retomando el primer enunciado acerca de las condiciones del signo, tendremos que 2 (tanto en B y A, como H2 y H1) actuarían como controles del comportamiento hacia un objetivo. Y, efectivamente, tanto la visión y olfación de la comida, como el sonido del timbre acotan la conducta del perro, el cual, en ambos casos, se dirige hacia la comida. Así, el desarrollo de la conducta controlada por cualquiera de los dos estímulos es un elemento verificador de la intercambiabilidad de ambos estímulos. Del mismo modo, la percepción del obstáculo o la información ( creíble) acerca de su existencia acotan la conducta del automovilista, el cual en ambos casos, opta por llegar a su destino siguiendo un camino distinto. También aquí, el desarrollo de la posterior conducta motivada por cualquiera de los dos estímulos es un elemento verificador de la relativa intercambiabilidad de ambos.

La desorientación dispersa en diversas frases del trabajo de Morris, se concreta en el enunciado con que termina la cita transcripta: "El timbre y las palabras son, en cierto sentido, sustitutos en el control de la conducta respecto al control que ejercería sobre la conducta aquello que significan, si hubiera sido observado ello mismo ". Y, según escribe poco antes: "Tanto el timbre como las palabras controlan..., la conducta..., de modo semejante al control que ejercería el alimento o el obstáculo..." Con lo cual, el "significado" del timbre es el alimento y el de las palabras es el obstáculo. No discutimos la introducción del término "significado", pese a que no ha sido definido (lo alude en diversos momentos y sólo en el glosario con que termina su obra hay un intento, que en realidad lo es de eludirlo: "Significatum: Aquellas condiciones tales que aquello que las satisfaga es un denotatum de un signo dado"; p. 354); tomémoslo simplemente por la afirmación de las correspondencias: timbre/ alimento y palabras/obstáculo. Tales correspondencias ya hemos comprobado que son erróneas y que deben establecerse entre timbre/visión u olfación y palabras/percepción del obstáculo.

Dejemos de lado los equívocos de Morris y partamos de estos últimos pares. ¿Se cumple en ellos la condición o condiciones establecidas en el primer enunciado? Rellenando los lugares correspondientes a las proposicio nes que ya conocemos con los enunciados protocolares de cada una de las situaciones descriptas, tendremos:

  1er ENUNCIADO 1er ejemplo (perro) 2º ejemplo (hombre)
Presencia

A

Modo de control de la conducta hacia un objetivo

A

Sonido del timbre

A

Sonidos (información) acerca de la existencia de un obstáculo

Ausencia

B

Otro modo de control de la conducta hacia el mismo objetivo (observación visual)

B

Visión u olfación de la comida

B

Percepción del obstáculo

Eficacia

C

Semejanza (no necesaria identidad) de A y B

C

Desplazamiento hacia el lugar en que se encuentra la comida, tanto por el estímulo del sonido del timbre como por el de la visión u olfación de la comida

C

Abandono de la primera carretera y opción por la carretera alternativa, tanto por estímulo de la información acerca del obstáculo, como por la percepción del obstáculo mismo

