Un «suplemento de espíritu» para Europa

51. En una época como la nuestra, que atraviesa por una gran transición histórica, mientras va transfor­mándose el rostro de Europa y del mundo, surge, tan nueva como urgente, la necesi­dad de evangelizar: «Hoy la Iglesia se sien­te estimulada por el Maestro a intensificar ad intra y ad extra el esfuerzo de la evan­gelización. Se siente constantemente una Iglesia misionera, una Iglesia enviada a es­parcir la semilla de la Palabra de Dios en el terruño del mundo contemporáneo» (71).

Si éste es el reto que aguarda a la Iglesia de hoy, no puede resultar suficiente de ma­nera alguna un llamamiento nostálgico o ro­mántico al por otra parte grandísimo legado europeo,a sus raíces y a su alma cristiana.

A este propósito, además, resulta que son pocos quienes piensan que pueda afir­marse que Europa tenga un alma cristiana. De hecho, esta afirmación no puede dejar de plantear serios interrogantes si se con­sidera la historia europea del presente si­glo, con los dramas, conflictos, opresión al hombre e ideologías que lo han acompa­ñado, así como si se contemplan los dis­tintos fenómenos culturales ‑por una par­te negativos y por otra harto problemáti­cos‑ que caracterizan el contexto actual europeo. Tal vez resultaría más aceptable afirmar que aún hoy pueden encontrarse hondas raíces cristianas en la historia y en los avatares de Europa, y sobre todo que dichas raíces no están irremediablemente afectadas por el proceso de secularización, ya que subsiste una notable necesidad de lo sagrado y una vuelta prometedora a re­ferencias de carácter religioso. Tampoco puede olvidarse que la Europa de hoy, y aún más la Europa del futuro, aparecen como realidad profundamente multicultu­ral y plurirreligiosa, en la que crece la pre­sencia del islam, amén de una indiferencia religiosa extendida.

Como por otra parte ya se desprendía de la 1 Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos, no se trata de pos­tular una coincidencia entre Europa y cris­tianismo, que de hecho nunca ha existido y que resulta ahora menos proponible que nunca. No cabe ninguna duda, en efecto, de que Europa y la cultura europea han crecido gracias a muchas raíces. Sin em­bargo, nadie puede dudar de que la fe cristiana se incluya, de forma radical y determinante, entre los fundamentos de la identidad europea. Puede afirmarse por tanto que el cristianismo ha dado forma a Europa, imprimiendo en ella algunos ca­racteres fundamentales, como son: la fe en un Dios trascendente, que entró por amor en la vida de los hombres; el con­cepto nuevo y central de la persona y de su dignidad, hasta el punto de poder decir que la centralidad ética de la persona constituye el punto de referencia primario y el principio de individuación de la iden­tidad europea; la fraternidad entre los hombres, como principio de convivencia solidaria en la misma diversidad de los hombres y de los pueblos (72).

Trátase por el contrario ‑sin dejar de reconocer y revitalizar tan valioso legado­ de dar hoy también un «suplemento de es­píritu» a la Europa que nace. Es ésta, ade­más, una demanda que va surgiendo de parte de las personas más atentas y res­ponsables del continente.

Para ello la Iglesia no tiene más fuerza y más camino que los del Evangelio. De aquí, una vez más, la urgencia y la impor­tancia de acometer esa «nueva evangeliza­ción» de la que incansablemente y con es­pecial referencia a Europa habla Juan Pa­blo II. Dicha nueva evangelización no arranca de cero, y sin embargo debe con­siderarse como tarea primaria, debe ocu­parse nuevamente del fundamento, es de­cir de Jesucristo y del Dios de Jesucristo, y de forma correlativa con la dimensión trascendente de la persona, con la convicción de que la centralidad ética de ésta no puede sostenerse de forma continuada si queda privada de su sustrato ontológico. No es suficiente por tanto proponer aque­llos valores que pueden calificarse al mis­mo tiempo como evangélicos y humanis­tas, como la justicia, la paz, la libertad, y ello no porque éstos no resulten esencia­l es, sino porque lo que está en juego es algo más originario y fundamental (73).

