La presencia
del Resucitado en los sagrados misterios
67. Para la
Iglesia, celebrar el «Evangelio de la esperanza» significa, hoy más que nunca,
tanto reconocer la presencia viva y activa del Señor resucitado en los
«sagrados misterios», como buscar y hallar en éstos la fuerza y el alimento
para la propia acción pastoral, atestiguando también de esta manera su
identidad de comunidad de discípulos reunidos alrededor de Cristo, que
depositan en él confianza y esperanza.
Esta era, por otra parte, la intención profunda de la
reforma litúrgica fomentada por el Concilio Vaticano H. Esta reforma, en
efecto, no responde tan sólo al «afán de cambio que parece caracterizar nuestra
época o [al] legítimo deseo de acomodar la celebración de los misterios
sagrados a la sensibilidad y cultura de nuestros días. Tras este fenómeno se esconde,
en realidad, la aspiración de los creyentes a vivir y expresar su más honda y
auténtica identidad de discípulos reunidos en torno a Cristo, presente en
medio de ellos de manera inigualable a través de su Palabra y los sacramentos,
especialmente la Eucaristía (cf. Sacrosanctum Concilium, n. 7)» (85). Y ello
con la certeza ‑como sigue afirmando el Papa‑ de que «de esta
manera, no solamente se construye sobre base firme y duradera el edificio de la
fe (cf. Lc 6, 48), sino que toda comunidad cristiana se hace consciente de que
ha de celebrar el misterio de Cristo, Salvador del género humano, y que ha de
anunciarlo y darlo a conocer abiertamente a los hombres de hoy, venciendo la
tentación sentida a veces dentro y fuera de su seno, de atribuir a la Iglesia
otras identidades e intereses. En efecto, la Iglesia vive más de lo que recibe
de su Señor que de aquello que puede hacer solamente con sus fuerzas» (86).