'Miau' El Rey |
Esto érase que se era un rey. No era un rey muy guapo, ni muy alto, pero era un rey, que ya es más que la mayoría. Tampoco era un rey de esos de ahora, de traje y corbata y que blanden la agenda en lugar de la espada, en guerra con los sarracenos infieles, quienes a su vez blanden sus agendas en lucha con los reyes encorbatados, infieles por supuesto. Era un rey de los de antes, con una corona muy grande y una capa de armiño, y que tenía un salón del trono lujoso y dorado. Este rey, que no tenía barba, tenía tres hijas, que tampoco tenían barbas. Y en vez de meter a sus tres hijas en tres botijas y taparlas con pez (como había hecho un rey amigo suyo), les dijo: - Veréis, bonitas. Como ya estáis las tres casaderas y los príncipes se pasan el día en las revistas del corazón en lugar de buscar princesas bonitas y decentes como vosotras, he decidido que os voy a llevar a la ciudad para que busquéis novio. Las princesitas se miraron las tres muy asombradas, porque su papá nunca les había contado qué cosa era eso de la ciudad. - Veréis, hijitas. Resulta que vuestro padre, que soy yo, no es el único rey que hay en el mundo, ni el nuestro es el país más grande del mundo, ni muchísimo menos. Pero claro, como vosotras estabais tan contentas, no era plan de fastidiaros la alegría, así que no os lo dije. Resulta que no muy lejos de aquí hay un lugar hermoso, o al menos lo era la última vez que estuve. Yo era un niño entonces, y ya han pasado… muchas cosas. El caso es que yo recuerdo la ciudad como un lugar precioso. Allí hay muchos coches, y hay avenidas muy anchas, tanto que hay que pedir permiso para cruzar, porque los coches y los autobuses nunca dejan de pasar. Hay casas tan altas que hay que tomar un ascensor para llegar arriba. Se llama ‘Ciudad’. Las princesitas soltaron un ‘oh’ de sorpresa a coro, y sonrieron al pensar que la semana siguiente irían a pasear por la ciudad. Pasaron todos los días arreglándose y peinándose, y poniéndose joyas y quitándoselas, porque no había otra cosa que hacer en Palacio. Palacio era tan aburrido… En esto que el domingo, mientras comían paella (el domingo siempre comían paella) sonó la puerta. El rey se llevó un susto tremendo, y se tragó una gamba entera y sin pelar, así que se puso rojo (como un camarón) y echó a toser y a toser. Las princesitas empezaron a preguntar, curiosonas, ellas: -¿Papá, qué ha sido ese ruido? -¿Papá, por qué ha sonado esa campanita tan graciosa? Como el Rey nunca recibía visitas, las princesas nunca habían oído el timbre, así que fue una novedad para ellas, y como eran tan inquietas, con cualquier tontería la armaban. Mientras tanto, el Rey había empezado a echar espuma por la boca y estaba de un color malva un tanto preocupante. -¿Papá, por qué estás morado? - preguntó Elenita. -¿Tú eres tonta? ¡Es fucsia! - corrigió Pili. - Sois idiotas las dos. Es violeta. - enunció Mamen. - Ah… - dijeron Elenita y Pili a coro. Pero el Rey seguía oscureciéndose, y cada vez se parecía más al Rey del Congo. Y de repente, la gamba que sale disparada, le da al guardia en el ojo, rebota y se cuela en la armadura de Mengano I el Anodino. Las princesitas anonadadas, por supuesto. Mamen, que era la más lista de las tres (cosa que no era ninguna proeza, por otra parte) supo reaccionar al cabo de un rato y preguntó: - ¿No te estarías ahogando, papi? El Rey suspiró y llamó al Chambelán Mayor del Reino, que era también el Menor, el Mediano y el Único. Cuando llegó, el Rey quiso saber quién había llamado a la puerta. - Bueeenoo… Era un tipo que quería nosequé de unos cepillos… Y el Rey, que era muy bueno y muy bajito, se bajó de un salto de la silla y se fue a echar la siesta. Y las Princesas, que eran unas cotillas y unas correveidiles se pusieron alrededor del chambelán y le empezaron a preguntar: - ¿Y era guapo, el de los cepillos? - inquirió Elenita. - ¿Y