La nueva evangelización exige recuperar
la identidad del sacerdote
Habla el cardenal Darío
Castrillón, prefecto de la Congregación del Clero
CIUDAD DEL VATICANO, 5 oct (ZENIT).- En estos primeros cuatro días de intervenciones en el aula del Sínodo de los Obispos de Europa, han aparecido con fuerza plástica las luces y las sombras del Viejo Continente. Al intervenir hoy ante los 197 padres sinodales y los aproximadamente 50 auditores y delegados fraternos, el cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación vaticana para el Clero, constató, después de haber escuchado más de sesenta intervenciones de prelados que, en el ocaso del segundo milenio, emerge una pérdida de identidad, como si la Iglesia dejase que se difumine su imagen para entrar en una cultura pluralista, secularizante, individualista y autonomista conocida como modernidad tardía.
Esta nueva cultura --constató el purpurado colombiano--, que prescinde de la metafísica y de la trascendencia, seduce también a muchos cristianos. De aquí surge la necesidad de lo que Juan Pablo II ha venido a llamar la «nueva evangelización».
Nueva identidad
Esta nueva evangelización requerirá, por tanto, «la recuperación de la identidad plena de la Iglesia», añadió el cardenal Castrillón. Y, en este sentido, los sacerdotes tienen un papel decisivo. Por ello, presentó una apremiante petición: «Pido humildemente a este venerable Sínodo de Europa un esfuerzo amoroso para mantener la identidad sacerdotal de los presbíteros, en este continente, al que está ligada íntimamente la vida de toda la cristiandad».
El cardenal sintetizó los elementos fundamentales de esta recuperación de la identidad sacerdotal en tres elementos: «Hombre de Dios, hombre de la Iglesia y hombre de su tiempo». La Iglesia necesita sacerdotes que sean lo que son, ni más ni menos. «El hombre europeo de hoy, al igual que el de todos los tiempos, necesita ver a Cristo --añadió-- y lo verá en los sacerdotes auténticos. Éstos, como jefes y pastores, tienen que identificarse con el mensaje y el parecer de Jesús de Nazaret, tienen que responder a los desafíos que la razón plantea a la Buena Noticia».
Cuando el sacerdote se identifica con Cristo, desaparece el miedo, dijo el purpurado releyendo páginas de la historia del cristianismo europeo. «No olvidemos que el diálogo de la Iglesia fue siempre "pluricultural" y que el miedo fue superado con el martirio». ¿Acaso fue fácil para el sacerdote afrontar el libertinaje sexual de Atenas, de Corinto, o de Roma? Preguntó Castrillón. ¿Acaso fue fácil introducir la santidad del matrimonio en el mundo pagano de Oriente y de Occidente? ¿Acaso fue fácil convertir y santificar a quienes detentaban toda la fuerza del poder y de la riqueza hasta el punto de que acabaran ocupando un puesto en el santoral? ¿Acaso eran favorables los esquemas culturales de entonces? «Europa y el mundo necesitan sacerdotes que sean hombres de Dios», fue la respuesta que ofreció el purpurado a estos interrogantes.
En un mundo asfixiado por el materialismo, esto es lo que hará precisamente del sacerdote un hombre «moderno».