52. Si hoy ‑como se reconoce ampliamente‑ se detecta cierta convergencia en considerar la nueva evan­gelización como compromiso primario en la vida y la acción de la Iglesia, no puede pasarse por alto que a veces todo ello co­rre el peligro de limitarse a una afirmación verbal que se prodiga en lenguaje y razo­namientos,' sin correspondencia en la rea­lidad. De aquí la exigencia de un cami­no aún más largo para que la perspectiva de la nueva evangelización llegue a ser auténticamente prioritaria en toda la ac­ción pastoral de la Iglesia.

Tampoco falta, sin embargo, quien su­braye que la nueva evangelización no se considera como compromiso primario, o que se llega a encontrar algunas resisten­cias ante esta perspectiva, ya por la sub­sistencia de cierta mentalidad conservado­ra, ya por algún tipo de incomprensión de la realidad y del significado de la nueva evangelización.

A este propósito, alguien sugiere la in­terrogación acerca de la misma formula­ción verbal, con vistas a ver si no hubiera que hablar más bien de «evangelización nueva» que de «nueva evangelización», para poner de relieve que no se trata de predicar un nuevo Evangelio, sino de pro­poner a las nuevas generaciones, en un contexto nuevo, con fuerza nueva y méto­dos y medios nuevos, el Evangelio perma­nente de Jesucristo que vive en su Iglesia, partiendo de la convicción de que «Jesu­cristo es el mismo ayer y hoy y siempre» (H b 13, 8).

53. Como queda dicho, el objetivo principal de la nueva evange­lización y su contenido esencial consisten en proponer la figura de Jesucristo como única fuente de salvación para todos los hombres. Ello puede llevarse a cabo de di­ferentes maneras: «proclamando» a Jesús y la fe en él en ocasiones públicas y en el diálogo amistoso y fraterno; realizando formas concretas de vida personal, fami­liar y comunitaria que reflejen el Evangelio y sepan de esta forma «atraer» a otros a la fe en el Señor; como lámpara en el cande­lero o ciudad en lo alto de un monte, «irradiando» alrededor de sí alegría, amor y esperanza, para que muchos vean nuestras buenas obras y den gloria al Padre que está en el ciclo (cf. Mt 5, 16), queden «contagiados» y conquistados al considerar la conducta irreprensible y animada por el amor de individuos, grupos y comunidades (cf. 1 Pd 3, 1‑2); sirviendo de «fermento» que transforma, vivifica y anima desde dentro toda expresión cultural concreta. Se trata en todo caso de formas que no siempre se distinguen adecuadamente y que a menudo se complementan. En cual­quier caso, todas ellas contribuyen a pos­tular una «nueva» evangelización.

De ello se deriva que nuevo ha de ser también el compromiso de evangelizar, pues nuevas son las cerrazones y resisten­cias a la fuerza y a la verdad del Evange­lio. En concreto, el hombre moderno tien­de a depositar su confianza en la ciencia y en la razón, haciendo de ellas los únicos elementos de los que procede inferir senti­do y criterios para la vida humana. Sobre esta base se atribuye a la libertad un valor absoluto e indiscriminado. La fe se percibe como límite puesto al poder científico y tecnológico, y como vínculo inaceptable para la libertad. Evitando toda fuga hacia el espiritualismo, se trata pues de mostrar, con la palabra y el testimonio, la razonabi­lldad de fa fe, y al mismo tiempo dar a en­tender que, sin la luz de la fe, la razón y la libertad no sólo no alcanzan los objetivos esperados, sino que se transforman en pe­ligro para el hombre y para la sociedad.

