Bienvenido a la edición 640/16 de CaféCafé.
SUMARIO
Editorial: Primera palabra, primeros pasos.
Poesía:
Kike Alonso, 'Poesías Libres'
Mengano, 'Al otro lado del silencio'
Rafael de Jaime, 'Esas infancias frías'
Novela por entregas: 'El duque de Riotrofas, I'
Pablo Enríquez
Cuento corto: 'El Rey en la Ciudad'
de Miau.
Clásicos: Romancero Español
©1998 Café Ediciones Electrónicas. Prohibida la reproducción total o parcial en un medio de difusión publica, cualquiera que sea su naturaleza.
Es éste número 2, en su segunda edición, el auténtico número uno de CaféCafé. Cometimos el error de no llamarle a nuestro primer número 'Número Cero', y mucho más grave fue el error de publicar ese 'borrador' en lugar de este auténtico Número Dos cerrado. Hemos cometido, pues, muchos errores, y muchos más nos quedan por cometer, pero, junto con nuestras primeras palabras damos nuestros primeros pasos: inseguros, mal dados..., tropezamos y caemos, pero nos levantamos y lo enmendamos. Y algún día llegaremos a correr.
Éste numero incluye por primera vez contribuciones de fuera de CaféCafé, y esto me recuerda que no es sólo participación literaria, lo que pedimos: queremos vuestros gustos y opiniones; cartas al director; direcciones... ¡Todo! También tenemos una mala noticia: nos hemos quedado sin contador. Estamos buscando soluciones, y mientras tanto os pediríamos que, los que visitéis la página por primera vez enviéis un e-mail vacío, con título "Contador" a nuestro é-mail.
Ahora, resumiendo el contenido de éste número de septiembre, parece que tenemos la obra poética de Kike Alonso y Jesús Amaya, que está ilustrada con los dibujos de Kike. Ellos tienen su propia web, y de allí hemos sacado sus dibujos y poemas. Se llama 'Pincel y Pluma' y está en: http://www.moebius.es/~kalvarez/pincelypluma/.
También tenemos el primer episodio de una novela por entregas de Pablo Enríquez, que se llama 'Las Aventuras del Duque de Riotrofas'. Es una historia cómica muy interesante y muy bien escrita. También cómico es el cuento que publica 'Miau' en este número, que se llama 'El Rey en la Ciudad'. No es un cuento terminado, y el final que tiene no es definitivo, pero por ahora vale. Hemos escogido del 'Romancero español' el 'Romance del incendio de Roma', y queremos mantener esta sección de clásicos en próximos números.
Para el proximo número intentaremos ponernos en contacto con Mada Alderete, una poetisa de Las Rozas de Madrid. Prometemos la segunda entrega del 'Duque de Riotrofas' y esperamos que nos lleguen cartas como para hacer una sección destinada a ellas. Hasta entonces.
Kike Alonso | Jesús Amaya | Rafael de Jaime
«Gente»
Gente sin paseo
descansa al amor de un café,
luciendo sus corbatas
y sus sonrisas
más puras, o, quizás
más oscuras.
Mil vidas se esconden en el bullicio.
Subidas en escaleras sin peldaños
esperando las marcas
de amarillo y ocre en sus tazas,
hormigas colmenando.
«Cristales»
Unas trenzas,
preguntando a unos cristales,
¿qué llevar?
Unos ojos,
perdidos en miopías,
¿qué llevar?
Unas manos,
inertes, quietas,
el bolso de no gastar.
«Padre y Madre»
En brazo de hombre
protegen sus ilusiones.
En sonrisa de mujer
besan los juncos.
Pero eso, eso..
eso no lo encuentran.
No es el sitio de buscar
los juncos perdidos.
Un padre y una madre
paseaban encarnando
papeles que alguién les dió.
«Paseos de hojas muertas»
Paseos de hojas muertas
Que están llenos
De tanta vida.
No es el mar de los sueños
El que tan lejos llega
Y, bien tranquilo,
El viento rezuma.
A cambio de se un luchador
De aquello que nunca muere…
…¿ahora vienes con tu canto?
No, no es el mar de los sueños,
Ni las paredes de hojas muertas,
Ni los paseos llenos de vida,
Ya que, bien tranquilo,
hoy rezuma.
«Una Sonrisa»
Una sonrisa
de felicidad sin piezas,
busca revalorizada
el puzzle de la fecundidad.
Un valor,
sin hogar,
mancha de tinta
este olor de sociedad.
Sin cantar ni mentir,
vicecersa de rachas,
con escapes de moralidad.
El ruido, si, el ruido,
camuflaje universal
del mundo cobarde,
distraido en su longevidad.
«Los Caballeros de la Mesa Redonda»
Se levanta la sesión,
loa caballeros de la Mesa,
corbatas en alza,
levantan sus manos
intentando canjear sus bulas
por el servicio recibido.
Los caballeros de la Mesa Redonda
charlan y hablan
o, ¿quizás malgastan?,
o ganan, pero…
siempre caballeros
y siempre de mesa.