era majete? - quiso saber Mamen - ¿Y como se hace eso de que suene la campanita? - preguntó Pili, que era la más ingenua, por ser la más joven. Pero el Chambelán lo único que hacía era ponerse rojo, rojo rojísimo y asentir con la cabeza. - ¿Por qué se pone usted bermejo? - investigó Pili - Que no, tía, que se ha puesto carmín - corrigió Elenita - Sois retrasadas y no tenéis sentido del estilo. Es granate oscuro - aseveró Mamen - Ahora sí, pero al principio no pasaba de rosita claro - atacó Elenita - Déjame en paz - se rindió Mamen El Chambelán sonrió y les dijo: - Es que…, no era ningún vendedor de cepillos. - Conque no… - el tono de Mamen era el que debía tener Sherlock Holmes cuando le pillaba una mentira a algún audaz criminal - Entonces, ¿quién era? - Mi novia - el Chambelán parecía un centollo, sin pinzas, evidentemente. - Oh… - exclamaron las princesitas, escandalizadas por la inmoralidad de su propio Chambelán, que no sólo tenía novia sino que, para colmo, la recibía en Palacio a escondidas. - Se la pedí en matrimonio a su padre un mes ha. Las princesitas exhalaron un suspiro de tranquilidad y después le preguntaron cuando sería la boda, para correr, ir y decírselo al Rey, que era otro cotilla del cuarenta, porque si en Palacio no se intriga, ¿dónde se va a intrigar? Precisamente era esa una de las astillas que el Rey tenía clavada en su corazón: nadie de sangre azul quería vivir en su Reino, así que el Reino era un latazo de reino, y la única familia noble del Reino era la Familia Real. Precisamente a raíz de este hecho fue que las Princesitas le dijeron al Rey. - ¿Por qué no, ya que vamos a la Ciudad, raptas un par de duques y condes y nos los traes para jugar con ellos? - Hijas mías, ¡no es tan fácil! - ¿Ah no? - sorprendióse Elenita, que era la más sorprendible porque era un poco tonta, incluso para el estándar de sus hermanas. - No, - aclaró pacientemente el Rey, que era un dechado de paciencia para esas cosas - no es tan fácil. Habría que escribirle una carta de ofrecimiento… - Papi, no uses palabras tan complicadas que luego me da dolor de cabeza - sugirió Mamen. - Una invitación, - prosiguió el benevolente monarca - explicándole como de bonito es nuestro reino… - ¿Y por qué no haces un paraíso fiscal? - comentó Elenita, para sorpresa de sus hermanas y regocijo paterno. - Y tú, ¿dónde has aprendido esas palabras horribles? - instigó Pili - ¿No querrás convertir nuestro reino en un paramecio frutal de esos? - Eres subnormal, ha dicho peristilo frontal, que es como una puerta de una catedral - explicó Mamen, que con eso de ser la más lista se lo tenía muy creído. - No, he dicho paraíso fiscal. Lo oí el otro día por el satélite, haciendo zapping - aclaró Elenita - en un canal de noticias. Pero decían que todo el mundo quería vivir en los paraísos fiscales. - Elenita tiene razón. Mañana mismo, - propuso el Rey - se lo comunico al periodista en una rueda de prensa. Porque siendo un Reino tan pequeño y aburrido, sólo necesitaban un periodista, que la mayor parte del tiempo se lo pasaba de vacaciones, así que el Rey se lo trajo de Bali y le dió una rueda de prensa, pero le salió muy mal, porque el periodista estaba dormido y los ronquidos le desconcentraban. Una vez despachada la rueda de prensa, llamó al Ministro de Exteriores, que era, casualmente, el mismo que el Ministro del Interior, y el de Sanidad…, y le dijo que mandase una nota a la Ciudad en la que comunicase que a partir de ahora, el Reino era un paraíso fiscal. Cuando el periodista se hubo ido de vuelta a los mares del sur y el Ministro, esta vez como Ministra de Agricultura, se fue a la Unión Europea a ver si dejaban ingresar al Reino (con muy pocas esperanzas, la verdad), el Rey se volvió a concentrar en el problema básico, la visita de sus limitadamente inteligentes hijas a la Ciudad. Así que fue a su dormitorio y le