Los trágicos acontecimientos del pre­sente siglo han de constituir una admoni­ción permanente ante las absolutizaciones recurrentes de los derechos individuales o étnicos. El anuncio y el testimonio del Evangelio constituyen el mayor recurso para proporcionar a Europa ese alma, in­dispensable y harto invocada, capaz de hacer de la economía un servicio al bien común, de la política el lugar de decisio­nes responsables y de amplias miras, de la vida social el espacio para la promoción de los sujetos intermedios, desde la familia a las asociaciones, que constituyen el vivo tejido de la nueva comunidad europea.

54. En muchos casos, la nueva evangelización está cierta­mente centrada en el anuncio de la perso­na de Jesús. Todo ello ha ido creciendo de forma especial en la predicación y en la catequesis. Se trata, por otra parte, de una exigencia que se deriva del actual contex­to sociocultural, en el que la figura de Je­sús ejerce una fuerza de atracción significativa para nuestros contemporáneos, y especialmente para los jóvenes, y la rela­ción personal con él se advierte como algo muy importante y significativo. Pero tam­bién es necesario velar porque ese mismo Señor Jesús no sea presentado sólo como modelo ético o como hombre ejemplar, sino también y en primer lugar como el Hijo de Dios vivo y el único y necesario Salvador. De aquí la necesidad de una ca­tequesis sistemática, de una referencia tan continua como correcta a la Palabra de Dios, de una recuperación adecuada del misterio pascual.

Más difícil se presenta en cambio en muchos casos la percepción de que el Se­ñor Jesús «está vivo en su Iglesia»: de he­cho, no pocos cristianos, sin dejar de sen­tir la importancia de la relación con Jesús, no ven ni juzgan igualmente importante la relación con la Iglesia. Ello puede deberse a que la experiencia concreta de Iglesia que hacen algunos no siempre se percibe como adecuada transparencia del Señor. A menudo se da en paralelo el hecho ‑tam­bién por la influencia de los medios de co­municación‑ de que la Iglesia se percibe como entidad marginal respecto a la so­ciedad, o, por otra parte, como entidad cuyo papel se reduce a menudo al de ser­vicio social y caridad, mientras se silencia o incluso se niega o se ridiculiza su papel de guía.

De aquí ‑como ya se ha visto‑ la ne­cesidad y la urgencia, para la Iglesia, de renovar su rostro en la fidelidad al Señor, de ser y presentarse auténticamente como comunidad de fe y amor, de fomentar y sostener el encuentro de los hombres y mujeres de hoy con el Resucitado, de ser lugar auténtico de testimonio evangélico no sólo por parte de cada uno de sus miembros, sino también como comunidad viva.

55. Especial atención debe reservarse, además, a la relación entre libertad y evangelización. A este propósito, hay coincidencia en opinar que el nuevo clima de libertad que se respira en todos los países de Europa constituye ciertamente un valor evangélico, sí bien no falta quien recuerde que dicho valor no siempre se experimenta y se vive como tal. Sin duda permite tejer una tupida red de relaciones, comunicación y solidaridad entre pueblos, culturas, sistemas sociales y políticos y diferentes credos religiosos. Y ello forma parte significativa y destacada de una evangelización nueva de Europa, que en un pasado reciente ha sido teatro de tan profundas divisiones, dolorosos conflictos y trágicas guerras.

Hay quien pide esclarecer en qué con­siste realmente la libertad, ya que con fre­cuencia la concepción de libertad extendi­da en la Europa de hoy es deudora a una visión neoliberal individualista y utilitaris­ta de la realidad, que, como tal, no sólo no favorece, sino que obstaculiza la labor evangelizadora.

También hay que recordar que el cris­tianismo, y en él especialmente la Iglesia, se consideran como obstáculos y enemigos de la libertad, y que se intenta persuadir al hombre y a sociedades enteras de que Dios es un obstáculo en el camino hacia la li­bertad. A este propósito, es menester pre­sentar el rostro auténtico del Dios de Je­sucristo, que no es obstáculo para la liber­tad, sino el garante de la libertad verda­dera. Al mismo tiempo, resulta importante que la misma Iglesia sepa presentarse como dispuesta a escuchar las demandas y problemas de hombres y mujeres, ofre­ciendo a éstos la respuesta del Evangelio, en la verdad y en la caridad, en un clima ‑como alguien subraya‑ de auténtica fra­ternidad y «sinodalidad» en el seno de la misma Iglesia, en cada Conferencia Epis­copal, entre las distintas Iglesias locales y los organismos eclesiales regionales o universales.

