Sin fundamentos espirituales, no habrá unidad europea

Juan Pablo II clausura el Sínodo de los Obispos del viejo continente

 

CIUDAD DEL VATICANO, 24 oct (ZENIT).- Con una solemne concelebración eucarística, concluyeron ayer las sesiones del Sínodo de los Obispos de Europa, convocado por Juan Pablo II en el contexto de la preparación de la Iglesia para el Jubileo del año 2000.

Tras las asambleas sinodales de África (1994), América (1997), Asia y (1998) y Oceanía (1998), el viejo continente se ha convertido por segunda ocasión en su historia en el  centro de la reflexión de un Sínodo. En la Eucaristía de conclusión, el Papa recogía con estas palabras las vivencias de estas tres semanas: «hemos profundizado en el conocimiento recíproco y nos hemos edificado mutuamente, en especial gracias a los testimonios de quienes, bajo los pasados regímenes totalitarios, han soportado por la fe duras y largas persecuciones».

Con motivo de la conclusión de este segundo Sínodo europeo (el primero se celebró en 1991), el Santo Padre manifestó su deseo de que el encuentro con Cristo dé a los pastores de las Iglesias de Europa la fuerza para emprender con nuevo entusiasmo la evangelización de Europa. «Con convicción firme --dijo--, la Iglesia repite a los hombres y mujeres del 2000, de manera particular a cuantos viven sumergidos en el relativismo y en el materialismo: Acoged a Cristo en vuestra existencia».

El pontífice consideró que los participantes en la asamblea han tenido la valentía para analizar con ojos abiertos la realidad del continente, constatando las luces, pero también  las sombras, e frente a los problemas de la hora presente, han indicado útiles orientaciones para anunciar a los europeos a Cristo a través de un testimonio  coherente.

Después de haber repetido la necesidad de que los hijos de la Iglesia reconozcan humildemente sus responsabilidades, el Santo Padre puso de relieve la urgencia de promover la cooperación entre los cristianos en este momento caracterizado por la nueva fase del proceso de integración europea y por una fuerte evolución que está llevando a la creación de una sociedad multiétnica y multicultural.

«Hago mías las palabras del Mensaje final del Sínodo deseando que Europa sepa garantizar, con fidelidad creadora a su tradición humanística y cristiana, la primacía de los valores éticos y espirituales», dijo el sucesor de Pedro. Y confesó su «firme convicción de que no hay unidad verdadera y fecunda para Europa si no está construida sobre sus fundamentos espirituales».

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