Sus poemas están disponibles en
PincelyPluma
Jesús Amaya - Al otro lado del silencio
«¿Dónde llevaréis a este Quijote muerto?»
Si yo hubiera declarado
lo que el amor libre me exigía
la trabajada y sufrida libertad
me habría hecho más dichoso.
Cada vez están más firmes
el canto y la muerte en mi garganta.
Ya no soy nada. No puedo más
y aquí me quedo.
¿Dónde llevaréis a este Quijote Muerto,
acorralado en sus pesares, perdido y solo?
Llevadme al mar donde nació la vida
que ya siento heridas de muerte
y muero sangrando con los labios abiertos
hasta desgarrarme.
Echadme junto a las rosas blancas
que mi aire ya no huele bien
y mi luna no es blanca sino negra.
Sembradme en tierra virgen
que ya no soporto el dolor de estar vivo.
¡Ay, tanta pobreza
engendrada en días de hambre y noches sin sueño!
¡Ay, tanto dolor
asfixiante ante mis flores vacías!
¡Ay, mi alma cargada de pena!
¡Ay, mi alma arrasastrando la esperanza!
¡Vida mía, vida mía
que mi canción no la siento!
¡Vida desgarrada, vida desgarrada
mi flor blanca ha muerto!
«...donde el sueño, mi aliado, toque la libertad»
Busco el centro de mi vida,
la verdad ante la que no cambie,
la estación del amor perpetuo
donde el sueño, mi aliado,
toque la libertad.
«La Media Luna»
La Luna,
la media Luna
como mi vida.
Silencio y miedo.
La Luna,
la media Luna
como mis sueños.
Amor, te quiero.
La Luna,
la media luna
como mi boca quieta.
La Luna,
la media Luna
como mi historia,
sin remedio.
«Dime, hatillo»
Dime.
Amor hermano, dime.
¿Qué quieres?
Abre el día
y trae la alegría.
¡Abre los brazos, amor al viento!
¿Qué quieres?
Dí, al unirte a mi pecho:
¡la alegría conmigo va!
Dime.
¡Vámonos lejos!
«El Marinero y la Sirena»
Oigo la sirena que llama al amor
en el mar profundo de tus ojos.
Como marinero sediento te busco.
Tu boca me conforta con tus besos.
Un silencio, profundo, de pasión
nace al unir nuestros cuerpos.
Fluye el cielo entre nuestros labios,
singular y eterno, como ola de luz y de fuego.
¡Oh amor humano que purificas la carrera de la vida
y atrofias las perezosas espinas de los cardos!
Tu llamada cambia el curso de mis días,
apasiona mi alma y modela mi rostro.
Aislado del mundo y de mí mismo
te amo en este silencio.
Oigo la sirena que llama al amor
en el mar profundo de tus ojos.
«Una llamada»
Una llamada,
te necesito.
Tengo que vivirte.
Te quiero.
Una canción,
cierro los ojos.
No te dejo salir.
Te quiero.
Una flor,
tu,
como luz atrapada en el color.
Te quiero.
Una lágrima,
la inmensidad del mar en tus ojos.
Te quiero.
Una boca,
mi vida se come tu vida.
Te quiero.
Los poemas de Jesus Amaya están disponibles también en
PincelyPluma
Rafael de Jaime - Esas infancias frías, pero que queman el corazón.
Para todos los niños solos,
para esos, porque llegará
un día en que ya no estén
solos, y serán felices.
Escucho las voces de esos niños
que duermen callados los regazos de sus madres,
que en silencio duermen temerosos de estar solos.
Escucho los gemidos de esos niños,
los niños callados sin amigos,
los niños secos,
los niños fríos,
a los que nunca les dejan ser niños.
Esos niños,
en la esquina oscura del cuarto
lloran porque no encuentran a sus madres,
lloran porque no encuentran su sangre
en la sangre de los otros.
Esos niños,
callados en la grada,
miran,
esperan,
porque ese silencio vital les empuja,
les rompe las almas y los convierte en monstruos.
Esos niños,
que en la oscuridad del armario
anhelan ese otro perfume áureo,
ese espíritu callado
que les ha sido siempre negado.
Niños solos,
niños amantes de algo,
amados por nada.
Niños silenciosos,
que no dicen,
porque no saben decir.
Esos niños llorando en la esquina,
solos, nadie les entiende.
Solamente ellos
y otros niños solos.
Solos, esos niños,
esperan un día conocer la verdad,
descorrer la sombra,
y darse cuenta de que sus esperanzas
están henchidas de viento de hombre.
Esos niños,
que el día de la verdad pierden el juicio…
Esos niños, esos
que el día que se conocen se odian.
Esos niños están solos.
Esos niños aman.
Esos niños callan.
Esos niños dejan su almohada desierta.
Y se relegan a la oscuridad del armario
donde pierden la razón.
Pobres niños locos y solos.
Para dirigirte a Rafael de Jaime, escríbele
aquí.Ante todo, y como conviene generalmente en estos casos, quisiera presentarme a todos nuestros nuevos y avispados lectores. Me llamo Gonzalo Luis Alfredo María Humberto de Martín y Enríquez de Zamora y Sigüenza, más conocido por mi título de duque de Riotrofas.