56. Diferentes son también los obstáculos y las dificultades que la nueva evangelización encuentra en la Europa de hoy. En muchos países pueden reconducirse a algunos fenómenos sociales y culturales, como: las muchas formas de indiferencia religiosa; una especie de pluralismo indife­renciado y de tendencia escéptica o ag­nóstica; el relativismo ético; el peso de un liberalismo desenfrenado en Occidente y la creciente influencia de éste en el Este de Europa; un extendido arrellanamiento en los intereses materiales, con el consi­guiente clima de materialismo práctico y        de hedonismo individualista; cierta super­ficialidad en las relaciones personales; in­dividualismo y desinterés ante urgencias e        interrogantes que surgen en muchos cam­pos de la vida civil y social; el papel cada vez más decisivo y persuasivo de los me­dios de comunicación social; cierto fundamentalismo y fanatismo sectario, que se detectan de manera especial en algunos países; el sentido de hábito que se insinúa a veces en quienes creen que conocen ya suficientemente el Evangelio.

Hay también algunas situaciones ecle­siales que constituyen otras tantas dificul­tades para el compromiso de la evangeli­zación. Entre ellas, se subrayan de distintas partes: el envejecimiento del personal activo en la evangelización, la ineficacia de gran parte del lenguaje religioso y la falta de crédito que caracteriza al ejercicio de la autoridad.

Especialmente en las Iglesias y comuni­dades de la Europa occidental, el envejeci­miento del clero, de los miembros de los institutos de vida consagrada, de las laicas y los laicos comprometidos activamente en la vida de las parroquias, proporciona una imagen bastante obsoleta y poco di­námica de la Iglesia, y obstaculiza la co­rriente vocacional, haciendo así harto difí­cil el compromiso creativo en la labor evangelizadora.

Algunos hablan también de la inefica­cia y de la incomprensión del lenguaje y de los mensajes del Magisterio. De hecho, con frecuencia el lenguaje de la fe que se emplea en textos oficiales de la Iglesia, en la predicación y en la catequesis, parece muy distante de la experiencia humana ordinaria, De aquí la necesidad de hallar un nuevo lenguaje con el que hablar de forma penetrante y convincente del miste­rio santo e insondable de Dios: un lengua­je que ha de nacer de la escucha silencio­sa de las Escrituras y de las personas, que se deje poner en tela de juicio por sus pro­blemas y sus puntos de vista. Tampoco hay que olvidar que la crisis de crédito en las declaraciones de la Iglesia débese también a que a menudo las intervenciones del Magisterio se perciben como reiteración de afirmaciones relacionadas con el ámbi­to de la fe y de la moral, sin que se logre exhibir de manera convincente las motiva­ciones ni confrontarse seriamente con po­siciones y razones diferentes.

57. Con vistas a la evangelización en el actual contexto europeo, parece determinante en todo caso la pre­sencia de señales vivas y transparentes, capaces de manifestar la presencia del Se­ñor con formas que despiertan admiración e interrogan a las conciencias. No cabe duda, en efecto, de que «el hombre con­temporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan [ ... ], o si escuchan a los que enseñan es porque dan testimonio» y que, por consi­guiente, para poder evangelizar, tanto los individuos como la Iglesia entera deben ofrecer un testimonio vivido de fidelidad al Señor, de pobreza, de desprendimiento, en una palabra: de santidad (74).

