El problema de las sectas

65. El anuncio del «Evangelio de la esperanza», finalmente, tam­bién debe hoy en día tener presente el complejo y abigarrado fenómeno de las sectas. Estas se distinguen entre sí en re­lación con su origen: es necesario pues distinguir las sectas de origen cristiano de las que se derivan de otras religiones o de cierto humanismo; por lo que respecta a las de origen cristiano, hay que distinguir­las a su vez de las Iglesias, comunidades eclesiales o movimientos legítimos en el seno de las Iglesias. Las sectas, además, difieren en relación a su magnitud, creen­cias, actitudes y comportamientos hacia otros grupos religiosos y para con la socie­dad. Generalmente, se califican como gru­pos religiosos relativamente reducidos, que promueven una identidad fuerte en sus adeptos, hasta alcanzar formas de de­pendencia completa; a menudo se sitúan en abierta contraposición al contexto reli­gioso y social que las rodea, utilizando en su caso métodos de propaganda harto agresivos; además, fomentan un intenso clima de acogida entre las personas con superación de situaciones de aislamiento, propugnando mensajes apocalípticos, de creencia en el más allá y en el adveni­miento de un «mundo nuevo».

Distintas, aunque no divergentes, son también la interpretaciones que de este fenómeno se dan. Para algunos constitui­rían una confirmación de la seculariza­ción actual; para otros, el efecto de la crisis del racionalismo técnico‑científico, haciendo como hacen referencia a algo que es «otro» y además gratificante; para otros se trata de una reacción a la buro­cratización y al anonimato de algunas experiencias religiosas, con la búsqueda de espacios comunitarios con funciones integradoras y terapéuticas. No falta tampoco quien piense que las sectas po­drían revelar el nacimiento de la exigen­cia religiosa y serían por tanto una señal inconfundible ‑tanto en positivo como en negativo‑ de la vitalidad religiosa de este fin de siglo.

66. Se trata en todo caso de un fenómeno que interroga a las Iglesias y las responsabiliza. Con frecuencia éstas, tanto en el Este como en el Oes­te, tratan de afrontar este fenómeno con iniciativas finalizadas a que sus comu­nidades locales sean lugares más amisto­sos y cálidos, en los que las personas pue­dan satisfacer las expectativas a las que las sectas dan respuestas parciales y a me­nudo deshumanizadoras. Al mismo tiempo y por regla general, se trata de prevenir la difusión de este fenómeno mediante una formación más sólida de los fieles. En mu­chos países existen también, en ámbito diocesano o interdiocesano, instituciones cualificadas que afrontan dicho fenómeno con una acción formativa a la que se acompaña una actividad de asesoramiento.

De forma más radical, la Iglesia se ve estimulada a un serio examen de concien­cia de sí misma y a una honda renovación no sólo ante eventuales lentitudes, vacíos o distorsiones de su acción pastoral, sino también y sobre todo ante el deber supre­mo de anunciar a todos los pueblos a Je­sucristo, único Salvador del hombre. La respuesta de la Iglesia ‑mediante el tejido ordinario de la vida de cada uno de los fie­les (laicos, consagrados, ordenados), de las familias, de las parroquias, de las aso­ciaciones y de los distintos grupos y movi­mientos eclesiales‑ ha de ser «global»: debe devolver a los mismos cristianos, con una fe madura y determinada, la alegría, el entusiasmo, el orgullo de su identidad de seguidores de Cristo en la Iglesia; debe apoyar y fomentar la primacía de la espiri­tualidad. Como ha dicho el Papa, «al preo­cupante fenómeno de las sectas hay que responder con una acción pastoral que ponga en el centro de todo a la persona, su dimensión comunitaria y su anhelo de una relación personal con Dios. Es un he­cho que allí donde la presencia de la Igle­sia es dinámica, como es el caso de las pa­rroquias en las que se imparte una asidua formación en la Palabra de Dios, donde existe una liturgia activa y participativa, una sólida piedad mariana, una efectiva solidaridad en el campo social, una marca­da solicitud pastoral por la familia, los jó­venes y los enfermos, vemos que las sectas o los movimientos pararreligiosos no lo­gran instalarse o avanzar» (84).

Salir