Examen de conciencia para la Iglesia y para Europa

El documento de trabajo sinodal constata la «apostasía» del continente

 

CIUDAD DEL VATICANO, 30 sep (ZENIT).- Los obispos han llegado a Roma a participar en el segundo Sínodo de Europa (1 al 23 de octubre) de la historia con los desafíos del viejo continente bien evidenciados en su carpeta. De hecho, el documento de trabajo («Instrumentum Laboris») mete el dedo en las llagas europeas. El Sínodo es  definido por el mismo documento como una «puerta abierta al Jubileo» (n. 90). Y esto no sólo por la cercanía de la próxima Nochebuena, inicio del Jubileo, sino también por una afinidad con las temáticas del año santo: el descubrimiento de la presencia de Jesús Salvador (nn. 25-34); la ceguedad, la injusticia, la opresión, la tristeza que caracterizan la sociedad (cf. Is 60; nn. 7, 11-22); la renovación y la esperanza para la Iglesia y para  Europa (nn. 51.87).

Decepción

El documento de trabajo parte de la experiencia del pasado sínodo de Europa (1991), cuando tras la caída del muro de Berlín, las esperanzas de libertad y unidad del continente se habían encendido con un sentido de «victoria». Ahora bien, aquella euforia que se respiraba en el Este se ha convertido en muchos casos en una auténtica decepción (n.2). Aquellos valores europeos, empapados de cristianismo, que parecían renacer en los espíritus han generado su contrario (la libertad ha sido suplantada por libertinaje; la búsqueda de sí por el narcisismo; la fe y la razón por el relativismo y el nihilismo; la nación por el nacionalismo; la tolerancia por la indiferencia: cf. nn. 11-22).

¿Apostasía de Europa?

En su deseo de ofrecer una contribución significativa en la nueva Europa, la Iglesia ha corrido el riesgo de agotarse, perdiendo la identidad (Iglesia como organismo social caritativo y suplente del Estado). A veces, incluso, es percibida como redil y defensa de estructuras y situaciones de privilegio, rehusando lo nuevo (n. 20). Mientras el mundo europeo celebraba «la apostasía de Europa» (n. 14), la Iglesia dispersaba sus energías polarizándose en conservadores y progresistas (cf. nn. 15 y 34).

Con un diagnóstico valiente, el documento de trabajo analiza las sendas que han llevado al desmoronamiento de la conciencia europea en el Este y en Occidente para convertirse en consumismo, violencia, vacío de significado, ahogo estatal (cf. en particular nn. 16-19). Y, mientras tanto, la iglesia se ha hecho cada vez más tímida, desguarnecida, abstracta o sentimental en sus palabras y en su testimonio (cf. n. 56). La separación alcanza hasta el punto de que en Europa, donde la fe cristiana era mayoría, ahora se vive «como si Dios no existiese» (n. 24; 29). En los medios de comunicación «laicos» se llega a manipular, insultar, deformar el misterio de la Iglesia (n. 15 y n. 54). En el interior de la misma Iglesia, la plena conciencia del misterio de su catolicidad queda vivo solamente en una «minoría», relegada a cualquier comunidad de consagrados y a cualquier experiencia de grupo o movimiento eclesial (n. 34). Desde este punto de vista, las Iglesia
europeas ofrecen, quizá, el ejemplo más claro de los desafíos que plantea la relación entre la Iglesia y el mundo: simpatía, interés, estima, seguimiento, pero también indiferencia, marginación, rechazo, envilecimiento interno y externo. Quizá ésta es una cualidad específica de las comunidades de este continente. Otras iglesias en el mundo son minoría que pueden no ser tenidas en cuenta; o mayorías contra un poder evidentemente perverso e inhumano. En el fondo, sólo las Iglesias europeas han tenido experiencia de ser conscientemente rechazados: «como uno delante a quien se cubre el rostro» (n. 41).