Actualmente soy viudo y vivo de lo que ahorré en mis tiempos (que nada tenían que envidiar a éstos) y de algún encargo que hago aquí y allá... En mis ratos libres soy dado a leer, observar, a criticar, a tocar la gaita (que no hay en el mundo instrumento más noble y desconocido), y a escribir mis memorias. Esto último lo hago con mucha soltura; tanta que en todos los círculos y tertulias selectas del mundo conocen mis aventuras.
La verdad es que mi vida ha sido muy ajetreada y apasionante, y a no pocos les gustaría haber conocido las aventuras que yo he vivido. Si se quisiera escribir con ellas un libro, éste tendría más capítulos que santos tengo a lo largo del año, por lo que nunca se han publicado, y por lo que es posible que no me conozcáis o hayáis oído hablar de mí.
De momento, las iré publicando, Dios mediante, en esta revista, hasta que alguna fuerza mayor me lo impida, véase que se me acabe la tinta del bolígrafo, véase censura de la dirección del periódico, etc.
Así que, sin más preámbulos, empezaré una de mis más emocionantes y fantásticas aventuras, absolutamente verídica que ocurrió hacia Julio del año 1929, cuando recorrí Europa entera de este a oeste...
Salimos mi padre y yo hacia Valencia para allí tomar un barco que nos llevase a Varna, ciudad búlgara abierta al mar Negro. Mi padre, que era agente de una conocida compañía catalana de seguros, era un hombre muy apreciado allí. Le conocían como "don Martín", y le tenían muchos miramientos y respeto, y según pasaba , todos le hacían reverencia. Si por él hubiera sido, habrían organizado los búlgaros una revolución contra el sistema comunista de por aquel tiempo para instalarle en el poder... en fin... el caso es que de camino a Valencia; pasada ya Cuenca y Almería, se estropeó el motor del automóvil que nos llevaba, y no quedó más remedio que apearnos mi padre y yo para, levantándolo a pulso, llevarlo al pueblo más cercano a repararlo.
Y en el pueblo se quedó, ya que prácticamente nadie allí había visto un auto en su vida, y además todos habían salido corriendo a casa del señor cura cuando nos vieron llegar con el coche en volandas. Así las cosas, fuimos mi padre y yo y acertamos a entrar en una tasca para encontrar a alguien que nos proporcionase algún medio de transporte para llegar a Valencia.
Vimos allí a la tabernera, que al principio creímos tabernero a juzgar por el vello que se apreciaba a simple vista en su labio superior y que perfectamente podría haber lucido el káiser Guillermo I de Prusia... La elegante señora se irritó ligeramente y lanzó un terrible manotazo, que al esquivarlo yo, fue a parar en la cara de un anciano que estaba en la barra, y que del meneo cayó al otro lado de la misma estruendosamente, organizando en un momento un alboroto generalizado, que mi padre y yo aprovechamos para retirarnos disimuladamente.
Al fin conseguimos un par de jacas a buen precio, que aunque parecían débiles y de poca monta, corrían que se las pelaban. Tanto, que a menudo se partían en dos, ya que las patas delanteras corrían más deprisa que las traseras, por lo que teníamos que parar de vez en cuando a juntar las dos mitades, cuidando de recoger algún higadillo que hubiera podido caerse al suelo, para volverlo a meter dentro de la jaca. Todo esto, gracias a los conocimientos de mi padre en motores de caballos de vapor.
A los dos días de viaje paramos a dormir en un lado del camino. Aparecieron por allí entonces unos bandidos, parientes de Curro Jiménez según decían. Desperté, y gracias a que aún llevaba un mendrugo de pan del que la tabernera ponía en las raciones de tortilla, herí a uno de ellos en la cabeza, a otro en una costilla e hice que los demás se rindieran y depusieran las armas...
Los llevamos detenidos hasta la comisaría de un pueblo cercano, donde nos pagaron con una generosa recompensa, porque hacía tiempo que los buscaban. Con el dinero nos pagamos el resto del viaje hasta Valencia, que transcurrió sin incidentes dignos de mención…
Pablo Enríquez.
Dirígete a él escribiendo
El Rey En La Ciudad
Esto érase que se era un rey. No era un rey muy guapo, ni muy alto, pero era un rey, que ya es más que la mayoría. Tampoco era un rey de esos de ahora, de traje y corbata y que blanden la agenda en lugar de la espada, en guerra con los sarracenos infieles, quienes a su vez blanden sus agendas en lucha con los reyes encorbatados, infieles por supuesto. Era un rey de los de antes, con una corona muy grande y una capa de armiño, y que tenía un salón del trono lujoso y dorado. Este rey, que no tenía barba, tenía tres hijas, que tampoco tenían barbas. Y en vez de meter a sus tres hijas en tres botijas y taparlas con pez (como había hecho un rey amigo suyo), les dijo:
- Veréis, bonitas. Como ya estáis las tres casaderas y los príncipes se pasan el día en las revistas del corazón en lugar de buscar princesas bonitas y decentes como vosotras, he decidido que os voy a llevar a la ciudad para que busquéis novio.
