(Tú ordenarás)
"Habitaré entre los hijos de Israel y Yo seré su Dios"
Parashá: Ex 27,20 - 29,46
Haftará: Ez 43,10 - 43,27
"Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos" (Ex 25,8) ya hemos insistido sobre este versículo, que ordena la construcción del santuario, en la parashá anterior. Este santuario no es la residencia de Dios, sino que expresa el hecho que el pueblo de Israel acepta ponerse al servicio de Dios. Construyen un santuario en honor de Dios - y Dios habita, no en esta casa, sino en medio de ellos.
Este gran relato de la construcción del santuario, con su mobiliario y la confección de los vestidos sacerdotales, que constituye el tema principal de la parashá Tetsavé, termina con un versículo que nos recuerda lo que acabamos de decir: "Y habitaré entre los hijos de Israel y seré su Dios. Y conocerán que yo soy el Eterno, su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, para habitar en medio de ellos. Yo, el Eterno, su Dios." (Ex 29,45.46)
El santuario, la tienda móvil como el magnífico Templo que lo substituirá, no es la morada de Dios. Algunos siglos más tarde el profeta Isaías dirá: "El Eterno dijo así: El cielo es mi trono y la tierra estrado de mis pies; ¿dónde está la casa que me habréis de edificar, y dónde el lugar de mi reposo?" (Is 66,1)
De la misma forma, cuando se consagró el Templo, el rey Salomón dijo: "Pero, ¿es de verdad que Dios morará sobre la tierra? He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿Cuánto menos esta casa que yo he edificado?" (1 Re 8,27) Los hombres de fe -que se han esforzado en conocer a Dios, en comprender lo quo es la Divinidad- eran conscientes que el hombre no puede construir una casa o un santuario para Dios, sino que podía aceptar servir a Dios, servicio que simboliza su acción cuando se orienta hacia Dios.
Añadamos a esto, otro pensamiento, largamente desarrollado en la literatura midráshica. Cuando Moisés recibe la orden de construir el santuario, el texto repite muchas veces la expresión "hicieron": "hicieron el santuario, "hicieron" el altar de cobre," "hicieron el altar de oro," etc...
Todo esto es obra de la mano humana, no hay ninguna intervención divina en la construcción del santuario. Todo fue hecho por el hombre e incluso sabemos sus nombres: Betsalel ben Urí y Oholiav ben Ahisamaj, artesanos. La presencia divina en el seno de Israel no se manifiesta como una inspiración venida del exterior sino a través del trabajo de los hombres. La inspiración llega como consecuencia de los actos que el hombre hace para recibirla. Sin estos actos, puede ser que no haya inspiración.
Moisés recibe la orden de confiar el trabajo a dos especialistas, y no solo a ellos, sino a todo Israel: "Di a los hijos de Israel que tomen para mí ofrenda; de todo varón que la diere de su voluntad, de corazón tomaréis mi ofrenda." (Ex 25,2) Todos eran socios en este proyecto: "todas las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos." (Ex 35,25) No es hasta el momento en que se termine este precepto que se producirá alguna cosa. La construcción del santuario se ha terminado "y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo desde el propiciatorio." (Ex 25,22) La palabra de Dios será transmitida al hombre por mediación de Moisés desde el propiciatorio que medía dos codos por codo y medio. La Presencia Divina se redujo a estas dimensiones cuando habló a Moisés, cosa que se opone a lo que dijo Salomón: "He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿Cuánto menos esta casa que yo he edificado?"
¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Por qué se supone que la Presencia se puede reducir a una medida tan pequeña cuando se trata del Santuario, y después ni todo el universo es capaz de contenerlo?
La respuesta se da en arameo en una parábola que se presenta en forma de diálogo entre marido y mujer, o entre dos amantes que se dicen el uno al otro: "Cuando nuestro amor era ardiente habríamos podido dormir sobre el filo de una espada." En otras palabras, el filo de una espada no habría resultado demasiado estrecho como cama a los dos amantes reunidos "porque un gran amor los unía. Ahora que nuestro amor se ha debilitado, no nos basta una cama de 60 codos." Cuando el amor entre Israel y Dios era tan ardiente, la presencia divina podía contraerse y entrar en contacto con Israel en el interior de un superficie reducida a cuatro codos cuadrados. Cuando el amor se debilita "...He aquí que los cielos, los cielos de los cielos, no te pueden contener; ¿Cuánto menos esta casa que yo he edificado?"
La proximidad entre Dios y el hombre está condicionado por el grado de amor que el siente el hombre por Dios. Este es el espíritu del primer versículo del ("credo") judío, la Shemá, que expresa la esencia de nuestra fe: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas." La presencia divina puede, entonces, contraerse a las dimensiones de la realidad humana. En el caso contrario, ni todo el universo entero puede ser suficiente para contener esta Presencia.
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