Va Yigash

(Él se acercó)

"Judá se acercó a José"

 

Parashá: Gn 44,18-47,27.

Haftará: Ez 37,15-37,28.

 

"Y Judá se acercó a él" (Gn 44,18). El reencuentro y el diálogo entre Judá y José constituye uno de los momentos más dramáticos de la extraordinaria historia de los hijos de Jacob, antepasados de las tribus de Israel, que termina con su exilio en Egipto.

 

El enfrentamiento entre estos dos hombres aparece como ejemplar desde el punto de la vista de la interpretación midráshica: "Los actos de los padres son signos para sus descendientes." Nos da el modelo con el que se producirá, siglos más tarde, entre la tribu de Judá y la que se llamará entonces Israel, es decir las otras diez tribus conducidas por Efraim, hijo de José. Este es el sentido simbólico que llevará a la elección, como haftará de esta parashá, la visión profética de Ezequiel de la reunificación del reino de Judá con la casa de José.

 

La tribu de Judá y las otras diez tribus nunca han estado, parece ser, fusionadas en un solo estado. Incluso en los tiempos de David y Salomón, parece que se trataba de dos territorios distintos gobernados por un mismo rey. el cisma sobrevino justo después de Salomón y fue un suceso capital en la historia de Israel. El profeta Ajía, el Shilonita, juega un rol muy activo en este cisma que determina de hecho la evolución histórica del pueblo de Israel, que se llamará después hasta nuestros días "pueblo judío", en la medida en que este pueblo no desciende más que de la tribu de Judá, de la cual somos, en consecuencia, hijos.

 

Después de este cisma, la facción más numerosa del pueblo de Israel desaparece. Da lugar entre tanto, al nacimiento del profeta Elías, que la tradición, hasta nuestros días, considera como el mensajero de la Alianza, pero que no pudo llegar a hacer una alianza entre las diez tribus y la de Judá. Estas diez tribus vieron nacer a los profetas Amós y Oseas, que seguramente nunca pusieron un pie en tierra de Judá, ni visitaron Jerusalén.

 

La haftará que sigue esta haftará es una profecía para el fin de los tiempos. Predice la reunificación de Judá y José, la restauración política y espiritual del reunificado después de su división en dos naciones. Esta profecía nunca ha sido realizada.

 

Hace falta, pues, examinar y discutir la significación de las profecías, que hablan sobre el futuro, de las que aparecen como la afirmación de lo que se producirá. Ezequiel profetizó, entonces, que las diez tribus así como la de Judá, estarían exiliadas. Su contemporáneo Jeremías, que empezó a profetizar cien años antes del exilio de las diez tribus, cuando el reino de Judá todavía existía, anuncia, con mucha emoción y sentimiento lírico, la vuelta de las diez tribus. Esta profecía devino muy popular. Evoca a Raquel llorando a sus hijos, y él le transmite la promesa de Dios que sus hijos volverán. Después Jeremías añade: "¿No es Efraím hijo precioso para mí?....ciertamente tendré de él misericordia." (Jr. 31,20).

 

También Oseas y Amós, que profetizaron la destrucción del reino de Israel, han añadido otra a esta profecía, en las que predicen el retorno de las diez tribus. Esto nunca se ha producido. No se puede admitir la opinión midráshica según la cual las profecías que no han sido realizadas hasta este día, conciernen al final de los días en los que se realizarán. efectivamente.

 

Las diez tribus, comprendidos también los descendientes de José, han sido borrados de la faz de la tierra, aparentemente no por un proceso de eliminación física sino por la destrucción de su esencia espiritual. Se asimilaron completamente a las naciones entre las cuales se habían exiliado, sin dejar ningún rastro en la historia.

 

Ya en la época talmúdica, Rabí Akiva que conocía como nosotros las profecías del retorno de las tribus, declaró que "las tribus no volverán." Él ya sabía que estaban perdidas, pero esto no afectó en modo alguno a su fe en los profetas de verdad y justicia. Él comprendió, en efecto, que sus propósitos no eran predecir lo que se produciría, sino indican más que todo la tendencia y la finalidad de esto que se debería y merecería que se produjera, el vacío hacia el que aspiran, aun la ausencia de toda garantía de su realización.

 

Más de mil quinientos años después de Ezequiel y Jeremías, y más de mil años después de R. Akiva, los tosafistas nos dicen: "Los profetas no hacen más que predecir aquello que debería producirse, sin necesidad de que ocurra." Los falsos profetas de todas la generaciones afirman la certeza de la salud que no está sometida a ninguna condición, que la liberación se producirá igualmente aunque el hombre no se libere él mismo de su falta.

 

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