El cristianismo, ¿un «indocumentado» en Europa?
Intelectuales plantean
los interrogantes que debatirá el Sínodo
CIUDAD DEL VATICANO, 1
oct(ZENIT).- Dios parece haberse convertido en un «indocumentado» en Europa. En
este verano, el semanario estadounidense «Newsweek» publicaba una interesante y
provocadora investigación en la que
reconocía que en este final de milenio la fe parece más sentida que nunca en
todo el mundo, salvo una excepción: Europa. En el viejo continente, las estadísticas
revelan una indiscutible crisis de espiritualidad. El 39% de
los franceses se declara sin religión; el 56% de los ingleses cree en un Dios
personal. En algunos países, como en la República Checa, la práctica dominical
no llega al 3 por ciento, dato que se repite también en países de
Europa occidental. Los estupendos templos que marcan la unidad arquitectónica
de Europa están en buena parte vacíos. En Holanda se han vendido iglesias que ahora
son utilizadas como mezquitas...
Ante esta situación Juan
Pablo II convocó el segundo Sínodo de la historia de Europa para tomar el pulso
al vigor del cristianismo, más allá de estos síntomas más o menos
superficiales. Para que el debate se base sobre
análisis serios, reunió en Roma entre el 11 y el 14 de enero pasados a intelectuales
procedentes de todos los países del Consejo de Europa.
En el Simposio presinodal
europeo, organizado por el Consejo Pontificio para la Cultura, figuras como
Federico Mayor Zaragoza, director de la UNESCO, Stanislaw Grygiel
vicepresidente del Instituto Juan Pablo II de
Roma, Irina Alberti, asistente durante años de Solzjenitsin, Admond Malinvaud,
presidente de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales --en total era
unos cuarenta--, analizó precisamente este interrogante: la herencia cultural
del cristianismo, ¿pertenece, definitiva y exclusivamente al pasado, o puede
desempeñar un papel decisivo en la configuración de la nueva Europa?
«Zenit» ha tenido acceso a los documentos de esa interesante cumbre --que pronto serán presentados en el Vaticano-- en los que los intelectuales europeos ofrecen sugerencias sumamente interesantes para comprender el alma europea de final de siglo.
Europa de los dos pulmones
Ante todo, se subrayó la
necesidad de que Europa pueda respirar con sus dos pulmones, el del Este y el
de Occidente, para crear una auténtica comunidad, antídoto necesario para
evitar los nacionalismos exasperados
--el caso de Serbia en este sentido es elocuente--. Karen Nazaryan, de la Universidad
de Ginebra y coordinador de la Federación Mundial de las Iglesias en
Armenia, se sumó al llamamiento más escuchado en el aula pidiendo con
palabras fuertes un mayor compromiso de solidaridad al Occidente rico con la Europa
del Este, convaleciente tras 70 años de
esquilmación de las conciencias.
Europa de los mercaderes
Otro de los gritos que
lanzaron los intelectuales europeos queda bien ilustrado con ese nuevo telón de
acero que asume las connotaciones de papel moneda. El profesor Herbert
Shambeck, presidente emérito del Senado federal
de Austria, denunció «el ocaso de la idea europeísta y su transformación en pura
aritmética económica que, si bien la convierte en una potencia comercial,
reduce las metas éticas a la mera posesión de bienes materiales y las entierra
bajo la lógica implacable del mercado».
Los intelectuales europeos católicos llegaron a una conclusión: el futuro de Europa no dependerá de la fuerza de su moneda, ni de su capacidad de defensa. Precisamente el nacimiento del euro ha acompañado --y quizá implícitamente alentado-- la radicalización de los nacionalismos en el centro y el este de Europa, pues algunas de las fuerzas sociales se han sentido excluidas por la Unión Europea. La fuerza del proceso de integración europea, como vieron lúcidamente sus fundadores (Adenauer, de Gasperi o Schumann), depende de la capacidad para crear «comunidad», es decir, de su solidaridad y de su subsidiariedad.
Y aquí aparece como
irrenunciable la aportación cristiana. No podrá haber unidad europea sin una
auténtica unión de espíritus, que no es simplemente un recuerdo artístico del
pasado, sino que se basa en los conceptos
fundamentales aportados por el cristianismo al viejo continente: nociones como
persona, libertad o igualdad son ininteligibles sin el Evangelio. El concepto
de persona, concluyen los intelectuales, es la mayor aportación del
cristianismo a Europa. Es el único concepto capaz de romper el círculo vicioso
que inexorablemente arrastra al hombre del individualismo salvaje y del terror
colectivista.
Ecumenismo
Ahora bien, al anunciar el mensaje del Evangelio los cristianos no son siempre convincentes. Y no sólo por eso que la gente llama el «doble mensaje» --predicar una cosa y hacer otra--, sino también porque se presentan divididos. Nodar Ladaria, catedrático de la Universidad de Tiflis, fue sincero: «Para mí es evidente que ningún cristiano podrá entrar profundamente en la propia experiencia histórica ni podrá valorar justamente el camino recorrido durante los siglos pasados mientras exista la llaga sangrante de la división (entre los cristianos)».
La palabra pasa ahora a los obispos.