Oportunidades y motivos de esperanza

9. No son pocos los motivos de es­ peranza que pueden detectarse en la fase actual de la historia europea, aunque con mayor frecuencia parecen surgir motivos de preocupación o desi­lusión, que no dejan de estar presentes.

Se trata en primer lugar de descubrir es­tas «semillas y señales de esperanza» y de saberlas valorar. En términos generales, no puede pa­sarse por alto que las nuevas condicio­nes sociales y políticas hacen accesible a un número creciente de ciudadanos europeos una mejor calidad de vida; fa­cilitan la circulación de las personas y un mayor conocimiento recíproco entre los pueblos del Este y del Oeste, fomen­tando sus intercambios culturales; favo­recen la compartición frecuente de ex­periencias religiosas, especialmente en ámbito juvenil; ayudan a poner en co­mún iniciativas con vistas a construir Europa como casa común.

En ámbito más específicamente eclesial, el horizonte que acabamos de bos­quejar ofrece indudablemente nuevas y amplias posibilidades de relaciones de comunión, solidaridad y compartición entre todas las Iglesias de Europa y en todos los niveles de responsabilidad, aunque no siempre la comunicación pa­rece totalmente equilibrada, con lo que la exigencia de volver a «respirar con dos pulmones» ‑empleando una expresión muy querida de Juan Pablo II‑ sigue en­contrando dificultades y retrasos.

En algunas Iglesias del Este se asiste en concreto a una recuperación signifi­cativa de la actividad catequética, litúr­gica, caritativa y cultural; se van presen­tando nuevos espacios para una presen­cia evangelizadora de la Iglesia y parece aumentar la posibilidad de emplear los instrumentos de la comunicación social al servicio de la misión. En algunos paí­ses, las nuevas condiciones dan la opor­tunidad de una nueva evangelización sobre todo en el campo de la formación cristiana y en el de las vocaciones sacer­dotales y religiosas, que en el pasado habíanse visto a menudo limitadas in­cluso con medios administrativos. Una vez recobrada la libertad, los miembros de los institutos religiosos han podido volver a vivir en comunidad y a compar­tir proyectos pastorales superando ‑no sin sufrimientos y dificultades‑ condi­ciones anteriores. Entre los resultados positivos se ha registrado en algunas naciones un aumento de vocaciones que da buenas esperanzas. En algunos países del Este en los que la misma vida litúr­gica había sido obstaculizada, se va re­cuperando la frecuentación de la Santa misa y, en términos más generales, el re­descubrimiento y la práctica de la litur­gia en sus diferentes manifestaciones. Tampoco falta una mayor difusión ‑no siempre exenta de problemas‑ de movi­mientos de espiritualidad, ni puede omi­tirse la exigencia. que va surgiendo entre los jóvenes, de una espiritualidad auténtica.

En las Iglesias occidentales han sur­gido centros de escucha y espacios para la confrontación en los que se en­cuentran personas que anteriormente militaban en posiciones ideológica­mente opuestas, y se han multiplicado los centros de acogida para los inmi­grantes, cuyo flujo no deja de crecer. En países europeos significativos tam­bién se registra el desarrollo del cate­cumenado y el regreso a la fe de cris­tianos que habían abandonado largo tiempo la práctica religiosa. Algunas Iglesias occidentales, pese a haber vivi­do el cambio como observadores exter­nos, han visto crecer la realidad de communio con las demás Iglesias, co­nociendo la vida y la cultura de pue­blos que hasta ese momento se juzga­ban ajenos o incluso enemigos. Por úl­timo, con la caída de las barreras, instituciones eclesiales académicas de la Europa occidental han recibido un número creciente de candidatos al sa­cerdocio, sacerdotes, religiosos, religio­sas y laicos procedentes de países ex comunistas, y han facilitado el envío de docentes y expertos propios a las Iglesias del Este para prestaciones de docencia y asesoramiento.

10. Tampoco en el ámbito cultural y social faltan oportuni­dades y señales de esperanza que exigen reconocimiento y valoración.

Detrás y dentro M presente proceso de transición político‑institucional no resulta difícil vislumbrar elementos e instancias de carácter ético que no hay que infravalorar, aunque necesiten a menudo una profunda labor de purifica­ción. Se trata de instancias que hacen referencia a un hondo anhelo de libertad política y ‑de manera aún más radical­ la posibilidad de construir una socie­dad pluralista en la que los derechos de todos, incluidas las minorías, se vean tu­telados de hecho, así como a un deseo de libertad ‑también económica‑ que exige contemplarse y asumirse como po­sible factor positivo de desarrollo y res­ponsabilidad.

La presencia compartida de diferentes pueblos, culturas y religiones puede re­velarse ocasión propicia ‑y casi obliga­da, si no se quiere recaer en formas de conflicto permanente y de exclusión de los más débiles‑ para tender hacia una unidad cultural que, hoy en día, ya no puede pensarse en términos de «sola cristiandad», sino de «pluralismo dialo­gante y colaborador» en el que los cris­tianos tienen una tarea a la que no pue­den renunciar, así como para realizar esa «convivencia de culturas» que sabe transformar toda tentación de contrapo­sición en competición de servicio recí­proco y de acogida, en una síntesis a la medida del hombre y del ciudadano, en una gran realidad en la que puedan ha­llar lugar tantas pequeñas naciones y culturas.

También el fenómeno de la mundiali­zación, si bien con todas las ambivalen­cias y peligros que implica, encierra ele­mentos positivos y oportunidades. Puede ciertamente significar un aumento de la eficiencia y un incremento de la produc­ción, reforzando al mismo tiempo el proceso de interdependencia y de uni­dad entre los pueblos proporcionando de esta forma un servicio real a toda la familia humana.

Por último, en la construcción de Euro­pa también la misma unión monetaria tiene su importancia y significado, y de­para una gran oportunidad. En efecto además de exigir un replanteamiento del sentido y de los ámbitos de soberanía de cada Estado, si se lleva a cabo bajo una perspectiva global de solidaridad, puede proporcionar mayor estabilidad a Europa y a su desarrollo económico; puede re­velarse un gran instrumento de libertad al permitir y fomentar la multiplicación de intercambios; puede constituir un salto de calidad en la manera de conce­bir la convivencia en nuestro continente. Aún en una lógica de pequeños progre­sos, puede desembocar en avances con­cretos, necesarios para la consecución de los valores que se revelan más urgen­tes y básicos.

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