Presencia escondida

Se equivoca quien habla de documento triste o de renuncia, como si la condición de una Europa post-cristiana fuera ya obvia y fatal. El ideal del documento no es «una coincidencia entre Europa y cristianismo, que jamás ha existido y que ahora no puede ser propuesta, ni mucho menos» (n. 51). El ideal del documento es un «amor y simpatía» por Europa para ofrecer a Cristo no como límite de su desarrollo, sino como su elemento esencial (cf. n. 24). El documento de trabajo toma como imagen representativa de este Sínodo y de Europa el episodio de los discípulos de Emaús: humillados, descorazonados, fugitivos, pero también acogidos y acompañados por una presencia escondida que se revela poco a poco y que infunde valentía para el anuncio en la ciudad (cf. nn. 4 y 5).

Las situaciones de extravío tienen una valencia positiva: las grandes novedades europeas no son solamente los muros de Berlín abatidos, las esperanzas fáciles de libertad, la unidad europea hecha papel moneda: son también el ateísmo y el rechazo de la fe, la invasión de las sectas y las nuevas religiones que aparecen en el continente, los desafíos del estatalismo sofocante. Tales situaciones nuevas son ocasiones de «misión y discernimiento» para salvaguardar y potenciar lo que es profundamente humano y verdadero en todas estas situaciones, liberándolas de lo que atenta contra el hombre (n. 40, pero también nn. 16-19).

Regreso a los orígenes

Para volver a comenzar hay que regresar a las raíces: ¿qué es la Iglesia? No se trata de una institución narcisista, interesada en sí misma, en su perpetuidad, sino un puñado de personas a las que les interesa comunicar a Cristo: la Iglesia «no está llamada a hablar de ella misma, sino a comunicar que Cristo crucificado ha resucitado» (n. 26). Si se aplicase este principio, caerían por tierra tantas instituciones, que a veces se dicen eclesiales, y que acaban siendo asimiladas por la sociedad dominante. Un ejemplo claro es la reforma litúrgica: rota y debilitada entre la modernización sensacionalista y la conservación obtusa (n. 69). Este nuevo comienzo, este regreso a los orígenes, es ante todo, la vivencia de la Iglesia como misterio de comunión con Jesucristo, como unidad entre obispos y sacerdotes, sacerdotes y laicos, parroquias y movimientos, diócesis e institutos y, sobre todo, una unidad entre que permite a Europa respirar con los dos pulmones, el del Este y el de Occidente (cf. nn. 45, 50).

Para superar la «creciente ruptura entre conciencia privada y valores públicos» (n. 22), que vacía la existencia del hombre europeo y el testimonio de las iglesias, el documento de trabajo propone, como principios claves de la doctrina social de la Iglesia (n. 84), el personalismo, en su relación con la comunidad; la familia; los atención a los jóvenes; la solidaridad; la subsidiariedad (nn. 73-82). Aquí se encuentra la clave de la auténtica e integral liberación del hombre europeo, engullido por el individualismo egoísta, por el poder mercantilista, por el totalitarismo estatal. El documento de trabajo subraya el valor de la igualdad entre la escuela pública y la privada (cf. n. 19), el respeto del estado hacia los cuerpos intermedios (familia y comunidad), para hacer nacer un verdadero pluralismo (n. 74). El documento considera que ha llegado la hora de afirmar el valor de la nación sin caer en el nacionalismo e invita al Sínodo a elaborar un nuevo concepto de nación, que incluya el respeto del otro y de su etnia (cf. n. 85).

Examen de conciencia

Como se puede intuir, este documento pretende ser un «examen de conciencia de la Iglesia» (n. 91), de su pusilanimidad, de sus debilidades, así como de sus esperanzas y nuevas energías. Pero es también un examen de conciencia de Europa, que no sólo ha aspostatado de la Iglesia, sino también de sí misma: los derechos se han convertido en un arma para aplastar a los demás (p. ej.  derecho a la vida); el progreso ha terminado reduciéndose a materialismo y vacío de sentido; la globalización y universalidad han pasado a ser sinónimo de egoísmo económico planetario. La Iglesia está perdida como los discípulos de Emaús, pero también Europa está perdida (cf. n. 22). Mientras nos preparamos a cruzar el umbral del tercer milenio, la Iglesia se está renovando --o al menos intenta-- haciendo el examen de conciencia. ¿Qué país, que institución Europa se está atreviendo a hacer lo mismo? Pregunta sin repuesta.

ZS99093002

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