explicó como si tuviesen cuatro años: - Hijas, vosotras estáis acostumbradas a todo esto del protocolo y que si chambelán, que si mayordomo… Pero a la gente, y especialmente a los novios en potencia, les intimida mucho la realeza, así que a partir de que montemos en el avión, seréis Elenuchi, Piluca y Maricarmen Fernández… - ¿De la Casa de Fernández? - demandó Pili - Hija, - proclamó el Rey con un deje de desesperación - eres tonta. ¿No te he dicho que NO ERES NOBLE? - ¿Ah no? - Mamen quedó estupefacta - Yo toda la vida creyendo que eras el rey por eso, y que claro, al ser nosotras tus hijas… - ¡No! - el deje de desesperación era más evidente cada vez - Somos nobles, pero… a ver… ¡ya sé! Vamos a jugar a que éramos gente normal. - Pero, ¿cómo de normal? - interrogó Elenita - ¿Tan normal como la Preysler? - indagó Mamen - ¿Tan normal como la Pantoja? - interpeló Pili - ¡No! - el Rey volvía a estar rojo-gambón del Mar Menor - ¡Más normal! - Ya sé, - proclamó Mamen, convencida de su superioridad mnemónica - ¡tan normales como en Médico de Familia! El Rey dió la respuesta por válida y se hizo a la idea de que nunca volvería a obtener una inteligencia tan rápida de algo por parte de sus hijas. Se daba cuenta de lo que pesaban en la genética siglos de consanguinidad. Pero claro, la consanguinidad en un reino tan sumamente minúsculo era algo inevitable, incluso para las clases más bajas. Aquella noche, la del lunes, tocaba cenar sándwich, de modo que las princesitas cenaban en sus aposentos, y, como eran tan marujonas, se pusieron a hablar de ropa y de actores guapísimos. En esto, que cuando iban por Brad Pitt, alguien llama a la puerta. - Mamen, abre tú… - encomendó Pili - No quiero, que abra Elenita - contradijo Mamen - No, Mamen, que tú eres más lista y lo haces mejor… - suplicó Elenita Mamen, que a pesar de ser la mas lista era absolutamente lerda, se sintió tan halagada que decidió hacerle caso a su hermana. Se acercó a la puerta y como aunque era tonta era precavida preguntó que quién era. Solo un silencio siguió a su pregunta, y las tres princesitas, a las que les encantaba el cine de terror, se pusieron a llorar porque el fantasma de Herminio VII el Adúltero venía a cortarles la cabeza. Gracias al cielo, vivían en una tontería de palacio que era más bien un adosadito tirando a pareado, y su padre las oyó llorar y raudo dirigióse al socorro de la sangre de su sangre. En el momento en que se abrió la puerta, las princesas se quedaron blancas blanquísimas, como lavadas con lejía Fu, que no quema los tejidos y por eso no amarillea ni rompe la ropa. Las pequeñas despertaron en su cuarto, rodeadas de sus peluches favoritos y con el disco de los Backstreet Boys sonando. A Pili le hizo tanta ilusión que en cuanto se dio cuenta se volvió a desmayar un par de veces. Mamen se puso de pie, y como la más lista que era tomó el mando. - No podemos, - arengó Mamen - ¡no debemos, en nuestro papel de baluartes de la pureza y la castidad del Reino, permitir que un hombre impuro y hereje rompa la paz y pureza de nuestra ilustrísima existencia palaciega! - ¡Tú lo has dicho, su Hermandad! - aplaudió Pili, que no tenía ni idea de protocolo, y se pasaba el día mezclando plurales mayestáticos con palabras tan vulgares como 'supermegachanchiguachipirulis'. - ¡Formemos el tribunal de la Santa Inquisición! - aportó Elenita Y se pusieron a redactar las leyes que desde ese momento regirían el desfasado tribunal que las sobrehormonadas hermanas planeaban construir. Cuando el Rey entró para encontrárselas redactando tonterías, se llevó un susto tremendo. -¡Hijas! - exclamó sorprendido - Estáis escribiendo… ¿Os pasa algo? ¿Estáis enfermas? Mamen, muy en su papel de genial hermana, comenzó a perorar: - Enfermas, ¡Sí, enfermas! Enfermas de la podredumbre que a nuestro Reino corrompe hoy, en estos días de sucia mentalidad y de pornografía