(Los dejó marchar)
"Ahora veremos si el Eterno está con nosotros o no"
Parashá: Ex 13,17-17,16
Haftará: Jueces 4,4 - 5,15
La parashá Be shalah evoca inmediatamente en el espíritu del lector el gran milagro del pasaje del Mar Rojo y el sublime Cántico del mar. Verdaderamente este pasaje sólo ocupa la mitad.
La parashá se compone, en efecto de dos partes que parecen revelarnos dos mundos totalmente diferentes, dos mundos donde el encuentro del hombre con su realidad nos parecen como distintos. Casualidad muy interesante - azar o coincidencia, no sabría muy bien cómo decirlo- estas dos partes de la parashá que tiene 116 versículos se dividen exactamente por la mitad aritmética del número de versículos.
Los primeros 58 comienzan con la salida de Egipto: "Cuando el faraón dejó salir al pueblo" (Ex 13,17) y se termina en el pasaje en que Miriam retoma el Canto de Moisés y de los hijos de Israel. "Cantad al Eterno porque en extremo se ha engrandecido, Ha echado al mar al caballo y al jinete." (Ex 15,21). Estamos en el mundo de los milagros, mundo en el que la divinidad invade la realidad natural.
Los siguientes 58 versículos empiezan a partir de "E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo." (Ex 15,22), formando un pasaje que comienza tres días después del milagro y el Cántico. Nos deposita en otro universo diferente, cómo si nada hubiera ocurrido, ni el paso del Mar Rojo, ni la revelación de Dios (se ha leído en la parte precedente: "Ellos creyeron en Dios"). De todo esto no se hace mención.
En los 58 versículos de la segunda parte nos encontramos en dos sitios una réplica a las palabras "ellos creyeron" (14,31): "Ellos murmuraron" (15,24; 16,2), y en vez del lirismo del Cántico nos encontramos con la pesadez de la prosaica existencia, el agua para beber que era amarga, el pan que no se encuentra. Ciertamente, otro nuevo milagro sobreviene, el del manná celestial. Pero se produce en un mundo que no es aquel del canto sino el de la tentación (Massá) y el de los conflictos (Meribá). En otro momento, el pueblo ha perdido la fe y osa pedir (17,7): "¡Ahora veremos si el Eterno está con nosotros o no!".
Se impone el sentimiento que Israel no fue impresionado por la revelación, cuando -según un midrash tardío, "un siervo vio sobre el mar aquello que Ezequiel ben Buzi no vio en el carro celeste". No solo el pueblo de Israel no fue impresionado, sino que las otras naciones tampoco lo fueron mucho más. A esto se refiere el Cántico cuando dice: "Lo oirán los pueblos, y temblarán; Se apoderará dolor de la tierra de los filisteos. Entonces los cuadillos de Edom se turbarán; a los valientes de Moab les sobrecogerá temblor; se acobardaran todos los moradores de Canaan." (Ex 15, 14-15), de lo que se desprende que un pueblo de bergantes y bandidos, Amalek, agredía a Israel. Este pueblo parecía ignorar totalmente la proximidad entre Israel y el Dios del universo que los protegía.
Beshalah nos enseña una cosa muy importante, a saber, que el milagro, la Revelación de Dios hasta la exaltación ante el milagro de la Revelación que inspira al hombre un cántico, todas estas manifestaciones no son más que episodios transitorios sin influencia sobre lo que vendrá. Pero lo que dura, no es la poesía de la vida, sino la prosa. Y es precisamente en este cuadro de esta prosa de la vida - "ellos murmuraron","no hay agua potable", "el pan está húmedo", "veremos si el Eterno está con nosotros o no"- en la que se da la entrega de la Torá a Israel -"Allí les dio estatutos y ordenanzas" (Ex 15,25). Antes que la entrega de la Torá y la revelación sobre el monte Sinaí, el Shabat fue proclamado como institución central de la existencia judía conforme a la Torá.
Esta enseñanza es de un valor incalculable. Todo milagro, o factor sobrenatural, se revela como algo estéril desde el punto de vista religioso y totalmente ineficaz para fundamentar la fe. La generación que vio los milagros y los prodigios no creyó. En cuanto al versículo "Y creyeron en el Eterno y en Moisés, su siervo" (14,31), nos habla de una fe instantánea basada en el hecho de haber escapado del peligro. Un instante después todo fue olvidado.
Los exegetas posteriores profundizaron en este aspecto. El midrash se atreve a decir que después de haber cruzado el mar, tuvieron pena de volver a la otra orilla dónde "Israel vio a los egipcios muertos en la orilla del mar" (14,31), el pueblo exclamó: Les egipcios están muertos. Construyamos un ídolo y volvamos a Egipto -porque la idolatría es más cómoda que el servicio del Dios de Israel.
Más aún. Otra fuente midráshica afirma que mientras atravesaban el mar, el pueblo llevaba consigo un ídolo de Mijá (Cf. Ju 17,18). Desde el punto de vista histórico este ídolo de Mijá aparece más tarde, pero desde un punto de vista de las ideas, este midrash intenta decirnos que la intervención milagrosa en la realidad del hombre estaba falta de eficacia para arrancar la maldad del hombre inclinado a la idolatría, porque ésta es adecuada a su naturaleza.
Por contra, aprendemos de la historia que, después de este suceso, siglos después, reencontramos generaciones entre las cuales había multitud de gente, y no sólo algunas personalidades remarcables, que permanecieron fieles a Dios y a la Torá hasta el martirio. Estas generaciones, no sólo no habían estado presentes en la Revelación divina, ni habían visto los milagros y las maravillas, ni habían conocido a los profetas de la boca de los cuales salía la palabra de Dios, sino otro Dios que ni siquiera los había ayudado ni salvado de los desastres. Aun así, ellos creyeron.
No hay una conexión directa entre el contexto natural en el que el hombre vive y su elección y decisión de aceptar el yugo del reino de los cielos, de la Torá y sus mandamientos. Esta decisión no puede salir sino del hombre mismo. Si este no es el caso, si él pertenece a un pueblo de corazón duro, la mismísima intervención divina no le puede llevar a aceptar el yugo del reino de los cielos, el de la Torá y sus mandamientos.
Este es el gran mensaje de la fe a través de todos los siglos. No es, pues, por azar que una expresión tardía de la fe judía, el Shulján Arúj, comience por la palabra itgaber (superar). Es necesario que el hombre lleve a cabo un enorme esfuerzo por superar su propia naturaleza y realidad para levantarse cada mañana (es la continuación del Shulján Arúj) para el servicio de Dios.
La fe no será dada, cosa imposible, desde el exterior. Ella sólo puede crecer gracias a los esfuezos del hombre, por sus decisones y sus elecciones.
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