Las princesitas se miraron las tres muy asombradas, porque su papá nunca les había contado qué cosa era eso de la ciudad.
- Veréis, hijitas. Resulta que vuestro padre, que soy yo, no es el único rey que hay en el mundo, ni el nuestro es el país más grande del mundo, ni muchísimo menos. Pero claro, como vosotras estabais tan contentas, no era plan de fastidiaros la alegría, así que no os lo dije. Resulta que no muy lejos de aquí hay un lugar hermoso, o al menos lo era la última vez que estuve. Yo era un niño entonces, y ya han pasado… muchas cosas. El caso es que yo recuerdo la ciudad como un lugar precioso. Allí hay muchos coches, y hay avenidas muy anchas, tanto que hay que pedir permiso para cruzar, porque los coches y los autobuses nunca dejan de pasar. Hay casas tan altas que hay que tomar un ascensor para llegar arriba. Se llama ‘Ciudad’.
Las princesitas soltaron un ‘oh’ de sorpresa a coro, y sonrieron al pensar que la semana siguiente irían a pasear por la ciudad. Pasaron todos los días arreglándose y peinándose, y poniéndose joyas y quitándoselas, porque no había otra cosa que hacer en Palacio. Palacio era tan aburrido… En esto que el domingo, mientras comían paella (el domingo siempre comían paella) sonó la puerta. El rey se llevó un susto tremendo, y se tragó una gamba entera y sin pelar, así que se puso rojo (como un camarón) y echó a toser y a toser. Las princesitas empezaron a preguntar, curiosonas, ellas:
-¿Papá, qué ha sido ese ruido?
-¿Papá, por qué ha sonado esa campanita tan graciosa?
Como el Rey nunca recibía visitas, las princesas nunca habían oído el timbre, así que fue una novedad para ellas, y como eran tan inquietas, con cualquier tontería la armaban. Mientras tanto, el Rey había empezado a echar espuma por la boca y estaba de un color malva un tanto preocupante.
-¿Papá, por qué estás morado? - preguntó Elenita.
-¿Tú eres tonta? ¡Es fucsia! - corrigió Pili.
- Sois idiotas las dos. Es violeta. - enunció Mamen.
- Ah… - dijeron Elenita y Pili a coro.
Pero el Rey seguía oscureciéndose, y cada vez se parecía más al Rey del Congo. Y de repente, la gamba que sale disparada, le da al guardia en el ojo, rebota y se cuela en la armadura de Mengano I el Anodino. Las princesitas anonadadas, por supuesto. Mamen, que era la más lista de las tres (cosa que no era ninguna proeza, por otra parte) supo reaccionar al cabo de un rato y preguntó:
- ¿No te estarías ahogando, papi?
El Rey suspiró y llamó al Chambelán Mayor del Reino, que era también el Menor, el Mediano y el Único. Cuando llegó, el Rey quiso saber quién había llamado a la puerta.
- Bueeenoo… Era un tipo que quería nosequé de unos cepillos…
Y el Rey, que era muy bueno y muy bajito, se bajó de un salto de la silla y se fue a echar la siesta. Y las Princesas, que eran unas cotillas y unas correveidiles se pusieron alrededor del chambelán y le empezaron a preguntar:
- ¿Y era guapo, el de los cepillos? - inquirió Elenita.
- ¿Y era majete? - quiso saber Mamen
- ¿Y como se hace eso de que suene la campanita? - preguntó Pili, que era la más ingenua, por ser la más joven.
Pero el Chambelán lo único que hacía era ponerse rojo, rojo rojísimo y asentir con la cabeza.
- ¿Por qué se pone usted bermejo? - investigó Pili
- Que no, tía, que se ha puesto carmín - corrigió Elenita
- Sois retrasadas y no tenéis sentido del estilo. Es granate oscuro - aseveró Mamen
- Ahora sí, pero al principio no pasaba de rosita claro - atacó Elenita
- Déjame en paz - se rindió Mamen
El Chambelán sonrió y les dijo:
- Es que…, no era ningún vendedor de cepillos.
- Conque no… - el tono de Mamen era el que debía tener Sherlock Holmes cuando le pillaba una mentira a algún audaz criminal - Entonces, ¿quién era?
- Mi novia - el Chambelán parecía un centollo, sin pinzas, evidentemente.
- Oh… - exclamaron las princesitas, escandalizadas por la inmoralidad de su propio Chambelán, que no sólo tenía novia sino que, para colmo, la recibía en Palacio a escondidas.
- Se la pedí en matrimonio a su padre un mes ha.
Las princesitas exhalaron un suspiro de tranquilidad y después le preguntaron cuando sería la boda, para correr, ir y decírselo al Rey, que era otro cotilla del cuarenta, porque si en Palacio no se intriga, ¿dónde se va a intrigar? Precisamente era esa una de las astillas que el Rey tenía clavada en su corazón: nadie de sangre azul quería vivir en su Reino, así que el Reino era un latazo de reino, y la única familia noble del Reino era la Familia Real. Precisamente a raíz de este hecho fue que las Princesitas le dijeron al Rey.
