Alcohol
y Cocaína
Armando Molina
Amor mio, murmuro tan por lo bajo que Nohemi le oia como se oye desde el fondo de un abismo, vamos a pertenecernos en un país extraño que tú no conoces, ese país de los alucinados no al de los brutos, acabo de despojarte de tus sentidos vulgares para darte otros más sutiles, más refinados, vas a ver con mis ojos y a gustar con mis labios, en ese país se sueña y ello vasta para existir, vas a soñar y comprenderas entonces cuando vuelvas a verme en ese misterio todo lo que no comprendes cuando te hablaba aquí, ve no te retengo más y uno mi corazón a tus placeres. Nohemi, con la cabeza echada hacia atrás trataba de cojer otra vez sus manos, creía ir rodando poco a poco en una oleada de plumas, las cortinas adquirian contornos fluidos y los espejos de la habitación se multiplicaban devolviéndole mil veces la silueta de una mujer vestida de negro, inmensa, cernida como un genio carbonizado que se precipita desde la mayor altura de los cielos, estiraba todos sus musculos, eregía todos sus miembros queriendo volver a pesar suyo al despojo vulgar que se le retiraba, pero se hundía cada vez mas. La cama había desaparecido y su cuerpo también, daba vueltas en el azul y se transformaba en un ser semejante al genio cernido sin explicación posible, tenía la sensación soberbia de satan quien decendido del paraíso domina, sin embargo, en la tierra y al mismo tiempo tiene la frente bajo los pies de Dios y los pies sobre la frente de los hombres. Asoido zumbaban los cantos de un amor extraño que no tenia sexo y proporcionaba todas la voluptuosidades, amaba con una potencia terrible y con el calor de un sol ardiente, la amaban a ella con embriagueces espantosas y con una ciencia tan exquisita que el goce renacía en el momento de extinguirse. Ante ellos se abría el espacio infinito siempre azul, siempre reverberante mudo y etereo. Alla en la lejanía, una especie de animal tendido les contemplaba en actitud grave. |
© 1997
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