Europa, una «apostasía tranquila»

El Sínodo pone el dedo en la llaga del cristianismo europeo

 

CIUDAD DEL VATICANO, 4 oct (ZENIT).- El Sínodo de Europa, que se celebra en el Vaticano del 1 al 23 de octubre, no ha perdido un segundo. Desde el primer día ha puesto sin miedo sobre el tapete de la discusión los tremendos desafíos que tiene que afrontar la Iglesia católica si quiere que el cristianismo no se convierta en una realidad del pasado en la Europa del tercer milenio.

El ritmo de la discusión quedó marcado por la relación antes de la discusión pronunciada por el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, quien en su posterior encuentro con la prensa dejó muy claro que los 197 padres sinodales y los aproximadamente 50 auditores y delegados fraternos presentes responderán a una pregunta apremiante: «¿Qué es lo que tiene que decir la Iglesia a una Europa que, tras la caída del Muro, ve cómo se refuerzan sus lazos políticos y culturales? Pero, sobre todo, ¿qué es lo que puede decir a un continente que parece encaminarse hacia una "tranquila apostasía"?».

Las respuestas a esta pregunta han llegado en cascada. Hasta el 11 de octubre, los participantes están poniendo a prueba su resistencia física escuchando al día entre 25 y 30 intervenciones. Juan Pablo II sigue todas las sesiones como un obispo más.

¿Fracaso del cristianismo?

La expresión «tranquila apostasía» había sido acuñada en el aula sinodal unos minutos antes del encuentro de Rouco Varela con la prensa por el cardenal Pierre Eyt, arzobispo de Burdeos, quien hizo un análisis muy realista de la situación occidental. «La idea de que el cristianismo ha fracasado en Europa es una idea muy extendida, que en ocasiones implica programas de alejamiento entre la Iglesia, el cristianismo, y la cultura contemporánea. De aquí se deriva una especie de "apostasía" tranquila" entre una mayoría de europeos, al menos en Occidente, y especialmente entre los adolescentes y los jóvenes».

Parafraseando a los Padres de la Iglesia, el purpurado galo reconoció que «el alma Europea ha dejado de ser naturalmente cristiana». El cardenal Paul Poupard, «ministro» de Cultura de la Santa Sede, utilizó palabras duras y al mismo tiempo sugerentes para describir el panorama cultural europeo: «agnosticismo intelectual, amnesia cultural, caos ético, asfixia religiosa, anemia espiritual». Poupard, quien es también co-presidente de este Sínodo, constató que «la duda y la ironía, la contestación y la crítica, el escepticismo y el agnosticismo nunca han construido nada». De este modo, «Al ser menos cristiana, la cultura europea se ha hecho menos humana. Así, evangelizar la cultura europea supone permitirle el volver a ser una cultura plenamente humana».

El drama europeo

André Fort, obispo de Perpiñán, profundizó en el gran drama europeo de estos momentos: «Nuestra exagerada discreción en la afirmación de nuestra esperanza en la vida eterna y de nuestro deseo de la "venida de Cristo, el único que puede destruir la muerte" tiene graves consecuencias. Ante una condición humana amputada de su dimensión escatológica, los fracasos, los sufrimientos y la muerte se hacen insoportables».

«Cristo no es deseado ni esperado, pues no es realmente amado --añadió el prelado galo--. El sentido cristiano del sacrificio se convierte entonces en algo incomprensible y el sacerdocio aparece como algo inútil».

Razones para la esperanza

Ahora bien, el Sínodo pone sin miedo el dedo en la llaga, pero esto no significa que el aula haya quedado prisionera de la desesperanza. Los signos de una nueva primavera del espíritu en Europa están ahí. Buena parte de los prelados, y en particular el cardenal Miloslav Vlk, arzobispo de Praga, mencionaron la importancia de los nuevos  movimientos eclesiales. Su mérito reside en haber redescubierto la vivencia comprometida de la fe en esta nueva Europa. «Nos es una vergüenza para nosotros, maestros de la Iglesia, ponernos a la escucha de estas experiencias» que «antes aún de transmitir la vida cristiana, están comprometidas en vivirla», explicó el cardenal checo, presidente también de las Conferencias Episcopales Europeas. Se puede dar «inmadurez, exageración y en ocasiones incluso desviaciones», pero estas fuerzas atraviesan en estos momentos «una nueva etapa de madurez eclesial».

El cardenal Eduardo Martínez Somalo, prefecto de la Congregación vaticana para los institutos de vida consagrada, contrastó el vacío espiritual que asfixia a Europa con la fuerza de las 450 mil religiosas y 100 mil religiosos que, en el viejo continente, viven consagrados a Dios.

No faltan tampoco testimonios escalofriantes que ofrecen nuevos horizontes al cristianismo en Europa, como el del obispo checo monseñor Frantisek Radkovsky, quien recordó que «durante la persecución comunista, Jesús estaba presente en medio de nosotros y nos daba la fuerza para amar al enemigo y nos ayudaba a soportar juntos las adversidades, con la alegría y la esperanza de la victoria de Cristo».

«Los innumerables mártires de nuestros tiempos (más de 10 mil en este siglo en todos los continentes) --añadió el obispo ucraniano Michel Hrynchyshyn-- son un desafío viviente para la Iglesia del tercer milenio, especialmente para los jóvenes».

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