- ¿Por qué no, ya que vamos a la Ciudad, raptas un par de duques y condes y nos los traes para jugar con ellos?
- Hijas mías, ¡no es tan fácil!
- ¿Ah no? - sorprendióse Elenita, que era la más sorprendible porque era un poco tonta, incluso para el estándar de sus hermanas.
- No, - aclaró pacientemente el Rey, que era un dechado de paciencia para esas cosas - no es tan fácil. Habría que escribirle una carta de ofrecimiento…
- Papi, no uses palabras tan complicadas que luego me da dolor de cabeza - sugirió Mamen.
- Una invitación, - prosiguió el benevolente monarca - explicándole como de bonito es nuestro reino…
- ¿Y por qué no haces un paraíso fiscal? - comentó Elenita, para sorpresa de sus hermanas y regocijo paterno.
- Y tú, ¿dónde has aprendido esas palabras horribles? - instigó Pili - ¿No querrás convertir nuestro reino en un paramecio frutal de esos?
- Eres subnormal, ha dicho peristilo frontal, que es como una puerta de una catedral - explicó Mamen, que con eso de ser la más lista se lo tenía muy creído.
- No, he dicho paraíso fiscal. Lo oí el otro día por el satélite, haciendo zapping - aclaró Elenita - en un canal de noticias. Pero decían que todo el mundo quería vivir en los paraísos fiscales.
- Elenita tiene razón. Mañana mismo, - propuso el Rey - se lo comunico al periodista en una rueda de prensa.
Porque siendo un Reino tan pequeño y aburrido, sólo necesitaban un periodista, que la mayor parte del tiempo se lo pasaba de vacaciones, así que el Rey se lo trajo de Bali y le dió una rueda de prensa, pero le salió muy mal, porque el periodista estaba dormido y los ronquidos le desconcentraban.
Una vez despachada la rueda de prensa, llamó al Ministro de Exteriores, que era, casualmente, el mismo que el Ministro del Interior, y el de Sanidad…, y le dijo que mandase una nota a la Ciudad en la que comunicase que a partir de ahora, el Reino era un paraíso fiscal.
Cuando el periodista se hubo ido de vuelta a los mares del sur y el Ministro, esta vez como Ministra de Agricultura, se fue a la Unión Europea a ver si dejaban ingresar al Reino (con muy pocas esperanzas, la verdad), el Rey se volvió a concentrar en el problema básico, la visita de sus limitadamente inteligentes hijas a la Ciudad. Así que fue a su dormitorio y le explicó como si tuviesen cuatro años:
- Hijas, vosotras estáis acostumbradas a todo esto del protocolo y que si chambelán, que si mayordomo… Pero a la gente, y especialmente a los novios en potencia, les intimida mucho la realeza, así que a partir de que montemos en el avión, seréis Elenuchi, Piluca y Maricarmen Fernández…
- ¿De la Casa de Fernández? - demandó Pili
- Hija, - proclamó el Rey con un deje de desesperación - eres tonta. ¿No te he dicho que NO ERES NOBLE?
- ¿Ah no? - Mamen quedó estupefacta - Yo toda la vida creyendo que eras el rey por eso, y que claro, al ser nosotras tus hijas…
- ¡No! - el deje de desesperación era más evidente cada vez - Somos nobles, pero… a ver… ¡ya sé! Vamos a jugar a que éramos gente normal.
- Pero, ¿cómo de normal? - interrogó Elenita
- ¿Tan normal como la Preysler? - indagó Mamen
- ¿Tan normal como la Pantoja? - interpeló Pili
- ¡No! - el Rey volvía a estar rojo-gambón del Mar Menor - ¡Más normal!
- Ya sé, - proclamó Mamen, convencida de su superioridad mnemónica - ¡tan normales como en Médico de Familia!
El Rey dió la respuesta por válida y se hizo a la idea de que nunca volvería a obtener una inteligencia tan rápida de algo por parte de sus hijas. Se daba cuenta de lo que pesaban en la genética siglos de consanguinidad. Pero claro, la consanguinidad en un reino tan sumamente minúsculo era algo inevitable, incluso para las clases más bajas.
Aquella noche, la del lunes, tocaba cenar sándwich, de modo que las princesitas cenaban en sus aposentos, y, como eran tan marujonas, se pusieron a hablar de ropa y de actores guapísimos. En esto, que cuando iban por Brad Pitt, alguien llama a la puerta.
- Mamen, abre tú… - encomendó Pili
- No quiero, que abra Elenita - contradijo Mamen
- No, Mamen, que tú eres más lista y lo haces mejor… - suplicó Elenita
Mamen, que a pesar de ser la mas lista era absolutamente lerda, se sintió tan halagada que decidió hacerle caso a su hermana. Se acercó a la puerta y como aunque era tonta era precavida preguntó que quién era. Solo un silencio siguió a su pregunta, y las tres princesitas, a las que les encantaba el cine de terror, se pusieron a llorar porque el fantasma de Herminio VII el Adúltero venía a cortarles la cabeza. Gracias al cielo, vivían en una tontería de palacio que era más bien un adosadito tirando a pareado, y su padre las oyó llorar y raudo dirigióse al socorro de la sangre de su sangre. En el momento en que se abrió la puerta, las princesas se quedaron blancas blanquísimas, como lavadas con lejía Fu, que no quema los tejidos y por eso no amarillea ni rompe la ropa.
