EMOR

(Dijo)

 

"Y se vestirán de otros vestidos para no santificar al pueblo con sus vestiduras."

 

Parashá: Lv 21,1 - 24,23

Haftará: Ez 44,15 - 44,31

 

La tradición llama al libro Vayikrá (Levítico) la "Ley de los sacerdotes." La razón es evidente. Su mayor parte trata, efecto, del culto que se realizaba en el Santuario así como en el Templo que después le seguirá, culto que reposará sobre los sacrificios efectuados por los sacerdotes. La institución sacerdotal misma encuentra su base en este libro. Pero en un sentido estricto y preciso del término, la "ley de los sacerdotes" no ocupa más que la primera mitad de la parahá Emor, que trata de las obligaciones y de las prohibiciones perpetuas impuestas a los sacerdotes. Que no conciernen al resto de los judíos que no pertenecen a la línea de Aarón.

En esta "Ley de los sacerdotes," tomada en el sentido estricto del término, se encuentra de nuevo y con insistencia el mismo término clave sobre la cual nos hemos detenido las veces precedentes, el término "santidad" con las ideas que se deducen. Acerca de los sacerdotes, se dice: "Santos serán a su Dios ... porque las ofrendas encendidas para el Eterno y el pan de su Dios ofrecen; por tanto, serán santos." (Lv 21,6) Acerca de cada sacerdote en particular se dice: "Le santificarás, por tanto, pues el pan de tu Dios ofrece; santo será para ti, porque yo soy santo, el Eterno, que os santificó." (Lv 21,8) Estas palabras se repiten diversas veces.

Volvamos a plantear la cuestión: ¿Esta santidad particular de los sacerdotes que ellos heredan por su pertenencia a la línea de Aarón, es una cualidad innata? O bien se trata de una obligación que les es prescrita? De hecho, la palabra clave en lo que concierne a la santidad de los sacerdotes es la siguiente: "por su Dios" - "serán santos por su Dios" y no "serán santos por vosotros": el pueblo de Israel no debe mantener con los sacerdotes la misma relación que respecto a las cosas santas.

El Natsív de Volozín, uno de los más grandes maestros del judaísmo y uno de los pensadores modernos de la fe -vivió en el siglo XIX- insistió sobre este punto con una gran profundidad. Este maestro, junto con su eminente papel en la enseñanza de la Torá y la dirección de la gran escuela talmúdica en la que se formaron dos o tres generaciones de grandes maestros del judaísmo, publicó un comentario al Pentateuco. En él desarrolló la idea que la santidad propia de los sacerdotes depende de la santidad de su comportamiento; no son santos por naturaleza. No debían considerarse a sí mismos como santos, sino cómo debían serlo. A este efecto estableció una comparación entre esta parashá que nos habla sobre la santidad de los sacerdotes y lo que dirá el profeta Ezequiel, seis o siete siglos más tarde -cuando describió las reglas del sacerdocio y del culto en el Templo. No entraremos aquí en el debate no histórico ni midráshico, sobre la cuestión de si Ezequiel hablaba del Templo que se construirá una generación más tarde, el segundo Templo, o de una profecía para el final de los tiempos, el tercer Templo de la era mesiánica.

Sea cual sea, si el segundo o el tercer Templo, Ezequiel describe, entre otras cosas, las vestiduras de los sacerdotes. Los detalles de las vestiduras sacerdotales ya estaban descritas en el libro de Éxodo, en la parashá Tetsavé. Pero Ezequiel añade un detalle complementario que no estaba en el Pentateuco: "Cuando salgan al atrio exterior [los sacerdotes que hayan terminado su servicio en el patio interior del Templo] ...al patio de afuera, al pueblo, se quitarán las vestiduras con ministraron y las dejarán en las cámaras del santuario, y se vestirán de otros vestidos para no santificar al pueblo con sus vestiduras." (Ez 44,19)

El Natsív explica, pues, que la expresión "para no santificar al pueblo con sus vestiduras" significa que no debían aparecer ante el pueblo como santos a causa de sus vestiduras sacerdotales particulares. Las vestiduras sacerdotales están destinadas al servicio dentro del santuario. Fuera de él, los sacerdotes pertenecen al común de los mortales, se visten como el común de los mortales y tienen el mismo aspecto que todo el mundo. Y si intentan parecer santos, particulares y diferentes del resto del pueblo fuera del Templo "no se trata de santificación de Dios, sino de arrogancia y de pretensión." Estas son las palabras del Natsiv.

Esto que ha dicho acerca de los sacerdotes cuando existía el Templo, con sus vestiduras y sus servicios, continúa siendo válido para todas las generaciones. Aunque las palabras del Natsiv encierran una nota polémica para los rabinos jasídicos con sus manierismo, tienen un alcance mucho más general. Ya que no tenemos más Templo, tampoco más sacrificios, el servicio de Dios reposa hoy en día en el estudio y la enseñanza de la Torá, con el cumplimiento de los preceptos. Esos que remplazan una función particular del servicio de Dios al enseñar la Torá o que son reconocidos como maestros, no tienen otra singularidad que esta función que remplazan. Fuera de ella, pertenecen al común de los mortales.

Es necesario decir estas cosas para luchar contra esta plaga espiritual, este flagelo de la fe religiosa y de la moral que domina y continúa dominando ciertos círculos, en esta parte del pueblo judío decidida a respetar la Torá y sus preceptos. Esta plaga consiste en considerar a ciertas personas como santas por sí misma y no en razón de la función que remplazan en el servicio de la Torá. Digámoslo sin ambigüedades: no se trata de otra cosa que de una variante de la idolatría que ha penetrado en el judaísmo y que es el signo de una degeneración de la fe en Dios.

La fe judía no reconoce el concepto de santidad sino en referencia al servicio a Dios. No puede conferir santidad a ninguna otra cosa, por mucho que esté relacionada con el hombre, a la naturaleza, a la realidad material, a la tierra o a un edificio.

"Distinguir entre lo sagrado y lo profano" constituye uno de los principios fundamentales de la conciencia religiosa. Está prohibido elevar lo profano al rango de lo sagrado, y designamos como profano todo aquello que el hombre hace, todo su comportamiento toda su existencia - a excepción de la funciones orientadas y enfocadas al servicio divino.

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