Matot - Maasei

(Tribus - Itinerarios)

"No convirtáis en impura la tierra que habitáis"

 

Parashá: Numeros (Ba midvar) 30,2 - 36,13

Haftará: Para Matot Jeremías 1,1 - 2,3

Para Maasei (o las dos juntas) Jeremías 2,4 - 2,28

Las dos parashiot de Matot y Maasei que, por cuestiones de calendario, leemos juntas, siempre están ligadas al periodo crítico, es decir a las tres semanas que corren discurren entre el 17 de Tamúz y termina el 9 de Ab, periodo que conmemora la destrucción del Templo de Jerusalén. No hay ninguna relación entre el contenido de estas parashiot a la destrucción y al exilio, temas que ocupan la consciencia religiosa durante este periodo. Pero en su relación - de la misma forma que la primera parashá del libro de Deuteronimio (Debarím) que siempre se lee durante el shabat de la visión que precede el 9 de Ab- tres haftarót que explican las profecias del terriblo castigo infligido al pueblo judío y la destrucción del Templo.

A la parashá Maasei le corresponde dos capítulos de Jeremías, que fue el profeta de la destrucción. En apariencia, no hay ninguna relación entre las cuestiones tratadas en la parashá y las profecías de destrucción de Jeremías, que vivió siete siglos después de la entrega de la Torá y los sucesos que se explican en ese texto. Sin embargo, la maravilla de la colocación de la profecía de destrucción y castigo como complemento de la parashá Maasei no es solo que se lea durante el periodo crítico. Hay, en efecto, una asociación sorprendente de las palabras entre un versículo de Maasei y otro, que es central, en la amonestación de Jeremías.

La parashá encierra, en medio de numerosas cuestiones, una puesta en guardia severa y dura sobre el homicidio. Después del versículo que enuncia que la sangre derramada vuelve la tierra impura, se encuentra esta advertencia: "No contaminéis, pues, la tierra donde habitáis, en medio de la cual yo habito, porqué Yo el Eterno en medio de los hijos de Israel" (Nm 35,34). Dios no reside pues en el país sino en medio de los hijos de Israel. Esto es lo que da el sentido a la tierra cuando los judíos la habitaron. Dios reside en medio de los hijos de Israel con la condición de que ellos mismos le hagan residir en medio de ellos. Esta residencia no es automática. Así, pues, el versículo pone en guardia: "No contaminéis la tierra donde habitáreis." Si Dios residiera ahí por una santidad inherente a esa tierra ¿cómo podría alguien contaminarla? Pero el versículo dice que los hombres pueden hacer que la tierra se vuelva impura.

Jeremías apareció 700 años después de Moisés. En su discurso no hay ninguna advertencia sobre lo que hay que hacer o no, sino solo afirmaciones sobre lo que hay y lo que ha sido hecho. Así, él dice: "Pero entrasteis y contaminasteis mi tierra" (Jr 2,7) Esta tierra llamada tierra de Dios ("Mi tierra"), herencia de Dios, no posee ninguna virtud inmanente y los actos de los hombre pueden muy bien transformar la "tierra de Dios" en impura y "Su herencia" en abominación.

Jeremías no solo habla a sus contemporáneos. La mayor parte de las profecías, sea quien sea el profeta, son dichas para todos los tiempos. Hay ciertas profecías cuyo significado se liga a un contexto dado y cuya intención se refiere al contexto. Pero las más grandes profecías, las más importantes y las más duras que han profetizado todos los profetas de Israel, son las palabras de verdad y de justicia que conciernen a todas las generaciones y a todas las épocas.

Este versículo de Jeremías se dirige a nosotros. Por una parte somos conscientes que hemos vuelto y construimos nuestra casa en este país en tanto que herencia de Dios. Pero por otra parte esto no nos impide aceptar -hasta recubrirlas de una capa de santidad- las cosas que la parashá Maasei así como Jeremías consideran como actos de impureza y de abominación.

No hay nada más peligroso que cubrir la impureza de una capa de santidad. La tierra no posee en sí ninguna virtud particular que permita santificar los actos que en ella se cometen. A la inversa, son los actos que se realizan ahí los que permiten santificar la tierra. En una celebre mishná enunciada muchos años después, se dice que la tierra de Israel "Es la más santa de todas las tierras." Y esta mishná se pregunta: "¿En qué consiste su santidad? En que da su "gabilla de ofrenda" (omer), las primicias y los dos panes consagrados." Dicho de otra forma, es la práctica de los preceptos en esta tierra lo que le da la santidad. No es santa por sí misma. La mishná no dice que la tierra de Israel es la más santa de las tierras, sino que es santificada entre todas las tierras porqué se observan ahí ciertos preceptos que no se observan fuera, tales como la gabilla de ofrenda, las primicias y los dos panes consagrados. Y si no se observan, se hace a la inversa de lo que dice la Torá, la tierra puede volverse impura y la herencia de Dios una abominación.

Estas palabras se dirigen a nosotros. Pongamos atención en los actos que hacemos en esta tierra destinada a convertirse la tierra de Dios y su herencia.

 

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