Una Iglesia como lugar auténtico de comunión

45. Para que la Iglesia pueda presentarse realmente como Cuerpo vivo de Cristo, signo creíble de la presencia del Padre mediante Cristo Salva­dor en el poder del Espíritu, corriente por­tadora de vida nueva en el seno de la his­toria de los hombres, es menester que los discípulos de Cristo sean uno en el amor. Sólo de esta manera serán luminoso refle­jo de la Trinidad: «Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). En efecto, si es verdad que la Eucaristía constituye la mayor presencia del Señor resucitado, el amor mutuo vivido con radicalidad evangélica es la presencia más transparente, la que más interroga e induce a creer.

Hemos pues de interrogarnos acerca de qué imagen de comunidad cristiana debe­mos ofrecer con vistas a anunciar, celebrar y servir al «Evangelio de la esperanza».

La respuesta sólo puede buscarse en un modelo de comunidad fraterna y misione­ra que debe edificarse con mayor decisión y coherencia en cada Iglesia particular.

Un clima de relaciones amistosas, de comunicación, de servicio, de corresponsa­bilidad y participación, de conciencia mi­sionera extendida, de atención a las dis­tintas formas de pobreza. Una cultura de la reciprocidad, tal y como ésta surge de los escritos de San Pablo: estimarse, aco­gerse, edificarse, servirse, apoyarse, corre­girse, confrontarse unos a otros (cf., por ejemplo, Rm 12, 10; 15, 7. 14; Ga 5, 13; 6, 2; Col 3, 13; 1 Ts 5, 11). Una valoración de la variedad de los carismas, de las voca­ciones y de las responsabilidades, con vis­tas a converger a la unidad y enriquecería (cf. 1 Co 12). Una colaboración cordial en­tre las distintas agrupaciones de fieles. Una multiplicidad de agentes pastorales cualificados en campo espiritual, teológico y pastoral que en comunión afectiva y efectiva con el obispo y los presbíteros, se responsabilicen de servicios eclesiales concretos. Una reactivación de los organismos de participación, percibidos como signos e instrumentos eficaces para el crecimiento de la comunión y la promoción de una ac­ción misionera concorde. Una pastoral eclesial unitaria y diferenciada. Una pasto­ral educativa y misionera en el territorio, abierta a la misión universal ad gentes. Es­tas son las líneas esenciales que juntas contribuyen a delinear el rostro de una co­munión eclesial viva, capaz de generar y educar para la fe hoy.

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