Resultan por lo tanto decisivos la pre­sencia y el testimonio de los santos: la santidad es un requisito previo esencial para una evangelización auténtica, capaz de devolver esperanza. Se necesitan testi­monios fuertes, tanto personales como co­munitarios, de vida nueva en Cristo. No es suficiente que la verdad y la gracia se ofrezcan mediante la proclamación de la Palabra y la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos; es menester que sean acogidas, vividas y testimoniadas en todas las relaciones y actividades que constitu­yen la vivencia concreta, en la forma de ser de los cristianos y de las comunidades eclesiales. No bastan sermones y ritos, por muy bonitos que sean; se precisan formas de vida hermosas y llenas de significado y encanto. En la medida en que acojan, vivan y manifiesten el amor de Dios, los cristia­nos y las comunidades eclesiales acogerán, vivirán y manifestarán a Cristo que vive en ellos, le permitirán encontrarse con los in­diferentes y los no creyentes y que se diri­ja eficazmente a sus conciencias.

58. Muchos y distintos son, por último, los ámbitos e itinera­rios de la nueva evangelización. Entre ellos podemos recordar como merecedores de especial atención: los jóvenes, los pobres, el compromiso social y político, la comuni­cación social.

Los jóvenes constituyen el futuro de Eu­ropa, sobre la cual incumbe además una grave hipoteca por el insuficiente recambio generacional. Hacia ellos es necesario en­cauzar todo esfuerzo, para ofrecerles oca­siones de crecer en la fe y para ayudarles a hallar en le Evangelio la respuesta a su búsqueda de felicidad, verdad y justicia, así como a ser sus propios evangelizadores.

En una Europa que todo lo mide con pa­rámetros económicos, la Iglesia sigue sien­do uno de los más sólidos baluartes para los últimos y para la salvaguardia de la dignidad humana. Estos valores fundamen­tales exigen la definición de itinerarios cul­turales y sociales adecuados, para que no falte la aportación de la Iglesia, aportación que no se circunscribe a la esfera religiosa, en el momento en que se ponen los ci­mientos del porvenir de Europa.

Las res novae que han ido creándose en Europa ‑si no queremos recaer en nuevas formas de no‑reconocimiento y de rechazo de los valores del espíritu‑ requieren en los cristianos un suplemento de conciencia moral y de inspiración evangélica. De aquí la necesidad y la urgencia de una forma­ción adecuada para los laicos comprome­tidos en el ámbito social y político.

Una Iglesia que no comunica ni evange­liza ni promueve cultura. De aquí la nece­sidad y la urgencia, para la Iglesia, de estar presente en el panorama del nuevo contex­to comunicativo, tanto mediante una aten­ción a los medios y a un sabio empleo de los mismos, como a través de una pastoral orgánica de la comunicación social.

59. En este panorama, hay quien pone de relieve que las inicia­tivas más significativas de nueva evangeli­zación que se detectan en varias Iglesias de Europa son precisamente las que pre­tenden responder a exigencias y demandas especialmente sentidas hoy en día.

Así, como mera ejemplificación, pode­mos recordar: experiencias de compromiso educativo, catequesis y encuentros cultu­rales que van al corazón mismo de la fe, como respuesta a la exigencia de autenticidad; formas personales o asociativas de presencia evangelizadora dirigidas a esta­blecer relaciones de reconciliación, de aco­gida mutua y de generosa compañía y diá­logo, como respuesta a la exigencia de re­lación y cercanía que está surgiendo en varios tejidos humanos y sociales; iniciati­vas evangelizadoras finalizadas al redescu­brimiento de la dignidad inviolable de toda persona y del sentido de la vida, como res­puesta a la extendida cuestión antropoló­gica; un estilo de vida alternativo en co­munidades parroquiales y en agrupaciones, escuelas de formación para el compromiso social y político y búsqueda de partici­pación en la vida civil, como respuesta a la demanda ética y civil; experiencias de pas­toral juvenil orientadas a un redescubri­miento real y gozoso del Señor y adhesión a éste mediante opciones fuertes de vida en la Iglesia y en la sociedad, como res­puesta a los distintos planteamientos que los mismo jóvenes realizan hoy día.

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