Al tomar la totalidad de la respuesta como situación que permite identi ficar la presencia del signo, se confiere a éste la calidad de "excepcional" a que habíamos aludido anteriormente. Excepcional por mantener la misma eficacia de la conducta pese al cambio del "control" B (que se da en la situación de referencia: visión u olfación y percepción del obstáculo) por el "control" A (que se da en la situación modificada y sustituyente: el sonido del timbre e información acerca del obstáculo). Lo normal sería que el perro fuese hacia la comida cuando la ve o la huele; lo excepcional será que el perro vaya hacia la comida cuando suena el timbre. Lo normal será que el automovilista cambie de carretera cuando percibe un derrumbe (el obstáculo) que le impide avanzar; lo excepcional será que cambie de carretera cuando alguien le informa acerca de la existencia de tal obstáculo. Excepcionalidad, a la manera del asombro que padecería un observador ajeno a ambas situaciones que viese al perro comportarse ante el timbre como en otro momento lo había visto comportarse ante el olor o la vista de la comida (y cuyo comportamiento había admitido como norma)}; y asombro al ver al automovilista cambiar su itinerario ante las palabras (sonidos) que alguien le dirigía, como, por la experiencia de tal observador, éste sabía que se comportan los automovilistas cuando se encuentran con un obstáculo en la carretera. O sea, que este observador ajeno no podría asegurar que el timbre y las palabras eran signos más que a condición de tener previa experiencia de cuál era el comportamiento del perro y del automovilista ante el olor o la visión de la comida y ante la percepción de un obstáculo en la carretera. Así, la identificación de algo como signo dependería del observador ajeno y no de la eficacia de la propia conducta para su protagonista. No habría signos más que para observadores ajenos y experimentados; lo cual (al margen de la necesidad de conocer el código, que aquí no está en juego) es un absurdo. El signo interesa especialmente en cuanto es reconocido como tal y como uno de los elementos componentes de la propia conducta, por el protagonis ta de dicha conducta. Somos observadores de la conducta del perro ( el cual no puede dar cuenta de su propia experiencia de protagonista); pero justa mente esta posición que ocupamos en la observación del comportamiento animal hace que no sea una perspectiva adecuada para formular las iniciales observaciones relativas al signo (los signos en algún eventual lenguaje animal sólo podrán establecerse como relación, en mayor o menor medida diferencial, respecto a lo que ya conozcamos como signos en el lenguaje humano). Por lo tanto, el enunciado general, con categoría de posible enunciado científico, deberá formularse a partir de comportamientos que contengan signos y no, ya que los fenómenos no son simétricos, a partir de comporta mientos que no los contengan, con la pretensión de que sean éstos los que nos ilustren acerca de aquello de que, en principio, carecen.

Morris afirma que "la precedente formulación de 'signo' no es una definición en el sentido de que proporcione las condiciones necesarias y suficientes para que algo sea signo. No se dice que algo sea signo si y sólo si satisface las condiciones establecidas, sino que, si se dan tales condiciones, todo aquello que las reúne es un signo" (p. 12). Se trata por tanto, como establece un poco más adelante, de que el conjunto de condiciones propues tas es suficiente para denominar a algo como signo.

En principio, por consiguiente (tal es la posibilidad que abre Morris al eliminar de estas condiciones la calidad de necesarias), habría signo aún cuando no se obtenga la semejanza en el control de una determinada conducta. Tal el ejemplo aportado por Osgood (para no tomar más que autores ubicados en un ámbito teórico próximo al de Morris): "La palabra fuego tiene un significado para el lector sin hacer que salga corriendo; la palabra manzana tiene significado, sin que por ello provoque movimientos de masticación "7.

Pero también la calidad de suficiente puede ser puesta en crisis. O sea, aun cuando se den las mencionadas condiciones de semejanza en el control

 


1  Charles Morris, Signs, Language and Behavior. New York: George Braziller, 1955. (Primera edición: N. Y.: Prentice-Hall, 1946.) Versión castellana: Buenos Aires: Losada, 1962. Las referencias del texto, indicadas entre paréntesis al final de cada cita, lo son a la edición de 1955.

2  Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus. Madrid: Alianza Universidad, 1973; parágrafo 5.6.

3  Ludwig Wittgenstein, Philosophical Investigations. Oxford: Basil Blackwell, 1953; parágrafo 19.

4  Karl Popper, La lógica de la investigación científica. Madrid: Tecnos, 1977; p. 155.

5 Henri Wallon, De l'acte a la pensée. Essais de Psychologie comparée. Paris: Flammarion, 1942; p. 166

6 Mary O. Leakey, Footprints in the Ashes of Time, en National Geographic, Vol. 155, nº 4, April, 1979; ps. 446 a 457.

7 Charles E. Osgood, Curso superior de psicología experimental. México: Trillas, 1971; p. 923.