Las pequeñas despertaron en su cuarto, rodeadas de sus peluches favoritos y con el disco de los Backstreet Boys sonando. A Pili le hizo tanta ilusión que en cuanto se dio cuenta se volvió a desmayar un par de veces. Mamen se puso de pie, y como la más lista que era tomó el mando.
- No podemos, - arengó Mamen - ¡no debemos, en nuestro papel de baluartes de la pureza y la castidad del Reino, permitir que un hombre impuro y hereje rompa la paz y pureza de nuestra ilustrísima existencia palaciega!
- ¡Tú lo has dicho, su Hermandad! - aplaudió Pili, que no tenía ni idea de protocolo, y se pasaba el día mezclando plurales mayestáticos con palabras tan vulgares como 'supermegachanchiguachipirulis'.
- ¡Formemos el tribunal de la Santa Inquisición! - aportó Elenita
Y se pusieron a redactar las leyes que desde ese momento regirían el desfasado tribunal que las sobrehormonadas hermanas planeaban construir. Cuando el Rey entró para encontrárselas redactando tonterías, se llevó un susto tremendo.
-¡Hijas! - exclamó sorprendido - Estáis escribiendo… ¿Os pasa algo? ¿Estáis enfermas?
Mamen, muy en su papel de genial hermana, comenzó a perorar:
- Enfermas, ¡Sí, enfermas! Enfermas de la podredumbre que a nuestro Reino corrompe hoy, en estos días de sucia mentalidad y de pornografía barata, cuando nuestro reino había sido, siempre, un ejemplo de beatitud y espiritualidad, donde se produjo el cisma 'purista' con el Papa de Roma, que se había vuelto concesivo para con aquellos que minaban los pilares de nuestra mismísima fe. Por ello hallámosnos redactando la que será la Carta Magna del Tribunal de la Manta Insurrección…
Pili le susurró algo al oído.
- Perdón, de la Falta Imposición…
Elenita le susurró otro algo al oído.
- Quiero decir, de la Santa Inquisición del Reino Aqueste de Nuestro Señor. ¡Por la pureza de nuestro reino, que vuelva a ser inmaculado en los años venideros!
- Pero hijas, - comunicó condescendiente Su Majestad - no podéis hacer eso.
- ¿Ah, no? - resonaron a coro sus respectivas sorpresas.
- No. ¿No veis que en la constitución del 68 el Reino se declara aconfesional? - explicó el real progenitor.
Los reales rostros de Sus Altezas Reales las Tres Princesas del Reino se mostraron impasibles.
- Sin religión… - aclaró frustrado el Jefe de Estado.
- Ah… - la respuesta de las princesitas resultó llena de desilusión.
Pero a los diez minutos ya estaban otra vez cotilleando tonterías en el patio, porque como eran tontas y veían mucha televisión, su memoria inmediata se limitaba a los tres últimos minutos. Ante la proximidad de la marcha a la ciudad (apenas quedaban tres días), decidieron que debían renovar su vestuario. Para ello tenían primero que conseguir dinero, así que Elenita fue engañada, como de costumbre, por su hermana Mamen, para ir a su padre a pedirle la Visa.
- Oyes, papi… - introdujo melosa Elenita
- Se dice oye… - corrigió el paciente regidor, ya acostumbrado a la muy reprochable habla de sus descendientes.
- Bueno. Oye papi, que hemos pensado, - el monarca estuvo a punto de decir un comentario irónico, pero por el bien de su integridad física, se mordió la lengua - que como tú eres el rey, pues que como tienes mucho…
El Rey no necesitó oír más. Le alargó tres Visas oro y Elenita (en breve Elenuchi) se marchó sin decir ni gracias.
En la Calle Mayor (que junto con la Calle Menor y la Calle del Palacio conformaba la Capital del Reino) se concentraban las tres tiendas que había. Aquel día había una gran aglomeración, porque el sindicalista había montado una manifestación. Y ahí estaba, con una pancarta que ponía "No al paro", manifestándose él solito, lo que para el nivel del Reino, era un récord de participación. Todo porque se había quedado en el paro. Claro, que también era un índice de desempleados histórico. Justo delante de la tienda de Benetton estaba el Pobre. Nadie sabía como se llamaba, tampoco le importaba a nadie, así que todos le llamaban Pobre. Según se iban acercando, advirtieron algo que jamás habían visto en sus cortas vidas: el letrero de cerrado.
- Oyes, Pobre, - enunció despectiva Mamen - que si sabes qué ha pasado.
Pobre, con su voz quebradiza y chirriante de nunca hablar con nadie, dijo:
- Ha pasado que la tienda está cerrada. Y se dice oye.
- Tiene razón, - secundó Elenita - me lo ha dicho Papi hoy.
