Por una comprobación de la exigencia y de la demanda de espiritualidad

43. Respecto a estas condiciones radicales que pueden permitir a las Iglesias europeas ser aportadoras de esperanza gozosa, varias son las voces que ponen de relieve que aun en el proceso global de secularización que caracteriza al continente europeo, no faltan ‑especialmente entre los jóvenes‑ señales que re­velan la necesidad y la búsqueda de espi­ritualidad, a veces genérica y por así decir­lo «salvaje», que demanda ser interpretada y guiada, recordando y ayudando a vivir las dimensiones fundamentales de una au­téntica espiritualidad cristiana como con­versión personal, experiencia de Iglesia, seguimiento del Señor y servicio a los her­manos. El ideal de la realización de sí mis­mo, acompañado por un clima de indivi­dualismo, subjetivismo, pragmatismo y he­donismo, si por un lado sigue provocando una especie de desestructuración del mundo simbólico religioso y agravando la crisis del lenguaje religioso tradicional, por otro lado estimula la búsqueda de expe­riencias religiosas de diferentes tipos que pretenden responder a demandas de aco­gida, de calor en las relaciones personales, de gratificación personal, de apoyo, de se­guridad. En esta línea, y en la visión de una búsqueda de la identidad propia con vistas a no sucumbir ante la atomización actual de la sociedad, deben considerarse el éxito de nuevas formas de expresividad religiosa y el nacimiento de nuevos movi­mientos religiosos extraeclesiales, de cre­encias paralelas, de «sectas», de nuevas formas de integrismo, de la carrera hacia las religiones orientales, de la New Age e incluso del recurso a diferentes formas de satanismo.

En síntesis, diríase que el mapa del comportamiento religioso de los europeos y en especial de las nuevas generaciones presenta rasgos que se caracterizan por un lado por la disolución del modelo tradicio­nal de religiosidad y la debilitación de va­rias creencias religiosas, y por otro por un incremento generalizado de la necesidad de referencias religiosas, de seguridad y de espiritualidad, que sin embargo siguen siendo con frecuencia muy globales, inde­finidos y genéricos, sin consecuencias in­mediatas sobre las conductas éticas y las opciones personales.

De forma más positiva, en muchas co­munidades tanto del Este como del Oeste, se está realizando el paso de una religiosi­dad sacralizada y tradicional a una reli­gión de convicción y de implicación perso­nal. Fruto de opción libre y de adscripción eclesial convencida que se traducen en conductas virtuosas, en espiritualidad au­téntica y en compromiso apostólico activo, comparten dicha meta en muchos países tan sólo minorías más o menos consis­tentes de cristianos y cristianas, entre las cuales hay que incluir las comunidades de vida consagrada y las agrupaciones laica­les vinculadas a ellas, así como los miem­bros de grupos y movimientos eclesiales e incluso individuos y familias de las distin­tas parroquias.

44. Tampoco faltan, sin embargo, señales preocupantes que atraviesan las comunidades cristianas, como son: el debilitamiento o la desapari­ción de la oración personal o familiar; un cierto abandono del sacramento de la Re­conciliación; la búsqueda de hechos extra­ordinarios y milagreros; la fuga hacia ex­periencias religiosas esotéricas y hacia las sectas.

De ello se deriva la urgencia y necesi­dad de un discernimiento profundo que ayude a vigilar ante el peligro de una es­piritualidad selectiva sincretista que esco­ja de entre las distintas «ofertas de senti­do de la vida» los elementos adecuados para su persona, pero que no es capaz de comprometerse en una fe vivida de mane­ra concreta. Hay que subrayar en concre­to que, en una espiritualidad eclesial au­téntica, los distintos elementos y caminos, lejos de transformarse en formas perjudi­ciales de polarización, han de integrarse y complementarse mutuamente, y que es necesario vincular dimensión personal y dimensión comunitaria, de forma que la espiritualidad nunca quede reducida a una especie genérica de «religiosidad pri­vada».

Finalmente, por lo que respecta a los medios aptos para fomentar y forjar una espiritualidad cristiana correcta, nos mo­vemos con frecuencia de la creación de pequeñas y fervorosas comunidades caris­máticas y no carismáticas, a la promoción y animación espiritual de pequeños gru­pos; de la apertura de centros de espiri­tualidad y de la constante actualización de los existentes, a la promoción de peregri­naciones a santuarios y lugares ‑especial­mente comunidades monásticas y religio­sas‑ en las que se viven significativas experiencias de oración, contemplación, silencio, desierto; de la programación de períodos de retiro espiritual para parejas y para jóvenes, a nuevas modalidades de ca­tecumenado para adultos cristianos; de la oferta de una literatura actualizada que presenta y ahonda argumentos de espiri­tualidad, a propuestas con vistas a una animación espiritual más viva y a una vida de oración más intensa en las comunida­des parroquiales, especialmente poniendo al centro la Palabra de Dios y su meditación, preferentemente siguiendo el méto­do de la lectio divina. Todo ello sin olvidar ‑entre otras cosas por la importancia que reviste por regla general en todo el conti­nente‑ una práctica cristianamente co­rrecta del culto mariano y de la misma piedad popular.

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