Mira Nero de Tarpeya
a Roma cómo se ardía;
y el de nada se dolía.
El grito de las matronas
sobre los cielos subía,
como ovejas sin pastor
unas tras otras corrían,
perdidas, descarriadas,
llorando a lágrima viva.
Todas las gentes huyendo
a las torres se acogían;
los Siete Montes Romanos
fuego y oro los hundía.
En el grande Capitolio
suena muy gran vocería,
por el collado Aventino
gran gentío discurría,
y en caballo y en rotundo
la gente apenas cabía;
por el rico Coliseo
gran número se subía.
Lloraban los dictadores,
los cónsules a porfía,
daban voces los tribunos,
los magistrados plañían,
los cuestores lamentaban,
los senadores gemían,
llora la orden ecuestre,
toda la caballería,
por la crueldad de Nerón,
que lo ve con alegría.
Siete días con sus noches
la ciudad toda se ardía;
por tierra yacen las casas,
los templos de tallería,
los palacios más antiguos
de alabastro y sillería;
las moradas de los dioses
han triste postrimería:
el templo Capitolino
do Júpiter se servía,
el gran templo de Apolo
y el que de Mars se decía
sus tesoros y riquezas
el fuego los derretía;
por los carneros y osarios
la gente se defendía.
De la torre de Mecenas
lo miraba todo y vía
el hijado de Claudio,
que a su padre parescía,
el que a Séneca dio muerte,
el que matara a su tía,
el que antes de nueve meses
que Tiberio se moría
con prodigios y señales
en este mundo nascía;
el que persiguió a cristianos,
el padre de la tiranía
de ver abrasar a Roma
gran deleite rescebía.
Vestido en cénico traje
decantaba en poesía.
Todos le ruegan que amanse
su crueldad y porfía:
Doríforo le rogaba,
Esporo lo combatía,
Claudio Augusto se lu ruega,
ruégaselo Mesalina;
ni lo hace por Popea,
ni por su madre Agripina,
no hace caso de Antonia
que la mayor se decía;
Anco Planio se lo habla,
Rufino se lo pedía;
por Británico ni trusco
ninguna cuenta hacía;
a sus piés se tiende Octavia,
esa que ya no quería.
Cuanto más todos le ruegan
él de nadie se dolía. |