- ¡Tú cállate! - imperó Pili, que era una marimandona con Elenita.
- Pero digo que si sabes por qué está cerrada. - insistió Mamen
- Pues porque el dueño no está. - aclaró Pobre, molesto por tener que contestar evidencias.
- Y, ¿dónde vive? - interrogó Pili, emocionada émula de Miss Marple que nunca conseguía un caso que investigar.
- En la Calle Menor, en el dos - declaró Pobre
- Uy, que lejos, - se quejó Elenita - eso está a doscientos metros lo menos.
- Cojamos el autobús - solucionó Mamen
Y cogieron el autobús, la línea 733b, transbordaron en Palacio a la línea 11 de Metro y se bajaron en Menor II. Cuando salían de la boca de metro, los skinheads, los dos que había en el Reino, estaban pegando a algún turista. Estaban en el dos de la Menor y no había timbre por ningún sitio.
- Nada, que no lo encuentro - rindióse Mamen.
- Oye, ¿no os hace sospechar algo esa cuerdecita roja que cuelga del techo? - inquirió humildemente Elenita.
- Tienes razón. ¿Y si fuese una campana? - se aventuró Pili, acompañada por sus dotes detectivescas.
- Averigüémoslo, - resolvió la valiente Mamen.
Tiró con determinación de la maroma roja tres veces, y tres veces resonó una melodía campanil bastante hortera, que a las idiotas de las herederas al trono les encantó. Al cabo de tres minutos de espera, Pili y Elenita se habían dormido, y una viejecita arrugadísima que parecía la abuela del Rey de lo vieja que era abrió la puerta.
- ¡Oy! - exclamó con sorpresa la anciana - ¡Pero qué niñas más majísimas! Pasad, pasad…
Las princesitas, como no tenían ni idea de eso de no aceptes caramelos de un desconocido, pasaron y se pusieron las botas no solo a caramelos, sino también a bollos, a chocolate, a tortitas con nata, blinis rusos y wan-tun frito. Y la viejecita que parecía tan simpática era una psicópata que en el wan-tun les había echado un narcótico poderosísimo. Pero como Pili tenía poderes paranormales, le había leído la mente (cosa que no le llevó mucho esfuerzo, porque era una psicópata más bien tonta), y había hecho como que se comía el wan-tun y se dormía. Pero en realidad no se dormía, y ahí estaba el intríngulis del plan. Lo que pasa es que como Pili tampoco tenía dos dedos de frente, se aburría y de verdad se durmió.
La viejecita psicópata, a la que llamaremos 'Psico' para abreviar, metió a las princesitas en tres botijas y las tapó con pez, cosa que había deseado desde pequeña, pero que habían impedido sus tres hijos, que no cabían en tres botijos, porque eran gordos como elefantes. Psico había cogido a su hijo mayor, que tenía una tienda de Benetton en la Calle Mayor, y lo había atado y amordazado, después de meterle una oreja en un botijo (algo es algo), para que, al no encontrar la tienda abierta, las princesitas fuesen por su propio pie a caer en su inteligentísima trampa. Cargó las botijas tapadas con pez en el camión y se montó ella en el camión. Pero con lo que no había contado era con los poderes paranormales de Pili, que además de ser muy tonta tenía el sueño muy ligero, y al primer tarantantán que le dio Psico a su botija, se despertó. Cuando se despertó, le controló la mente para que las dejase en la puerta de Versace y se fuese lejísimos, por lo menos a la Calle Menor número tres.
Las princesitas volvieron todas contentas a palacio, con el Chambelán mayor, el Ministro, el periodista y el Pobre cargándoles las bolsas.
- Papá, - dijo Mamen, que a fuerza de leer la 'Ragazza' sabía medio hablar - no te vas a imaginar lo que nos ha pasado.
- ¡Nos han secuestrao! - aclaró Elenita con su deficiente discurso - ¡La vieja del gordo de la tienda de Benetton nos ha metido en tres botijas y nos ha tapado con pez!
- Y yo la he controlao la mente con mis poderes paranormales - amplió la nigromántica Pili
- ¡Qué bien me parece! Eso os pasa por salir sin el escolta - reprendió el majestuoso rey.
- Jopeta, papi, - alegó la insistente Mamen - yo quería que nos compadecieras.
Pero no las compadeció.
El viernes, ansiadísimo viernes, las princesas se metieron en el avión con sus pasaportes falsos, propios de Elenuchi, Piluca y Maricarmen Fernández, acompañadas del Sr. D. Rey Fernández.
- Y, recordad, hijas, que vamos de incógnito. - advirtió su graciosa majestad.
- Papi… - recordó Mamen-Maricarmen - ¿Qué te he dicho de esas palabras?
- Claro. Debes hablar para que te entendamos. - expuso Pili-Piluca.
- Si no, ¿cómo te vamos a entender? - perogrulló Elenita-Elenuchi.
- Claro que sí, hijas… - acató el Rey.
