En apoyo de la
autenticidad y vitalidad de la fe
25. Una vez que los dos
discípulos de Emaús le hubieron confesado a Jesús las razones de su tristeza y
de la pérdida de su esperanza, Jesús «les dijo: "¡Qué necios y torpes
sois para no creer lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el
Mesías padeciera esto para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y
siguiendo por los profetas les explicó lo que se refería a él en toda la
escritura» (Lc 24, 15‑17). Es
pues el mismo Jesús quien anuncia su resurrección y conduce a la fe a los dos
discípulos. Al referirse a los profetas que le precedieron, explica el designio
del amor luminoso y misterioso de Dios: la pasión y la muerte no contradicen
la acción libertadora del Mesías, sino que son el camino que Dios ha escogido
para comunicar a los hombres su «gloria», es decir su amor que salva y redime.
Y precisamente gracias a este anuncio ‑que vuelve a recorrer todos los pasos
de la primera alianza y que remata de forma definitiva e incontrovertible en
el reconocimiento del Señor al partir el pan‑ su corazón arde y ambos
recobran la esperanza perdida.
El relato de Emaús se presenta por tanto como una
larga catequesis, finalizada toda ella a llevar a los discípulos a la fe en la
resurrección de Jesucristo, entregado a la muerte. Como fiel reflejo de la
enseñanza de la Iglesia primitiva, este texto sigue siendo paradigmático para
la Iglesia de hoy y para su acción pastoral, que consiste en un paciente,
continuo, tenaz y valiente testimonio y predicación, destinados a hacer que
nazca y crezca la fe en Jesucristo resucitado de la muerte, fuente y sustento
de esperanza firma y duradera. En efecto, como escribe San Pablo, «si nuestra
esperanza en Cristo acaba con esta vida, somos los hombres más desgraciados» (1
Co 15, 19).