Shelaj lejá
(Envía a tus hombre)
Parashá: Nm 13,1 - 15,41
Haftará: Jos 2
La parashá Shelaj lejá es conocida, realmente célebre, por la narración del affaire de los espías que envía Moisés. Este suceso fue desde el origen la más grave crisis después del éxodo, y provocó una fractura en el seno del pueblo que salió de Egipto, pues se condena a esa generación a desaparecer en el desierto. El recuerdo de este episodio se ha propagado como una onda de choque en la conciencia histórica del pueblo judío. Se llegará, más tarde, a identificar esa noche en la que el pueblo llora después del episodio de los espías con el contenido del versículo de Lamentaciones: "Ella se lamenta en la noche" (Lm 1,2), a saber la noche del nueve de Av (fecha de la destrucción del Templo).
Pero no trataremos aquí este punto, ni los dos capítulos siguientes que exponen las leyes concernientes a la entrada en Canaán y el ritual de sacrificio. El episodio histórico de los espías así como los dos capítulos siguientes aparecen como pasados y afectan a un tiempo revolucionado. Queremos consagrar este comentario al corto capítulo -solo tiene cinco versículos- que concluyen esta parashá, capítulo que trata del precepto de los Tsitsit, que es válido para todas las épocas y continúa siendo respetado por muchos judíos que dicen la Shemá cada día. No trataremos de otros preceptos sino solo de este, del que nuestros sabios dijeron que tiene un peso superior al conjunto de los otros preceptos. Conocemos más de media docena de preceptos -siete u ocho a lo máximo- a propósito de los cuales nuestros sabios utilicen la fórmula: "Tal precepto tiene un peso superior al conjunto de los otros preceptos." No es sorprendente encontrarlo a propósito de la circuncisión, signo de la alianza, o sobre el Shabat, que también es un símbolo, o sobre el estudio de la Torá, que permite la elevación del judío. Pero la sorpresa es grande cuando encontramos esta fórmula aplicada a un precepto tan pequeño como el de los tsitsit. Podríamos examinar y discutir sobre este punto, pero no lo haremos. Nuestra atención se centra en uno de los cinco versículos. Las 'franjas' son también un símbolo que intenta recordar al hombre un punto en particular : y no miréis en pos de vuestro corazón y de vuestros ojos. (Nm 15, 39)
Es evidente que los "ojos" de los que se habla aquí no son los órganos de la visión física, sino los ojos del espíritu que permiten comprender y conocer. De la misma forma que el "corazón" no es el de la anatomía, sino el de las pulsiones, los factores psíquicos que se dan en el hombre. El significado de la fórmula y no miréis en pos de vuestro corazón y de vuestros ojos., parece pues claro. Pero entonces -nos preguntamos- si no son los ojos -es decir eso que el hombre ve y reconoce en la realidad- ni el corazón -las pulsiones internas- que lo dirigen ¿quién puede dirigirlos?
Esta pregunta nos ofrece la oportunidad de reflexionar sobre una grandes cuestiones del pensamiento religioso y de una forma más general, del pensamiento moral: Cuál es la relación existente entre el pensamiento religioso y la posición moral. Sabemos que muchas personas intentan vaciar la religión de su contenido religioso para fundamentarla sobre una base moral, explicar la Torá como un libro cuyo estudio lleva a la persona a la perfección moral. Ahora estamos confrontados a este versículo, que concluye la lectura de la Shemá y que nos aporta una cierta enseñanza.
El uso del término hebreo musar, con un significado de "ética" que tienen otras lengua, en el hebreo apareció bastante tarde. (En la Biblia este término tiene un sentido totalmente diferente) El concepto musar /ética es comprendido por numerosas personas como designación de una cierta línea de comportamiento humano, el "comportamiento moral." No hay error más grande. La doctrina moral no afecta al comportamiento, es una doctrina de las intenciones y de los objetivos del hombre. Todo comportamiento, todo acto que un hombre hace efectivamente es, en tanto que tal, indiferente desde el punto de vista de los valores.
Tomemos, por ejemplo, el caso del dedo de un hombre que está sobre el gatillo de un fusil cargado, con el seguro y con alguien en el punto de mira.
En los dos casos un hombre muere. En los dos casos se trata de un mismo acto. Por tanto puede ser que en uno de los casos se trate de un asesinato, mientras que en el segundo se trate de un acto heroico, el sacrificio de un hombre en defensa de su mujer, sus hijos, etc. Vemos como el juicio no se dirige al acto, sino a la intención que preside al acto. La doctrina moral debe guiar la voluntad del hombre, a decirle cuales deberían ser sus intenciones. El hombre moral es aquel cuyas intenciones son justas y buenas. Pueda una nueva pregunta surge inmediatamente. ¿Qué es una intención buena y justa, y cómo se expresa la decisión moral del hombre?
Sobre este punto, el pensamiento filosófico sobre la ética ha dado muchas y variadas respuestas, de las que solo cogeré dos, ya que me parecen las más importantes.
La primera afirma que la decisión moral del hombre consiste en orientar su voluntad, no según sus intereses, sino para mejorar su situación en el mundo y resolver sus problemas personales, pero de acuerdo a su conocimiento y a su comprensión de la verdad profunda de la realidad del conjunto del que forma parte. En otros términos: según la forma en la que el hombre ve y comprende el mundo. Esta fue la respuesta que dio uno de los más grandes hombres, y quizá la personalidad más importante del pensamiento occidental: Sócrates. La doctrina moral de la Stoa está construida sobre esta respuesta, al igual que en la época moderna la ética de Spinoza.
En la segunda respuesta, la decisión moral del hombre consiste en orientar su voluntad no según el mundo tal cual es, o según su comprensión y su conocimiento del mundo, sino más bien el conocimiento de sí mismo, de su deber, o siguiendo la fórmula del gran hombre que enunció esta respuesta, según "la moral que se encuentra en él." Evidentemente se trata de la respuesta de Kant, el más grande pensador de la ética en la filosofía moderna.
Volvamos al versículo. Y no miréis en pos de vuestro corazón y de vuestros ojos constituye una refutación del principio kantiano y una afirmación del principio socrático. La razón se da acto seguido: Yo soy el Eterno, vuestro Dios. Todas las decisiones morales, sean de la rama socrática o kantiana, descubren una concepción moral en la que el hombre se considera como actor ante el hombre: la regulación de su relación con los otros determina su elección moral. La fe religiosa reposa sobre una concepción en la que el hombre se considera actor ante Dios. Lo que le guía es el cumplimiento de su deber ante su Dios. Puede ser, pues, que se trate de un acto cumplido según una decisión ética y el mismo acto ejecutado según una decisión religiosa, siendo actos diferentes ya que sus intenciones son diferentes. El cumplimiento de los preceptos de la Torá no es un gesto moral sino religioso, tal es la interpretación que se debe dar al versículo. El reconocimiento del enunciado: Yo soy el Eterno, vuestro Dios, retira la elección del hombre del dominio de los valores humanos para colocarla en la de la relación del hombre con su Dios.
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