Shoftim
(Jueces)
Parashá: Dt 16,18 - 21,9
Haftará: Is 51,12 - 52,12
La parashá Shoftim es la continuación de la de Reé. Trata una serie de preceptos que, en lo esencial, concierne al grupo cuya organización jurídica, gubernamental y nacional es conforme a los principios de la Torá. Jueces y policías forman el sistema judicial a los que incumbe igualmente la competencia legislativa (en este caso no hay separación entre el poder legislativo y el judicial.) En esta parashá se encuentran una serie de recomendaciones sobre la administración judicial y la legislación sobre el testimonio. Después de esto se aborda el tema de la importante cuestión del poder ejecutivo: ¿Estaría relacionado con la institución de la realeza? La cuestión de la monarquía se debate en el marco de la Torá oral bajo diversos aspectos y desde diferentes puntos de vista, a veces contradictorios.
La parashá vuelve luego sobre los preceptos relativos a la eliminación de la idolatría con todo lo que acarrea y no ha desaparecido de nuestra sociedad: la brujería, la magia, la nigromancia, la adivinación, el culto a los muertos y todas las otras supersticiones que muchas veces, incluso en nuestros días, se reviste de apariencia de religión mientras que no son otra cosa que abominaciones idolátricas. El texto toca seguidamente la legislación que rige la guerra - tema de una importancia capital, pero que no se puede tratar en un marco tan reducido. Toda la parashá insiste de una forma muy dura (inmediatamente después de la legislación sobre la guerra) sobre la prohibición del asesinato: las leyes se aplican al criminal y en particular al homicida involuntario en la cuestión de los lugares de asilo y el rito de la ternera sacrificada cuando se ignora la identidad del asesino (egla arufá). Me gustaría detenerme sobre este rito, que no parece otra cosa que un detalle colocado al final de la parashá. La situación es la siguiente: Se ha cometido un asesinato en el seno de Israel y, utilizando el lenguaje de la policía moderna, no se ha solucionado: "Si en la tierra que el Eterno, tu Dios, te da para que la poseas, fuere hallado alguien muerto, tendido en el campo, y no se supiere quién lo mató." (Dt 21,1) En el seno de Israel, obre la tierra de Israel, un hombre ha sido asesinado. La culpabilidad recae sobre toda la comunidad de Israel, en el marco en el cual se ha producido el hecho, y se organiza una ceremonia angustiante e impresionante para que cada uno se de cuenta de la gravedad que un hecho tal haya podido en el marco de su sociedad. Los ancianos de los pueblos situados "alrededor del cadáver" deben reunirse y organizar la ceremonia llamada eglá arufá y pronunciar las siguientes palabras: "Nuestras manos no han derramado esta sangre ni nuestros ojos lo han visto" (Dt 21,7) -y por tanto nosotros somos culpables, es por esta razón por la que se dice: "Perdona a tu pueblo Israel" (Dt 21,8) Cerca de mil quinientos años después de la institución de este precepto veamos que es lo que nos dice la Mishná: "Debido a que el número de asesinatos se ha incrementado, el rito de la egla arufá ha sido suprimido." Esta ceremonia religiosa no tiene sentido sino en una sociedad en la que el asesinato es una cosa horrible y excepcional. En una sociedad degrada en su esencia, en cuyo seno el asesinato es una cosa banal, no hay motivo para trastornarse por un asesinato no esclarecido. Cumplir este rito en una tal sociedad sería una hipocresía. Sería mucho mejor sacar a esa sociedad de una realidad en la que la muerte es algo cotidiano. Solo sería en tal caso que se podría reaccionar frente a casos excepcionales a través de una ceremonia de expiación.
El crimen de sangre y la fornicación reciben un trato análogo. La Torá establece una severa regla de ordalía (sota) para la mujer supuestamente adúltera que solo puede exculparse a través de la prueba del agua amarga. Esta práctica, única en su género en la Torá, por la cual los hombres renuncian someterse a otro ser humano en un juicio terrestre para dirigirse al tribunal divino, no puede tener sentido sino en una sociedad en la que las costumbres sexuales decentes son la norma. Los casos de supuesto adulterio son intolerables. Así, en la Mishná que antes he citado, se dice: "Ya que el adulterio se ha convertido en una cosa normal, el ritual del agua amarga ha sido suprimido." Si la sociedad ha sido corrompida por el adulterio, si reina una atmósfera de libertinaje, porqué escandalizarse, qué razón habría para indignarse ante un caso particular de supuesto adulterio. Sería necesario antes corregir la sociedad. En una sociedad que hubiera corregido sus costumbres, en la que la muerte y el adulterio serían la excepción, se podría afrontar por una ceremonia ante una muerte no esclarecida y por la prueba del agua amarga en caso de una excepcional supuesto de adulterio. Pero en una sociedad disoluta estas ceremonias no tienen ningún sentido.
Estas son unas enseñanzas preciosas para nuestra propia realidad social. Ciertas exigencias de la halakhá no merecen ser aplicadas -bien entendido que hay que esforzar en aplicarlas- sino en el marco de una sociedad que reconozca la validez de la halakhá. Si no la reconoce, insistir sobre ciertos detalles de la halakhá se convierte en una caricatura grotesca. En una sociedad en la que los asesinatos son frecuentes y los adulterios normales, ¿qué sentido tendría aplicar los ritos de egla arufa y de las aguas amargas? En una sociedad y en un Estado que no reposan sobre el reconocimiento de la obligación de practicar la Torá, discutir sobre ciertas leyes del Estado para verificar si concuerdan con la halajá no tiene ningún sentido. Mostrarse puntilloso en algunos detalles, exigir que estén de acuerdo respecto a la halajá, mientras que ni la sociedad ni el Estado***
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