La totalidad de la familia real (esto es, las princesas y el Rey) viajaba en un avión muy malo, muy malo. El avión era muy malo no porque el Rey quisiese ser un rácano con sus hijas, sino porque ninguna compañía buena quería volar al Reino. El monarca, que era el más sabio y generoso desde Baldomerín IX el Ingenuo, había tratado de subsanar esto pagando a las compañías el doble de cada pasaje no vendido de cada vuelo, pero los de las líneas aéreas eran tan terriblemente inicuos que se limitaban a no vender nada para así ganar el doble. Entonces el apacible monarca decidió cortar la subvención y crear las KRAL
*. Pero como las KRAL eran muy pobres, tenían pocos aviones y menos recursos, hasta el punto de que había que pagar un suplemento para tener derecho a bolsita de cacahuetes.- Papi, - querellóse Piluca - yo quiero ir en primera.
- Tiene razón, - se unió Elenuchi - a mí me gusta ir sentada.
- Además, - concluyó Maricarmen - yo quería nueces.
- Son anacardos, imbécil - corrigió Piluca
- ¡Que no, que son almendras! - aclaró Elenuchi.
El rey permanecía callado, escuchando a sus hijas hablar de todos los frutos secos de este planeta antes de mencionar el papilionáceo fruto al que se referían: se había acostumbrado a no meterse en ese tipo de conversaciones. Volvió a la vida cuando vio a la simpática azafata que tenía a Piluca encaramada a la espalda amenazándole con echar a la niña por el retrete como no la encadenase a algún sitio.
El viaje transcurrió sin más incidente que un par de suicidios, trece amenazas de muerte y ciento un ultimata
**, todos a causa de aquellos tres angelitos que eran Maricarmen, Piluca y Elenuchi. Las muy idiotas espantaban a todos los pretendientes, y después de nueve semanas, tres días y doce horas, seguían tan solteras que se tuvieron que volver al reino. Por el camino, se enamoraron las tres de tres sobrecargos (uno para cada una) y se casaron y fueron felices y no comieron perdices sino calamares en su tinta, porque las muy idiotas eran alérgicas a las aves, y con lo subnormales que eran, igual se 'henchían' y se ponían de color 'carmesí-malva asalmonado'.De modo y manera que cada una tuvo tres hijos, y ninguna los metió en botijos y ni muchísimo menos los tapó con pez, sino que como eran cretinos rematados, los querían mucho, y todo el mundo les decía "Ay, hija, es que es igualito que tú de pequeña", y a las princesas les entraban convulsiones de la emoción. El rey se murió, el pobrecito, y a las princesas se les olvidó ahí en la cama por lo menos una semana, así que al entierro no fue nadie, porque olía a víscera fermentada, y aprovechando que no le podían pillar, el Cura se saltó el Credo, la Homilía y la Oración de los Fieles, y dio la misa en rumano antiguo. El funeral hizo lleno total: había once personas, sindicalista y Pobre incluidos. Porque el rey había sido el mejor rey que tuvieran jamás. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
Miau
Romancero español
Mira Nero de Tarpeya
a Roma cómo se ardía;
y el de nada se dolía.
El grito de las matronas
sobre los cielos subía,
como ovejas sin pastor
unas tras otras corrían,
perdidas, descarriadas,
llorando a lágrima viva.
Todas las gentes huyendo
a las torres se acogían;
los Siete Montes Romanos
fuego y oro los hundía.
En el grande Capitolio
suena muy gran vocería,
por el collado Aventino
gran gentío discurría,
y en caballo y en rotundo
la gente apenas cabía;
por el rico Coliseo
gran número se subía.
Lloraban los dictadores,
los cónsules a porfía,
daban voces los tribunos,
los magistrados plañían,
los cuestores lamentaban,
los senadores gemían,
llora la orden ecuestre,
toda la caballería,
por la crueldad de Nerón,
que lo ve con alegría.
Siete días con sus noches
la ciudad toda se ardía;
por tierra yacen las casas,
los templos de tallería,
los palacios más antiguos
de alabastro y sillería;
las moradas de los dioses
han triste postrimería:
el templo Capitolino
do Júpiter se servía,
el gran templo de Apolo
y el que de Mars se decía
sus tesoros y riquezas
el fuego los derretía;
por los carneros y osarios
la gente se defendía.
De la torre de Mecenas
lo miraba todo y vía
el hijado de Claudio,
que a su padre parescía,
el que a Séneca dio muerte,
el que matara a su tía,
el que antes de nueve meses
que Tiberio se moría
con prodigios y señales
en este mundo nascía;
el que persiguió a cristianos,
el padre de la tiranía
de ver abrasar a Roma
gran deleite rescebía.
Vestido en cénico traje
decantaba en poesía.
Todos le ruegan que amanse
su crueldad y porfía:
Doríforo le rogaba,
Esporo lo combatía,
Claudio Augusto se lu ruega,
ruégaselo Mesalina;
ni lo hace por Popea,
ni por su madre Agripina,
no hace caso de Antonia
que la mayor se decía;
Anco Planio se lo habla,
Rufino se lo pedía;
por Británico ni trusco
ninguna cuenta hacía;
a sus piés se tiende Octavia,
esa que ya no quería.
Cuanto más todos le ruegan
él de nadie se dolía.
Anónimo.
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