Esta civilización abarca desde el siglo VIII a.C., hasta el siglo V después de Cristo. A lo largo de estos siglos, Roma logra una expansión que la llevó a convertirse en la cabeza del más importante y duradero Imperio de la Antigüedad.
Las fuentes para el estudio de Roma son muy abundantes: textos literarios, monedas, necrópolis, obras de arte, y monumentos distribuidos por todo lo que fue el Imperio Romano. Tienen especial importancia las ruinas de Pompeya y Herculano, ciudades romanas que en el año 79 después de Cristo, fueron destruidas por una erupción del Vesubio, y cuyos restos se han conservado muy bien bajo la capa de materiales volcánicos que las cubrió.
Los orígenes de Roma y la Monarquía
Los romanos creían que su ciudad había sido fundada en el año 753 a.C. por Rómulo y Remo, dos gemelos que eran hijos de Marte, dios de la guerra, y de Rea Silvia, una princesa latina. La realidad histórica es muy distinta: la ciudad surgió en el siglo VIII a.C. por la unión de varios pueblos latinos que había junto al río Tíber.
En el siglo VII a.C. Roma fue dominada por los reyes etruscos, pueblo itálico que estaba situado en el centro de la península y que había tenido una fuerte influencia griega. Roma será, por lo tanto, el resultado de la unión de tres culturas: la latina, la etrusca y la griega.
La República
En el año 509 a.C. los romanos expulsaron al último rey etrusco y proclamaron la República, sistema de gobierno que iba a durar hasta el siglo I a.C.
El máximo organismo republicano era el Senado. Allí se elaboraban las leyes y se tomaban las decisiones más importantes para el gobierno de Roma. Al principio sólo tenían cabida en el Senado los patricios; posteriormente los plebeyos consiguieron que se les reconocieran sus derechos políticos y se creó un nuevo cargo, el Tribuno de la Plebe, que defendía sus intereses en el Senado, donde tenía derecho de veto sobre cualquier ley que pudiera perjudicar a los plebeyos. Los más altos magistrados de la República eran dos cónsules, elegidos anualmente por la Asamblea del pueblo, que ejercían conjuntamente la jefatura del gobierno y del ejército.
Durante la etapa republicana, Roma pasó de ser una pequeña ciudad-estado a convertirse en la dueña de un gran imperio. Las conquistas beneficiaron especialmente a los romanos más ricos, por lo que aumentaron las desigualdades sociales y la inestabilidad política. Hubo varias guerras civiles y algunos generales intentaron implantar un gobierno personal; esto lo consiguió César Octavio, que tomó, entre otros, los títulos de Princeps, Imperator y Augusto. La República había terminado y comenzabaa el régimen imperial.
El Imperio
César Octavio Augusto, el primer emperador (27 a.C. - 14 d.C.), sometió bajo su autoridad a todas las instituciones republicanas, aunque no las suprimió y el Senado siguió funcionando como si todavía gobernara en Roma, cuando en realidad todos los poderes estaban en las manos del emperador.
Augusto y sus sucesores continuaron la expansión del Imperio Romano que llegó a su máxima extensión con el emperador Trajano, a principios del siglo II d.C. A partir del siglo III el Imperio fue sacudido por diversas crisis internas a las que se unió desde el exterior la presión de los bárbaros sobre las fronteras. A finales del siglo IV el emperador Teodosio dividió el territorio imperial entre sus dos hijos; a partir de ese momento habrá dos estados romanos: el Imperio de Occidente y el Imperio de Oriente.
En el siglo V los bárbaros (pueblos
germánicos) invadieron el Imperio de Occidente y en el año
476 fue depuesto Rómulo Augústulo, último emperador
de Roma. El Imperio Romano de Oriente o Imperio Bizantino siguió
existiendo hasta el siglo XV.