6. No obstante, en primer lugar los obispos reunidos en Sínodo, con todas sus Iglesias, fieles a su misión profética, sienten la necesidad de «interro­garse» para escrutar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio (10). Se trata de «comentar lo que sucede en Europa», pero de hacerlo ‑contrariamente a los discípulos de Emaús‑ dejándose interrogar e iluminar por la presencia y la palabra del Señor, a quien saben acompañándoles en su camino, en el de sus Iglesias y en el de Europa entera.

Esto ya se había producido con oca­sión de la 1 Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, con­vocada por Juan Pablo II para reflexio­nar atentamente sobre el alcance de la hora histórica que con los aconteci­mientos de 1989 se había abierto para Europa y para la Iglesia, y escrutar así los signos de los tiempos obteniendo las indicaciones sobre el camino por re­correr (11), procurando discernir lo que, el Espíritu de Cristo tenía que decir a la Iglesia mediante las experiencias del pasado y, al mismo tiempo, descu­brir qué camino le mostraba para el fu­turo (12).

La tarea del discernimiento, sin em­bargo, no ha concluido con la celebra­ción de aquel Sínodo, y ello entre otras cosas porque se trata de un deber per­manente de los pastores en la vida de la Iglesia; deber que se plantea con nueva urgencia ante el cambio y la novedad de los escenarios que van sucediéndose a lo largo de la historia. Como recuerda Juan Pablo II, vuelve pues a resultar «necesario que los cristianos sepan cap­tar las oportunidades que les ofrece el kairós del momento presente y se mues­tren a la altura de los retos pastorales que surgen de la situación histórica concreta» (13).

El Sínodo se siente pues comprometi­do a dedicar atención precisa y constan­te a los acontecimientos históricos con­cretos que han caracterizado a la Euro­pa de estos últimos años, así como a las líneas de tendencia que la van caracterizando en la actualidad. Se trata de una atención que se transforma en discerni­miento y juicio crítico, capaz de poner de relieve tanto los aspectos positivos como los problemáticos o negativos y de indicar los caminos a recorrer, para que el mismo continente europeo no acabe traicionando su identidad o faltando a sus responsabilidades; de esta manera podrá recuperar la esperanza perdida. Trátase pues de mirar a Europa ‑como nos atestigua y enseña Juan Pablo II con amor y simpatía: actitudes propias de quienes reconocen, aprecian y valo­ran todo elemento positivo y de progre­so que encuentran, pero que al mismo tiempo no cierran los ojos ante aquello que resulta incoherente con el Evangelio y lo denuncian con energía, sin cansarse de sugerir e indicar sucesivas metas por alcanzar.

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