Actitudes de las Iglesias y búsqueda de las raíces culturales

20. Si los que hemos examinado hasta aquí son los rasgos fundamentales que pueden vislumbrarse en la Europa de hoy, muchas y diferen­ciadas se revelan las reacciones y actitu­des de los comunidades cristianos.

Ante el pluralismo de fe y cultura cada vez más extendido, hay quien, al haberse educado en una especie de monocultivo cristiano occidental, lo contempla con desconfianza, al no ha­llarse preparado para leerlo e interpre­tarlo y por tanto para vivir actitudes de apertura y de diálogo críticos. Otros ambientes eclesiales están dispuestos a aceptar dicho pluralismo, si bien a nivel más teórico que práctico, más fuera de la Iglesia que dentro de ésta: son su se­ñal evidente las dificultades que se en­cuentran y la incapacidad que de ello se deriva de crear espacios en los que los católicos procedentes de otras tradiciones o los inmigrantes de otras reli ‑giones puedan expresar sus valores cul­turales, espirituales y religiosos también en las Iglesias de Europa. También exis­ten, sin embargo, comunidades eclesia­les, centros de vida consagrada, grupos y movimientos que parecen situarse de forma positiva ante ese pluralismo: considérense, por ejemplo, las iniciati­vas culturales, caritativas, asociativas y ecuménicas que promueven las diócesis. o las Conferencias Episcopales naciona­les y regionales.

Ante las distintos formas de indife­rentismo, relativismo y agnosticismo, subrayan algunos la importancia de re­descubrir el rostro auténtico de Dios que Jesús reveló, de afirmar con deter­minación la verdad, de vivir con convic­ción la propia identidad, de fomentar la comunión también en campo ecuméni­co. Con especial atención a las dimen­siones éticas, y considerando que con frecuencia se niega o desfigura la digni­dad de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, se insiste en la ne­cesidad y en la urgencia de proponer una visión antropológica correcta e ín­tegra, fundamento imprescindible para la realización de una convivencia respe­tuosa con la vida y los derechos de to­dos y cada uno. No faltan, por último, corrientes de pensamiento críticas hacia este relativismo ético, comprometidas en activar actitudes y conductas virtuosas, inspiradas en los valores contenidos en el Evangelio y en la tradición cristia­na y compartidos por una cultura laica purificada de sus dogmas, puestos en tela de juicio por los trágicos aconteci­mientos que han marcado la historia de Europa en este siglo XX.

21. No es suficiente sin embargo describir con mayor o menor amplitud o aprensión los distintos ras­gos que caracterizan a la Europa actual, ni tampoco reaccionar de una u otra forma ante este estado de cosas. Hay que dar lugar, en cambio, a una atenta labor de discernimiento que sepa por encima de todo penetrar hasta las raíces, interrogándose acerca de las motivacio­nes profundas que sustentan los más va­riados fenómenos que quedan indicados. Esto es lo que el Sínodo y las Iglesias tienen que hacer si quieren vivir su res­ponsabilidad pastoral.

Por lo que respecta específicamente al amplio fenómeno de la indiferencia religiosa, son muchos los que ponen de relieve en primer lugar diferentes razo­nes presentes en el tejido social en su sentido más amplio. Las referencias principales las constituyen aspectos como: el nacimiento del denominado «pensamiento débil», con su consiguien­te debilitamiento o desaparición de la «demanda de sentido»; la «orientación individualista» cada vez más extendida, que prospecta sistemas sociales destina­dos a fomentar el interés privado de sus miembros y no ya un mismo ideal y un bien común; el proceso de «autonomiza­ción», que se traduce en una voluntad creciente de autodeterminación y auto­rrealización subjetiva, a la que se acom­paña en cierta medida un aumento de responsabilidad y de implicación perso­nal; el complejo fenómeno de la «secu­larización», con algunas tendencias que con él se relacionan, como la tendencia a la «diferenciación» social y cultural (que permite la presencia de varias religiones y creencias religiosas en el mis­mo territorio), a la «privatización» de la misma religión, a la «desacralización» de tantos lugares en los que en el pasado la religión ejercía una influencia dominan­te a veces, a la «racionalización» con­cebida como proceso cuyo fin es organi­zar de forma controlada y eficaz toda opción y acción.

