Juan Pablo II proclama tres patronas para
Europa
Emocionante inauguración
del Sínodo en la Basílica Vaticana
CIUDAD DEL VATICANO, 1 oct(ZENIT).-
Una carmelita alemana de origen hebreo, una mística sueca y una muchacha que
renovó el Papado con la autoridad moral que le daba su fuerza interior, se han
convertido en las tres
patronas de Europa. Lo anunció hoy Juan Pablo II durante la misa de apertura de
la asamblea especial del Sínodo de los obispos de Europa que comienza en San
Pedro del Vaticano.
Tres europeas de todos los tiempos
A partir de hoy, Europa ya no sólo tiene patronos, sino que cuenta también con la inspiración de Edith Stein, de Catalina de Siena y de Brígida de Suecia. El Papa explicó que hace esta proclamación «para subrayar el gran papel que las mujeres han tenido y tienen en la historia eclesial y civil del continente hasta nuestros días».
Con una decisión inesperada, el Santo Padre ha presentado a estas mujeres como ejemplo y ayuda intercesora para el Viejo Continente, junto a san Benito y a los hermanos Cirilo y Metodio.
El pontífice las ha
escogido por que todas ellas «están ligadas de manera especial a la historia del
continente». Edith Stein, filósofa judía, convertida al catolicismo y asesinada
en Auschwitz «es símbolo de los dramas de la Europa de nuestro tiempo». Brígida
de Suecia y Catalina de Siena, las dos del siglo XIV, trabajaron
incansablemente por la Iglesia
«sintiendo profundamente --explicó el pontífice-- los destinos a escala».
Brígida, mujer y fundadora de una congregación religiosa al enviudar, «recorrió
Europa del Norte al Sur trabajando sin descanso por la unidad de los
Cristianos». Murió en Roma.
Catalina, «humilde e impávida terciaria dominica, que trajo la paz a su Siena natal, a Italia y a la Europa del siglo XIV, gastó todas sus energías por la Iglesia, logrando alcanzar el regreso del Papa de Aviñón a Roma».
De este modo, según el
Papa, «los cristianos europeos y las comunidades eclesiales de todas las
confesiones, así como los ciudadanos y los estados europeos, sinceramente
comprometidos en la búsqueda de la verdad y del bien
común» podrán inspirarse en este tercer milenio que pronto comienza en el
ejemplo de estas tres mujeres que «expresan admirablemente la síntesis entre
contemplación y acción».
Llamamiento para Europa
De este modo, Juan Pablo II ha dado un nuevo empuje al significado al segundo Sínodo de los Obispos de Europa que reúne a 197 padres sinodales y a unos cincuenta auditores y delegados fraternos, convocados «para hacer más incisivos en cada rincón de Europa el anuncio y el testimonio de Cristo».
En una Europa en la que «las desilusiones corren el riesgo de hacer vacilar la confianza y la esperanza», los obispos quieren dirigir a todos los que viven «en las tierras entre el Atlántico y los Urales una decidida invitación a la esperanza».
Pero este llamamiento es
sumamente realista. El pontífice mencionó las «muchas pruebas dolorosas que las
naciones europeas han tenido que sufrir durante este azaroso y difícil siglo
que se acerca a su ocaso». En concreto, citó los campos de concentración, los
gulags, los bombardeos y las trincheras y las ocasiones en las que ha sido
pisada la dignidad
humana. «Los entusiasmos suscitados por la caída de los muros y de las
revolucione pacíficas --continuó constatando-- por desgracia parece que se han
diluido frente al impacto con los egoísmos políticos y económicos. De los
labios de muchas personas de Europa salen palabras desconsoladas de los
discípulos de Emaús: "nosotros creíamos...».
A este continente desilusionado, al que la libertad reencontrada no ha traído la felicidad, el Santo Padre quiso lanzar un sentido llamamiento: «Europa del tercer milenio, no te quedes con los brazos caídos, no cedas ante el desaliento, no te resignes ante las maneras de pensar y de vivir que no tienen futuro, pues no se fundamentan en la sólida certeza de la palabra de Dios».
La proclamación de Edith Stein, Catalina de Siena y Brígida de Suecia, «copatronas» de Europa, fue acogida por una gran aplauso por los participantes en la Eucaristía de inauguración del Sínodo, en una basílica vaticana totalmente llena. Fue un rito solemne con lecturas, cantos y oraciones proclamados en latín, griego y en los principales idiomas europeos.