¡Ese es mi hijo!
¡Ese es mi hijo!
© Moreno 2000

Verdes y frondosos árboles rodeaban la villa donde vivía el joven Ramiro. Cada mañana salía a correr por el pequeño pueblito para respirar aire puro y saludar de vez en vez a muchos de los que por ahí pasaban; sirvientes con la leche, señoras llevando a sus niños a la escuela, puestos de comida que se abrían fuera de cada jacal.

Buenos días, ¿qué tal?, ¿cómo le va?, mucho gusto, era algunos saludos usuales que Ramiro hacía. La gente le amaba. A sus 16 años de edad, era un joven respetado, tal vez más respetado que su padre, que era un viejo ebrio y que todas las noches se iba con una mujerzuela diferente. La madre de Ramiro había muerto a causa de una peste de viruela, apenas cuando Ramiro tenía 6 años. Desde entonces el niño estuvo trabajando, manteniendo el alcohol y las mujeres de su padre. De vez en vez, el panadero del pueblo le obsequiaba algunas teleras para sus tortas del trabajo, y otras veces Jesusa, iba a su casa a ver si no se le ofrecía nada; cuando esto sucedía, Jesusa solía hacer casi cualquier cosa que Ramiro le pidiera o que necesitara, como zurcir camisas, planchar sus pantalones, etc. El propósito de Jesusa, como el de que cualquier jovencita del pueblo era poder encontrar a un esposo que cuidara de ellas y mantuviera a sus hijos, y qué mejor para ella que un servicial y apuesto joven como Ramiro.

Ramiro nunca fue a la escuela, aunque a él siempre le hubiera gustado asistir, pues decía que era mejor trabajar con la cabeza que con el cuerpo. Era un chico noble, la muerte de su madre lo ablandó muchísimo, haciéndolo dócil y frágil, aunque recio y fuerte para las adversidades.

Jesusa era hija de una las mujerzuelas con las que el padre del joven salía. Muchos hombres le gritaban y le decían infinidad de cosas a Jesusa, pero cuando iba en compañía de Ramiro, estos hombres callaban. A pesar de ello, Jesusita, mujer de escasos 15 años, era igual de dulce y tierna, y, a diferencia de Ramiro, ella no cuidaba de su madre; creía que cada uno es constructor de su propio destino.

Después de algún tiempo, Jesusita y Ramiro se casaron en la iglesia de San Pedro de los Socorros un día sábado. Para ello, el padre de Ramiro había sido muerto a balas por el cantinero del pueblo por no haberle pagado unas copas que cierto día se tomó. Y la madre de Jesusa, había enfermado bruscamente de sífilis, con lo que pasó, enferma, sus últimos días. Sin embargo, la pareja era feliz.

Un día, en que las nubes parecían pesadas bolas de boliche, y que cayó un aguacero espantoso, Jesusa parió a su primer hijo. La joven de 16 años de edad, radiaba emoción y alegría, hasta que, algunos meses después apareció un hombre de unos veinticinco años, reclamando a Jesusita, que el hijo que llevaba en brazos era de él. Llegó a tal extremo este reclamo, que este hombre se lo dijo a Ramiro, quien con un gesto siempre firme, golpeó de un puñetazo al individuo; el sujeto se incorporó y salió corriendo a más no poder.

Tras esta riña, vinieron tiempos buenos y malos para la joven pareja, hasta que cierto día, Pedro, hijo de Ramiro, amaneció muerto con una hoja de papel atada al cuello que decía: ?Este es mi hijo, y yo hago con él, lo que me plazca?. Al ver Ramiro a su pobre hijo acribillado y ultrajado en su camita, maldijo la hora en que conoció a Jesusa, maldijo a ese hombre, se maldijo él mismo, pues Pedro era definitivamente lo más importante para él y a quien había volcado todas sus esperanzas, y salió bramando en busca de aquel hombre. Lo que se cuenta es que, según testimonios de varias personas que hablaron con Ramiro al huir, es que había ido en busca de su madre, a quien sí encontró. De Jesusa, se sabe que vive en una casa vieja y sola como sirvienta. Atendiéndola día y noche, pues sus patrones no viven allí.

Al oír Jesusa el destino de su Ramiro, echa a llorar y prefiere ya no más recordar ese amargo día.



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