La Iglesia «misterio» y «comunión»
33. La proclamación de la presencia de Jesús en su Iglesia
conduce a considerar la misma Iglesia en sus dimensiones de «misterio» y «comunión».
Hablar del «misterio» de la Iglesia significa afirmar su
naturaleza sacramental, es decir subrayar su arraigo en el misterio de Cristo
que la constituye: es el don de Dios, manifestado en Jesucristo y comunicado
por medio del Espíritu, el que la antecede y le da vida; es el misterio pascua¡
de Cristo, anunciado por la Palabra y actualizado por los sacramentos, el que
constituye la fuente de su existencia y misión. En este sentido, «la Iglesia
es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo "como instrumento de
redención universal" (Lumen gentium, n. l), "sacramento
universal de salvación" (ibid., n. 48), por medio del cual Cristo
"manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al
hombre" (Gaudium et spes, n. 45). Ella "es el proyecto visible del
amor de Dios hacia la Humanidad" (Pablo VI, Discurso de 22‑6‑73)
que quiere "que todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se
una en un único Cuerpo de Cristo, se coedifique en un único templo del
Espíritu Santo" (Ad gentes, n. 7; cf. Lumen gentium, n. 17)» (51).
Hablar de la Iglesia como
«comunión» significa en primer lugar afirmar que la Iglesia no sólo está
reunida «en torno a Cristo», sino que está unificada «en él», en su Cuerpo
(52). «Cristo y la Iglesia son, por tanto, el Cristo total" [ ... ] La Iglesia es este Cuerpo del que
Cristo es la Cabeza: vive de él, en él y por él; él vive con ella y en ella»
(53). Con esta certeza, podemos y debemos repetir ‑como hiciera un día
Santa Juana de Arco ante sus jueces‑ que «Jesucristo y la Iglesia son
uno, y no hay que suscitar dificultades». Significa, aún y al mismo tiempo,
hacer referencia a la communio basada en la comunión con Dios en el Espíritu
Santo a través de Jesucristo, comunión que se ha vuelto realidad en la comunión
eclesial proyectada hacia la comunión de toda la Humanidad.
34. Ante estas perspectivas, y aunque con matices distintos
entre Este y Oeste, la percepción que se tiene hoy en Europa de la Iglesia como
«misterio» se revela muy variada, de forma que refleja el variopinto mapa del
cristianismo contemporáneo.
Si bien por regla general constituyen un grupo minoritario,
quienes viven una orientación explícita hacia la comunidad y de una u otra
forma sostienen el peso de la vida eclesial en una óptica de colaboración y
corresponsabilidad, conciben la Iglesia como misterio, comunión y misión, tal
y como ella, partiendo de algunos elementos presentes en los documentos del
Concilio Vaticano II, ha sido delineada orgánicamente por varias asambleas sinodales
y en las distintas intervenciones pontificias. Entre ellos se incluyen muchas
comunidades de vida consagrada, el área de los distintos agentes pastorales,
los miembros de diferentes asociaciones y movimientos eclesiales.
Un sector más amplio de personas, también entre los
cristianos, comparte en cambio la visión de Iglesia que caracteriza la actual
opinión pública eclesial y no, según la cual la Iglesia se considera como
institución jerárquicamente articulada, que con sus declaraciones ‑especialmente
en campo moral‑ se contrapone a las aspiraciones de quienes reivindican
para sí y para los demás amplios espacios de libertad y no aceptan que se les
diga desde arriba lo que tienen que hacer y cómo han de comportarse. Además,
en muchos casos se percibe la Iglesia como una institución y organización
humanitaria, asistencial y cultural y, por ende, como una especie de «surtidor
de servicios» de distinto tipo que, como tales, pueden ser objeto de demanda y
de aprecio. Entre las causas que motivan esta mentalidad parecen dignas de
consideración las siguientes: la presentación que los medios de comunicación
hacen de la Iglesia; el gravoso legado de la filosofía individualista de los
últimos siglos; el escaso relieve que se da al carácter mistérico de la
Iglesia tanto en la predicación como en la enseñanza; una praxis eclesiástica a
menudo no inspirada por la comunión y no suficientemente basada en el respeto mutuo
y en la escucha sincera de las posiciones ajenas. Más concretamente, tan
extendida mentalidad parece depender de la preocupante pérdida de la visión de
la Iglesia como realidad sacramental, lo que acarrea consecuencias negativas en
muchos campos: la misma disminución de las ordenaciones sacerdotales en muchos
países europeos se debe a este cambio de visión eclesial, que ya no percibe el
ministerio sacerdotal como un estado sacramental de vida, sino únicamente como
una función, posiblemente reemplazable, de la estructura de la organización
eclesial. A todo ello le acompaña una menor conciencia de la presencia de
Jesucristo con su Espíritu en la vida de la Iglesia. De aquí la necesidad de desarrollar
más ampliamente el concepto de Iglesia‑misterio, Iglesia‑comunión e
Iglesia‑misión en el anuncio evangélico, en la catequesis y en la labor
pastoral.
No faltan, por último, minorías católicas nostálgicas del
pasado, que pueden transformarse en mayor o menor medida en causa de tensiones
conflictivas en las comunidades locales.
Si se considera la Iglesia como «comunión», de entre
las formas concretas de expresar y realizar esta dimensión suya, se incluyen
por regla general: las celebraciones litúrgicas, la oración, la lectura
sagrada, la vida sacramental, las peregrinaciones. Hay que destacar también,
en este contexto, la función cada vez mayor que van asumiendo algunas
comunidades espirituales y grupos de vida cristiana, todo ello sin perjuicio de
la importancia de la parroquia como genuino «espacio de comunión vivida».