Rafael de Jaime.
Poeta
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Esas infancias frías,
pero que queman el corazón.

 

Para todos los niños solos,
para esos, porque llegará
un día en que ya no estén
solos, y serán felices.

 

Escucho las voces de esos niños
que duermen callados los regazos de sus madres,
que en silencio duermen temerosos de estar solos.

Escucho los gemidos de esos niños,
los niños callados sin amigos,
los niños secos,
los niños fríos,
a los que nunca les dejan ser niños.

Esos niños,
en la esquina oscura del cuarto
lloran porque no encuentran a sus madres,
lloran porque no encuentran su sangre
en la sangre de los otros.

Esos niños,
callados en la grada,
miran,
esperan,
porque ese silencio vital les empuja,
les rompe las almas y los convierte en monstruos.

Esos niños,
que en la oscuridad del armario
anhelan ese otro perfume áureo,
ese espíritu callado
que les ha sido siempre negado.

Niños solos,
niños amantes de algo,
amados por nada.

Niños silenciosos,
que no dicen,
porque no saben decir.

Esos niños llorando en la esquina,
solos, nadie les entiende.
Solamente ellos
y otros niños solos.

Solos, esos niños,
esperan un día conocer la verdad,
descorrer la sombra,
y darse cuenta de que sus esperanzas
están henchidas de viento de hombre.

Esos niños,
que el día de la verdad pierden el juicio…

Esos niños, esos
que el día que se conocen se odian.

Esos niños están solos.
Esos niños aman.
Esos niños callan.
Esos niños dejan su almohada desierta.
Y se relegan a la oscuridad del armario
donde pierden la razón.

Pobres niños locos y solos.

 

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