barata, cuando nuestro reino había sido, siempre, un ejemplo de beatitud y espiritualidad, donde se produjo el cisma 'purista' con el Papa de Roma, que se había vuelto concesivo para con aquellos que minaban los pilares de nuestra mismísima fe. Por ello hallámosnos redactando la que será la Carta Magna del Tribunal de la Manta Insurrección… Pili le susurró algo al oído. - Perdón, de la Falta Imposición… Elenita le susurró otro algo al oído. - Quiero decir, de la Santa Inquisición del Reino Aqueste de Nuestro Señor. ¡Por la pureza de nuestro reino, que vuelva a ser inmaculado en los años venideros! - Pero hijas, - comunicó condescendiente Su Majestad - no podéis hacer eso. - ¿Ah, no? - resonaron a coro sus respectivas sorpresas. - No. ¿No veis que en la constitución del 68 el Reino se declara aconfesional? - explicó el real progenitor. Los reales rostros de Sus Altezas Reales las Tres Princesas del Reino se mostraron impasibles. - Sin religión… - aclaró frustrado el Jefe de Estado. - Ah… - la respuesta de las princesitas resultó llena de desilusión. Pero a los diez minutos ya estaban otra vez cotilleando tonterías en el patio, porque como eran tontas y veían mucha televisión, su memoria inmediata se limitaba a los tres últimos minutos. Ante la proximidad de la marcha a la ciudad (apenas quedaban tres días), decidieron que debían renovar su vestuario. Para ello tenían primero que conseguir dinero, así que Elenita fue engañada, como de costumbre, por su hermana Mamen, para ir a su padre a pedirle la Visa. - Oyes, papi… - introdujo melosa Elenita - Se dice oye… - corrigió el paciente regidor, ya acostumbrado a la muy reprochable habla de sus descendientes. - Bueno. Oye papi, que hemos pensado, - el monarca estuvo a punto de decir un comentario irónico, pero por el bien de su integridad física, se mordió la lengua - que como tú eres el rey, pues que como tienes mucho… El Rey no necesitó oír más. Le alargó tres Visas oro y Elenita (en breve Elenuchi) se marchó sin decir ni gracias. En la Calle Mayor (que junto con la Calle Menor y la Calle del Palacio conformaba la Capital del Reino) se concentraban las tres tiendas que había. Aquel día había una gran aglomeración, porque el sindicalista había montado una manifestación. Y ahí estaba, con una pancarta que ponía "No al paro", manifestándose él solito, lo que para el nivel del Reino, era un récord de participación. Todo porque se había quedado en el paro. Claro, que también era un índice de desempleados histórico. Justo delante de la tienda de Benetton estaba el Pobre. Nadie sabía como se llamaba, tampoco le importaba a nadie, así que todos le llamaban Pobre. Según se iban acercando, advirtieron algo que jamás habían visto en sus cortas vidas: el letrero de cerrado. - Oyes, Pobre, - enunció despectiva Mamen - que si sabes qué ha pasado. Pobre, con su voz quebradiza y chirriante de nunca hablar con nadie, dijo: - Ha pasado que la tienda está cerrada. Y se dice oye. - Tiene razón, - secundó Elenita - me lo ha dicho Papi hoy. - ¡Tú cállate! - imperó Pili, que era una marimandona con Elenita. - Pero digo que si sabes por qué está cerrada. - insistió Mamen - Pues porque el dueño no está. - aclaró Pobre, molesto por tener que contestar evidencias. - Y, ¿dónde vive? - interrogó Pili, emocionada émula de Miss Marple que nunca conseguía un caso que investigar. - En la Calle Menor, en el dos - declaró Pobre - Uy, que lejos, - se quejó Elenita - eso está a doscientos metros lo menos. - Cojamos el autobús - solucionó Mamen Y cogieron el autobús, la línea 733b, transbordaron en Palacio a la línea 11 de Metro y se bajaron en Menor II. Cuando salían de la boca de metro, los skinheads, los dos que había en el Reino, estaban pegando a algún turista. Estaban en el dos de la Menor y no había timbre por ningún sitio. - Nada, que no lo encuentro - rindióse Mamen. - Oye, ¿no