El Sínodo europeo registra el resurgimiento del cristianismo en el Este

Signos de esperanza diez años después de la caída del Muro

 

CIUDAD DEL VATICANO, 5 oct (ZENIT).- Un Papa sereno y jovial sigue con interés las sesiones del Sínodo de los obispos que comienza todos los días con las laudes interpretadas por el coro de la Capilla Sixtina. Entre las 10:30 y las 11:00 tiene lugar otro momento «sagrado» de la asamblea: una taza de café en torno a la cual los 230 participantes crean nuevas amistades y se continúan con más espontaneidad las discusiones de la asamblea.

Juan Pablo II no simplemente se limita a seguir el maratón de intervenciones. Para este medio día ya han intervenido 77 padres sinodales, sino que además suelta comentarios muy personales, muchas veces chistosos. Como cuando se preguntó si podemos decir  que el marxismo ha sido superado en el momento en que tomó la palabra el obispo alemán auxiliar de la ciudad de Paderborn, monseñor Reinhard Marx. En otra ocasión, se extrañó  al constatar que hasta la fecha ninguno de los obispos había hablado en ruso. De hecho, por razones de sentido común (para que le entendieran los presentes), el arzobispo católico de Moscú, monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, prefirió tomar la palabra en italiano.

Entre las intervenciones de esta mañana, suscitaron gran interés algunos obispos de Europa del Este, quienes se convirtieron en testigos ante el Sínodo del renacimiento de la Iglesia en esas regiones.

La novedad de la libertad

El rumano, Petru Gherghel, obispo de Iasi, explicó que «la vida en la libertad es para la Iglesia católica de Rumanía un motivo de alegría en el Señor, pues después de tantos años de privación de la libertad religiosa, ahora podemos construir iglesias y otras estructuras que sirven a la vida pastoral. Asimismo cada uno puede escoger su vocación y llevarla a cumplimiento. Lo que hoy sucede en la vida de la Iglesia, era impensable hace muy poco tiempo: seminarios y casas religiosas abiertas a todos, escuelas, institutos y facultades de teología para laicos, medios de comunicación de inspiración religiosa. Incluso el mismo Papa ha venido a visitar el país. No podemos olvidar el miedo, la frustración y las persecuciones de antes».

El sufrimiento de los rumanos de este siglo ha traído frutos impensables hace algunos años. Monseñor Gherghel mencionó, en concreto, el gran número de vocaciones  a la vida religiosa y sacerdotal que ahora tiene el país.

El desafío de la paz

El croata, monseñor Zelimir Puljic, obispo di Dubrovnik, que participó en el primer Sínodo de Europa, hace ocho años, al lograr salir de su ciudad asediada mientras en su país rugía la guerra, quiso ofrecer al Sínodo un testimonio a favor de la paz. «La paz es posible», afirmó y recordó que «entonces (en 1991) lancé un grito de dolor pues mi diócesis, mi ciudad, así como buena parte de Croacia eran ferozmente agredidas por las fuerzas militares de Serbia y Montenegro. Mis palabras en la intervención de aquel Sínodo eran palabras desalentadas, marcas por la tristeza y la desesperación. Hoy, sin embargo, quiero comunicaros, queridos hermanos participantes en este Sínodo sobre Europa, una buena noticia: en Dubrovnik, la democracia ha sido defendida, así como la libertad, los valores culturales y religiosos frente a la barbarie de finales de nuestro siglo. Creo que el grito de las víctimas inocentes de esta tremenda tragedia, unido al grito del Cristo crucificado, dará al sufrimiento humano una misteriosa y perenne fecundidad».

Tras constatar amargamente que desde 1946 se han registrado en el mundo unos 180 conflictos locales en todo el mundo y que lo que sucedía en Croacia y Ruanda tiene lugar ahora en Timor Oriental y en Chechenia, monseñor Puljic se preguntó qué es lo que puede y debe hacer la comunidad cristiana ante las situaciones de conflicto. «Para la Iglesia, que ciertamente no dispone de divisiones acorazadas --respondió el obispo croata parafraseando a Stalin--, la oración, el ayuno y las obras de caridad son las armas más potentes. La potencia de la oración y las obras de caridad han llevado al final de la guerra en mi país». Para dar peso a sus palabras recordó que, ante los tremendos fracasos de la ONU y de la comunidad internacional en los Balcanes, Juan Pablo II y toda la Iglesia se unieron en oración y ayuno para implorar una paz que parecía imposible de alcanzar.

«No podemos dejar de recordar que en su peregrinación espiritual, cuando los potentes impidieron a Juan Pablo II venir a Sarajevo, él dijo en voz alta: "No estáis solos, estamos con vosotros y estaremos con vosotros"», evocó Puljic.

«Inspirados en esta actitud de valentía y oración --concluyó el obispo de Dubrovnik--  a pesar de la obscuridad de las consecuencias de la posguerra y, dado que el Jubileo quiere ser una gran oración de alabanza y de agradecimiento sobre todo por el don de la Encarnación del Hijo de Dios y de su Redención, trataremos de hacer que vuelva a florecer la esperanza y la pasión por la construcción de una Europa nueva y diferente».

Esperanza ante el ateísmo práctico

Otro testigo de la Europa del Este que intervino esta mañana fue Franc Rodé, arzobispo de Ljubljana, un hombre que tuvo que pasar buena parte de su vida en el exilio impuesto por el régimen de Tito. Al escuchar el crudo análisis ofrecido por algunos obispos, recordó las páginas de la historia del cristianismo en Europa, donde se muestra cómo la vida de los hombres que quisieron seguir a Cristo ha sido en muchas ocasiones muy difícil. «¿Deberíamos sorprendernos al constatar que seguimos perdiendo? ¿Qué la práctica religiosa no deja de descender? ¿Qué los valores cristianos desaparecen incluso entre lo que queda del pueblo cristiano?», se preguntó.

El arzobispo esloveno respondió confesando que él ve una inversión de tendencia en Europa. Y ofreció dos pruebas que la avalan. «El fracaso del ateísmo de este siglo cruel que deja a sus espaldas inmensos sufrimientos y millones de víctimas» y el fracaso de la «utopía marxista, de un rigor intelectual aparentemente impecable, con su enorme aparato administrativo, militar y policial, que se derrumbó como un castillo de naipes». Se trata de un fenómeno colosal que debería hacer reflexionar, aseguró el arzobispo de la capital eslovena. «Nos encontramos ante un histórico de consecuencias incalculables, comparable históricamente a la caída del Imperio Romano de Occidente  en el 476 o a la toma de Constantinopla en 1453. La caída del comunismo en 1989 tiene un significado espiritual inmenso: nos ofrece la prueba, por así decir empírica, de que una sociedad sin trascendencia no es viable».

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