Si examinamos con mayor atención las razones que se presentan en ámbi­to eclesial, amén de lo que acabamos de describir, se subraya con bastante frecuencia que la indiferencia religiosa estaría alimentada por algunos fenó­menos negativos y problemáticos como: empleo erróneo de los bienes y escaso interés por las distintas pobre­zas; cierta indiferencia de los eclesiás­ticos ante las dudas y los dramas de tantas personas en dificultad; el poco crédito que merecen varios «hombres de l9lesia»; la desaparición de varios centros dedicados a la formación cuali­ficada de laicas y laicos católicos; la organización carente ‑en ámbito nacional y europeo‑ de la prensa católi­ca y de otras entidades destinadas a difundir proyectos culturales de inspi­ración cristiana.

22. De manera más radical, detrás y en el seno de los dis­tintos fenómenos que hemos recordado, entre los factores que contribuyen a de­terminar y explicar los escenarios euro­peos actuales, no resulta difícil localizar una creciente escisión entre conciencia privada y valores públicos. Bueno será subrayar, sin embargo, que dicha esci­sión constituye la consecuencia lógica de actitudes precisas y opciones cultura­les bien determinadas. Cuando la vida democrática se conjuga con la neutrali­dad ante los valores, cualquier opción no se considerará sino opción privada de quien la expresa, prescindiendo del re­sultado social vinculado a la misma. Y si las opciones de valores quedan confina­das en una dimensión exclusivamente privada, la relevancia pública de tales valores será nula. En esta situación, la divergencia entre valores privados y vida social, con motivo de una peligrosa neu­tralidad democrática, no puede sino acrecentarse, con el resultado de que la sociedad es cada vez menos capaz de responder a los distintos estímulos acer­ca del «sentido» de la existencia, que de distintas partes le llegan.

En este clima cultural crecen y se ex­tienden fenómenos de ateísmo, agnosti­cismo e indiferencia religiosa. Incluso la opción religiosa amenaza con transfor­marse cada vez más en opción de tipo privado: se extiende un planteamiento consumista de la experiencia religiosa; la opción ético‑religiosa ya no constitu­ye el horizonte básico de referencia para todas las demás opciones, sino que se presenta como «una» de tantas opciones que contribuyen a definir la identidad privada del individuo.

Ahondando con mayor profundidad en la raíz de todo ello, hallamos una no­ción malentendido de libertad, libertad que se concibe y se vive como autode­terminación del individuo no regulada por referencias a valores trascendentes y no opinables, de la que nacen mentali­dades y actitudes que muchos califi­can como relativismo ético, subjetivismo individualista, hedonismo nihilista. Se agudiza por tanto el problema del ejer­cicio de la libertad, en la relación entre verdad, conciencia personal y leyes civi­les. En efecto, la libertad se basa en la dignidad constitutiva de la persona, ex­presión a su vez del hecho de que todo hombre es hijo de Dios; el ejercicio de la libertad implica la responsabilidad del hombre; implica además las cuestiones de la verdad ‑que constituye su funda­mento último‑ y del bien común, obje­tivo del ejercicio social de la libertad.

Puede también indicarse, de forma sintética, que a finales del presente siglo se detectan transformaciones profundos y radicales que acusan el agotamiento del impulso derivado de la modernidad. No resulta claro, sin embargo, el resulta­do de los procesos en acto, pues surgen tendencias contrastantes y ambivalentes que requieren una lectura atenta y pro­funda. Por otra parte, la superación de la modernidad no puede tener lugar sino en un marco de complejidad e incertidum­bre. Si en ciertos aspectos la misión de la Iglesia en este contexto parece más difí­cil y menos anclada en garantías tradicionales, también es verdad que los cam­bios que se están realizando en los paí­ses europeos proporcionan a la Iglesia nuevas oportunidades para llevar a cabo una labor evangelizadora eficaz y orgá­nica.

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