os hace sospechar algo esa cuerdecita roja que cuelga del techo? - inquirió humildemente Elenita. - Tienes razón. ¿Y si fuese una campana? - se aventuró Pili, acompañada por sus dotes detectivescas. - Averigüémoslo, - resolvió la valiente Mamen. Tiró con determinación de la maroma roja tres veces, y tres veces resonó una melodía campanil bastante hortera, que a las idiotas de las herederas al trono les encantó. Al cabo de tres minutos de espera, Pili y Elenita se habían dormido, y una viejecita arrugadísima que parecía la abuela del Rey de lo vieja que era abrió la puerta. - ¡Oy! - exclamó con sorpresa la anciana - ¡Pero qué niñas más majísimas! Pasad, pasad… Las princesitas, como no tenían ni idea de eso de no aceptes caramelos de un desconocido, pasaron y se pusieron las botas no solo a caramelos, sino también a bollos, a chocolate, a tortitas con nata, blinis rusos y wan-tun frito. Y la viejecita que parecía tan simpática era una psicópata que en el wan-tun les había echado un narcótico poderosísimo. Pero como Pili tenía poderes paranormales, le había leído la mente (cosa que no le llevó mucho esfuerzo, porque era una psicópata más bien tonta), y había hecho como que se comía el wan-tun y se dormía. Pero en realidad no se dormía, y ahí estaba el intríngulis del plan. Lo que pasa es que como Pili tampoco tenía dos dedos de frente, se aburría y de verdad se durmió. La viejecita psicópata, a la que llamaremos 'Psico' para abreviar, metió a las princesitas en tres botijas y las tapó con pez, cosa que había deseado desde pequeña, pero que habían impedido sus tres hijos, que no cabían en tres botijos, porque eran gordos como elefantes. Psico había cogido a su hijo mayor, que tenía una tienda de Benetton en la Calle Mayor, y lo había atado y amordazado, después de meterle una oreja en un botijo (algo es algo), para que, al no encontrar la tienda abierta, las princesitas fuesen por su propio pie a caer en su inteligentísima trampa. Cargó las botijas tapadas con pez en el camión y se montó ella en el camión. Pero con lo que no había contado era con los poderes paranormales de Pili, que además de ser muy tonta tenía el sueño muy ligero, y al primer tarantantán que le dio Psico a su botija, se despertó. Cuando se despertó, le controló la mente para que las dejase en la puerta de Versace y se fuese lejísimos, por lo menos a la Calle Menor número tres. Las princesitas volvieron todas contentas a palacio, con el Chambelán mayor, el Ministro, el periodista y el Pobre cargándoles las bolsas. - Papá, - dijo Mamen, que a fuerza de leer la 'Ragazza' sabía medio hablar - no te vas a imaginar lo que nos ha pasado. - ¡Nos han secuestrao! - aclaró Elenita con su deficiente discurso - ¡La vieja del gordo de la tienda de Benetton nos ha metido en tres botijas y nos ha tapado con pez! - Y yo la he controlao la mente con mis poderes paranormales - amplió la nigromántica Pili - ¡Qué bien me parece! Eso os pasa por salir sin el escolta - reprendió el majestuoso rey. - Jopeta, papi, - alegó la insistente Mamen - yo quería que nos compadecieras. Pero no las compadeció. El viernes, ansiadísimo viernes, las princesas se metieron en el avión con sus pasaportes falsos, propios de Elenuchi, Piluca y Maricarmen Fernández, acompañadas del Sr. D. Rey Fernández. - Y, recordad, hijas, que vamos de incógnito. - advirtió su graciosa majestad. - Papi… - recordó Mamen-Maricarmen - ¿Qué te he dicho de esas palabras? - Claro. Debes hablar para que te entendamos. - expuso Pili-Piluca. - Si no, ¿cómo te vamos a entender? - perogrulló Elenita-Elenuchi. - Claro que sí, hijas… - acató el Rey. La totalidad de la familia real (esto es, las princesas y el Rey) viajaba en un avión muy malo, muy malo. El avión era muy malo no porque el Rey quisiese ser un rácano con sus hijas, sino porque ninguna compañía buena quería volar al Reino. El monarca, q |